jueves, 31 de diciembre de 2009

Feliz año


El blog cumple hoy tres años. Llegamos ayer a las 60.000 visitas y, pocos días antes, a las 100.000 páginas vistas. Os lo agradezco. Por darle la pompa que merece, aprovechando los fastos de fin de año, Lully y su comparsa pondrán la música.




Georg Muffat



Sebastian Bodinus






Jean Baptiste Lully

NB: La de Lully es una pieza vocal, aunque la obertura sea muy larga.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

La teoría de la preformación




La Philosophie, ayant compris l'impossibilité où elle étoit d'expliquer méchaniquement la Formation des Etres Organisés, à imaginé heureusement qu'ils existoient déja en petit, sous la Forme de Germes, ou de Corpuscules Organiques. Et cette Idée a produit deux Hypothéses qui plaisent beaucoup à la Raison.

La premiere suppose que les Germes de tous les Corps Organisés d'une même espèce étoient renfermés, les uns dans les autres, & se sont développés successivement

La seconde Hypothèse répand ces Germes partout, & suppose qu'ils ne parviennent à sè développer que lorsqu'ils rencontrent des Matrices convenables, ou des Corps de même espèce disposés à les retenir, à les fomenter & à les faire croître.

(...)

Les Anciens ont été loin; ils auroient été plus loin encore si, sans avoir nos instruments, ils avoient eu seulement nos méthodes, & ce sont ces méthodes qui distinguent le plus notre Siècle. Les erreurs de l'Antiquité n'ont pas dequoi nous surprendre; elles étoient l'appanage de la primogéniture. Mais ce qui doit nous étonner, c'est de voir des Physiciens qui, dans un Siècle auffi éclairé que le nôtre, ae ressaisissent de ces erreurs, & déployent toute la force de leur génie pour nous persuader qu'un Animal se forme comme un Cristal, & qu'un amas de Farine se convertit en Anguilles. On a rappellé lès Qualités occultes que la bonne Philosophie avoit bannies de la Physique. On a eu recours à des Instincts, à des Forces de rapports, à des Affinités chymiques, à des Molécules organiques qui ne sont ni Végétal ni Animal & qui forment par leur réunion le Végétal & l'Animal.

(...)

Dans le système qui établit que tout ce qui existe a été créé au même instant, et que la succession de tous les êtres n'est qu'un développement, il n'y aurait point de difficulté. Tous les germes ayant été créés en même temps, et emboîtés les uns dans les autres, tous les hommes, passés, présens et à venir, auraient existé dans le sein de la première femme, comme tous les poulets dans l'ovaire de la première poule: ainsi toutes les âmes auraient existé dès l'origine de la création, et se succéderaient dans le même ordre que celui du développement des individus.

(...)

L'existence d'un être actif et destiné à la vie peut-elle être regardée comme réelle tant que le mouvement et la vie ne sont pas en lui. La plante elle réellement une plante avant qu'elle commence à se nourrir et à végéter? Le poulet est-il poulet avant que ses organes commencent à se développer par le mouvement et la nutrition? Jusqu'à ce moment, il n est pas même visible avec meilleurs microscopes: il est pourtant dans l'œuf long temps avant l'incubation et ne commence à vivre que quelques heures après, ainsi que M. Haller l'a démontré.


Charles Bonnet

martes, 29 de diciembre de 2009

Theatrum mundi




Los escolásticos diferenciaron, en base a Aristóteles, entre la entelequia o forma primitiva, que es idéntica a sí misma e invariable, y los fines que ésta alcanza en su devenir, que pasan de la potencia al acto. La primera es una substancia o naturaleza a la que se llega "per subitum", por creación, si se rechaza su eternidad; los segundos son atributos, sometidos a una generación o corrupción por grados. Por ello el desarrollo temporal es un des-envolverse de lo que previamente existe, razón por la que el ser crece de un modo distinto a como crecen las aguas o el número de los días: crece en torno a sí, no en torno a la idea que tengamos de un agregado o especie.

Estas consideraciones condujeron a muchos a pensar que puesto que no hay un crecimiento último del ser, tampoco puede haber un decrecimiento absoluto del mismo, y tan imposible es que éste realice todas las potencias y abandone su finitud como que decrezca hasta el punto de extinguirse por completo. No me parece, pues, que algo gradual como el envejecimiento, la enfermedad o cualquier afección semejante acabe con la naturaleza humana individual, como si su existencia pudiera laminarse o erosionarse.

Bien mirado, tanto en Platón como en Aristóteles, es una tesis central la de que todo lo que va a ser ya ha sido; y si ya ha sido no puede dejar de ser, habida cuenta que el pasado es ajeno a todo cambio. Pero mientras que en Platón dicha tesis opera en el mundo de las ideas a través de la reminiscencia, en Aristóteles se refiere al mundo material fundamentado por las entelequias, a las que Leibniz llamará mónadas. Luego, antes de pensar en el triángulo, ya lo conozco, aunque no lo sepa. Y antes de cruzar el Rubicón, es cierto que César no se determinará de otra manera, por más que en algún momento lo rechace o lo ignore. Surja hoy o mañana todo está escrito, pese a que pueda adecuarse a nuestra voluntad ejecutora, a semejanza de los papeles en una comedia.

Naturaleza humana


A propósito de un denso post de Gregorio Luri, comento:

Por sublimar se entiende cambiar el estado sólido al gaseoso, con lo que se admite que no hay cambio de naturaleza sino de grado. Pero entre el deseo bruto, que es irracional, deseo de deseo y por tanto inmediato (cfr. Nietzsche y su "platonismo invertido"), y el deseo del bien, que es racional, deseo del no desear y por ende mediato o participativo, yo veo una diferencia de naturaleza. Pues consideramos así a los pares opuestos simétricamente, cuyo pensamiento simultáneo es imposible y entre los que no cabe la transición que experimentan los cuerpos en sus transformaciones.

Por tanto, según me parece, sí habría un eros moral y político que no debe su filiación a ningún otro que compartamos con los animales.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Nada nuevo sobre el Sol




Es moneda común entre la carcomida intelectualidad atea el contemplar a Dios como una tiniebla de ignorancia a la que se hace retroceder con la luz de la razón, y en particular de la razón científica. Los inapelables hechos y la meticulosa observación disiparían, pues, los goyescos monstruos que la imaginación se forja a lo largo de las generaciones, siendo Dios la suma o prosopopeya de todos ellos. Serán, pues, los ciclópeos esfuerzos científicos los que con su poderío expulsen inexorablemente al ídolo entronizado y liberen al hombre de las oxidadas cadenas de su fantasía.

Si los ateos tuvieran en sus filas a un filósofo acuñador de mitos, sin duda habría plasmado ya un bello relato de esta Atenea sin rostro, laica por supuesto, en que a gusto suyo se ha convertido la ciencia contemporánea. Asumen que están estrechando el cerco a Dios en la que creen su morada. Y sin embargo, ¿cuántos de ellos desconocen que Dios está fuera de la naturaleza según la teología cristiana?

San Agustín sitúa a Dios en un "no lugar" desde el que opera la creación ex nihilo. Para este Padre la interacción de Dios con el mundo no sólo es inconveniente: también es impensable. Dios, que es solo espíritu, no moldea la materia con sus manos, generándola en cambio de la nada con la sola referencia de la idea pura. Dios, que es infinitamente previsor, tampoco innova en las causas segundas ni les da un nuevo influjo, en la medida en que sus rationes seminales o substancias esparcidas por el mundo contienen ya todo el ser futuro (cfr. Monadología).

En el pensamiento escatológico medieval, popularizado por Dante, son en consecuencia los ángeles y no Dios quienes mueven las esferas de los cielos por estratos, según su jerarquía, hasta llegar a la esfera de esferas. El motivo de la inclusión subrepticia de agentes sobrenaturales en el mundo de lo observable fue, con todo, apologético y no científico. Puesto que Aristóteles definía la vida como automovimiento y los cuerpos celestes, eternos y perfectos, parecían moverse por sí mismos, se temió que ello fuera excusa para librarlos de la jurisdicción de Dios y dar aliento al paganismo que los divinizaba como potencias naturales. Por ello se los redujo a objetos del entendimiento y a meros esclavos de la Providencia representada por el cosmos. No los movían, pues, los ángeles según las leyes de la física ni en sustitución de éstas, ya que el mundo supralunar aristotélico es inmutable e inengendrado, resultando su regularidad aprehensible por el cálculo.

Luego, si ni siquiera las criaturas angélicas interferían en el orden regular de los fenómenos, salvo por vía de milagro, todavía menos Dios. Hay que esperar a Newton y a su equivocada cosmología, que Leibniz impugnó por su novedosa extravagancia, para encontrar algo semejante sostenido con cierta respetabilidad académica.

No es la ciencia la que destierra a Dios, sino Dios el que, desencantando el mundo, le allana el camino a aquélla. Es la teología y no la ciencia la que consolida el deísmo racionalista de Spinoza:


Ninguna definición implica ni expresa una multitud ni un número determinado de individuos; en la medida en que no implica ni expresa nada más que la naturaleza de la cosa tal como es en sí. Por ejemplo, la Definición del triángulo no incluye nada más que la naturaleza simple de éste; pero no un cierto número de triángulos: de esta manera, la definición de la Mente como cosa pensante o la de Dios como Ente perfecto, no incluye más que la Naturaleza de la Mente y de Dios, y no un cierto número de mentes o de Dioses.

La mente, lo pensante y lo uno son voces recurrentes en la tradición neoplatónica, la cual articuló en Jámblico y Proclo las generaciones de númenes que Spinoza, valiéndose de la misma, rechaza por su inconsistencia. Aunque es dudoso que los primeros sabios entre los antiguos creyeran en los dioses a los que dieron forma en sus relatos poéticos. Así, escribe Cardano:

Además, ¿qué crees que pensaban Homero y Virgilio cuando representaron por todas partes aquellos dioses envueltos en riñas y peleas ―los primeros, ciertamente, a favor de los griegos o de los troyanos; los segundos a favor de Turno y Eneas―, sino que unas estrellas favorecían a una parte, mientras que otras a la otra? De ahí todos esos encuentros y concilios de los dioses. Pues resulta completamente absurdo creer que los dioses hicieran estas cosas como si fuesen hombres; y más absurdo aún creer que cuando ellos escribieron esto no pretendían ocultar bajo tantas palabras ningún sentido en absoluto, sino que aquellos ilustres poetas construyeron una fábula por cierta vana aplicación, al igual que la quimera, cuyos distintos miembros no sirven para nada. Por lo tanto, cuando dijeron que Venus favorecía a Eneas porque era el más bello; cuando Juno (es decir, la fortuna) y la Luna, a Turno; cuando Apolo o el Sol, a Héctor porque era esforzado y justo, bajo la envoltura de la fábula, no quisieron dar a entender otra cosa más que el genio o el astro que domina sobre cada uno en su nacimiento. Pero el genio de los héroes lo buscaban a partir de la virtud y la naturaleza de los planetas que les eran semejantes.

Es decir, ni tan sólo podemos remontar con seguridad la superstición de las causas mágicas a los tiempos de la barbarie, pues los mismos dioses venerados por la plebe bien pudieron ser -como Cardano aventura líneas más adelante- reyes astrónomos cuya memoria fue extraordinariamente honrada, al haber descubierto los planetas a los que dieron nombre. Gracias a ello no sería incompatible su postulación alegórica con el dogma de fe del monoteísmo trascendente. Y, siendo falsa la astrología judiciaria, no está forzosamente vinculada a la religiosidad idólatra, que multiplica las causas sin necesidad. El propio Moisés funda la semana del Señor en los siete días, correspondientes a los siete astros conocidos: Apolo-Sol, Júpiter, Saturno, Marte, Mercurio, Venus y Diana-Luna.

Leibniz va más allá y extiende la noción de un principio ordenador al Extremo Oriente:

Al adscribir al Li las mayores perfecciones, le adscriben algo más excelso que todo esto, y de lo cual la vida, el conocimiento y el poder de las criaturas son sólo sombras o débiles imitaciones. Es en cierto modo como aquellos místicos -entre otros Dionisio el Pseudo-Areopagita- que negaron que Dios pudiera ser un ser o un ente, pero dijeron al mismo tiempo que podía ser mayor que el ser, esto es, super-ente o hiperousía. Por tanto, entiendo que los chinos sostienen, según el Padre Sainte-Marie, que el Li es la ley que gobierna y la inteligencia que guía las cosas; que no es, no obstante, inteligente en sí mismo, mas a través de la fuerza natural sus operaciones devienen tan bien reguladas y ciertas que podría decirse que lo es.

(...)

Así, uno puede hallar satisfacción incluso en los modernos intérpretes chinos, y elogiarlos, ya que reducen el gobierno del Cielo y y otras cosas a causas naturales, distanciándose de la ignorancia del vulgo, que busca milagros sobrenaturales -o más bien supracorporales- así como busca espíritus como aquellos propios de un "Deus ex machina".

En fin, la reciente modernidad no ha querido librarse de la supuesta intrusión de Dios en un ámbito que no le correspondía, el de lo fenoménico, sino de hipótesis teológicas que estorbaban a la concepción materialista del mundo. Es en d’Holbach donde mejor se aprecia el falseamiento de la filosofía anterior, pues vemos que toma de Spinoza la unidad e infinitud de la substancia, que no conoce el azar, pero sólo en su dimensión extensa, olvidando la cognoscitiva. Al mismo tiempo, toma de Leibniz la fuerza de la materia, obviando el principio de razón suficiente y convirtiéndola en tendencia sin dirección ni origen, algo contradictorio a todas luces. Y así llega a las siguientes conclusiones dogmáticas:

Los hombres se equivocarán siempre, cuando abandonen la experiencia en favor de sistemas originados en la imaginación. El hombre es obra de la Naturaleza: existe en ella, está sometido a sus leyes y no puede liberarse o salir de ella ni siquiera por el pensamiento. En vano su espíritu quiere lanzarse más allá de las fronteras del mundo visible; siempre se verá obligado a regresar. Para un ser formado por la Naturaleza y circunscrito a ella, no existe nada más allá del gran todo del que forma parte y a cuyas influencias está sujeto. Los seres que se suponen más allá de la Naturaleza o distintos de ella serán siempre quimeras de las cuales no nos será jamás posible formarnos ideas verdaderas, ni del lugar que ocupan, ni de su manera de actuar. No hay ni puede haber nada fuera del recinto que contiene todos los seres.

Al cabo, el verdadero propósito de la Ilustración hoy reivindicada no fue comprender la realidad (que en Kant es ya un ignotum o cosa en sí), sino dominarla.

Lo inmutable en Derecho




No están de acuerdo los autores en la definición de ley natural, a pesar de que utilizan este término con mucha frecuencia en sus escritos. En efecto, el método por el que se parte de definiciones y de la exclusión de los equívocos es propio de aquellos que no dejan lugar para la discusión en su contra. Si alguien dice que se ha hecho algo contra la ley natural, uno probará que es así diciendo que se ha hecho contra el parecer de las naciones más sabias y eruditas, pero no dice quién ha de juzgar la sabiduría, la erudición y las costumbres de todas las naciones; otro lo probará diciendo que se ha actuado contra el consenso de todo el género humano; definición inadmisible porque entonces nadie, excepto los niños y los locos, podría pecar contra tal ley. Ya que bajo esa expresión: género humano, incluye a todos los hombres que de hecho tienen uso de razón. Pero los niños, o no obran contra la razón o lo hacen sin consentir en ello; por lo cual deben ser excusados. Y es bastante injusto extraer las leyes de la naturaleza del consenso de los que más frecuentemente las violan que las cumplen. Además, los hombres condenan en los demás las mismas cosas que en ellos excusan, y por otra parte alaban en público lo que en secreto desprecian, emiten su opinión más por rumores que por reflexión propia, y consienten más por odio, esperanza, amor o cualquier otra perturbación del ánimo, que por la razón. Por eso no es raro que pueblos enteros, con toda unanimidad y empeño, hagan lo que aquellos escritores de buen grado confiesan ser contra la ley natural. Ahora bien, al conceder que se hace con derecho lo que no va contra la recta razón, debemos reconocer que lo que repugna a esa recta razón se hace contra derecho (esto es, contradice alguna verdad obtenida de principios verdaderos mediante un raciocinio correcto). Y lo que se ha hecho contra derecho, decimos que se ha hecho contra alguna ley. Pues es la ley una cierta recta razón que (al formar parte de la naturaleza humana, no menos que cualquier otra facultad o afección del ánimo), se llama también natural. Es pues la ley natural, por definirla ya, un dictamen de la recta razón acerca de lo que se ha de hacer u omitir para la conservación, a ser posible duradera, de la vida y de los miembros.

La primera y fundamental ley de la naturaleza es que hay que buscar la paz donde pueda darse; y donde no, buscar ayuda para la guerra.

(...)

Una de las leyes naturales derivadas de aquella fundamental es: no debe mantenerse el derecho de todos a todo, sino que algunos derechos deben transferirse o renunciar a ellos. Pues si todos mantuvieran su derecho a todo, necesariamente se seguiría que, con derecho unos invadirían y otros se defenderían (pues todos intentan defender, por necesidad natural, su cuerpo y lo necesario para protegerlo). En consecuencia, se seguiría la guerra. Así pues, obra contra las razones de la paz, esto es, contra la ley de la naturaleza el que no cede su derecho a todo.

(...)

La segunda de las leyes naturales derivadas es que hay que cumplir los pactos, o que hay que mantener la fe dada.

(...)

En esto no puede haber ninguna excepción para las personas con las que pactamos, como por ejemplo si ellas no mantienen la fe dada a otros ni consideran que haya que mantenerla, o tengan cualquier otro vicio. Porque el que pacta, por el hecho de pactar, niega que esa acción sea vana. Ahora bien, va contra la razón hacer algo en vano conscientemente. Y si no cree que el pacto hay que cumplirlo, por el hecho de creerlo así está afirmando que ese pacto es vano. Por lo tanto, quien pacta con quien no se siente obligado a mantener la fe dada, está afirmando a la vez que ese pacto es vano y que no lo es, lo cual es absurdo. En consecuencia, hay que mantener la fe dada a cualquiera o no pactar, es decir: o se declara la guerra o se mantiene una paz segura y fiable.

A la violación de un pacto... se la llama INJURIA. A esa acción u omisión se la llama injusta, de tal forma que "injuria" y "acción u omisión injustas" significan lo mismo; y ambas equivalen a la violación de la fe dada o del pacto. (...) Hay cierta semejanza entre lo que en el lenguaje vulgar se llama injuria y lo que en el lenguaje académico se suele llamar absurdo. Porque así como se dice de alguien cuando se ve obligado con argumentos a negar lo que antes había afirmado, que se ve reducido al absurdo, de igual modo el que por debilidad de espíritu hace u omite algo que antes había prometido no hacer o no omitir mediante pacto, comete injuria; y cae en contradicción no menos que el que se ve reducido al absurdo en la academia. Ya que al pactar quiere que se realice una acción futura, y al no hacerlo quiere que no se realice: lo cual es querer y no querer la misma cosa al mismo tiempo, lo cual es una contradicción. Por lo tanto la injuria es un cierto absurdo en el trato, como el absurdo es una cierta injuria en la discusión.

(...)

Si alguien perjudica a alguien con quien no ha pactado nada, infiere un daño a aquél a quien ha hecho el mal, pero injuria sólo a quien tiene el poder supremo en el Estado. Porque si el perjudicado presentase reclamación contra una injuria, el que lo había hecho podría responder: ¿y por qué contra mí? ¿por qué habría yo de actuar más a tu gusto que al mío si no te impido que tú actúes a tu gusto y no al mío? Razonamiento al que no veo qué se le podría reprochar si no habían mediado pactos.

(...)

El tercer precepto de la ley natural dice: "no consientas que aquel que te ha hecho un favor fiándose de ti, se encuentre por ello en una situación peor", o bien: "nadie acepte un favor si no es con la intención de esforzarse en que el donante no se arrepienta de haberlo hecho". La violación de esta ley (...) se llama INGRATITUD.

El cuarto principio de la naturaleza es que todos se hagan útiles para los demás.

(...)

El quinto precepto de la ley natural dice que conviene que se conceda el perdón de lo pasado al que lo pida y se arrepienta, después de habérsele exigido garantías para el futuro. El perdón (de lo pasado) o remisión de una ofensa no es más que la paz que se concede al que, después de haber provocado una guerra y una vez arrepentido de lo hecho, pide la paz. Pero la paz que se concede al que no está arrepentido o no ofrece garantías para el futuro, esto es: al que no busca la paz sino una oportunidad, no es paz sino miedo; y no está ordenada por la naturaleza. Por el contrario, si alguien no quiere perdonar al que se arrepiente y ofrece garantías para el futuro, a ese tal no le gusta la paz, y eso es contrario a la ley natural.

(...)

El sexto principio de la ley natural dice que en la venganza o en los castigos no se ha de mirar al mal pasado sino al bien futuro. (...) Y a la violación de esta ley se la llama CRUELDAD.

(...)

Se sigue, en séptimo lugar, que existe un precepto de la ley natural que dice que nadie, ni con hechos ni con palabras ni con el gesto ni con la risa, demuestre a otro que le odia o le desprecia. A la violación de esta ley se la llama CONTUMELIA.

(...)

El octavo precepto de la ley natural dice que todos sean tenidos como iguales por naturaleza, ley a la que se opone la SOBERBIA.

(...)

Como los que negocian la paz retienen muchos derechos comunes y también adquieren muchos como propios, de aquí surge el noveno mandato de la ley natural: que todos deben conceder a los demás los mismos derechos que reclaman para sí. (...) A la observación de esta ley se la llama MODESTIA.

(...)

En décimo lugar, la ley natural manda que todos se muestren equitativos al distribuir derechos a los demás. (...) A la observancia de este precepto se la llama EQUIDAD.

De la ley precedente se deduce la undécima, según la cual las cosas que no pueden dividirse han de usarse en común, si es posible, y tanto como uno quiera si la cantidad lo permite; pero si son escasas, que sea de forma limitada y proporcional al número de los usuarios.

(...)

De la misma forma, si algo no puede dividirse ni tenerse en común, la ley natural establece el precepto duodécimo: que el uso de tales cosas sea alternativo o que, mediante sorteo, se adjudique a uno solo; y que, en el caso del uso alternativo, se establezca también por sorteo quién ha de ser el primero en disfrutarlo.

El sorteo puede ser de dos formas: arbitrario y natural. Arbitrario es el que los mismos contendientes determinan, y consiste en el azar y, tal vez, en eso que llaman fortuna. Es natural la primogenitura: asignada por suerte; y también la primera ocupación. Así, lo que no puede dividirse ni usarse en común, se asigna al primero que lo ocupa; igualmente, lo que perteneció al padre se asigna al primogénito, a no ser que el propio padre transfiera ese derecho con anterioridad a otro. Ésta sería la decimotercera ley natural.

El decimocuarto precepto de la ley natural es: se debe conceder inmunidad a los que median para negociar la paz.

(...)

El precepto decimoquinto de la ley natural dice: conviene que los que estén en desacuerdo sobre una cuestión de derecho se sometan al arbitrio de un tercero.

(...)

La ley natural incluye en decimosexto lugar que nadie debe ser juez o árbitro de su propia causa.

De donde se deduce, en decimoséptimo lugar, que conviene que nadie sea árbitro si se espera que vaya a reportarle mayor ventaja o gloria la victoria de una parte que la de otra.

(...)

La ley natural decimoctava ordena a los árbitros y jueces de una cuestión de hecho que cuando no se den signos ciertos del hecho, dicten sentencia según testigos que parezcan imparciales a ambas partes litigantes.

(...)

La ley natural ordena que el arbitraje sea libre; y en esto consiste el precepto decimonono.

Más aún, ya que las leyes naturales no son más que dictámenes de la recta razón, de tal forma que nadie puede observarlas a menos que se esfuerce en conservar la facultad de razonar, es manifiesto que todo el que consciente y voluntariamente hiciese algo por lo cual se destruyera o debilitara la facultad racional, violaría consciente y voluntariamente la ley natural. Da lo mismo que lo haga incumpliendo su deber, o de propio intento para no poder cumplirlo. En efecto, destruyen o debilitan la facultad de razonar los que hacen algo que despoja a la mente de su estado natural, que es lo que sucede de modo manifiesto a los borrachos y a los glotones. Por lo tanto, en vigésimo lugar, se peca contra la ley natural con la embriaguez.

Tal vez diga alguno, al ver que los anteriores preceptos naturales se derivan con un cierto artificio de un único dictamen de la razón: el que nos exhorta a nuestra conservación e incolumidad, que la deducción de estas leyes es tan difícil que no cabe esperar que el vulgo las vaya a conocer ni que, en consecuencia, le obliguen. Pues las leyes no obligan si no se las conoce; es más, ni son leyes. A lo cual respondo que es verdad que la esperanza, el miedo, la ira, la ambición, la avaricia, la vanagloria y demás perturbaciones del espíritu impiden que se puedan conocer las leyes naturales mientras estas pasiones prevalecen. Pero todos, alguna vez, se encuentran con el ánimo tranquilo. Y en esos momentos nada es más fácil de conocer, incluso para el rudo y sin letras, que la ley natural; mediante esta sola regla: que cuando dude de si lo que va a hacer a otro está de acuerdo con el derecho natural o no, se ponga en su lugar. En ese mismo instante aquellas perturbaciones que le instigaban a hacerlo, como si se hubieran pasado al otro platillo de la balanza, le disuadirán de lo mismo. Y esta regla no sólo es fácil sino que ya desde antiguo se viene celebrando con estas palabras: no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti.

(...)

Las leyes naturales son inmutables y eternas: lo que prohíben nunca puede ser lícito ni lo que mandan ilícito. Pues nunca serán lícitas la soberbia, la ingratitud, la violación de los pactos (o injuria), la inhumanidad, la contumelia, ni serán ilícitas las virtudes contrarias, en cuanto se consideran como disposiciones del ánimo, esto es, en cuanto respectan al fuero interno y a la conciencia, único ámbito en el que obligan y son leyes. Pero las circunstancias y la ley civil pueden diversificar las acciones de tal modo que lo que en un tiempo es justo, en otro no lo sea; y lo que en un tiempo es conforme a razón, en otro sea contrario. La razón sin embargo es siempre la misma y no cambia su fin, que es la paz y la defensa, así como tampoco los medios, a saber, las virtudes de las que hablamos hace un momento y que ninguna costumbre ni ley civil pueden abrogar.


Hobbes

jueves, 24 de diciembre de 2009

Corrupción




Está mal planteado. La violencia no es "el mal", pues ello depende de los fines que persiga. El mal moral conlleva desear la destrucción de los demás, sin que pueda alegarse una razón comprensible para ello y con independencia de si somos nosotros mismos quienes la llevamos a cabo. Es una característica de la esfera intencional, no de la conductual, aunque penetre en ella eventualmente.

El mal está más allá no sólo de la justicia, también del egoísmo y de la racionalidad. El egoísta sacrifica el bien ajeno en favor del propio, al que valora mucho más, y en este sentido es coherente con su escala de valores en la medida en que no logra identificarse con nadie distinto a él. Pero el malvado siente placer ante la desgracia ajena precisamente al identificarse con ella. La empatía funciona aquí en sentido inverso al esperado: en lugar de propiciar la compasión, da lugar al odio.

Alguien es herido y, con todo, no lamento la suerte de mi semejante, ni me conformo con aliviarme por no ser él, sino que me alegro en secreto. Ésta es una secuencia de pensamiento habitual y a un nivel consciente en hombres normales. Se manifiesta a través de la íntima satisfacción sádica, que a menudo es exteriorizada mediante la risa, pues uno suele reírse de las desgracias del prójimo, pequeñas o grandes.

¿Qué vestigios animales, qué remoto instinto se halla en la raíz de la maldad humana?

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Feliz Navidad






Kaspar Förster


Domine, Dominus noster,

quam admirabile est nomen tuum in universa terra,

quoniam elevata est magnificentia tua super caelos.

Ex ore infantium et lactantium perfecisti laudem

propter inimicos tuos,

ut destruas inimicum et ultorem.

Quando video caelos tuos, opera digitorum tuorum,

lunam et stellas, quae tu fundasti,

quid est homo, quod memor es eius,

aut filius hominis, quoniam visitas eum?

Minuisti eum paulo minus ab angelis,

gloria et honore coronasti eum

et constituisti eum super opera manuum tuarum.

* * *

Señor, Señor nuestro,

qué admirable es tu nombre en toda la tierra

porque se ha elevado tu magnificencia sobre los cielos.

De la boca de los infantes y lactantes has preparado una alabanza

frente a tus enemigos,

para destruir al enemigo y vengador.

Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos,

la luna y las estrellas, que tú fundaste,

¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,

o el hijo del hombre, ya que lo visitas?

Lo hiciste poco menor que los ángeles,

de gloria y honor lo coronaste

y lo situaste sobre las obras de tus manos.

Profetas- y III




Pero, para que los hechos del Salvador concuerden con los anteriores vaticinios de los profetas, y la realidad de los hechos confirme lo que se había profetizado de Cristo, de forma que sus profetas sean hallados fieles, hay que tener en cuenta que esta antedicha paz de todos los cristianos y su concordia fraternal y convivencia unánime se nos mostró abiertamente en el santísimo nacimiento de Cristo; pues entonces había paz y concordia en el orbe entero bajo el poderoso y pacífico imperio universal de Roma, y por eso César Augusto, el emperador romano, mandó por decreto que se hiciera censo de todo el imperio, como relata el evangelio de Lucas:«Salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo» (Lc 2, 1); en lo que se daba a entender que entonces debía venir el rey de la paz y pacificar todo, cuando precisamente reinaba la paz. Pues este empadronamiento fue general para todo el imperio, y por eso se dice que fue el primero, como dice Ambrosio, porque, aunque se lea de otros censos anteriores, sin embargo fueron restringidos a ciertas personas, mientras que éste fue general para todos, y por ello resulta el primero porque antes no se había hecho ninguno igual.

Pues por esta paz política que hubo a la venida de Cristo, al estar sometidas todas las gentes bajo el imperio de los romanos, se representaba, como dicen comúnmente los santos doctore, la paz verdadera que Cristo principalmente procuraba, a saber, la paz de Cristo y de la Iglesia en medio de todos sus fieles, que tenía que consumar aquel que estaba naciendo, que consiste en la verdadera reconciliación con Dios y en la tranquilidad de conciencia de cada justo, porque «ninguna desgracia le sucede al justo» (Pr 12, 21); y después esta paz se le entregó indefectiblemente a su Iglesia y en ella se conserva por la concordia de todos los fieles y por su unión caritativa, que durará por entero hasta el juicio final. Por eso la recomienda encarecidamente el Apóstol a los fieles de Cristo que viven en la única santísima Iglesia: «Poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz...» (Ef 4, 3).

A ella, pues, le seguirá a diario a cada fiel que salga libremente de aquí y seguirá al final a la Iglesia universal entera la paz celestial de todos los ciudadanos del cielo absolutamente perfecta e inacabable, que igualmente nos consiguió Cristo y a la que tendemos cada día, a la que nos disponemos en la Iglesia con pasos ordenados y que nos guarda mientras aquí vivimos, y que es tan excelente que supera todo conocimiento, como dice el Apóstol: «Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Flp 4, 7).

Esta paz tan insólita que tenía que manifestarse y difundirse en el santísimo nacimiento de Cristo, ya políticamente como correspondía a la imagen de la paz verdadera, ya espiritualmente, como Cristo tenía que hacerla en la Iglesia de los fieles, como ya se dijo, había sido profetizada desde mucho tiempo antes, como se encuentra en Isaías, donde, después de decir sobre la Iglesia militante que Cristo consagró al Señor sobre el monte Sión: «Sucederá al fin de los días que el monte de la Casa de Yahvéh será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos...» (Is 2, 2-3), añade a continuación: «Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación...» (Is 2, 4). Y todo esto no solamente se cumplió espiritualmente con la venida de Cristo en la Iglesia respecto a la verdadera e íntegra paz que él realizó en ella, sino también políticamente en aquella paz humana de la que se dijo que era imagen de esa otra.

Y esto según el modo de hablar que observa el profeta, tal como hubiera de explicarse si fuese necesario para el actual tema.

Sobre la paz de la Iglesia que habrán de guardar en concordia y unanimidad todos los fieles de Cristo que permanecen en ella, dice el salmo 72: «En sus días florecerá la justicia, y dilatada paz hasta que no haya luna» (Sal 72, 7). Pero el que florezca la justicia en los días de Cristo es decir que debía revelarse la fe católica y difundirse claramente a todo el género humano, que se denomina por antonomasia justicia porque solamente ella contiene la verdadera justicia correctamente significada mediante la descripción citada; ya que precisamente por eso fue por lo que el emperador Augusto ordenó que se empadronase todo el mundo, como afirman los doctores, para que, conociendo el número de los habitantes de cualquier país sometido al imperio romano, supiese cuánto y qué tributos habría que imponer a cada uno según la recta justicia, para que los recaudadores no les sacasen más de lo que era debido, ni los subditos contribuyentes aportasen menos de lo que les correspondía; y con ello Roma, de acuerdo a tales tributos, mantuviese el ejército proporcionado, y no mayor ni menor, para no gravar a los subditos ni defraudar al tal ejército, y para que no languideciese su poderío y su gloria ni fraudulentamente los tributos fuesen a parar a otros usos indebidos.

También la abundancia de paz en los días de Cristo tenía que florecer del modo que antes se dijo, esto es, en el corazón de cada verdadero fiel y en la Iglesia católica entera congregada para ello sin diferencias y en unanimidad de todas las gentes, y en la gloria futura de los bienaventurados, ya existente. Pero esta paz excelente y verdadera concordia de la Iglesia militante ha de durar hasta que no haya luna, que es lo mismo que decir hasta que acabe la actual Iglesia, que, cual otra luna en la oscurísima noche así resplandece ella en las tinieblas de este oscuro mundo, iluminada incesante y maravillosamente por el verdadero sol de justicia, por la que, el que es la luz verdadera, ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1, 9); o también: hasta que no haya luna, es decir, hasta que se termine esta vida actual, cuando ya cesó el moverse de las estrellas y puede decirse que ya tampoco hay luna. Y así concuerda bien con ésta otra frase del profeta en que dice de Cristo: «Grande es su señorío y la paz no tendrá fin...» (Is 9, 6). Y esto es porque en esta vida no tendrá fin esta paz de la Iglesia, y después de esta vida tampoco puede decirse propiamente que se acaba sin más, porque le sucede otra paz mejor que ha de durar para siempre, como se ha dicho.

Y así se llega a la conclusión en nuestro tema de que nuestro Redentor quiso nacer en un tiempo pacífico para mostrar simbólicamente al nacer así la paz de la Iglesia en todos sus fieles, que venía a concederle, y cumplir ya en el comienzo de su santísimo nacimiento los anuncios proféticos de esta maravillosa abundancia de paz; por lo que Beda, confirmando lo dicho, expone a este respecto: «Nace en un momento pacificado de la historia, porque enseñó a buscar la paz y se digna visitar a los que procuran la paz; pues no pudo haber mayor indicio de paz que el abarcar en un empadronamiento a todo el orbe, cuyo gobernador. Augusto, reinó en tal paz durante doce años por los tiempos de la Natividad del Señor que, cesando las guerras en todo el orbe, muestra haber cumplido a la letra el presagio profético».

Pues esta paz de Cristo y de la Iglesia dada a conocer a los fieles, como se ha dicho, fue reconciliación plenísima entre Dios y el género humano, asociación agradable a la vez de los hombres y de los ángeles y amistosa y pacífica alianza en unánime y equitativa concordia dentro de la única santa Iglesia entre aquellos dos pueblos que tan divididos estaban antes: los judíos y los gentiles; por lo que, al nacer el Señor, enseguida apareció un ángel que venía del cielo anunciando amistosamente a los hombres este gozo inestimable e insólito, con el que «se juntó una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace» (Le 2, 13-14); pues mediante los ángeles que proclaman la gloria de Dios y el gozo familiar entre él y los hombres, y la paz en todos los hombres en que él se complace, o sea, en los fieles de Cristo, se significa la triple paz y concordia dichas. Por lo que Cirilo, comentando lo de: y en la tierra paz a los hombres, etc., dice al propósito: «Pues esta paz la hizo Cristo: nos reconcilió por sí con nuestro Dios y Padre sacando de en medio la culpa que nos enemistaba, pacificó los dos pueblos en un solo hombre y juntó en un rebaño a los moradores del cielo y de la tierra».

Pero hay que seguir considerando para redondear del todo el tema presente que en su santísimo nacimiento no sólo mostró que pronto iba a hacer tal paz entre los dos pueblos, sino que también comenzó a realizarla enseguida, y en cierta forma ya los unió en sí mismo, pues trajo a los pastores, que eran del pueblo judío (como está en el evangelio de Lucas, 2, 8-17), y a los magos, del pueblo de los gentiles (como está en el evangelio de Mateo, 2, 1-12); y a unos y otros llamó de modo extraordinario y los trajo para que lo adorasen y reconociesen como Dios y hombre, y así ya los reunió en sí mismo en una cierta alianza de paz. Y no deja de ser un misterio admirable de tan grande y tan igual pacificación el que no quisiera atraer a sí en llamamiento de paz a cualesquiera de ambos pueblos, sino a los que de ambos significasen que tenían que ser jefes, es decir, a los pastores y a los reyes, para que estos sembradores de cizaña con que altercamos, que pretenden que uno de estos pueblos tenga que ser el que presida y el otro el que se someta, queden ya convencidos desde el comienzo de su gloriosísimo nacimiento, al unirlos así en condiciones iguales; pues por los pastores se simbolizan los rectores y prelados de la Iglesia, como claramente exponen los santos, a los que ya Cristo comenzaba a constituirlos pastores que velasen por su rebaño y verdaderos presidentes de sus fieles dentro de la Iglesia. Por lo que san Ambrosio, en la homilía sobre lo que dice Lucas de que: «Había en la misma comarca algunos pastores, que dormían al raso y vigilaban», etc., dice así: «Ved el comienzo de la Iglesia que nace: nace Cristo y los pastores se ponen a velar, los que congregarían los rebaños de los gentiles, que antes vivían al modo de animales, en el aprisco del Señor, para que no sufriesen los ataques de las fieras espirituales en las densas tinieblas de las noches; y bien vigilan los pastores conformados según el buen pastor. Y así la grey es el pueblo, la noche este mundo, los pastores los sacerdotes».

Pues se inició esta paz fraterna y concordia del todo igual y perfecta en todas y por todas las cosas, según lo que antes se dijo, entre los judíos y gentiles que debían recibir la fe de Cristo hasta el fin del mundo, y ello mediante el mismo nuestro Señor Jesucristo, que se nos dio como niño y que ya se mostraba piedra angular de estos dos pueblos, fundamentándolos sobre sí mismo en paridad total de gracia; por lo que san Agustín confirma todo esto en el sermón de Epifanía, diciendo: «Hace poco hemos celebrado el día en que el Señor nació de los judíos; hoy celebramos el día en que los gentiles lo adoraron, porque la salvación viene de los judíos, pero esa salvación va hasta los confines de la tierra; pues aquel día adoraron los pastores, hoy los magos; a ellos se lo anunció el ángel, a éstos, empero, la estrella: ambos fueron instruidos del cielo por ver en la tierra al rey del cielo, para que fuese la gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en buena voluntad. Pues él es nuestra paz que hizo uno de ambos; este niño nacido y anunciado se muestra ya aquella piedra angular: ya en los primeros momentos de su natividad se manifestó uniendo en sí dos muros divergentes; ya comenzó a atraer los pastores de Judea, los magos del oriente, para de los dos crear en sí un único hombre, dando la paz a los que estaban lejos y la paz a los que estaban cerca, etc.».

Presten atención, pues, los que no se dan cuenta de lo que se ha dicho, de no nublar el serenísimo nacimiento del niño Jesús, lo que Dios no quiera, ni perturbar impíos la concordia y paz por él iniciadas hasta los confines de la tierra, ni retirar el gozo de la paz anunciada por los ángeles a los fieles de Cristo; y con ello sientan turbación junto con Herodes por Cristo nacido, envidiando con sentimientos humanos su regia majestad con devoción equivocada o simulada, y así, imitando a Herodes, acaben matando a los niños de Cristo, que mandó que los dejasen llegar a junto de él, de forma que ellos solos invadan su reino. Ya que si están decididos a hacerlo con insistente desprecio, no llegarán a realizarlo, porque esta obra contra la que luchan no es de los hombres, sino de Dios, y por eso no podrán deshacerla, y no sea que quizás se encuentren luchando contra Dios, como se dice en los Hechos de los Apóstoles (Cf. Hch 5, 38-39).


Alonso de Oropesa

Profetas-II




Y brotará un retoño del tronco de Isaí, y un vástago de sus raíces dará fruto. Y reposará sobre Él el Espíritu del SEÑOR, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del SEÑOR. Se deleitará en el temor del SEÑOR, y no juzgará por lo que vean sus ojos, ni sentenciará por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará al pobre con justicia, y fallará con equidad por los afligidos de la tierra; herirá la tierra con la vara de su boca, y con el soplo de sus labios matará al impío. La justicia será ceñidor de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura. El lobo morará con el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito; el becerro, el leoncillo y el animal doméstico andarán juntos, y un niño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja. El niño de pecho jugará junto a la cueva de la cobra, y el niño destetado extenderá su mano sobre la guarida de la víbora. No dañarán ni destruirán en todo mi santo monte, porque la tierra estará llena del conocimiento del SEÑOR como las aguas cubren el mar. Acontecerá en aquel día que las naciones acudirán a la raíz de Isaí, que estará puesta como señal para los pueblos, y será gloriosa su morada. Alzará un estandarte ante las naciones, reunirá a los desterrados de Israel, y juntará a los dispersos de Judá de los cuatro confines de la tierra.


Isaías

Profetas-I




Cantemos, ¡oh Sicilianas Musas!, mayores asuntos;
pues no a todos deleitan las florestas ni los humildes tamarindos:
si cantamos las selvas, que dignas sean las selvas, oh cónsul.

Ya viene la última era de los Cumanos versos:
ya nace de lo profundo de los siglos un magno orden.

Ya vuelve la Virgen, vuelve el reinado de Saturno;
ya desciende del alto cielo una nueva progenie.

Tú, al ahora naciente niño, por quien la vieja raza de hierro
termina y surge en todo el mundo la nueva dorada,
sé propicia ¡oh casta Lucina!: pues ya reina tu Apolo.

Por ti, cónsul, comenzará esta edad gloriosa,
¡oh Polión!, e iniciarán su marcha los meses magníficos,
tú conduciendo. Si aún quedaran vestigios de nuestro crimen,
nulos a perpetuidad los harán por miedo las naciones.
Recibirá el niño de los dioses la vida, y con los dioses verá
mezclados a los héroes, y él mismo será visto entre ellos;
con las patrias virtudes regirá a todo el orbe en paz.

Por ti, ¡oh niño!, la tierra inculta dará sus primicias,
la trepadora hiedra cundirá junto al nardo salvaje,
y las egipcias habas se juntarán al alegre acanto.
Henchidas de leche las ubres volverán al redil por sí solas
las cabras, y a los grandes leones no temerán los rebaños.
Tu misma cuna brotará para ti acariciantes flores.
Y morirá la serpiente, y la falaz venenosa hierba
morirá; por doquier nacerá al amomo asirio.

Cuando puedas leer las alabanzas de los héroes
y los hazañas de tus padres, y saber qué es la virtud,
amarillearán los lentos campos blandas espigas,
rosadas uvas penderán de las incultas zarzas,
y los duros robles sudarán un rocío de miel.
Con todo persistirán las huellas de las viejas maldades,
cuyas naves ofenderán a Tetis, cuyos muros ceñirán
ciudades, cuyos surcos hincarán todavía la tierra.
Habrá entonces otro Tifis, otra Argos conducirá
selectos héroes; habrá también otras guerras,
y de nuevo se lanzará sobre Troya el gran Aquiles.

Después, cuando alcances la edad viril plena,
el viajero dejará de cruzar el mar, y el náutico leño
no mercará los bienes: todo campo surtirá todas las cosas.
No sufrirá el arado la tierra, ni la vid será podada;
y a su vez el labriego desuncirá los robustos bueyes.
No aprenderá la lana a mentir con variados colores;
antes, ya en rojo múrice, ya en azafranada ajedrea,
mudará el morueco en los prados su suave vellón;
por sí mismo el minio vestirá al cordero que pace.

¡Rodad tales siglos!, dijeron a sus husos las Parcas
acordes con la inmutable voluntad de los Hados.

¡Lánzate a estos altos honores!, cumplido está el tiempo,
¡oh progenie amada de los dioses! ¡oh magno vástago de Jove!
¡Contempla cómo bajo la celeste bóveda se inclinan los astros,
y las tierras, y el vasto mar, y el profundo cielo!
¡Contempla como el siglo venturo regocija todas las cosas!

¡Oh! ¡Que mis últimos años sean tan largos
y me alcance el aliento para cantar tus hazañas!
No vencerán mis versos ni el tracio Orfeo, ni Lino,
aún si la madre a aquel y el padre a este asistieron,
Calíope a Orfeo, y a Lino el hermoso Apolo.
También Pan si compitiera conmigo, juzgando Arcadia,
también a Pan declararía vencido el juicio de Arcadia.

Comienza, ¡oh parvulillo!, por la sonrisa a conocer a tu madre:
por diez meses un largo fastidio acompañó a tu madre.
Comienza, ¡oh parvulillo! A quien no sonríen sus padres,
no se le digna la mesa del dios ni el lecho de la diosa.


Virgilio

domingo, 20 de diciembre de 2009

sábado, 19 de diciembre de 2009

La virtud difícil




Todos quieren vivir felices, mi querido Galión: pero para ver con claridad en qué consiste lo que hace una vida completamente bienaventurada, andan a ciegas. Y de tal manera no resulta sencillo conseguir esa vida feliz, que cada uno se aparta de ella tanto más, cuanto con mayor ahínco la busca; si ha equivocado el camino: porque, como quiera que éste conduce a la parte contraria, la misma vehemencia los impulsa a una mayor distancia. Es necesario, pues, que primeramente estudiemos en qué consiste la felicidad que apetecemos: una vez conseguido esto, hemos de mirar y examinar las cosas que nos rodean, con el fin de encontrar el camino más corto por donde podamos llegar a ella: conoceremos sobre la marcha, y por muy poco recto que sea el camino, el adelanto tan grande que conseguimos cada día, y lo mucho que nos vamos alejando de aquello a que nos empuja nuestro natural apetito. Pero mientras andemos errantes por todas partes, sin seguir los pasos de un guía, sino el estruendo y gritos disonantes que nos llevan a la distracción, la vida se nos irá acabando entre constantes errores y sin darnos tiempo a nada, puesto que ésta resulta muy corta, aun cuando trabajemos noche y día para el bienestar del espíritu. Por consiguiente, es necesario determinar adónde vamos y por dónde; y no sin la ayuda de algún experto que haya explorado antes los caminos que hemos de recorrer: porque no se da aquí la misma circunstancia que en cualquier otro viaje. En éstas, conocido algún límite del camino, y preguntando a las gentes del país por donde se pase, no se sufren errores: en cambio aquí, cuanto más conocido sea y más trillado esté, nos engaña muchísimo mejor. En nada, por consiguiente, hemos de poner mayor empeño que en no seguir, según acostumbran las ovejas, al rebaño que va delante y que caminan, no por donde se debe ir, sino por donde va todo el mundo. Porque ninguna cosa nos proporciona mayores desgracias que aquello que se decide por los rumores: convencidos, además, de que lo mejor es aquello que ha sido aceptado por la mayoría de las gentes, y de éstos tenemos muchos ejemplos; vivimos no según nos dicta la razón, sino por imitación. De ahí ese amontonamiento tan grande de los unos que caen sobre los otros. Es lo mismo que sucede en las grandes aglomeraciones de hombres, cuando la multitud se comprime contra sí misma de tal manera que no cae nadie sin que arrastre a otro tras de sí, y la caída del primero siguen las de los demás: puedes comprobar cuando quieras que lo mismo sucede en todos los órdenes de la vida; nadie se equivoca solamente para él, sino que es causa y autor del error de los demás. Perjudica, pues, ser arrastrado por los que van delante, y mientras cada uno prefiere mejor confiarse que juzgar, jamás se medita sobre la vida, y siempre se cree en los demás; el error, que va pasando de mano en mano, nos hace dar vueltas y nos precipita al abismo, pereciendo por los malos ejemplos de los otros. Acertaremos tan pronto como nos separemos de los demás; ahora, en cambio, la multitud se ha plantado en contra de la razón, como defensora de su perdición. Sucede aquí lo mismo que en las elecciones, en las cuales, después de haber elegido sus pretores, los mismos que los eligieron se sorprenden de haberlos votado, cuando el favor, en su huida, dio la vuelta alrededor de la asamblea. Aprobamos las mismas cosas que censuramos después; éste es el resultado de cualquier negocio donde se sentencia por el mayor número de votos.

(...)

Es seguro, es agradable el camino para el que la naturaleza te ha equipado. Ella te ha provisto de aquellos recursos que, si no los desaprovechas, te elevarán a la misma altura de Dios.

Ahora bien, igual a Dios no te hará el dinero: Dios nada posee. Tampoco la pretexta: Dios está desnudo. No lo hará tu buena reputación, ni la exhibición de tu persona, ni la notoriedad de tu nombre difundida entre los pueblos: nadie conoce a Dios, muchos tienen de él mala opinión, y ciertamente con impunidad. Tampoco el tropel de siervos que llevan tu litera por las vías de la ciudad y de los países extranjeros: Dios, el más grande y más poderoso que todos, guía con su impulso el universo. Ni siquiera tu hermosura o tu pujanza pueden hacerte feliz: nada de esto resiste el paso del tiempo.

(...)

"Pero tú -se me dirá- tampoco practicas la virtud por otro motivo, sino porque esperas de ella algún placer". En primer lugar, si bien es verdad que la virtud proporciona placer, no es ésa la causa por la que se busca; porque no solamente proporciona deleite, no solamente proporciona placer y trabaja para éste, sino que su trabajo, aunque su intención vaya encaminada hacia otros fines, conseguirá también el deleite. Lo mismo sucede en el campo, en el que, a pesar de haber sido roturado para la siembra del trigo, nacen algunas flores que se entremezclan con éste y, sin embargo, no se gastó tanto trabajo con el fin de que nacieran estas pequeñas hierbas, que además no se sembraron: otro fue el propósito del sembrador y le sobrevino esto; de la misma manera también, el placer no es la recompensa ni la causa que nos mueve a practicar la virtud, sino que es algo accidental a ella: nos agrada, no porque deleite, sino porque nos agrada, deleita. El supremo bien está en el juicio mismo y en el hábito de la mejor intención: ésta, tan pronto como ha colmado su círculo de expansión, ciñéndose a sus propios fines, termina su misión y consigue el bien supremo sin aspirar a nada más.


Séneca

Reflexiones sobre la decadencia




"Más Estados han perecido por la depravación de las costumbres que por la violación de las leyes", escribió Montesquieu. La Alemania nazi es el ejemplo más a mano, que si bien no pereció como Estado anduvo cerca de ello. La URSS es otro, por no salir del siglo XX. Cualquier país que permita la independencia de parte de su territorio es un país débil y degenerado. E converso, todos los que aceptan anexionarse voluntariamente a una nación mayor suelen ser también países que han perdido su papel en la Historia. Quisiera equivocarme, pero España va por un camino similar, esto es, el de convertirse en una mísera provincia de Europa, o en un lugar de paso entre ésta y África.

No creo que la democracia sea reformable más de lo que ya la ha reformado el constitucionalismo moderno. La democracia directa me parece por lo demás una distopía y algo que muy pocos desean. Hay que aceptar que no todas las épocas ni todos los entornos son propicios al rendimiento óptimo de regímenes democráticos, como mencioné de pasada en otro escrito. Y, en concreto, hay que rechazar la idea de un progreso político unidireccional y acumulativo con puntos de no retorno. En la Historia nada se repite, pero todo es reversible, y en ocasiones lo es para mejor, pues rectificar es de sabios. No se conseguirá salir del atolladero sin una mayor importancia de la religión, que debe recuperar el protagonismo perdido. La Iglesia, por su poder e influencia, fue la artífice principal de que una sociedad en ruinas tras la caída del Imperio sobreviviera a las invasiones, consolidara una razonable libertad burguesa, anduviese a la cabeza del progreso científico y alcanzara una unidad espiritual que no se encuentra en Asia ni en ningún otro lugar del mundo fuera de las fronteras de un determinado país. Sólo la autoridad superior, y por decirlo así, genética de los antepasados puede reconducir el tiempo presente, aprisionado entre la Escila de la teocracia y la Caribdis de la anarquía. Los logros de Europa son en buena parte los de la Iglesia, y viceversa. La Cristiandad o Europa, decía Novalis. Fueron sinónimos durante mucho tiempo, marca indeleble de nuestra excepcionalidad.

Si logramos abandonar la absurda idea de que aquello que no pase por "la decisión del pueblo" es tiránico (con mayor motivo si tal "decisión" no existe en realidad), tendremos la cura de humildad necesaria para una regeneración moral. De lo contrario nosotros mismos nos daremos muerte. Al cabo, son muchas falsas concepciones históricas las que habrá que desterrar de nuestra mitología política para salir del paso. La primera es que heredamos el concepto de democracia del paganismo y de la cultura grecolatina, sin más, en lugar de ser una reliquia histórica de un periodo de la historia de Atenas -una democracia esclavista, para mayores señas. Esta especie de arquetipo colectivo oculta que nada hay en el paganismo que conduzca a una ideología igualitaria, como demuestra abrumadoramente la historia de las culturas paganas. Ni siquiera en Occidente. El entrañable Homero era un elitista extremo, amén de misógino.

Porque si bien una cierta igualdad natural entre los miembros del género humano es indudable (nadie es tan fuerte como para someter a todos, ni nadie renuncia a su interés más que por la fuerza o por un interés mayor), ésta desaparece en el momento mismo en que se constituye la sociedad de los iguales. Escribe Spinoza:


Pues aunque cada uno de ellos considere justo tener el mismo derecho sobre el otro que el que éste se arroga sobre él, no obstante cree injusto que los forasteros que transitan por su país deban tener el mismo derecho a su gobierno que aquellos que lo han procurado con su trabajo, conquistándolo y manteniéndolo al precio de su sangre.


El censo, pues, no es democrático. No es el pueblo quien decide qué sea pueblo, sino el poder soberano, mediante la regulación de las formas de adquirir la nacionalidad. Bastante tendrá el foráneo con que no se le moleste y se le conceda la libertad de abandonar el país. En él vemos sólo la igualdad remota del hombre, no la del ciudadano que comparte con nosotros intereses comunes de manera permanente.

La igualdad del género humano es el meollo de la revelación cristiana y uno de los exponentes de su triunfo. La libertad de conciencia se alcanzó también entre cristianos, siendo una reivindicación sostenida por buena parte de humanistas tras la Reforma. Voltaire era un caricato anticlerical que vivió de rentas, como todo su siglo. Los hitos principales ya estaban marcados cuando él empezó a escribir: Suárez, Grocio, Locke, Pufendorf, entre otros. Ninguno de ellos fue demócrata, y todos fueron cristianos. Por centrarnos sólo en lo estrictamente jurídico, debemos a la civilización cristiana la pervivencia del Derecho romano, compilado por el emperador Justiniano, así como su estudio y difusión durante el Renacimiento. Sin él Occidente no sería lo que es. También se le debe la doctrina iusnaturalista, enormemente desarrollada durante la Ilustración.

¿Qué nos han legado sus enemigos, apóstoles del resentimiento y agentes del odio? La lucha de clases, la discriminación positiva, los sistemas piramidales. Los vicios principales del Antiguo Régimen, si observamos sólo su última fase en Europa central (lo cual ya es un sesgo considerable), fueron la dispersión normativa, el desconocimiento del Derecho por los magistrados, la arbitrariedad procesal, el deficiente aprovechamiento de las tierras y los excesivos gravámenes del sistema tributario. Pero los revolucionarios franceses -de quienes los comunistas son continuadores ideológicos- aprovecharon la coyuntura de crisis para cuestionar la legitimidad misma del poder soberano y extender su demagogia igualitarista.

¿Qué les debemos? La única libertad que instauraron, y que era hasta la fecha inaudita, fue la libertad de prensa, pero sólo en la medida en que fue un elemento indispensable de agitación para fines sediciosos y no fueron capaces de ahogarla después. Por otro lado, sus primeras y más importantes acciones para asegurar la libertad religiosa en un país eminentemente católico consistieron en perseguir sacerdotes y castigar o ridiculizar la devoción. La libertad que alzaron por bandera era sólo otro nombre para la ley del más fuerte, y la Iglesia hizo muy bien en atacarla.

Procuremos no ser epílogos de un error.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Un argumento antidemocrático


En las Cortes Generales se conjuntan tendencias políticas opuestas que, tras las debidas deliberaciones y votaciones, llegan a plasmar una voluntad común y coherente consigo misma. Pues bien, el pueblo nunca decide de esta manera en las democracias representativas. Los resultados de sus actos volitivos son siempre inarmónicos, porque expresa la pluralidad sin resolverla. Conduce al poder simultáneamente a partidos que defienden programas incompatibles. Así, si hay muchas voluntades y ningún acuerdo que las comprenda a todas, no es correcto decir que el pueblo ha decidido tras concluir una elección. Sólo ha asentido a que otros decidan por él, sin saber quiénes serán, lo que a duras penas puede llamarse decisión, y todavía menos decisión soberana.

Decidir, en el lenguaje habitual, significa llegar en un momento particular a una determinación, no a muchas mutuamente excluyentes. Si el pueblo puede elegir, es porque las opciones elegibles se excluyen unas a otras, pues de lo contrario más valdría gobernar en coalición perpetua. Y si elige a los representantes de una cámara plural, forzosamente tomará una decisión contradictoria consigo misma. Por tanto, salvo que cambiemos el significado de las palabras, una decisión así no puede ser considerada tal. Es más bien un asentimiento a la decisión ajena en función de una regla de proporcionalidad entre el número de asentimientos y el número de cargos decisorios.

Ergo, si el pueblo no decide, el pueblo no es soberano.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Soberanito




Siendo las leyes voluntad del pueblo, al obedecerlas se obedece a sí mismo. Luego no obedece a nadie que no sea él. Y, sin embargo, el pueblo es el único soberano absoluto al que se exime de toda responsabilidad política no por su grandeza y sabiduría, sino por su pequeñez y necedad.

¿Que quién lo exime? ¡El mismo pueblo!

Como el agua en el agua




El animal tiene diversas conductas según las diversas situaciones. Estas conductas son los puntos de partida de distinciones posibles, pero la distinción pediría la trascendencia del objeto hecho distinto. La diversidad de las conductas animales no establece distinción consciente entre las diversas situaciones. Los animales que no se comen a un semejante de la misma especie no tienen, sin embargo, el poder de reconocerlo como tal, y así una situación nueva, en que la conducta normal no se provoca, puede bastar para retirar un obstáculo sin que haya ni siquiera conciencia de haberlo retirado. No podemos decir de un lobo que se come a otro que viola la ley que quiere, de ordinario, "los lobos no se comen entre ellos". No viola esa ley; sencillamente, se encuentra en unas circunstancias en las que no funciona. Hay, pese a eso, para el lobo, continuidad del mundo y de sí mismo. Ante él se producen apariciones atractivas o angustiosas; otras apariciones no responden ni a individuos de la misma especie, ni a alimentos, ni a nada de atrayente o de repulsivo; entonces eso de que se trata no tiene sentido o lo tiene como signo de otra cosa. Nada viene a romper una continuidad en la que el miedo mismo no anuncia nada que pueda ser distinguido antes de estar muerto. Incluso la lucha de rivalidad es todavía una convulsión en la que, de las inevitables respuestas a los estímulos, se desprenden sombras inconsistentes. Si el animal que ha sojuzgado a su rival no toma la muerte del otro como lo hace un hombre, que puede adoptar la actitud del triunfo, es porque su rival no había roto una continuidad que su muerte no restablece. Esa continuidad no estaba puesta en cuestión, pero la identidad de los deseos de los dos seres los opuso en combate mortal. La apatía que traduce la mirada del animal tras el combate es el signo de una existencia esencialmente igual al mundo en el que se mueve como el agua en el seno de las aguas.


Bataille



Añado a raíz del texto:

Si todo animal fuera inconsciente siempre en grado idéntico o, al menos, similar respecto a los demás, no existiría una correlación proporcional entre inteligencia y conciencia, puesto que no todos los animales son inteligentes por igual, mediando una gran distancia de especie a especie. El animal, pues, sería capaz de pensar, pero no de pensarse; su pensamiento, vuelto por completo hacia la realidad, no podría colocarse frente a sí mismo como ante un espejo, esto es, no podría reflexionar. Así, aunque haya gradación de conciencia en estar más o menos despierto, encadenar razonamientos, captar con más o menos agudeza nuestro entorno y poseer un control mayor o menor sobre el propio cuerpo, no parece haberla en lo relativo al yo, que emerge íntegro de una vez y no por insensible acumulación de estratos, como quiere el materialismo.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Incipit homo




Aquí un teólogo (que, por cierto, lleva ya unos cuantos años sosteniendo la misma tesis):

La diferencia primordial entre hombres y animales es la vergüenza. Ningún animal la siente.


Aquí
un primatólogo:

Darwin fue el primero que se dio cuenta de esta tendencia porque estudió las expresiones faciales de los monos, simios y humanos y notó por primera vez que sólo los humanos se sonrojaban.


Aquí un darwinista:

debemos rechazar, sin titubear, afirmaciones precientíficas como las de Irichc.


Sin embargo, la pregunta de cuándo empieza a ser el hombre en la historia natural no ofrece ninguna dificultad, a no ser que se confíe la esencia del ser humano a generalidades. Si, por el contrario, la fijamos en hechos concretos, como el desarrollo de una facultad o afecto distintos a los individuos que nos antecedieron, forzosamente habrá un inicio para nuestra especie, y será un inicio absoluto, aunque biológicamente formemos parte de un continuo. Mi idea sobre el particular es que el hombre empieza a ser tal cuando experimenta vergüenza por primera vez. Ningún animal fuera de él sabe qué es avergonzarse, esto es, someter el alma sin someter el espíritu. La vergüenza, por otro lado, no es divisible en el tiempo ni gradual, sino que ocurre súbitamente en un solo acto de conciencia, como explica la religión cristiana.

martes, 15 de diciembre de 2009

Antiguos, modernos




Divino don es el conocimiento,
Y divina la sed de conocer
Mas forzoso es no extralimitarse
Pues si así conocieran todos, sin sujetarse al recto examen,
Darán, como Ícaro, nombre a las aguas Icarias

***



El conocimiento es poder (Scientia potentia est)

lunes, 14 de diciembre de 2009

Infantilismo


Actuar de modo que podamos asegurarnos la aprobación y el reconocimiento de nuestros sucesores en los siglos venideros: he aquí la meta ilusoria del progresismo. Es imposible saber cómo nos juzgará el hombre del futuro, pero sí cabe averiguar cómo nos juzgaría el del pasado, dado que se pronunció claramente sobre asuntos similares. Otorgamos en aras de la modernidad más importancia al hombre imaginario y por venir -al cabo una marioneta y proyección de nuestros deseos- que al hombre real del que procedemos.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Padre del liberalismo




Vox populi, vox Dei. Cuán incierta y cuán falaz es esta regla, cuántos males produce, y con cuánto espíritu de partido y crueldad de intención este fatal proverbio ha sido diseminado entre las gentes, es cosa que hemos aprendido gracias a la más triste lección. Ciertamente, si escuchásemos lo que dice esa voz como si ella fuera el heraldo de la ley divina, apenas si podríamos creer que hay un Dios. Pues ¿hay algo tan abominable, tan malvado, tan contrario a todo derecho y a toda ley, que el consenso general o, por mejor decirlo, que la conspiración de una muchedumbre no defienda de cuando en cuando? Hasta el día de hoy hemos oído del saqueo de templos divinos, de audacia e inmoralidad acendradas, de leyes violadas, de derrocamientos de reinos. Y de seguro, si esta voz fuera la voz de Dios, sería exactamente lo opuesto de aquel primer Fiat por el que Él creó esta elegante estructura y la edujo de la nada. Tampoco habla jamás Dios a los hombres de esta manera -a menos que desease sepultarlo todo nuevamente en la confusión y reducirlo a un estado de caos-. En vano, por tanto, deberíamos buscar los dictados de la razón y los decretos de la naturaleza en el consenso de los hombres.

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Primeramente, por tanto, decimos que, en lo concerniente a un consenso en cuestiones de moral y costumbres, ello no prueba en modo alguno la existencia de una ley de la naturaleza. Pues si lo que es justo y legal tuviera que ser determinado por la manera en que viven los hombres, la rectitud e integridad moral no serían apreciadas. ¿Qué inmoralidad no sería permitida, e incluso inevitable, si la ley nos fuese dada por el ejemplo de la mayoría? ¿A qué infamias, villanías y toda clase de cosas vergonzosas no nos arrastraría la ley de la naturaleza si hubiésemos de seguir el camino que la mayoría de la gente sigue? ¿Es que son pocos, entre las naciones civilizadas, educadas según leyes específicas que han sido por todos reconocidas como obligatorias, los que por su estilo de vida indican que están dando su aprobación a los vicios y muy a menudo, por su mal ejemplo, llevan a otros por el mal camino, cuyas faltas no podrían enumerarse? Es un hecho que ahora toda clase de mal ha crecido entre los hombres y se ha extendido por el mundo, afectando a todas las cosas. Ya en el pasado, los seres humanos mostraron un especial talento en la corrupción de las costumbres, e incurrieron en tal variedad de vicios, que no dejaron ninguno para que lo inventase o añadiese la posteridad; y hoy es imposible cometer cualquier crimen imaginable del que no tengamos ya un ejemplo. Si alguien quisiera juzgar la rectitud moral basándose en el consenso de los hombres acerca de sus acciones, y a partir de ahí inferir una ley de la naturaleza, no haría otra cosa que estar esforzándose en ser un insensato conforme a razón. Que se sepa, nadie, por tanto, ha intentado basar una ley de la naturaleza en este desafortunado consenso entre los hombres. Puede decirse, sin embargo, que la ley de la naturaleza ha de inferirse, no de la conducta de los hombres, sino de sus pensamientos. Hemos de indagar, no en las vidas de los seres humanos, sino en sus almas; pues es ahí donde los preceptos de la naturaleza están impresos y donde residen las reglas de moral, junto con esos principios que no pueden ser corrompidos por la conducta de los hombres. Y como estos principios son los mismos para todos y cada uno de nosotros, no pueden tener más autor que Dios y la naturaleza.

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Pero si quisiéramos pasar revista a todos los géneros de vicios y virtudes, y nadie duda que en esta clasificación consiste la ley de la naturaleza, fácilmente se echará de ver que no hay ningún vicio o virtud sobre el que los hombres no se formen opiniones diferentes, apoyados por la autoridad y la costumbre. De tal manera es ello así, que, si el consenso de los hombres se tomase como regla de la moralidad, no habría en absoluto una ley de la naturaleza, o ésta variaría de lugar a lugar: una cosa sería moralmente buena en un sitio, y mala en otro; y los vicios mismos se convertirían en deberes.

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En segundo lugar, decimos que si existiera entre los hombres un consenso unánime y universal acerca de una opinión, tal consenso no probaría que esa opinión es una ley de la naturaleza. Pues, ciertamente, cada persona tiene que inferir la ley de la naturaleza partiendo de los primeros principios naturales, no de la creencia de otra persona. Además, un tal consenso puede ser acerca de algo que en absoluto constituye una ley de la naturaleza. Por ejemplo, si entre todos los hombres se valora más el oro que el plomo, de ello no se sigue que esto haya sido decretado por una ley natural. Si todos los hombres, siguiendo la práctica de los persas, dejasen que los cadáveres humanos fuesen devorados por los perros, o, imitando a los griegos, los quemaran, esto no probaría que cualquiera de dichas prácticas es una ley de la naturaleza que obliga a los hombres; pues un acuerdo general de este tipo en modo alguno es suficiente para crear una obligación. Admito que un consenso así puede ser indicación de que hay una ley de la naturaleza; pero no llegaría a probar su existencia. Quizá pudiera hacerme creer con mayor vehemencia, pero no me permitiría conocer con mayor certeza que tal consenso es una ley de la naturaleza. Pues nunca sabré con seguridad si esta opinión es la opinión de cada individuo. Ello sería una cuestión de creencia, no de conocimiento. Pues si yo descubro que tal opinión se da en mi propia mente antes de reconocer el hecho de que hay un consenso general, entonces el conocimiento del consenso no me probará lo que yo ya sabía a partir de principios naturales; y si no puedo estar seguro de que es realmente mi propia opinión hasta haber comprobado que se da un tal consenso entre los hombres, entonces también podría razonablemente dudar de si ésta es la opinión de otros; pues es imposible sugerir una razón de por qué a todos los demás hombres les fuera concedido por naturaleza algo que yo noto que me falta. Y esa gente que piensa igual tampoco puede saber que algo es bueno porque todos lo piensan así; más bien piensan así porque, a partir de principios naturales, saben que algo es bueno. El conocimiento precede al consenso. De otro modo, una misma cosa sería al mismo tiempo causa y efecto, y el consenso de todos daría lugar al consenso de todos, lo cual es obviamente absurdo.


Locke

Casta meretrix




Despreciando las más elementales categorías de la teoría política, hay quien llama teocracia a que la Iglesia opine sobre la ley y cuestione desde su legitimidad extrademocrática lo acaecido en el Parlamento. Cuando la democracia olvida que es un medio para la búsqueda de lo óptimo y se convierte en una especie de fin en sí de autorrealización narcisista, es normal que se den este tipo de reacciones histéricas contra quienes invierten el orden de prioridades.

La democracia aboga por el racionalismo como por la castidad una prostituta. Son racionalistas los pueblos que han permitido estas formas de gobierno a modo de contingencia histórica, pueblos cristianos, y lo seguirán siendo cuando la contingencia pase. Macbeth se hizo el loco porque fue lo más inteligente en aquel momento.

La mayor ventaja de los sistemas democráticos es la invisibilización del poder, que está difuso en todas partes y no se encarna en ninguna, ya que se identifica al soberano con las fuerzas inorgánicas que constituyen las masas de los votantes (quién realice dicha identificación y en virtud de qué potestad es cuestión sumida en espesas y permanentes brumas). Tal es el régimen del crecimiento económico y de la integración de los rebeldes. Cuando el crecimiento de la economía disminuye y el marco ideológico es común y pacíficamente aceptado, la democracia, instalada en la burocracia y tendente a la corrupción, se convierte en un factor de inestabilidad y en un estorbo.

Por ello, fingir que nuestros sistemas políticos van a quedar mancillados hoy por una influencia cultural que durante milenios no se ha movido de su sitio y que ha contribuido no poco a la paz social es una reverenda majadería. Miedo pueden dar las novedades, no una tradición que ha coadyuvado al progreso, moderando las pretensiones redentoras de éste. Miedo deben dar la tiranía y el nuevo hombre, que huyen de los límites que los superan, y en especial del que les impone el poder religioso si no se amanceba con las instituciones estatales.