sábado, 12 de diciembre de 2009

Casta meretrix




Despreciando las más elementales categorías de la teoría política, hay quien llama teocracia a que la Iglesia opine sobre la ley y cuestione desde su legitimidad extrademocrática lo acaecido en el Parlamento. Cuando la democracia olvida que es un medio para la búsqueda de lo óptimo y se convierte en una especie de fin en sí de autorrealización narcisista, es normal que se den este tipo de reacciones histéricas contra quienes invierten el orden de prioridades.

La democracia aboga por el racionalismo como por la castidad una prostituta. Son racionalistas los pueblos que han permitido estas formas de gobierno a modo de contingencia histórica, pueblos cristianos, y lo seguirán siendo cuando la contingencia pase. Macbeth se hizo el loco porque fue lo más inteligente en aquel momento.

La mayor ventaja de los sistemas democráticos es la invisibilización del poder, que está difuso en todas partes y no se encarna en ninguna, ya que se identifica al soberano con las fuerzas inorgánicas que constituyen las masas de los votantes (quién realice dicha identificación y en virtud de qué potestad es cuestión sumida en espesas y permanentes brumas). Tal es el régimen del crecimiento económico y de la integración de los rebeldes. Cuando el crecimiento de la economía disminuye y el marco ideológico es común y pacíficamente aceptado, la democracia, instalada en la burocracia y tendente a la corrupción, se convierte en un factor de inestabilidad y en un estorbo.

Por ello, fingir que nuestros sistemas políticos van a quedar mancillados hoy por una influencia cultural que durante milenios no se ha movido de su sitio y que ha contribuido no poco a la paz social es una reverenda majadería. Miedo pueden dar las novedades, no una tradición que ha coadyuvado al progreso, moderando las pretensiones redentoras de éste. Miedo deben dar la tiranía y el nuevo hombre, que huyen de los límites que los superan, y en especial del que les impone el poder religioso si no se amanceba con las instituciones estatales.

2 comentarios:

HVN dijo...

La democracia pierde su valor en tanto en cuanto los que participan de ella no son capaces de hacer juicios críticos.
Es decir, la democracia tiene que ir de la mano de la formación libre, de la capacidad de reflexión sobre las cosas sin la influencia de juicios subjetivos impropios.

Por eso es porque la democracia está tan resentida a día de hoy en la mayoría de los países. Los dirigentes que deben ser elegidos democraticamente se encargan de condicionar la formación e insertar juicios de valor en las personas, de modo que no puedan opinar libremente.
Es cierto que cada uno desarrolla su personalidad en función de lo que lo rodea, pero gracias a la formación el individuo es capaz de hacer un análisis crítico menos condicionado a lo que otros le hacen ver.

Es por eso que cuando menor sea la calidad de la educación, más se derrumbará la democracia, puesto que la gente solo elegirá lo que ha visto o le han inculcado, cosa absurda en términos democráticos.

El caso más claro, por cercano, es el del país en el que vivimos, donde la misma presión social, el bipartidismo y la mala calidad de la educación hace que cada cual deba posicionarse a favor de uno de los dos partidos mayoritarios. Por desgracia la mayoría de la gente toma este posicionamiento como algo natural u obligado haciendo que los partidos sean cada vez menos consecuentes con sus ideales y así más corruptos y ansiosos de poder.

Esto está claramente relacionado con la entrada que has hecho seguida de esta, muy acertadamente.

Ululatus sapiens dijo...

Ah, y yo pensé que era una entrada sobre eclesiología... Aunque es una buena analogía para la democracia moderna.