domingo, 1 de mayo de 2011

El ateísmo es arbitrario o absurdo-II




La única verdadera idea de un ser autoexistente o necesariamente existente es la idea de un ser cuya no existencia es una contradicción manifiesta. Puesto que, siendo absolutamente imposible que no exista algo autoexistente, esto es, algo que existe por la necesidad de su propia naturaleza, resulta obvio que esta necesidad no puede ser una necesidad consecuente en base a cualquier suposición previa (porque nada puede ser antecedente a aquello que es autoexistente...), sino que debe ser una necesidad radicada absolutamente en su propia naturaleza. Así, una necesidad radicada no relativamente o consecuentemente, sino absolutamente en su propia naturaleza, no es más que el ser una imposibilidad flagrante o el implicar una contradicción suponer lo contrario. Por ejemplo, la relación de igualdad entre el doble de dos y cuatro es de una necesidad absoluta sólo porque es una inmediata contradicción en los términos el suponerlos desiguales. Ésta es la única idea que podemos representarnos de una necesidad absoluta, y emplear esta palabra en cualquier otro sentido es, se diría, usarla sin ningún sentido.

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Resulta una manera mucho más clara y convincente de argumentar el demostrar que de hecho existe independientemente de nosotros un ser cuya existencia es necesaria y fundada en sí misma, mostrando la evidente contradicción contenida en la suposición adversa, y al mismo tiempo la absoluta imposibilidad de destruir o eliminar determinadas ideas, como las de eternidad e inmensidad, que por tanto deben ser modos o atributos de un ser necesario y de hecho existente. Dado que si tengo en mi mente la idea de una cosa, y no puedo en absoluto ahuyentar con mi imaginación la idea de esta cosa más de lo que puedo cambiar o ahuyentar la idea de la igualdad entre el doble de dos y cuatro, la certeza de esta cosa es la misma, y se sustenta en el mismo fundamento, que la certeza de la otra relación. Puesto que la relación de igualdad entre el doble de dos y cuatro no tiene otra certidumbre que ésta, a saber, que no puedo sin contradicción cambiar o ahuyentar la idea de dicha relación. Tenemos plena certeza, pues, del ser de una causa suprema e independiente porque es estrictamente demostrable que en el universo hay algo de hecho existente al margen de nosotros, la suposición de cuya no existencia implica llanamente una contradicción.

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De aquí se sigue que el mundo material no puede en absoluto ser el ser primero y originario, increado, independiente y eterno por sí mismo. Pues, toda vez que se ha demostrado ya que cualquiera que sea el ser que haya existido desde la eternidad, independientemente y sin una causa externa que determine su existencia, debe ser autoexistente, y que lo que de este modo fuere autoexistente debe existir necesariamente por una necesidad absoluta en la naturaleza de la cosa misma, se sigue evidentemente que salvo que el mundo material exista necesariamente por una necesidad absoluta en su propia naturaleza, de manera que sea una contradicción expresa suponerlo inexistente, no puede ser independiente y eterno de por sí. Ahora bien, que el mundo material no existe con tal necesidad es muy evidente. Dado que la necesidad absoluta de existir y la posibilidad de no existir son ideas contradictorias, es manifiesto que el mundo material no puede existir necesariamente, si sin contradicción podemos concebirlo no siendo o siendo en cualesquiera otras circunstancias distintas de las actuales. Y nada es más fácil. Pues, si consideramos la forma del mundo con la disposición y movimiento de sus partes, o si consideramos la materia del mismo como tal, sin referencia a su forma presente, todo en él, tanto el todo como cada una de sus partes, su situación y su movimiento, la forma y también la materia, son las cosas más arbitrarias y dependientes y las más alejadas de la necesidad que puedan imaginarse... Si algún hombre dijera en este sentido (como debe hacer todo ateo) que o bien la forma del mundo, o bien al menos la materia y movimiento del mismo son necesarios, nada más absurdo podría inventarse.


Samuel Clarke