domingo, 22 de febrero de 2009

Atracción de lo alto




Éste es el motivo por el que las máquinas nunca podrán equipararse al hombre: son incapaces de elevación. Pueden proceder en círculos cada vez más amplios; pueden hacer complejas deducciones y aumentar de modo exponencial el número de premisas; pueden incluso adquirir nueva información continuamente, pero no son capaces de ascender hasta los primeros principios ni de obtener una creatividad genuina, más allá del cruce combinatorio. Ven las consecuencias, suponen la causalidad y prescinden del sentido, expresado en el memorable aforismo según el cual lo semejante atrae a lo semejante.

Lo indeducible excede cualquier previsión racional; la excede igualmente el impulso innato a actuar, o los fines que lo mueven (el amor al mal, el amor al bien), que no se reducen ni a lo imitativo ni a lo empático. Existe en el plano de la praxis una separación infinita entre la voluntad y el deber, entre lo contingente y lo necesario. Pues, si todo puede hacerse, nada se debe; si no hay voluntad absoluta, no procede hablar de obediencia ni de auténtica rectitud de ánimo, con lo que el autómata más esclarecido sería tan amoral como el animal más bajo.

2 comentarios:

Jesús Cotta Lobato dijo...

Yo siempre he pensado que si el hombre no posee un alma espiritual, las diferencias con la máquina se diluyen. Si programamos una máquina complejísima, capaz de infinitos cruces combinatorios, para decir que cree en Dios y componer poesía más o menos mística, una máquina que llore de emoción con la alta música, ¿qué la diferenciaría de nosotros sino una realidad espiritual que ella no posee a pesar de que aparentemente es capaz de hacer lo mismo que nosotros? Es decir, sin alma, las diferencias entre nosotros y ella son cuantitativas. Un abrazo

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Yo, además, pienso que el cuerpo de lo que Leibniz llamaba máquinas naturales, esto es, los seres vivos, es cualitativamente distinto al de las demás máquinas, ya que mientras el nuestro "va al infinito", el suyo consta de un número determinado de partes con un propósito asignado. Así, no pueden darse verdaderas percepciones sin un centro imputativo intangible, llámese alma o mónada, ni tampoco el correlato físico que las acompaña; si acaso, una burda imitación.

Por último, está la cuestión de lo que atrae. La atracción, dice de Maistre, es una "palabra admirable que todos los filósofos juntos no hubieran podido inventar". No puedo estar más de acuerdo. El parentesco de lo semejante se manifiesta o bien desde un vínculo físico o mundano (lo comparable mediante descripciones), o bien desde el vínculo metafísco y espiritual que conduce a la coincidencia espontánea de fines.

Es un tema que da para mucho, y que no me atrevo a escrutar a fondo ahora.

Un abrazo.