miércoles, 30 de marzo de 2011

Vejez de espíritu




Desde una perspectiva inmanentista nada tiene fines naturales, y nada es naturalmente bueno o malo. Nada es lo bastante noble para merecer existir antes que cualquier otra cosa. Nada está lo suficientemente desordenado como para no realizarse y ser comprendido en alguna estructura matemática. Nada es extraordinario, nada es sorprendente, nada supera a nada. Nada.

Ante quienes ofician las nupcias poéticas entre el ateísmo y la ciencia hay que recordar que el mayor filósofo ateo, Hume, descreyó tanto de Dios como de la razón, y despreció tanto a la ciencia como a la belleza. Una sopa de fenómenos es un sujeto, no un cosmos. Para elevarse es necesario estar dispuesto a descender y a ser juzgado por la Verdad.

Mas, si no podemos tener siquiera una noción de desorden, no hay orden por el que preguntarnos. Alguien que afirmara desconocer qué no es una línea recta no sería capaz de identificar dichas líneas, o estimaría que todas lo son, convirtiendo su búsqueda en fútil. Por ello, el ateísmo, que así cree igualarlo todo, todo lo echa a perder. No conduce a la contemplación de la admirable regularidad de los elementos, a la que los paganos adoraban bajo el numen del Gran Pan o totalidad sagrada. Es, más bien, indiferencia ante un universo indiferente, furia ante una naturaleza furiosa y confusión ante un mundo confuso. Un ateo no busca la paz ni el sentido en el ateísmo; de hecho, no busca nada, o busca gozar y olvidar. Si cree encontrar algo que lo ilumina o lo dignifica, apostata. Los éxtasis ateos son creyentes.

viernes, 25 de marzo de 2011

Que sólo la existencia del Dios único es demostrable




Al generoso y prudente Señor
JOHANNES HUDDE
B. de S.

Generoso Señor:
No os he podido remitir la Demostración de la Unidad de Dios (a partir del presupuesto de que su Naturaleza implica necesariamente su existencia) que me habíais pedido, antes de ahora mismo pues mis ocupaciones no me permitieron hacerlo. Pero, para entrar ya en materia, estableceré las siguientes hipótesis.

1) La verdadera definición de una cosa, cualquiera que sea ésta, no incluye nada más que la naturaleza simple de la cosa definida. De donde se sigue que,

2) Ninguna definición implica ni expresa una multitud ni un número determinado de individuos; en la medida en que no implica ni expresa nada más que la naturaleza de la cosa tal como es en sí. Por ejemplo, la Definición del triángulo no incluye nada más que la naturaleza simple de éste; pero no un cierto número de triángulos: de esta manera, la definición de la Mente como cosa pensante o la de Dios como Ente perfecto, no incluye más que la Naturaleza de la Mente y de Dios, y no un cierto número de mentes o de Dioses.

3) Debe haber necesariamente una causa positiva por la que existe toda cosa existente.

4) Esta causa debe hallarse o bien en la misma naturaleza o definición de la cosa (y, en este caso, la existencia pertenece a la naturaleza de ésta o está necesariamente implicada por ella) o bien debe hallarse fuera de la cosa.

De estos presupuestos se sigue que, si en la naturaleza existe un determinado número de individuos, deben existir una o varias causas que dieron lugar a este número preciso y no a un número mayor ni menor. Si, por ejemplo, existen veinte hombres en la naturaleza (supondré para evitar toda causa de confusión que son los primeros y que existen simultáneamente), no basta, para conocer la razón de que sean veinte con que investiguemos genéricamente la Naturaleza humana, sino que hay que estudiar también la razón por la que no hay ni más ni menos que veinte hombres: pues, (según la tercera hipótesis) hay que establecer, para cada hombre, la causa y la condición de su existencia. Pero tal causa (según la segunda y la tercera hipótesis) no puede estar incluida en la naturaleza del hombre mismo: la definición verdadera del hombre no incluye, en efecto, el número de veinte hombres. Asimismo (por la cuarta hipótesis) la causa de que existan estos veinte hombres, y, por consiguiente, cada uno de ellos por separado, debe ser exterior a ellos mismos. Por tanto, hay que concluir de manera absoluta que todas aquellas cosas que se conciben como pudiendo existir en pluralidad numérica, son producidas necesariamente por causas externas, pero no por la virtud propia de su misma naturaleza. Como, sin embargo, (por hipótesis) la existencia necesaria pertenece a la Naturaleza de Dios, es necesario que su verdadera definición incluya también la existencia: y es por ello, por lo que hemos de concluir la existencia de Dios de su verdadera definición. Pero, de su verdadera definición (como ya demostré antes, a partir de la segunda y la tercera hipótesis), no se puede concluir la existencia necesaria de muchos dioses. Sólo puede concluirse, así, la existencia de un Dios único. Que es lo que había que demostrar.

Este, generoso señor, me ha parecido en esta ocasión el método más idóneo para demostrar esta tesis. Demostré esto mismo con anterioridad, de otra manera, sirviéndome de la distinción entre Esencia y Existencia. Pero, para el propósito que me indicásteis me pareció más afortunado mandaros la presente demostración. Espero que os satisfaga y me interesará conocer vuestra opinión sobre ella. Mientras tanto, tened la certeza de que seguiré siendo etc.

Voorburg, 7 de enero de 1666


Spinoza

jueves, 24 de marzo de 2011

El todo y el instante


Cuando afirmamos la generación del tiempo, esto es, que existe un instante que no divide lo anterior y posterior en movimiento, sino que es más bien el mismo comienzo del tiempo, no es necesario que lo concibamos como acaeciendo en el tiempo, pues no hubo tiempo alguno antes de este instante. Después de este primer instante, sin embargo, es necesariamente así, ya que entonces el tiempo existe a causa de la progresión del movimiento. Es evidente que cada instante después de este primer instante divide el antes del después en el movimiento mientras el movimiento persevera en su existencia. Análogamente, si el tiempo tuviera que perecer, el último instante no implicaría la concepción del mismo acaeciendo en el tiempo, ya que el tiempo habría cesado de existir en este último instante, y la concepción del tiempo se habría completado en los momentos previos al último instante. Así pues, es evidente que el instante que necesariamente produce la concepción del tiempo es el que distingue el antes del después; pero esto no es necesario para el instante en tanto que tal, ya que el instante que es o bien el comienzo o bien el final del tiempo, si tal es posible, no produce ninguna concepción del tiempo. Luego, no se sigue de esto que el tiempo sea infinito.

(...)

La situación con respecto al instante es similar al caso del punto. Éste también muestra estos dos modos de realidad, esto es, (1) el punto delimita una línea mediante los puntos extremos, y (2) mide la línea en tanto que divide lo anterior de lo posterior en ella... Es, por tanto, evidente que no es imposible para un instante concebido como el límite de un intervalo temporal el existir sin ser precedido por el tiempo.


Gersónides

martes, 22 de marzo de 2011

Pruebas analíticas de la existencia de Dios




Es imposible que el conjunto de todas las cosas materiales sea inmaterial; ergo, es necesario que sea material. Lo mismo se constata para con el conjunto de las cosas móviles, amarillas o calientes. De aquí derivo un axioma:

Las cualidades físicas de las partes se transmiten al conjunto.

A cuyos efectos defino como cualidad física aquella que no puede predicarse nunca de algo no físico.

Ahora bien, la cualidad de ser causado es física o no lo es. Si es física, aplica el axioma y el conjunto de lo causado es causado. Si no es física, puede predicarse de algo no físico. Pero esto es falso. Por tanto, es física. Por tanto, si las partes del universo son causadas, el universo es causado.

Todavía más. Es absurdo decir que algo cuyas partes son contingentes no es contingente, pues si no es contingente debe ser necesario, aplicando el tercio excluso; y si es necesario no puede ser contingente en parte, pues la necesidad es una cualidad lógica homogénea. Por tanto, algo cuyas partes son contingentes es contingente.

domingo, 20 de marzo de 2011

Ex Deo




Es el hombre un animal vil y degenerado, aborto de la naturaleza, más digno de la soga que del abrazo. Un tal Timón de Atenas, filósofo misántropo, vivía apartado de la sociedad, rechazando la comunicación con todo semejante. Se dice que hizo poner entre los árboles de su huerta muchas horcas para que allí se quitaran la vida los hartos y cansados de vivir. Estuvo justificado su odio, pues no hay bestia más innoble y traicionera que el ser humano, salvo que se lo crea del linaje de Dios y objeto privilegiado de su providencia.

Marco Aurelio, tenido por un hombre sabio, moderado y justo, escribió lo siguiente de sí mismo:

En cincuenta años que he vivido he querido probar todos los vicios y pecados de esta vida, por ver si la malicia de los hombres tiene algunos límites y términos. Y hallo por mi cuenta después de bien considerado y contado todo, que cuanto más como, más muero de hambre; cuanto más bebo, mayor sed tengo; si mucho duermo, más querría dormir; mientras más descanso, más quebrantado me hallo; cuanto más tengo, más deseo; y harto de buscar, menos hallo guardado; y finalmente ninguna cosa alcanzo que no me embarace, harte y luego no la aborrezca y desee otra.

Dedúcese de esto que no hay méritos objetivos en nuestra especie, ni aun en sus más conspicuos individuos, para ser tributaria de simpatía o piedad de ninguna clase; o acaso no mayores que los que dispensamos a los cuadrúpedos de cuyo trabajo forzado nos servimos y cuya carne gustamos devorar. Por nuestras obras seremos, en palabras de Inocencio III:

Alimento para el fuego, comida para los gusanos y masa de podredumbre.

Por tanto, todo el favor que pueda concedérsenos viene de Dios, de nuestra semejanza con Él y de su misericordia hacia nosotros.

Spinoza, burlándose del pesimismo de los teólogos, cifraba la moral en que "el hombre es lo más útil para el hombre". Mas tal es sólo cierto para con los hombres ordinarios, que sirven y son servidos, pero no respecto a los que todos están obligados a servir, a saber, los príncipes y máximas potestades. Quien ostenta la suprema magistratura no precisa ser justo, sino hábil y cauto, como supo Maquiavelo. Luego, la moral de los hombres no puede aplicarse por igual a todos ellos por razón de la utilidad, ya que no es en absoluto claro que siempre sea útil obrar honorablemente, si no he de temer consecuencias adversas tras mis actos. La moral debe sancionarse, pues, en virtud de la autoridad; y no por cierto de la humana, que es de la que más debemos defendernos, sino de la divina.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Los castigos en el plan de Dios




Todo el que crea en Dios y reconozca sus perfecciones debe admitir al menos dos cosas:

1) Que si fue un Creador perfecto, no ha lugar a que intervenga en el mundo para corregir los efectos naturales derivados del primer acto de Creación, pues tal implicaría que su obra es mejorable.

2) Que si es un perfecto soberano, no deja que nada ocurra sin que se dirija al mejor fin moral, logrando que de los males puedan extraerse bienes.

Un castigo es bueno si hostiga a los malos o si pone a prueba y enseña a los buenos, mientras que sólo es malo si retribuye a los buenos con un mal del que ningún bien pueden extraer, eliminándolos. Sin embargo, nuestra condición mortal hace que todos, buenos y malos, estemos sujetos en última instancia a este castigo carente de finalidad y de enseñanza, que es consecuencia de una culpa primigenia. Los miles de millones de hombres que pueblan el planeta serán previsiblemente reducidos a la nada en los próximos cien años, con azares distintos, y nadie que no atente contra sí mismo podrá elegir su muerte. Visto así, los desastres naturales sólo son un mal para los malos, que reciben pago anticipado por su maldad y pierden toda posibilidad de reconciliación con Dios, pero no para los buenos, que o bien son fortalecidos en la tribulación, o bien son puestos a salvo de la condenación eterna y encuentran antes un destino que de todos modos no podían evitar.

¡Absurdos ateos! No abrís la boca por la desaparición inevitable de todo el género humano, a la que tenéis por natural, y os rasgáis las vestiduras por un caso particular de mortalidad que afecta a una ínfima parte de los hombres, debida a la misma naturaleza a la que poco antes dabais vuestro beneplácito.

Protestar por los desastres y la muerte muestra falta de fe en quien cree en la justicia eterna, y falta de razón en quien estima que todo obedece a una ciega necesidad.

martes, 15 de marzo de 2011

Sobre lo natural y lo humano




Nada más inmoral y al mismo tiempo más falso que afirmar que somos necesariamente morales; que está en nuestra naturaleza serlo, sin mayor intención ni esfuerzo, y que todo el bien del que somos capaces se halla incardinado en el algoritmo evolutivo de la especie a la que pertenecemos. Sin embargo, nada más ciego que negar que en la naturaleza humana se da un orden previo a nuestra voluntad, el cual hasta cierto punto la orienta y la tutela, como sucede con el instinto de cualquier otro animal.

En efecto, toda sociedad tiene determinados principios expresos o tácitos que, a modo de mínimo denominador común, estimulan la cooperación entre sus individuos y fundamentan la razón de ser del grupo. Esto es tan cierto que, como suele decirse, incluso una banda de ladrones se disolverá pronto si no hay entre sus miembros un código de honor y respeto. Ahora bien, esta base irrenunciable de la moral, llamada derecho natural por los jurisconsultos romanos y conocida desde mucho antes, no necesita los imaginativos requiebros de la evolución darwiniana para ser establecida. Son los principios innatos de la razón los que nos conducen a ella, esto es, los que nos mueven a buscar la paz como más beneficiosa y fiable que el conflicto; los que provocan que aborrezcamos la crueldad, la inequidad y la ingratitud; o los que nos hacen reparar en que mentir es negarse a sí mismo, como nos recuerda Hobbes:

Porque así como se dice de alguien cuando se ve obligado con argumentos a negar lo que antes había afirmado, que se ve reducido al absurdo, de igual modo el que por debilidad de espíritu hace u omite algo que antes había prometido no hacer o no omitir mediante pacto, comete injuria; y cae en contradicción no menos que el que se ve reducido al absurdo en la academia.

Todo esto apela a nuestra razón antes que a nuestro instinto, el cual está extraviado en este punto y nos conduce demasiado a menudo a rechazar nuestro deber y a abrazar a sabiendas aquello que nos perjudica. Ahora bien, como se ha dicho, que nuestra razón señale estos principios no supone que nuestra voluntad se sienta vinculada por ellos de forma absoluta. Por el contrario, necesitaremos siempre acicates y ejemplos. ¿Y qué mejor modelo de bondad que un Dios eterno infinitamente bueno? Es de Bacon la comparación entre el perro y el creyente, pues aquél igual que éste, siguiendo y admirando la "melior natura" de su amo refina sus impulsos y acaba adquiriendo no poco de la nobleza del mismo. El anticristiano Voltaire era también de esta opinión, lo que lo movió al final de su vida a sentenciar en una de sus obras: "Creed en el buen Dios, y sed buenos", citando implícitamente la Biblia (Mt. 5:48).

Pero Dios no es sólo un excelente modelo, sino que además es la garantía metafísica de que el fin del orden es el orden, el del bien es el bien y el del mal, el mal. O lo que es lo mismo: representa la idea indeleble de que todo lo que se haga hoy tendrá su eco en la eternidad, sin que nada escape a su penetración ni a su providencia.

Es Dios, además, la única apología de la vida y de la naturaleza, ya que, si todo viviente tiende a la muerte de manera irremediable, ¿no podría decirse que cualquier máquina humana, hasta la más grosera, encierra una previsión mayor que el organismo natural más sofisticado, en tanto que a diferencia de éste es susceptible de ser reparada infinitas veces?

Estas consideraciones, entre otras muchas, me hacen concluir que la religión no es superflua ni dañina, sino necesaria y en extremo beneficiosa, aunque nada lo sea tanto que no pueda ver sus fines pervertidos por una mala práctica.

jueves, 10 de marzo de 2011

El universo en suspenso


Suponed una cadena que pendiese de los cielos desde una altura desconocida y que, gravitando hacia la Tierra cada eslabón de la misma y no siendo visible lo que la suspende, no se desplomara sino que mantuviera su estado. Suponed, pues, que al respecto surgiera una pregunta: ¿Qué sustenta o mantiene a esta cadena? ¿Sería una respuesta suficiente decir que el eslabón primero o inferior pendía del segundo o inmediato contiguo a él, y ambos del tercero, y así "in infinitum"? Pues, ¿qué suspende al conjunto? Una cadena de diez eslabones caería salvo que algo que la sostuviera lo impidiese. Una de veinte, si no estuviera asegurada por una fuerza todavía mayor, caería en proporción al incremento del peso, y por consiguiente, otro tanto sucederá a una de infinitos eslabones, si no es sostenida por algo infinitamente fuerte y capaz de soportar un peso infinito. No ocurre de otro modo en una cadena de causas y efectos que tiende o, más bien, gravita hacia determinado fin. El eslabón último o más bajo depende o, por así decirlo, está suspendido de la causa superior. Luego, si ésta no es la causa primera, estará suspendida como efecto de la causa superior, etc. Y si tuvieran que ser infinitas, salvo que de acuerdo con lo dicho se diera una causa de la que todas colgaran o dependiesen, no habría más que un efecto infinito sin una causa eficiente. Por tanto, afirmar que haya tal sería un absurdo semejante a decir que un peso finito o pequeño exige algo que lo sostenga, pero que un peso infinito o el mayor de ellos no lo exige.


Wollaston

miércoles, 9 de marzo de 2011

Platón y el fin natural del politeísmo




Augustos y bellos son, efectivamente, los dioses todos, y la suya es una "belleza imponente". Pero ¿qué es aquello por lo que son así? Es la inteligencia y el hecho de que en ellos actúa una inteligencia más potente, hasta el punto de transparentarse. Porque lo cuerto es que no son bellos por tener cuerpos bellos. Y es que aun los que tienen cuerpo, el ser dioses no consiste para ellos en tener cuerpo, sino que aun éstos son dioses por su inteligencia. Son, pues, bellos en cuanto dioses. La razón es que no son ora sabios, ora necios, sino que son siempre sabios en virtud de una inteligencia impasible, estable y pura, y son sabedores de todas las cosas y conocedores no de las humanas, sino de las suyas propias, esto es, de las divinas y de cuantas ve la Inteligencia.

Ahora bien, aquellos de entre los dioses que habitan el cielo, como viven vida de ocio, están siempre contemplando, aunque como desde lejos, las realidades que hay en aquel otro Cielo, sacando la cabeza sobre la bóveda celeste. Mas los que viven en aquel otro Cielo, cuantos tienen su morada sobre él y dentro de él, morando en la totalidad de aquel Cielo -allá, efectivamente, todo es Cielo: es Cielo la tierra, el mar, los animales, las plantas y los hombres; todo lo de aquel Cielo es celeste-, los dioses, digo, que viven en él, sin desdeñar a los hombres ni ninguna otra cosa de las de allá, recorren todo aquel país y aquella región descansadamente.

Pues allá es donde se da "la vida fácil", y la verdad es, además, para ellos su progenitora y nodriza, su substancia y su manjar, y contemplan todas las cosas, no "a las que compete el devenir", sino a las que compete la Esencia, y se contemplan a sí mismos en los demás. Porque allá todo es diáfano, nada es oscuro ni opaco, sino que cada uno es transparente a cada uno y en todo, puesto que la luz lo es a la luz. Y es que cada uno posee a todos dentro de sí y ve, a su vez, en otro a todos, y todo es todo y cada uno es todo, y el resplandor es inmenso, porque cada uno de ellos es grande, pues aun lo pequeño es grande. El sol allá es todos los astros, y cada astro es, a su vez, sol y todos los astros. En cada uno destaca un rasgo distinto, pero exhibe todos.

(...)

Represéntate, pues, mentalmente la imagen luminosa de una esfera abarcando en su interior todos los seres, sea que estén en movimiento, sea que estén en reposo, o mejor, unos en movimiento y otros en reposo. Reteniendo esta imgen, fórmate ahora otra suprimiendo mentalmente la masa. Suprime también el lugar y toda representación mental de la materia, y no trates meramente de sustituir esa esfera por otra de menor volumen, sino que, invocando al dios hacedor de la esfera representada, suplícale que venga. Y vendrá: vendrá trayendo consigo su propio universo con todos los dioses incluidos en él, siendo uno y todos. Cada uno es todos consociados en unidad: son distintos por sus potencias, pero todos son uno en virtud de aquella única múltiple potencia, o mejor, el que es uno solo es todos, pues no se agota porque nazcan todos aquellos. Están todos juntos, pero a la vez cada uno está aparte en posición inextensa, dado que carece de toda forma sensible (si no, uno estaría en un sitio y otro en otro, y no sería cada uno todo en sí mismo) y no tiene partes distintas ni respecto a otros ni respecto a sí mismo, ni es cada uno a modo de una potencia fragmentada igual a la suma de sus partes mensuradas. Por el contrario, es una potencia total, infinita en alcance y en poder. Y es tan grande aquel dios que aun sus partes son infinitas. Porque ¿qué punto se podría aducir al que no se extienda? Es verdad que también este universo es grande y que todas las potencias que hay en él coexisten juntas; pero sería mayor, sería de una grandeza indecible si no llevara aneja una pequeña potencia corporal.

Bien es verdad que alguien podría tener por grandes a la potencia del fuego y a las de los demás cuerpos; pero es ya por inexperiencia de la verdadera potencia por lo que aquellas nos dan la impresión de que queman y destruyen y cooperan a la generación de los animales. Pero en realidad los cuerpos destruyen porque también son destruidos y cooperan a la generación porque ellos mismos se originan. En cambio aquella potencia transcendente no posee más que el ser y no posee más que la belleza. Porque ¿dónde puede existir la belleza privada del ser? ¿Dónde la sustancia privada de ser bella? Al ser deficiente en belleza ya es deficiente en esencia. Y por eso es deseable el ser, porque se identifica con la belleza, porque es el ser. ¿Qué falta hace inquirir cuál de los dos es causa de otro, puesto que su naturaleza es una sola? Es esta pseudoesencia de acá la que necesita de un simulacro postizo de belleza para parecer bella y para existir en absoluto. Y así, en tanto que existe en cuanto participa de la belleza según la forma. Y al participar, cuanto más participa, es tanto más perfecta, porque es más esencia en cuanto bella.

Por eso Zeus, aunque es el más anciano de los demás dioses que él mismo capitanea, marcha el primero hacia la visión de la Inteligencia. En pos de él van los demás dioses, los démones y las almas que son capaces de ver ese espectáculo. La Inteligencia se les aparece desde una región invisible, y asomando sobre ellos en la altura, ilumina todas las cosas, las llena de esplendor y deslumbra a los zagueros. Estos apartan de ella sus ojos, incapaces de verla cual al sol. Los próximos a ella aguantan y miran; los otros, en cambio, se ofuscan, tanto más cuanto más distantes de ella. Mas al verla los que son capaces de verla, todos ponen su mirada en ella y en su contenido, pero la visión que cada uno reporta no es siempre la misma, sino que el uno, mirando de hito en hito, ve esplendorosa de luz la fuente y la naturaleza de la Justicia, el otro se ve colmado con la visión de la Templanza, no una templanza cual la que se da entre los hombres cuando éstos la poseen: ésa en cierto modo emula a aquélla, mientras que aquélla, difundida en todos los inteligibles por toda la extensión (digámoslo así) de la Inteligencia, se deja ver la última por aquellos que previamente han visto con claridad otros muchos espectáculos: por los dioses, uno a uno y todos juntos, y por aquellas almas que ven allá todas las cosas y constan de todas ellas de manera que las contengan todas. También estas almas están allá de principio a fin: están con todo lo que de ellas es capaz de estar allá, y a menudo todo lo de ellas está allá, o sea, en tanto no están divididas.


Plotino

jueves, 3 de marzo de 2011

Abraham




La fe no es necedad y locura, fe es el acto heroico de la verdad frente a la apariencia. La fe es la suspensión del juicio incierto en favor de la verdad cierta, no la potestad de interrumpir el pensamiento. No hay nadie que pueda dejar de pensar por completo; ni, por otro lado, nadie piensa indefinidamente, sino que nos detenemos al hallar un fundamento. El fundamento para el creyente es Dios, el sumo bien. Para el ateo puede ser cualquier cosa: la empatía, la ley, lo que me beneficia, lo que me enseñaron o aquello a lo que me inclina mi naturaleza. Pero esto sólo son sombras. Obrará por fe y rectamente quien, despreciando lo anterior, atribuya a Uno solo el origen de todo bien. Lo contrario es politeísmo, superstición, debilidad.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Fortuna cuántica




El azar nada resuelve. Si algo carece de causa, no es generado por composición de elementos, sino de una sola vez y de forma inexplicable; lo que los cristianos llamamos creación, aunque imputándola a una causa primera trascendente. Algo así formado tampoco podría ser destruido por medio de la disolución de sus partes integrantes, por lo que sería lo más parecido a un espíritu o substancia simple.

Por una razón análoga a la que impide que un número pueda dividirse por cero, la nada no puede ser sujeto de ningún predicado. Ergo, lo incausado, si verdaderamente es tal, procederá o de una causa que trasciende a las demás (lo que es milagroso) o de sí mismo (lo que es imposible), y sólo dejará de ser por aniquilación, sin que conservemos el menor vestigio de su existencia. ¿Hallamos ejemplo de semejante fenómeno en la naturaleza?

martes, 1 de marzo de 2011

Insecto-teología




Poderío de las moscas: ganan batallas, impiden obrar a nuestras almas, comen nuestros cuerpos.

Pascal

* * *



El número de animales que nuestro globo terráqueo es capaz de albergar está determinado por la extensión de su superficie. Si en un año se multiplicasen dos o tres veces su número habitual, los productos de la tierra, porporcionados a su superficie, no bastarían para mantenerlos, por lo que o morirían o se depredarían mutuamente. Con tal de evitar tal inconveniencia, Dios estableció sabiamente límites a la vida y a la multiplicación de los animales. Aquellos cuya vida es larga no son prolíficos, de modo que la tierra no se ve incomodada con sus especies. Pero sucede de otra manera con aquellos cuya vidas son breves. En consecuencia, los insectos que no viven más que por un breve espacio de tiempo producen multitudes de crías. Esta numerosa multiplicación es igualmente necesaria para ellos, ya que muchos de sus huevos perecen por las inclemencias del tiempo y pueden convertirse en el alimento de otros animales. Una ordenación tan sabia evita que la tierra sea desolada por un número de animales mayor del que puede mantener, y preserva la proporción adecuada entre sus distintos habitantes.

No es, pues, sin justicia que las Escrituras dan a Dios el título de Señor de los Ejércitos. Él es el Soberano de las legiones de ángeles, los ejércitos del cielo; de aquella multitud de pájaros que se ha supuesto excede las quinientas especies; de los peces del mar, y de las aguas, de los que mil especies distintas son conocidas, y de esas tribus de animales y serpientes, cuyas especies ascienden a ciento cincuenta. Como quiera que estos ejércitos sean numerosos, los de las distintas especies de insectos no les ceden a este respecto. "Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas; Él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio." (Is. 40:26).

Dios no ha manifestado sólo su poder en la creación de esta casi infinita multitud de insectos y otros animales, sino que su sabiduría es también conspicua. Hemos observado ya que una multiplicación grande en exceso desolaría la tierra, que no sería entonces capaz de mantenerlos; pero Él la ha ordenado para que siempre haya una proporción justa, nunca demasiado ni demasiado poco. Sin esta sabia provisión perderíamos de tiempo en tiempo ciertas especies de animales mientras que otras se multiplicarían hasta tal punto que devendrían verdaderamente dañinas. ¿Puede un equilibrio tan templado, y en el que descubrimos tanta sabiduría, ser la obra de la ciega casualidad? Desde luego que no: lo que se deja a la casualidad nunca es fijo, nunca es regular. Pero hete aquí una proporción constante e invariable que no puede ser más que el efecto de un diseño premeditado, y de un plan ejecutado por un Ser omnisapiente y omnipotente.

¡Cuántos medios no tendrá disponibles el Dios de los Ejércitos para castigar a la raza de los hombres! Prestas están todas sus legiones a volar a su voluntad para obedecer sus órdenes. Ocupándonos sólo del ejército de insectos, ¡cuántos medios podrá emplear para humillar el orgullo de los débiles mortales! Estas perniciosas criaturas atacan a veces a los mayores monarcas en sus tronos, desolan sus campos, infestan sus haciendas y dejan hambrunas y muerte a su paso. Aunque necesarios en cierto grado, su exceso es siempre pernicioso. Deberíamos hallarnos en un temor perpetuo, si no supiéramos que el Ser que regula su fecundidad nos ama y no permitirá que se multipliquen más allá de sus límites. Sin embargo, no deberíamos jactarnos demasiado por ello. "Todo esto son bienes para los piadosos, mas para los pecadores se truecan en males. Hay vientos creados para el castigo, en su furor ha endurecido Él sus látigos; al tiempo de la consumación su fuerza expanden, y desahogan el furor del que los hizo. Fuego y granizo, hambre y muerte, para el castigo ha sido creado todo esto. Y dientes de fieras, escorpiones, víboras y espada vengadora para la perdición del impío. Todos hallan contento en hacer su mandato, en la tierra están prontos para su menester, y llegada la ocasión no traspasarán su orden." (Eclo. 39:27-31).


Lesser