Entre la moral humana estándar y el comportamiento sociable de muchos animales para con su especie hay escasos paralelismos, a pesar de que nuestro origen biológico común podría hacernos pensar lo contrario. Una diferencia psicológica fundamental entre ellos y nosotros impide hablar de continuidad y, por tanto, de evolución en este punto: sólo el hombre es consciente de que va a morir. Con lo que ni el beneficio del grupo ni la expectativa de supervivencia bastarán para explicar las actitudes altruístas en el hombre, por no hablar de las heroicas.
No es el afán por retener la vida o difundirla el que nos convierte en seres benéficos para nuestros semejantes. Si éste fuera nuestro cometido, obraríamos en vano, sabiéndonos mortales. El evolucionismo ideológico y cualquier forma de vitalismo son mucho más apropiados para justificar la guerra que para cimentar la cooperación.
No son, entonces, nuestros genes los que nos persuaden a ser buenos, pues ningún acto libre depende por completo de lo que se obró en el pasado, de lo que un antecesor obró en nuestro lugar o de cualquier variable de contexto.
Nada de esto es válido. El origen de los actos morales radica en la desproporción infinita entre lo hecho y lo que queda por hacer. El amor innato hacia la rectitud sólo puede desarrollarse bajo una perspectiva de urgente eternidad.
martes, 20 de mayo de 2008
Ars longa
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