lunes, 24 de septiembre de 2007

Adiós al ateísmo. Los últimos días de la razón


Ser librepensador es hoy algo anacrónico. No veo que haya gran diferencia entre el siervo y el ciudadano, si a este último no se le estimula el gusto por discurrir y cuestionarse lo dado. Un gusto sutil, más allá de críticas globales y totalitarias que, por destructivas, no arreglan nada.

Porque una cosa es difundir información al servicio de determinados intereses económicos y otra muy distinta es someter tus principios a una confrontación dialéctica. Hemos perdido la afición a las paradojas, si alguna vez la tuvimos. En el examen de las razones propias y ajenas pasamos de lo incuestionablemente verdadero a lo aberrantemente absurdo.

"Sí" y "no" son sólo dos palabras, aunque ellas solas basten para domesticar el buen sentido. No solemos atrevernos con los argumentos cuyo reverso presenta visos de plausibilidad, y cuando lo hacemos es a fuerza de simplificaciones y falsas analogías.

La pérdida de la ecuanimidad es, pues, contagiosa. En la sociedad del espectáculo el destinatario tiende a mimetizar a uno de los bandos, más que a sintetizar o a contrastar las posiciones de éstos. De hecho, el entretenimiento político que se proporciona al hombre medio está pensado para afianzarlo en esta actitud perezosa y narcisista de identificación. El análisis, sin embargo, es descomposición y reformulación sin tregua, una suerte de artesanía. No casa bien con los productos prefabricados de partido.

Las democracias occidentales perecerán pronto por dos motivos fáciles de predecir: la corrupción moral de las elites y el embrutecimiento intelectual de las bases. Ahora las masas y las clases dirigentes son cómplices: no puede hundirse una sin arrastrar a la otra, por estar recíprocamente legitimadas. Es el juego de equilibrios diabólico que conlleva el sistema parlamentario. Antes podía hablarse -desde un cierto dualismo- de gobernantes providenciales o de elementos revolucionarios. Ya no. El Estado en bloque es quien se va a pique.

Todo lo cual puede resumirse en lo siguiente: a más democracia, menos razón. A menos razón, menos esperanza.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Por fin leiste a Ortega y Gasset?

Porque es como si estuviera leyendo España invertebrada, igualito.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

No, no he leído nada de ese señor. Ni siquiera lo que escribió sobre Leibniz, que dicen que es muy bueno. Tengo la mala costumbre de amontonar libros y demorar mucho su examen, salvo que me urja para algún debate.

Pero te doy la razón. Imagino que en ese diagnóstico no hay nada novedoso, aunque sean nuevas las amenazas a las que nos enfrentamos.

Sursum corda! dijo...

¡Fantástico!

Siglos para progresar a un mundo en el que podamos ser libres para pensar, para hablar y para actuar, y un filósofo se levanta con cara de desdén y nos dice que no es perfecto y que viene la ruina.

Si viene la ruina será por causa de la pasividad a la hora de defender este mundo que nos permite ser libres y prósperos porque no es perfecto, perfectísimo, pluscuamperfectísimo.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

¡Qué absurdos son los hombres! Nunca usan las libertades que tienen, y piden las que no tienen. Tienen libertad de pensamiento y piden libertad de expresión. (Kierkegaard)