Tal vez la diferencia fundamental entre el buen ateo y el buen creyente sea ésta: uno cree que lo merece todo en la Tierra; el otro sabe que no merece nada.
El común de descreídos tiende al hedonismo o a posturas morales acomodaticias, sin eco en la eternidad. La moral es la última superstición del ateo, como ya supo Nietzsche.
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