La tesis -mía y de Brentano- es 1) que no todo lo que nos empuja a actuar es instintivo, sino también voluntario, y 2) que el fundamento último o razón profunda de lo voluntario no es voluntario, mas inconsciente, inercial, vegetativo. Así, existen fines que no son ni humanos (en tanto que no cuentan con representación en nuestro entendimiento cuando se persiguen) ni naturales (pues, al caer fuera del instinto, no están sujetos a selección). Los teístas inferimos que son fines establecidos por Dios (o por el Diablo, añado), aunque se rechace la falacia antrópica.
La selección natural de los seres vivos selecciona genes. Los genes sólo determinan lo instintivo, no lo voluntario. Quien opine que lo voluntario también está físicamente predeterminado por la herencia estará jugando con las palabras, pues instinto y voluntad no son términos equivalentes. El instinto tiene un fin adaptativo y es indisponible por nuestra consciencia, mientras que la voluntad contempla toda clase de fines (adaptativos o no) y puede ser dirigida por el individuo en atención a razones, válidas o engañosas.
No sabemos dónde empieza la voluntad, cuál es el centro y origen de la acción. El pensamiento científico no hace distingos entre acciones y pasiones, es decir, entre lo que propicia otro cuerpo y aquello que depende del mío. Para la ciencia todos los cuerpos son uno: el objeto integral de la física, el universo. Ni la evolución ni el reduccionismo -encerrados en la finitud de lo observable- pueden dar cuenta de nuestra libertad, que por otro lado no es más que una manifestación refinada del principio vital que anima a la naturaleza en su conjunto.
La voluntad en su origen posee un fin adaptativo, la inercia de los cuerpos a perseverar. Ahora bien, al cabo, en su expresión antropomórfica, dicho fin se corrompe y puede dar lugar a actos contra natura; o lo que es lo mismo, que ni la naturaleza busca ni el hombre entiende, pero aun así suceden.
miércoles, 16 de julio de 2008
El fuste torcido
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