El hombre pre-caído no ve a Dios como un bien en sí, sino como un medio para otros bienes. Por este motivo lo traiciona. De dicho error (ignorar el fin supremo y los límites que le impone) se deriva otro trágico: conoce la diferencia entre el bien y el mal, y aun así prefiere el mal. Negándose a obedecer, pues no hay argumento para obedecer cuando la virtud está instrumentalizada por el deseo, pone su libertad y la de su estirpe al servicio de la irracionalidad.
Con este relato se pretende hacer ver que, mientras que la idolatría es en cierto modo innata y universal, el culto al verdadero Dios -fin en sí mismo- exige una revelación particular. Que la vida es trabajo y molestia, y que todo bien, salvo Dios, es corruptible y corruptor.
No le concedo al texto del Génesis más que una historicidad simbólica.
domingo, 27 de mayo de 2007
Moral secular
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