jueves, 19 de febrero de 2009

Inflación jurídica, deflación moral


¿Por qué deberíamos tener con los animales más consideración que la que ellos tienen con nosotros? Tal vez se dirá que porque somos conscientes de nuestros actos y sus consecuencias. Respondo: ¿Y no nos da ese albedrío libre e inteligente una mayor dignidad? ¿o sólo confiere una responsabilidad mayor? Porque si lo último fuera cierto, más valdría nacer murciélago o alacrán que hombre. Si nuestra superioridad de seres racionales no es objetiva ni representa un mejor derecho, seamos irracionales con ellos y hagámosles lo que entre ellos se hacen. Ahora bien, si se nos ha de tener en más por cualquiera de los motivos que distinguen favorablemente a nuestra especie, entonces ¿a qué compadecerse y pedir un respeto igual para lo que es por completo disímil?

Hay simiente animal en el hombre, pero no hay simiente humana fuera de la humanidad. Lo humano no es una modificación curiosa sobreimpresa en lo zoológico, pues donde nuestros vestigios empiezan terminan los suyos. Siguiendo una analogía, hay simiente de racionalidad en un niño, si bien sería un abuso hablar de libre albedrío mediando en él percepciones tan confusas. La infancia se abandona por completo, semejantemente a cómo se abandona el sueño en la vigilia. Los estoicos decían que sólo el hombre sabio es libre en un sentido estricto (libre de sus pasiones y de las opiniones de los demás), aunque en un sentido lato sólo lo sea aquel que puede querer algo mediante su representación; esto es, el que no sólo posee el deseo irreflexivo, sino asimismo la capacidad de discernir y elegir.

Ahora bien, el animal irracional elige sin apenas discernimiento; está inclinado a la actividad, y dispone tan poco de sus actos como nosotros del gusto de lo dulce, dándose estos con inmediatez respecto al estímulo que los provoca. No hay en él ninguna continencia que no sea instintiva, fluyendo todo lo demás a partir de la pasión, no importa de qué manera. Está dotado para el arte y es, sin embargo, insensible a la cultura, puesto que ella implica progreso del espíritu.

Es así que nada recuerda sin que una grave necesidad vital compense ese penoso esfuerzo, contrario a su naturaleza. Por tanto, nada hace por su propia iniciativa y, por decirlo en una palabra, que no le venga determinado por su condición de miembro de una especie o directamente inducido. Desconoce la individualidad, carece de destino, no puede dar razón de sus actos ni se ve obligado a guardar una actitud coherente. Todo en él es o bien innato, o bien acostumbrado, sin espacio intersticial para más.

Luego ni es libre, ni responsable, ni nos guarda en absoluto ninguna consideración, pese a que nuestro narcisismo procure con denuedo persuadirnos de lo contrario.

1 comentario:

Jesús Cotta Lobato dijo...

Un texto muy revelador. Por desgracia, estamos cerca de permitir las luchas voluntarias de gladiadores y prohibir las corridas de toros, porque, al perder la noción de dignidad humana en pro de una libertad sin criterios, la gente empieza a ver más lógica la muerte voluntaria de los hombres que la involuntaria de los animales.