jueves, 29 de diciembre de 2011

Breve-VII


El famoso argumento Kalam:

Premisa mayor: Todo lo que comienza a existir tiene causa, pues es cierto "a priori" que 1) nada puede causarse a sí mismo y 2) nada es causado por nada.

Premisa menor: El universo debe comenzar a existir, puesto que es en el tiempo.

Conclusión: El universo tiene causa.

Corolario: Para evitar el regreso al infinito, la causa del universo no es otro universo, que también deberá comenzar a existir. Ergo, es Dios, el cual existe eternamente.

* * *

Prosilogismo para la premisa menor:

Todo lo que es en el tiempo debe comenzar a existir.

El universo es en el tiempo.

El universo debe comenzar a existir.

* * *

Pro-Prosilogismo para la premisa mayor:

Todo lo que está sujeto al tiempo está sujeto a cambio.

Todo lo que está sujeto a cambio tiene causa.

Por tanto, todo lo que está sujeto al tiempo tiene causa.

Todo lo que tiene causa debe comenzar a existir.

Por tanto, todo lo que es en el tiempo debe comenzar a existir.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Religio porcorum




El ateísmo también tiene sus recompensas, y son recompensas terrenas revestidas de espiritualidad, lo que les da un atractivo a la vez realista y místico. Para empezar, atribuye a su seguidores los laureles de la sabiduría mundana. Ser ateo implica haber accedido a un conocimiento superior de la naturaleza, que se presenta desnuda ante nosotros, sin el velo de la ignorancia. Al menos desde la autopercepción del ateo, serlo equivale a ser intelectual y moralmente óptimo, consideradas todas las alternativas posibles.

Pero hay premios más groseros. Los musulmanes prometen a sus fieles setenta vírgenes en el paraíso, mientras que los ateos ofrecen en la tierra no setenta, sino setenta mil, esto es, tantas como nuestra pasión pueda desear. No es una promesa explícita, si bien va implícita en la supresión de las ideas de deber objetivo, sacrificio o pecado. Así, si la naturaleza y el instinto deben regir nuestra conducta, el placer es el único fin que merece ser considerado bueno.

Por último, el ateo tiene un infierno, que sitúa exactamente en el cielo. En él radican todos los males, viene a decirnos, y todos los cantos de sirena que conducen a la perdición del hombre.

He aquí, pues, que el ateísmo no está exento de fatuas fascinaciones ni de miedos irracionales en la competición interreligiosa.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Confitebor






Confitebor tibi Domine,
In toto corde meo;
In consilio justorum,
Et congregatione.
Magna opera Domini,
Exquisita in omnes voluntates ejus.
Confessio et magnificentia opus ejus;
Et justitia ejus manet
In saeculum saeculi.
Memoriam fecit mirabilium suorum,
Misericors et miserator Dominus.
Escam dedit timentibus se.
Memor erit in saeculum
Testamenti sui.
Virtutem operum suorum
Annuntiabit populo suo.
Ut det illis
Hereditatem gentium;
Opera manuum ejus
Veritas et judicium.
Fidelia omnia mandata ejus,
Confirmata in saeculum saeculi,
Facta in veritate et aequitate.
Redemptionem misit Dominus
Populo suo;
Mandavit in aeternum testamentum suum.
Sanctum et terribile nomen ejus:
Initium sapientiae timor Domini;
Intellectus bonus omnibus
Facientibus eum.
Laudatio ejus manet
In saeculum saeculi.
Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto.
Sicut erat in principio, et nunc, et semper.
Et in saecula saeculorum. Amen.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Que nada es incausado


Todo elemento incausado debe generar, durante cierto intervalo, vacío a su alrededor. De no ser así, estaría en contacto con otros elementos y, por consiguiente, no sería incausado.

Sin embargo, generar vacío es causar vacío, y causar conlleva experimentar un cambio por razón de lo causado. Esto supone una contradicción con el aserto anterior, a saber, que un elemento sea a la vez incausado y causado.

Por tanto, no existen por vía natural elementos incausados.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

La hipótesis panteísta




Un ser tangible que no pudiera ser tocado por nada conllevaría una contradicción consigo mismo. Otro tanto cabría decir de un ser visible que jamás pudiera ser visto, o de un ser móvil situado en un ámbito inespacial. Al quedar en la mera potencia irrealizable no podría predicarse de ellos la cualidad que nominalmente se les atribuía.

Ahora bien, el universo sigue leyes o no las sigue. Si no las sigue, no es un universo, sino una amalgama. Si las sigue, es inteligible, pues está en la esencia de una ley racional el serlo y el hacer que lo sea aquello que por ella se explica. Por tanto, si el universo tiene leyes y puede pensarse, éstas deben ser pensadas mientras son, es decir, deben permanecer en acto.

La diferencia entre una ley y una orden es que, mientras que ésta sólo debe ser obedecida, aquélla tiene que ser también inteligida.

Así pues, las leyes del universo, puesto que son, son pensadas o por el propio universo o por otra cosa. Si por el propio universo, éste tiene alma. Si por otra cosa, ésta es Dios.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Deducción de los atributos




Llamamos "Dios" a la causa primera e incausada de todo cuanto existe, "sabiduría" a la intelección pura del bien, y "bien" al ser absoluto sin privaciones.

Tenemos, además, por axiomáticas las siguientes verdades, siendo la segunda reducible a la primera:

1) Nada sucede sin razón.

2) Todo lo que está en el efecto pleno está en la causa plena.

De lo anterior se demuestra la proposición "Dios es perfectamente sabio":

Una causa incausada carece de pasiones y es inmutable, ya que si las experimentase éstas serían sin razón, lo que es imposible (por el primer axioma).

Siendo a su vez causa primera de todo cuanto existe, posee todas las perfecciones o atributos positivos de cuanto existe (por el segundo axioma).

Ahora bien, la inteligencia es una perfección y existen los seres inteligentes; luego, Dios posee la inteligencia.

Por tanto, Dios posee la inteligencia en germen o la posee en acto.

Sin embargo, todo lo que está en germen queda sujeto a un desarrollo, lo que conlleva cierto grado de pasión y de cambio. Esto se opone a la definición de Dios, de la que hemos derivado su inmutabilidad.

Se concluye que Dios posee una inteligencia perfecta y en acto; y, por idéntico razonamiento, un poder perfecto y en acto y una bondad perfecta y en acto.

Por consiguiente, Dios es el ser absoluto y sin privaciones, esto es, el bien.

Si es Dios una inteligencia tal, debe conocerse a sí mismo con la máxima claridad. Conociéndose a sí mismo, conoce el bien.

Ergo, Dios es perfectamente sabio.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Llull, sobre la eternidad del mundo


Dijo el Entendimiento: - Si el mundo fuera eterno, debería poder ser eterno por su poder. Ahora bien, su poder no le permite ser eterno. Por tanto, el mundo no es eterno. La premisa mayor es evidente. Demuestro la premisa menor de la siguiente manera: Por sí mismo, el poder del mundo es finito, porque su cantidad y su substancia son finitas. De esta manera, el mundo no puede ser eterno, porque si pudiera ser eterno, podría ser infinito con un poder finito, lo cual es imposible. Ergo etc. Dijo la Fe: - Tu argumento no es válido, porque el poder divino es infinito y con su infinidad, junto con el poder finito del mundo, puede causar el mundo desde toda la eternidad. Dijo el Entendimiento: - Esto que dices es falso, porque presupones que Dios puede componer el mundo de lo que es finito [la cantidad y la substancia mundanas] y de lo que es infinito [la duración mundana], lo cual es imposible.
Ramon Llull

sábado, 26 de noviembre de 2011

Preliminares teológicos




La mitología no ha sido más que el vehículo empleado por la religión para impregnar a la humanidad de la idea del fundamento inmaterial del orden eterno de las cosas. No es, pues, la mitología la que debe ser confrontada con la razón, sino la razón consigo misma. ¿Es ésta un instrumento de nuestra inteligencia o puede hablarse, por el contrario, de una razón suprema o razón en sí? Y si la razón no es un fenómeno aparente, sino estable e igual a sí, ¿es concebible que lo racional mane de lo no racional, como mana lo líquido de lo gaseoso?

Cualquier creencia sobre la existencia de algo, excepto la creencia en Dios, es superflua a los efectos de determinar la naturaleza de la verdad y el origen o el propósito del universo. Es esta creencia la única que, forzando a quienes no la comparten a sostener su contraria, los obliga también a sostener una tesis positiva contraria en lugar de una tesis negativa que expresara la mera ausencia de convicción en la tesis formulada por el adversario. Es decir, la pregunta sobre la existencia de Dios -a diferencia de la pregunta sobre las hadas o los duendes- es una pregunta sobre los principios que no puede negarse sin más, ya que negándose se afirma otra ontológicamente opuesta, quiérase o no; ni puede, en fin, dejar de contestarse, salvo que se acepte la equiprobabilidad de todas las respuestas.

Dios no es una tesis mágica: es una tesis metafísica, como lo es la tesis inversa. La única opción radicalmente antimetafísica consiste en establecer que la pregunta por la existencia de Dios y el origen del universo o bien no tiene sentido, o bien puede resolverse de forma no especulativa con los datos a nuestro alcance.

Sólo hay una tesis contraria a "Hay Dios": "No hay Dios". Ésta puede desembocar en tres subtesis más: "El universo es necesario" (y por tanto eterno), "El universo es autogenerado" y "El universo ha surgido de la nada".

Así las cosas, el ateo suele preferir la primera subtesis a las restantes, ya que la segunda es ininteligible, y la tercera, además de ser antiintuitiva y anticientífica, parece abonar el terreno a la creación "ex nihilo" del teísmo -pese a ser muy distinta. Esta elección, insisto, es metafísica. La física a lo sumo suministrará los datos que integren la premisa menor del silogismo que arroje la conclusión "Hay Dios" o "No hay Dios". La premisa mayor o premisa de derecho ha de ser algo más que un estado de cosas o la descripción de una regularidad en el cosmos.

Un ejemplo de silogismo a través del cual probar la tesis atea sería:

Nada de cuanto existe tiene causa
El universo existe
Por tanto, el universo no tiene causa

Pero no es habitual encontrar a quien esté dispuesto a defender la premisa mayor, en tanto que se da de bruces contra cualquier pretensión de desentrañar la estructura racional de la realidad, reduciendo toda ley científica a juego de palabras. En su lugar, se opta por la salida más decorosa de renunciar al principio absoluto en uno u otro sentido para especularse que tal vez no haya principios absolutos. Sin embargo, ¡esto también es un principio! A saber:

Todo cuanto existe carece de principios absolutos
El universo existe
Por tanto, el universo carece de principios absolutos

De ahí no se sigue que Dios no exista, ni tampoco que exista. Sólo que está más allá de nuestra razón y no podemos pronunciarnos al respecto.

lunes, 14 de noviembre de 2011

La gramática de la falsedad




Una característica definitoria de las afirmaciones religiosas es que sus errores son demasiado grandes para ser llamados simplemente errores. Siendo incalculables disparates, uno es movido a pensar si no pueden tener su propia clase de significado. Si yo dijera (22)+(22)=(45), un observador respondería, "Está en un error". Pero si yo dijera (22)+(22)=(3.000.000), el observador pensaría o bien que estoy loco, o bien que empleo un sistema de significados que no ha entendido.


La desproporción que señala Wittgenstein hace que hablar de "error" en el caso de las religiones sea abusar del significado de las palabras.

No es sólo el número de personas que ha podido incurrir en un error semejante, también es su calidad y el tiempo durante el que una tal opinión se ha mantenido. Igualmente, el hecho de que se trate no de un objeto trivial o de pura especulación, sino del fundamento mismo de la vida y la moral de muchos hombres, por no decir de prácticamente la totalidad de ellos. Y, por supuesto, el esfuerzo intelectual invertido en una cuestión así, frente a la que no se puede alegar que ha habido dejadez o falta de atención.

La pretensión del ateísmo de que todas las religiones son igualmente falsas en lo esencial convierte a éstas en un error demasiado grande, en tanto que por su magnitud no se parece a ningún otro error que conozcamos.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Breve-VI




1) Dios carece de materia y de multiplicidad, y es inmutable.

2) El universo comprende toda la materia, que es cambiante.

3) Cambiar es devenir un estado que es en otro que no es.

4) Nada es causa de sí ni efecto de sí.

5) Todo lo que no es no será mientras no sea generado (por el punto 4).

6) Todo lo que es seguirá siendo mientras no sea impedido (por el punto 4).

7) El universo es siempre cambiante (por el punto 2).

8) Por tanto, el universo requiere siempre ser generado (por los puntos 3, 5 y 7).

9) Ahora bien, el universo no puede generarse a sí mismo (por el punto 4), ni puede ser generado por un ente material (por el punto 2).

10) Ergo, el universo es siempre generado por un ente inmaterial, simple e inmutable, al que llamamos Dios (por los puntos 1, 8 y 9) y es eterno (por el punto 6).

domingo, 23 de octubre de 2011

Un mal problema


El problema del mal es la más poderosa objeción formulada contra Dios, una objeción puramente metafísica. Que ésta sea la principal da una idea de cómo son las demás.

Tomemos el menor de los males que podamos concebir: un granito en la barbilla, o el desprenderse suavemente unos pocos cabellos de nuestra cabeza. ¿Cuántos cambios debería haber llevado a cabo Dios en el universo y sus leyes para que estos dos acontecimientos fueran imposibles? Con todo, después de realizar tales alteraciones, ¿quién nos garantiza que otros muchos efectos naturales que tenemos por buenos no serían también imposibles, o que en lugar de los suprimidos no surgirían multitud de peores?

Se parte del principio metafísico según el cual toda obra es infinitamente mejorable, lo que implica que Dios siempre podría haber creado algo mejor que lo que acabó creando. Tras esto se concluye que no hay un Dios máximamente bueno, por más poder que se le presuponga. Mediante esta falsa premisa -que el ateo procura silenciar, dándola por incontrovertida- se cree haber herido de muerte al teísmo, condenándolo al absurdo lógico. Pero esta premisa es falsa y fruto de una burda filosofía, pues descuida una distinción fundamental que conocen los párvulos. Así, la diferencia entre las proposiciones cuantitativas y las cualitativas es que aquéllas son reducibles a número y éstas sólo pueden reducirse a un fin. De modo que no hay fin para la pesadez o la altitud, susceptibles de remitirnos a un número infinito, mientras que sí lo hay para la justicia. Es por ello que de un juez que mande castigar al criminal y liberar al inocente, si lo hace según las reglas de su ciencia, diremos que es perfectamente justo, sin pretender que su justicia aumenta a cada nuevo criminal que condena o a cada inocente que absuelve.

Por tanto, si no es cierto que toda obra goce de infinita perfectibilidad, sino más bien que posee un fin óptimo al que naturalmente se dirige en el mejor de los mundos, ¿con qué argumentos rebatirá el ateo que esto es realmente así en nuestro mundo? ¿No tendrá que impugnar en bloque la naturaleza y reemplazarla en su imaginación por una quimera o por una interminable y arbitraria sucesión de milagros que anularían tanto la sabiduría divina como la razón y la libertad humanas? ¿Y no es esto todavía más absurdo en alguien que cree hallar en el naturalismo su más formidable aliado y en lo milagroso la más risible de las características de la religión?

miércoles, 19 de octubre de 2011

El misterio más cercano, el más lejano




Hace casi cuatro años que orbito en derredor de esta idea: ¿Qué es lo esencial en el hombre? Es la conciencia de haber perdido algo que se mereció y ya no se merece; es aprobar lo bueno y preferir lo malo; es ir en pos de la propia sombra, y es la vergüenza por existir.

El hombre no es esencialmente racional, porque yerra por su propia voluntad, y querer está en su esencia, hasta el punto de que es correcto afirmar que alguien es -antes que lo que hace- lo que intenta y desea. Pero, por la explicación inversa, tampoco resulta esencialmente irracional.

La esencia del hombre, entonces, es la escisión, la herida, el desdoblamiento, la caída. ¿Cuándo cae el hombre? Cuando está a cierta altura. ¿Respecto a qué? Respecto al animal. Por tanto, el hombre ya es hombre antes de caer, porque conoce a Dios, y cae sin embargo, porque no se conoce a sí mismo.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Que la virtud es el máximo y el único bien




Tu epístola me deleitó y me estimuló en mi abatimiento; pero también activó mi memoria, que se vuelve perezosa y lenta. ¿Por qué tú, querido Lucilio, no juzgas que el instrumento más eficaz para la vida feliz se halla en la convicción de que el único bien es la honestidad? En verdad el que considera bienes otras cosas cae en poder de la fortuna, se somete a la voluntad ajena; quien reduce todo bien a lo honesto, halla la felicidad dentro de sí.

El uno anda afligido por la pérdida de sus hijos, el otro preocupado por tenerlos enfermos, un tercero entristecido por su mala conducta, por alguna infamia que les ha salpicado; descubrirás que a éste le tortura el amor a la esposa de otro, a aquel el amor a su propia esposa. No faltará quien se atormente por un fracaso electoral; habrá a quienes haga sufrir el propio cargo político.

Pero especialmente numerosa de entre toda la estirpe humana es la turba de los miserables a la que exaspera la angustia de la muerte que acecha por todos lados, pues no hay rincón del que no surja. Por ello, como quienes se encuentran en país enemigo, han de mirar atentamente acá y allá y volver la cabeza a cualquier ruido. Si un tal temor no se expulsa del pecho, uno vive con el pálpito en el corazón.

Te encontrarás con desterrados que han sido desposeídos de sus bienes; te encontrarás con la clase más deplorable de indigentes: con pobres en medio de las riquezas; te encontrarás con náufragos, o con quienes han pasado por un trance semejante al naufragio, a quienes ora la cólera del pueblo, ora la envidia -dardo éste en gran manera nocivo para los mejores- los derribó cuando estaban desprevenidos y tranquilos como una borrasca que suele presentarse precisamente cuando nos confiamos al buen tiempo, o como un súbito rayo cuya sacudida hace temblar hasta los alrededores. Pues, como en tal circunstancia todo el que está muy cerca de la descarga queda aturdido del mismo modo que la víctima del rayo, así en estos desastres que produce la violencia a uno le abate el infortunio, a los demás el miedo, y la posibilidad de sufrirlos provoca en ellos una aflicción semejante a la de quienes los sufrieron.

Los males ajenos, cuando son repentinos, impresionan el ánimo de todos. Del mismo modo que a los pájaros les aterra el zumbido de la honda aunque dispare al vacío, así nosotros nos angustiamos no sólo por el golpe, sino por el ruido que éste produce. De ahí que no pueda ser feliz nadie que se deje llevar por esta falsa opinión; ya que no puede haber felicidad si no hay intrepidez: en medio de sospechas se vive infelizmente.

Quien se entrega con exceso a los acontecimientos fortuitos, urde para sí una trama ingente e interminable de inquietudes. Esta es la única vía para el que se dirige a un lugar seguro: menospreciar los bienes externos y contentarse con la honestidad. Pues el que piensa que existe algo mejor que la virtud, o que es posible algún bien prescindiendo de ella, abre los pliegues de su toga a las dádivas que reparte la fortuna, e inquieto aguarda sus presentes.

Somete a tu consideración este símil: la fortuna organiza unos juegos. En tal asamblea de competidores ella va derramando honores, riquezas, favores. De estos dones unos se han hecho pedazos entre las manos de quienes los arrebatan, otros han sido apresados con gran perjuicio de aquellos a cuyo poder han llegado. Los hay que van a parar a manos de gente distraída, algunos se han perdido por codiciarlos demasiado y, al intentar con ansia darles alcance, se esfuman; de hecho a nadie, ni siquiera al ladrón que tuvo éxito, le dura hasta el día siguiente el gozo por su latrocinio. Por ello los más juiciosos tan pronto ven que se inicia el reparto de los regalillos huyen del teatro, pues saben que unos obsequios tan insignificantes los pagarán muy caros. Nadie arma pelea a uno que se retira, nadie sacude al que se va; es la recompensa la que motiva la pendencia.

Otro tanto acontece con los dones que la fortuna lanza desde lo alto: miserables de nosotros, nos enardecemos, nos preocupamos, desearíamos poseer múltiples manos, avizoramos ora en un sentido, ora en otro; nos parece que se nos dispensan demasiado tarde los favores que provocan nuestra codicia, que pocos han de alcanzar y todos esperan.

Quisiéramos atraparlos al caer, nos regocijamos de alcanzar alguno y de que a otros les haya burlado en su intento una falsa esperanza. Un botín despreciable lo pagamos con un grave perjuicio, o bien en seguida nos decepciona. Retirémonos, por tanto, de estos juegos y cedamos el puesto a aquellos raptores; ¡que contemplen tales bienes que cuelgan en el aire y que ellos mismos queden más colgados todavía!

Todo el que se proponga ser feliz debe convencerse de que el único bien es la honestidad. Porque, si considera que es otro distinto, antes que nada juzga mal de la Providencia, ya que son innumerables las molestias que acontecen al hombre justo y todos los bienes que nos ha concedido son efímeros y reducidos, si los comparamos con la duración del mundo entero.

Semejante queja nos lleva a hacernos intérpretes desagradecidos de los dones divinos. Nos quejamos de no conseguirlos siempre, o de conseguirlos en número escaso, inseguros y perecederos. De ahí surge que no queramos ni vivir, ni morir: nos domina el odio a la vida y el miedo a la muerte. Toda resolución nuestra fluctúa y no puede saciarnos felicidad alguna. Y el motivo está en que no hemos llegado a aquel bien inmenso e insuperable donde será preciso se asiente nuestra voluntad, ya que por encima de la altura suprema no existe ningún peldaño más.

¿Preguntas por qué la virtud no tiene necesidad alguna? Se goza con lo que tiene a mano y no codicia lo que le falta. Nada le parece pequeño, si le es suficiente. Pero deja de pensar que ni la piedad, ni la fidelidad tendrán consistencia; pues el que desea dar pruebas de una y otra virtud tendrá que sufrir muchas molestias, que denominamos males, y sacrificar muchos gustos, en los que nos complacemos como si fueran bienes.

Perece la fortaleza que debe ponerse a prueba a sí misma; perece la magnanimidad que no puede brillar si no menosprecia cual naderías los objetos que el vulgo codicia como valiosos; perece la gratitud y el testimonio del agradecimiento, si nos asusta el esfuerzo, si conocemos algo de mayor precio que la lealtad, si no nos orientamos hacia el bien perfecto.

Pero soslayemos la cuestión; o esos supuestos bienes no lo son, o el hombre es más feliz que Dios, porque, sin duda, de esos dones que nos son tan queridos Dios no hace uso; ni la sensualidad, ni el lujo en los festines, ni las riquezas, ni nada de cuanto cautiva al hombre y le seduce con vil deleite tiene que ver con Dios. Así, pues, o hemos de creer que Dios está falto de bienes, o la prueba de que tales cosas no son bienes está en el hecho mismo de que faltan en Dios.

Añade a esto que un buen número de las cosas que pretendemos pasen por bienes se hallan en los animales con más plenitud que en los hombres. Ellos se sirven del alimento con mayor voracidad, no se fatigan tanto en la unión sexual, poseen un vigor mayor y una fortaleza más constante: el resultado es que son mucho más felices que el hombre. Viven, en efecto, sin maldad, sin perfidia; gozan de los placeres que captan más intensamente y de manera fácil, sin aprensión alguna de vergüenza o pesar.

Reflexiona, pues, si debe llamarse un bien aquel disfrute material en el que Dios es superado por el hombre y el hombre por los animales. El bien supremo guardémoslo en el alma; pierde el lustre si de la parte más noble de nuestro ser se muda a la peor, y se le transfiere a los sentidos, que son más activos en los animales. No ubiquemos en la carne el culmen de nuestra felicidad: son auténticos aquellos bienes que la razón otorga, consistentes y perpetuos, que no pueden perderse, ni siquiera decrecer y reducirse.

Los demás son bienes en nuestra imaginación; tienen, es cierto, la misma denominación que los verdaderos, pero carecen del marchamo del bien; llámeseles, por tanto, comodidades y, para expresarlo en nuestra lengua, "cosas preferibles". Con todo, sepamos que son de nuestra propiedad, no partes de nuestro ser; que pueden estar junto a nosotros, pero sin que olvidemos que están fuera de nosotros. Aun cuando se hallen junto a nosotros, deben contarse entre las pertenencias accesorias, de baja calidad, de las que nadie deberá envanecerse. Pues, ¿qué mayor necedad que lisonjearse uno a sí mismo por aquello que él no ha hecho?

Accedan todas ellas a nuestra compañía, pero no se peguen, de suerte que, al separarse, se alejen sin dejar ninguna herida en nosotros. Sirvámonos de ellas con moderación como de un depósito confiado a nosotros que un día abandonaremos. Todo el que las posee sin cordura no las retiene largo tiempo, ya que la propia felicidad, de no moderarse, ella misma se fatiga. Si se entrega a bienes muy efímeros, éstos presto la abandonan y, en cuanto la abandonan, queda abatida. A pocos les es posible renunciar con buen ánimo a la felicidad; los demás perecen junto con el séquito que les inundó de gloria, abrumándoles aquello mismo que les había exaltado.

Por consiguiente, haremos uso de una prudencia que imponga sobre tales bienes moderación y sobriedad, dado que una libertad sin freno empuja a la ruina y derrocha sus riquezas; pues jamás perdura nada desmesurado, de no haberlo contenido el gobierno de la razón. Esto te lo ratificará la suerte de muchas ciudades cuyo espléndido poderío sucumbió en medio de su apogeo, y así cuanto había logrado la virtud lo destruyó el desenfreno. Frente a tales eventualidades, hemos de fortalecernos. Ninguna muralla resulta inexpugnable contra la fortuna; equipémonos por dentro; si esta parte está asegurada, puede uno ser golpeado, pero no dominado.

¿Deseas conocer cuál es este medio de defensa? No indignarse ante ningún suceso y reconocer que aquello mismo que parece lastimarnos se ordena a la conservación del universo y es uno de los factores que llevan a término la marcha del mundo y su destino. Al hombre debe agradar cuanto a Dios agrada; la causa de admirar su propia persona y sus cosas esté en el hecho de ser invencible, de tener bajo su dominio los mismos males, de sojuzgar con la razón -fuerza la más poderosa de todas- el azar, el dolor y la injuria.

Ama la razón; su amor te equipará contra las situaciones más penosas. A las fieras el amor a sus cachorros las arroja contra los venablos del cazador: su ferocidad y ciego impulso las hace indomables; no pocas veces la ambición de la gloria impulsa a jóvenes animosos al menosprecio tanto de la espada como de la hoguera; a algunos una apariencia, una sombra de virtud les arrastra a la muerte voluntaria. Cuanto más fuerte y constante se muestre la razón que todos esos impulsos, tanto más impetuosa se abrirá paso a través de temores y peligros.

(...)

La suerte es distinta respecto a aquel bienestar que, una vez perdido, deja en su lugar alguna incomodidad: como la buena salud que, alterada, se transforma en mala; el vigor de la vista que, al extinguirse, provoca la ceguera; no sólo es la agilidad lo que se pierde con un corte en las corvas, sino que en su lugar sobreviene la invalidez. Tal peligro no existe en aquellos bienes a los que poco antes nos referimos. ¿Por qué? Si he perdido un buen amigo, en su lugar no tengo por qué sufrir la deslealtad; tampoco por haber dado sepultura a hijos piadosos, ocupará su lugar la impiedad de otros.

Aparte de que en esos casos se trata no de la pérdida de los amigos o de los hijos, sino de los cuerpos de ellos. Sin embargo el bien sólo se pierde cuando se transforma en mal, cambio que la naturaleza no permite porque toda virtud y todo acto de virtud permanecen incorruptibles. Además, aun cuando se hayan ido los amigos, se hayan ido hijos estimados que respondían a los deseos del padre, hay algo que ocupa su lugar. ¿Preguntas qué es eso? Lo que a ellos les había hecho precisamente hombres de bien, la virtud.

Ésta no permite que haya espacio desocupado, se adueña del alma entera, suprime todo deseo, ella sola basta, porque la fuerza y el origen de todo bien se encuentra en ella misma. ¿Qué importa que la corriente de agua quede obstruida y se pierda, si la fuente de la que había brotado está a salvo? No dirás que es más justa la vida de uno cuando ha conservado a los hijos que cuando los ha perdido; ni más ordenada, ni más prudente, ni más honesta; luego tampoco dirás que es mejor. A un hombre no le hace más sabio aumentar el número de amigos, ni más necio disminuirlo; luego tampoco le hace más feliz, ni más desgraciado. En tanto la virtud estuviere incólume, no experimentarás pérdida alguna.

"Pues ¿qué?, ¿no es más feliz el que está rodeado del cortejo de los amigos y de los hijos?". ¿Por qué habría de serlo? El bien supremo ni decrece ni aumenta; conserva su medida cualquiera que sea el comportamiento de la fortuna. Ora haya alcanzado el sabio una larga ancianidad, ora haya fallecido antes de alcanzarla, una misma es la dimensión del sumo bien, aunque haya diferencia en la edad.

Que sea mayor o menos el círculo que describes es cuestión que afecta al espacio que ocupa, no a la figura. Aunque uno lo conserves largo tiempo y el otro lo borres en seguida y disperses el polvo en que fue trazado, ambos tienen idéntica figura. La rectitud no se valora ni por la magnitud, ni por el número, ni por el tiempo: tan imposible resulta alargarla como acortarla. Acorta cuanto te plazca una vida honesta de cien años de duración y redúcela a un solo día: resulta honesta por igual.

Unas veces la virtud se expande en gran amplitud y gobierna reinos, ciudades, provincias, dicta las leyes, cultiva las amistades, distribuye los deberes entre los parientes y los hijos; otras veces se circunscribe a los estrechos límites de la pobreza, del destierro, de la orfandad; con todo, no queda empequeñecida si de una categoría más alta desciende a un nivel inferior, de la categoría real a la de simple ciudadano; si de una jurisdicción pública y extensa se encierra en el reducido espacio de una casa o de un rincón.

Es noble por igual aun cuando se retire dentro de sí, al ser rechazada en todas partes; pues, en cualquier caso, mantiene un espíritu grande y elevado, una prudencia consumada, una justicia inflexible. Por lo tanto es igualmente feliz, ya que la beatitud se encuentra en un solo lugar: en la propia alma, grandiosa, estable, tranquila, lo que no puede conseguirse sin la ciencia de lo divino y de lo humano.

(...)

Como en los cuerpos enfermizos hay síntomas que preceden al agotamiento, manifiestos en una desidia falta de toda reacción, en una fatiga no causada por trabajo alguno, bostezos, y en un temblor que se apodera de los miembros; así a un alma débil los males la sacuden mucho antes de abatirla; se anticipa a ellos y sucumbe antes del tiempo. Pero ¿qué mayor locura que angustiarse por el futuro, y, en lugar de reservarse para el trance del dolor, reclamar para sí las desgracias y acercarse a ellas? Pues lo mejor es retrasarlas si no se pueden evitar.

¿Quieres que te clarifique por qué nadie debe angustiarse por el futuro? Quienquiera que sepa que transcurridos cincuenta años ha de padecer algún suplicio, no se perturba, a no ser que, saltándose el período intermedio, se sumerja en aquella tribulación que no debía sufrir sino pasada una generación. Igualmente sucede que almas caprichosamente enfermas y a la caza de pretextos para su dolor, se aflijan por antiguos infortunios pasados ya al olvido. Tanto las cosas pretéritas como las venideras están alejadas de nosotros; ni de unas ni de otras experimentamos sensación alguna. Pues bien, sólo de lo que uno siente se experimenta dolor.


Séneca

viernes, 16 de septiembre de 2011

O absoluto, o vano




Ser moral es amar. Pero ¿qué es digno de amor? ¿Cuál es el fin de edificar lo que va a ser destruido? ¿Cuál el de recordar lo que va a olvidarse? ¿Cuál el de huir de lo que va a acontecer? Todo lo que es dejará de ser muy pronto. Amar al universo es amar una cosa y su contraria.

Cabe preguntar qué inclina al universo a ser como es; si es bueno por ser así, y por qué no lo sería, o lo sería menos, si fuera de otra manera muy distinta. Si amamos en él lo que es o lo que debió ser.

Hallaremos que la naturaleza es ajena a sí misma, que no se da un fin moral al que se oriente, y que si lo hay es externo y se identifica con Dios. Ahora bien, si no existe tal fin fuera de ella, tampoco puede existir dentro, puesto que ya se habría alcanzado y dejaría de ser un fin.

El ser es bueno, el no-ser es malo. He aquí una afirmación puramente metafísica, sin asidero en el mundo, respecto a la cual la vida humana es buena no es más que una aplicación particular. Ahora bien, el único ser sin asidero en el mundo es Dios. Por tanto, no hay fuera de Dios otro fundamento para cualquier moral objetiva.

Pruébase. La moral no puede regirse por algo que no tenga el ser en sí mismo. De El ser es bueno, si yo soy parte del ser, se sigue que yo debo ser bueno. Este salto del ser al deber ser sólo puede darse cuando dicho ser debe ser el que es, a saber, un ser necesario, perfectamente igual a sí mismo, simplicísimo e inteligible; es decir, cuando es metafísico. Y Dios es el ser metafísico por excelencia.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Dios como causa moral




Dios ha de ser algo muy extraño. Según dicen, a unos los hace mejores, a otros peores. La virtud, en cambio, hace a todos mejores, y el vicio peores a todos. Luego, Dios no es una causa virtuosa ni viciosa, sino indiferente. Por tanto, Dios no nos hace ni buenos ni malos, lo que se contradice con el primer aserto, al que tendremos por falso.

Si un cuerpo emite calor, calentará a lo que esté más frío y enfriará a lo que esté más caliente. Pero la virtud no es una especie de calor al que quepa superar, porque no hay nada más virtuoso que la virtud. Así, toda idea virtuosa participa de la virtud y es imposible que al mismo tiempo participe en el vicio. Por ello, la idea de Dios, si no es indiferente, o nos hace más buenos o nos hace más malos.

Esto nos plantea un dilema muy agudo: Si Dios es moralmente indiferente, no hay motivo para combatirlo; si es moralmente bueno, no hay excusa para no amarlo; si es moralmente malo, no hay razón para tolerarlo.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Un estoicismo espurio




Los ateos, que tanto deben a Spinoza, han heredado de él su concepción moral, si es que puede atribuírseles alguna en particular. El filósofo de Amsterdam entendió la autocracia del sabio no sólo como una liberación de las convenciones humanas, sino también de las divinas, a las que en su Tratado teológico-político califica despectivamente de historias y ceremonias con las que se persuade al vulgo de aquello que el iluminado puede constatar gracias al entendimiento puro. Semejantemente, el ateo que aspire a la felicidad sabrá prescindir de la religión positiva y de Dios mismo para erigir y sostener su virtud en función de su cabal comprensión del mundo.

Los estoicos clásicos, sin embargo, no eran ateos ni panteístas: creían en el sumo bien. La definición que da Spinoza de lo bueno y lo malo, según aumente o disminuya mi capacidad de obrar y de pensar, no guarda el menor parecido con la definición estoica, que estima bueno todo lo que se opera con rectitud de juicio en vistas a un fin noble, acorde con la sociabilidad, y malo aquello que se le opone. Spinoza, por su parte, niega los fines, pues todo lo deriva de una necesidad geométrica en la que incluye indistintamente las acciones heroicas y las villanas.

Para estoicos como Séneca o Marco Aurelio lo que está sujeto a la fortuna y no se corresponde con la naturaleza humana no es ni bueno ni malo, y no puede dañarnos mientras nosotros no se lo consintamos con nuestra opinión. Para Spinoza, el pensamiento conducente a la beatitud es el amor intelectual hacia Dios-Naturaleza, el cual se alcanza mediante la purificación del entendimiento y la conversión de las pasiones en acciones. Es decir, el amor hacia lo que para Séneca y Marco Aurelio es despreciable e indiferente.

Vemos, pues, que la estima de la virtud por sí misma es en los genuinos estoicos un fin en sí sólo y en tanto que depende del bien supremo. Tal virtud está reservada a los buenos, que la buscan con su razón y con sus obras, ya que es justo que lo bueno, el sabio, se una a lo óptimo, Dios. Con todo, los bienes de la fortuna, al estar distribuidos entre los buenos y los malos por igual, no dependen del bien supremo -que distribuye siempre con justicia- y, por tanto, no son un verdadero bien.

El bien o es absoluto o es relativo. Si es relativo, lo es en función de un valor absoluto; y puesto que nada que no sea el bien puede sustentar al bien, el bien es absoluto. Mas ¿dónde se encuentra este bien absoluto? ¿En qué hombre, en qué pensamiento o en qué rincón del universo? Si la moral reside en la intención, ¿a dónde hemos de dirigirla? Es falso que en la virtud radica la felicidad, dado que hay hombres perversos que son felices y otros excelentes que son desdichados. Procede decir, más bien, que el hombre bueno, si quiere ser perfecto, debe ser feliz por mor de su bondad. Pero este deber ¿de dónde mana?

El absurdo de una virtud buena en sí misma sin un bien supremo y objetivo que la avale es tan ajena al pensamiento estoico que se diría que es su opuesto. No soy bueno por hacer un bien a mi prójimo, sino que hago un bien a mi prójimo porque soy bueno. Mi bondad radica en desear el bien antes de hacerlo y con independencia de que obrar así me sea favorable; un bien, por consiguiente, inmaterial, intemporal e infinitamente superior a mí mismo.


"Así es, Lucilio: un espíritu sagrado, que vigila y conserva el bien y el mal que hay en nosotros, mora en nuestro interior; el cual, como le hemos tratado, así nos trata a su vez. Hombre bueno nadie lo es ciertamente sin la ayuda de Dios." - Séneca

domingo, 11 de septiembre de 2011

Sobre el bien objetivo




La inteligencia yerra cuando se distrae por influjo de la voluntad, y la voluntad se extravía cuando se sustrae a la inteligencia. Luego, la voluntad vicia a la inteligencia. Pero ¿qué vicia a la voluntad? O bien está viciada, o bien aprende a ser viciosa. Si lo aprende, es la inteligencia la que vicia a la voluntad, lo que deja nuevamente sin respuesta la duda sobre el origen del error en aquélla. Por tanto, la voluntad no deviene viciosa, sino que lo es.

Kant sostuvo que nada en el mundo es absolutamente bueno, excepto la buena voluntad. Por el razonamiento anterior sabemos que ni siquiera la voluntad humana es buena por su propia virtud, al hallarse en un estado de caída. A resultas de esto, nada en el mundo es absolutamente bueno; si hay bien, ha de encontrarse fuera del mundo en primer lugar, y en el mundo sólo por participación de éste.

Es terriblemente inconsecuente en lo que afecta a los ateos (y creo comprender bajo esta denominación a todos ellos) el negar que la fe en Dios pueda hacernos buenos y afirmar al mismo tiempo que nos hace malos. Si la moral humana fuera verdaderamente autónoma e independiente de la teología, tanto lo uno como lo otro sería imposible.

sábado, 10 de septiembre de 2011

La virtud en el mundo


No veo otro modo de explicar el pecado original -esto es, el mal moral consentido- más que suponiendo que la inteligencia puede verse dominada por la voluntad, en un estado similar al que provoca la hipnosis. En efecto, es un tópico el que el hombre gusta de engañarse. Pero ¿cómo va a engañarse la razón a sí misma? Por tanto, es la voluntad la que la engaña; no con razones, sino distrayéndola.

Según creo, la diferencia entre la razón y la voluntad es que, aunque ambas posean causa y puedan explicarse por sus antecedentes, sólo la razón persigue un fin natural con el que se identifica, mientras que la voluntad tiene por única referencia su propio impulso y es, por ello, irrestricta y proteica.

Así, aunque la validez formal de la ley provenga de la voluntad del legislador, su mínima razón de ser es la igualdad, que a su vez se corresponde con el fin de la república de conservarse igual a sí. Quien aspira a que cada cual reciba lo suyo odia tanto el desacato del precepto como la disparidad de las sentencias, pues ambos implican división y asimetría. No estima la justicia quien se complace en juicios cambiantes.

Ahora bien, el ateísmo no sólo se distingue por negar que el primer principio del universo sea inteligente. Al privar a éste de razón, se ve en la misma medida obligado a despojarlo de fines objetivos, y no por cierto como mero conjunto, sino incluyendo forzosamente a todas sus partes.

Luego, siendo el universo una especie de república y la razón una suerte de ley, no hay que esperar ni equidad ni prudencia ni, en suma, cualidad alguna que un varón sabio deba elogiar de una naturaleza que no se rija por la inteligencia y, en su lugar, produzca espontáneamente todos los fenómenos sin más cometido que el producirlos.

Por tanto, o bien el hombre justo, formando parte de la naturaleza, es superior o contrario a la naturaleza, o bien es imposible ser hombre y ser justo. Si lo primero, el ateísmo es falso, pues niega que haya nada sobrenatural. Si lo segundo, no puede haber ateos virtuosos, ya que según sus propias convicciones a nadie alcanza esta cualidad y, por ende, tampoco a ellos. En consecuencia, cualquier toma de partido atea es inconsistente o inmoral.

viernes, 26 de agosto de 2011

Breve-V


1) Cualquier mundo es lo opuesto a la nada;

2) La nada es posible;

3) Lo opuesto de algo posible no puede ser necesario;

4) Cualquier mundo no es necesario, y es necesario que cualquier mundo sea posible;

5) Un mundo necesario es lo opuesto a Dios;

6) Un mundo necesario es imposible;

7) Aquello cuyo opuesto es imposible es necesario;

8) Dios es necesario.

jueves, 25 de agosto de 2011

Breve-IV


I.

Entendemos qué es una no-existencia, del mismo modo que entendemos qué es un no-perro o un no-cuchillo. ¿O tal vez es más difícil de concebir porque, en lugar de afectar a un solo elemento, afecta al conjunto de todos los existentes? La nada sólo sería inconcebible -por autocontradictoria- si negara tanto el conjunto de lo existente como el de lo inexistente, lo cual no es el caso.

Es cierto que no podemos imaginar la nada, pues es la ausencia de toda realidad y de todo cuerpo o figura, es decir, de toda imagen. Pero podemos concebirla; tan sencillo como poner una partícula negativa delante de la proposición "existe cualquier universo". Recuérdese que todo lo concebible por seres racionales, esto es, lo no contradictorio, es posible por definición. Ahora bien, si algo es posible, es imposible que su opuesto sea necesario. Y lo opuesto a la nada es el mundo, cualquier mundo. Ergo, el mundo, cualquier mundo, no es necesario; luego es contingente.

Cruzamos la primera frontera.

II.

El mundo, que no tenía ninguna necesidad de ser, vino sin embargo a ser. Parece posible que fuera siempre, que no empezara jamás y, por ende, que sea incausado. Mas no es razonable. Si el mundo careciera de causa debería ser ya causa de sí mismo, lo que es absurdo, ya necesario, lo que se ha refutado, ya surgir espontáneamente, en cuyo caso no sería eterno.

Queda, pues, que el mundo contingente es o bien creado, o bien espontáneo. Que algo nazca espontáneamente significa que la nada ha obrado en él, al no deberse tal acontecimiento ni a él mismo (al no ser autocausado) ni a otra cosa (al no ser causado por nada). Con todo, la nada, por definición, no puede obrar. La contingencia, entonces, presupone la causalidad. Por tanto, el mundo es creado.

Cruzamos la segunda frontera.

III.

No pueden darse dos seres necesarios, al excluirse mutuamente, negando el uno la necesidad del otro. Lo opuesto a lo sobrenatural es una naturaleza necesaria (Spinoza). Así, si lo natural es necesario, lo no natural, que se le opone, es contingente. Siendo contingente, no puede estar por encima de lo necesario, es decir, de lo natural; luego, lo sobrenatural, por su propia noción, sería imposible.

No obstante, hemos concluido que la naturaleza es contingente, y que la contingencia en lo real presupone la causalidad. Lo opuesto a la naturaleza, lo no natural, es o bien un Dios contingente, o bien un Dios necesario. Si es contingente, es causado o por sí mismo, lo que es absurdo, o por el universo, que no será causado por nada, lo cual va en contra de su contingencia. Si es necesario, es la única causa posible para el mundo. Pero el mundo existe. Ergo, Dios es necesario.

Cruzamos la tercera frontera.

Breve-III


Es necesario aquello cuyo opuesto es imposible. Cualquier ser niega y, por consiguiente, se opone a la nada. Luego, para que la nada sea imposible cualquier ser debe ser necesario. Es decir, debe ser necesario tanto A como no A. Pero esto es una contradicción. Por tanto, la nada es posible. Por tanto, el mundo no es necesario.

Es posible que yo este vivo y es posible que yo no esté vivo, pero no puede ser necesario que yo esté vivo y no esté vivo. Ambos estados se dan en el mundo; por tanto, el mundo no puede ser necesario, pues siéndolo lo serían también todos sus estados, ya que la cualidad de necesario no es distributiva.

La prueba de que este mundo necesario que intentas imaginar es una quimera es el hecho mismo de que este mundo nuestro, que no es necesario, existe. Si también existiera tu mundo necesario, el nuestro sería una de sus partes. Pero ya hemos dicho que la necesidad no es una cualidad distributiva. Por tanto, etc.

Que Dios sea necesario, en cambio, no implica que lo no-Dios sea imposible, pues no hay nada -salvo un universo necesario- que pueda llamarse "no-Dios", siendo Dios el fundamento de la existencia de todo lo contingente. ¿O dirías que la pluralidad es la no-unidad? Esto es muy duro de afirmar, porque sin unidad tampoco hay pluralidad.

jueves, 18 de agosto de 2011

Confórmate


Al ojo sano le cumple ver todo lo que es posible ver, y no decir: "Quiero el verde". Pues esto es propio del que padece oftalmía. Y el oído y el olfato sanos deben estar preparados para todo lo que sea posible oír u oler; el estómago sano, estarlo finalmente para todo lo que se pueda comer, como la muela para todo cuanto por constitución es susceptible de ser molido. Por consiguiente, la inteligencia sana debe estar preparada para todo lo que acontezca, y la que dice "que se salven mis hijos" o "que alaben todos lo que haga", es el ojo que busca el verde, o los dientes que buscan lo blando.

*

También el que persigue los placeres como un bien y rehuye las fatigas como un mal es impío, pues es obligado que uno así haga muchos reproches a la naturaleza común por haber distribuido contra el merecimiento entre malvados y buenos, dado que muchas veces los malvados encuentran el placer y consiguen aquello que lo produce, y en cambio los buenos caen en el dolor y aquello que lo produce.

Todavía, el que teme las fatigas temerá un día lo que haya de ocurrir en el mundo, y esto ya es impío. Y el que persigue los placeres no se librará de cometer injusticia, y esto es claramente impío. Es preciso, frente a aquello ante lo que la naturaleza común se muestra indiferente (pues no habría creado a uno y otro si no se mostrase indiferente frente a uno y otro) que, frente a esto, los que quieran seguir a la naturaleza y estar de acuerdo con ella permanezcan indiferentes. Así pues, quienquiera que frente al dolor y el placer, la muerte y la vida, la gloria y la infamia, de las cuales la naturaleza universal hace un uso indiferente, no se comporta indiferentemente por su parte, está claro que es impío.

*

Cada cosa ha nacido para algo: el caballo, la vid... ¿De qué te extrañas? También el sol dirá: "He nacido para determinada tarea", y los restantes dioses. Y tú ¿para qué? ¿Para gozar? Mira si esta idea se sostiene.

*

El dolor, o es un mal para el cuerpo, en cuyo caso que lo manifieste él, o lo es para el alma. Ahora bien, a ella le cabe velar por su serenidad y su calma propias, y no imaginar que es un mal. Pues todo juicio, impulso, deseo y rechazo están dentro, y ahí no asciende ningún mal.

*

La inteligencia libre de pasiones es una fortaleza. Pues nada más firme posee el hombre en lo cual refugiarse y continuar inexpugnable. El que no ha visto esto es un ignorante. El que lo ha visto y no busca su cobijo es un desdichado.

*

Es vergonzoso que en una vida en que el cuerpo no se rinde tu alma se rinda la primera.

*

No merezco causarme pena a mí mismo, pues jamás la he causado a otro voluntariamente.

*

Hazte cuenta de que todo el que se aflige o muestra su desagrado con lo que sea es semejante a un cerdo al ser sacrificado, que patalea y gruñe. (...) Sólo al ser racional le ha sido dado seguir voluntariamente los acontecimientos, pues seguirlos sin más es obligatorio para todos.

*

Para la piedra que se arroja hacia arriba no es ningún mal bajar ni ningún bien subir.

*

¿Quién te ha dicho que los dioses no nos ayudan también en lo que depende de nosotros? Comienza, pues, a rogar sobre estas cosas, y verás. Ése pide: "¿Cómo me acostaré con aquélla?". Tú: "¿Cómo dejaré de desear acostarme con aquélla?". Otro: "¿Cómo me desharé de aquél?". Tú: "¿Cómo no necesitaré deshacerme?". Otro: "¿Cómo no perderé a mi hijo?". Tú: "¿Cómo no temer perderlo?". En una palabra, dirige en este sentido tus plegarias y mira a ver qué pasa.

*

Toma sin orgullo, abandona sin esfuerzo.

*

Total, si existe la divinidad, todo está bien; si se trata del Azar, no seas tú también azar.

*

O vives aquí y ya te has acostumbrado, o te sustraes fuera y eso querías, o mueres y terminaste tu misión: fuera de esto no hay nada. Por lo tanto, ten buen ánimo.

*

Aguarda, pues, hasta que te familiarices tú mismo con estas cosas, como un estómago fuerte asimila todos los alimentos, como el fuego brillante convierte en llama y resplandor propios lo que le echas.


Marco Aurelio

Natura creata




Lo que es por sí mismo es y no puede dejar de ser. Pero lo que simplemente es perece a tal velocidad que bien podríamos decir que nunca es y que no es nada. Pues, ¿qué? Si la naturaleza es el conjunto de todo lo que perece, ¿cómo no podrá ella misma perecer? No puede ser arrojada a ninguna parte, porque no tiene espacio fuera de sí; tampoco puede transformarse en otra cosa, siendo la suma de todas las que existen en el mundo. Sin embargo, ningún término en su propia noción la obliga a seguir siendo, por lo que podría dejar de ser. Luego, una de dos: o empezó a ser sin razón, y sin razón puede extinguirse, o lo hizo por una razón externa, y puede ser por ella aniquilada.

A la materia, entonces, o bien subyace una inteligencia indivisible, o es regida por un impulso primitivo, o extrae su actividad de su propio impulso. Si no hubiera inteligencia, sino sólo dispersión de átomos, éstos deberían haber sido causados por algo distinto a ellos, a no ser que se postule que su existencia era lógicamente necesaria y, por tanto, un hado. Lo mismo vale para el causante, y para el causante del causante, y así "ad infinitum", hasta llegar a la causa de cuya necesidad lógica no pueda dudarse, esto es, a la que no quepa elegir entre otras posibles y en la que no proceda distinción de partes ni sucesión de momentos; la cual no podría ser múltiple, ni divisible, ni material, en consecuencia.

lunes, 1 de agosto de 2011

La Antigüedad y el ateísmo




Conocerás cómo tierra, sol y luna
y éter común y celestial Vía Láctea y Olimpo
extremo y fuerza ardiente de los astros, fueron impelidos
a llegar a ser


Parménides



No hay necesidad ni eternidad en todo lo que existe o deviene: las más de las cosas no existen sino frecuentemente; es preciso, pues, que haya un ser accidental. Y así, lo blanco no es músico, ni siempre ni ordinariamente. Esto se verifica algunas veces, y esto es un accidente, porque de otro modo todo sería necesario. De suerte que la causa de lo accidental es la materia, en tanto que es susceptible de ser otra de lo que es ordinariamente.


Aristóteles



Por lo demás, ¿puede haber algo de una mayor ignorancia que no reconocer que esta naturaleza, que ha llegado a abarcar todas las cosas, es la mejor, o que no reconocer, siendo la mejor, que está, en primer lugar, dotada de espíritu, en segundo lugar que es poseedora de razón y de consejo, y, finalmente, que es sabia? (...) El mundo, si durante la eterna extensión del pasado ha sido un insensato, nunca, ciertamente, conseguirá la sabiduría; será, en consecuencia, peor que el hombre. Ya que esto es absurdo, ha de considerarse que el mundo es sabio -así como de naturaleza divina- desde un principio.


Cicerón



¿Por qué almas lerdas e ignorantes perturban al que tiene conocimiento y sabe? ¿Y qué es un alma con conocimiento y sabiduría? La que conoce el principio y el fin, y la razón que recorre toda la sustancia, y gobierna el Todo a lo largo de toda la eternidad, de acuerdo con periodos determinados.


Marco Aurelio



Todas las cosas imitan al mismo Uno, pero sucede que unas lo imitan de lejos y otras en mayor grado, y donde la unidad es ya más verdadera es en la Inteligencia; porque el alma es una, mas la Inteligencia es más una todavía, como lo es también el Ser.


Plotino



Lo que no es perpetuo debe ser así de uno de estos dos modos, ya sea siendo compuesto, ya existiendo en otro. Pero el ser autoconstituido es simple, no compuesto, y existe en sí mismo, no en otro. Es, por consiguiente, perpetuo.


Proclo



Las ideas de ser, de cosa, de lo necesario se presentan en el alma primariamente. Su impresión no es de esas que tienen necesidad de ser deducidas por otras cosas más conocidas. Antes al contrario, todo aquello que por sí mismo es concebido como primero es lo común a todas las cosas, como el ser, la cosa, lo uno, etc. Por esta razón no es posible explicarlos sin caer en un círculo vicioso o servirse de alguna otra cosa más conocida.

Avicena

domingo, 31 de julio de 2011

Breve-II


Si lo material existe sin causa, dicha existencia no causal es necesaria o contingente. Si es necesaria, pruébalo de forma lógica. Si es contingente, te contradices, ya que afirmas a la vez que necesita causa y que no la necesita. Si es contingente y espontánea, no es por sí misma ni por otra cosa; luego, ¿por qué permanece?

sábado, 30 de julio de 2011

Breve-I


La tesis central del ateísmo y de todo ateo es la siguiente: Lo no-físico no puede existir ni obrar. Ésta es una afirmación de tipo lógico ("no puede") que nadie ha demostrado y que no se infiere de forma evidente de su propio contenido. Al teísta le basta con mantener que dicha posibilidad se da mientras reduce al absurdo la contraria ("lo físico debe existir y obrar"), obteniendo al respecto la certeza moral.

En lógica sucede al revés que en el ámbito empírico. En éste, si quieres probar que algo es, debes exhibirlo positivamente. En el ámbito de lo conceptual, en cambio, si algo no puede demostrarse imposible (es decir, inconsistente con su noción o con otras nociones verdaderas) entonces es, toda vez que no ha sido negado. Pues bien, Dios es posible. Si, además, fuera inconcebible todo aquello que se opone a Dios -a saber, un universo sin comienzo o autogenerado-, Dios sería asimismo verdadero.

Lo lógicamente evidente se explica por sí mismo o por razonamientos sencillos, mientras que lo empírico se explica por otra cosa, que a su vez remite a otra "ad infinitum" (no hay explicaciones definitivas en física). Que el universo sea es un hecho empírico, no algo evidente. Ergo, que el universo sea se explica por otra cosa, no por el propio universo ni por un sencillo razonamiento "a priori".

Así, es necesario que el mundo sea o no sea, pero no es necesario que sea del modo en que es ahora o no sea. Lo primero puede probarse en lógica, lo segundo no, por lo que exige un razonamiento de tipo inductivo. Luego, no es necesario; luego, es contingente.

Por otro lado, lo posible cuyo contrario es improbable es probable; y lo posible cuyo contrario es imposible es verdadero. Ahora bien, que el mundo, siendo móvil y contingente, carezca de comienzo o sea autogenerado es improbable o imposible. Por tanto, Dios es probable o verdadero.

En suma, el ateo -para serlo y no quedar en el mero agnosticismo- ha de afirmar que lo físico debe existir y obrar y lo no-físico no debe existir ni obrar. El teísta, en cambio, tiene bastante con mantener que tanto lo físico como lo no-físico pueden existir y obrar, aunque lo físico no puede existir por sí mismo. Las aseveraciones del teísmo se siguen de la más estricta lógica; las del ateísmo son pura petición de principio.

domingo, 24 de julio de 2011

Clarke, la inteligencia y las propiedades emergentes


La causa original y autoexistente de todas las cosas debe ser un ser inteligente. En esta proposición subyace el principal punto de disputa entre nosotros y los ateos. Pues el extremo de que algo debe ser autoexistente y que aquello que es autoexistente debe necesariamente ser eterno e infinito y la causa originante de todas las cosas, no conllevará mucha discusión. Pero todos los ateos, ya sea que sostengan que el mundo es en sí mismo eterno tanto en lo tocante a la materia como a la forma, ya que sólo la materia es necesaria y la forma contingente, o cualquier hipótesis que contemplen, siempre han afirmado y deben mantener, directa o indirectamente, que el ser autoexistente no es un ser dotado de inteligencia sino o bien pura materia inactiva, o, lo que en otras palabras viene a ser lo mismo, un mero agente necesario. Dado que un mero agente necesario debe en todo caso ser llana y directamente carente de inteligencia en el sentido más craso (la cual era la noción de ser autoexistente de los antiguos ateos), o bien su inteligencia (lo que constituye el aserto de Spinoza y algunos modernos) debe estar por completo separada de cualquier poder de decisión y elección, lo que en relación a cualquier excelencia y perfección, o de hecho a cualquier sentido común, es tanto como carecer absolutamente de inteligencia.

(...)

Ya que en general se dan manifiestamente en las cosas varios tipos de facultades y muy distintas excelencias y grados de perfección, es necesario que en el orden de las causas y los efectos la causa sea siempre más excelente que el efecto. Y consecuentemente, el ser autoexistente, sea lo que sea, debe necesariamente (siendo el originante de todas las cosas) contener en sí la suma y más alto grado de todas las perfecciones de la totalidad de las cosas. No porque lo que es autoexistente debe por ello tener todas las perfecciones posibles (pues esto, aunque sea completamente verdadero, no es fácilmente demostrable "a priori"), sino porque es imposible que ningún efecto posea alguna perfección que no se encontrara en la causa. Puesto que, si la tuviera, entonces dicha perfección sería causada por nada, lo que es una contradicción obvia. Ahora bien, de un ser carente de inteligencia, como es evidente, no pueden predicarse todas las perfecciones de todas las cosas del mundo, porque la inteligencia es una de estas perfecciones. Todas las cosas, por tanto, no pueden surgir de una causa originante carente de inteligencia, y por ende el ser autoexistente debe forzosamente ser inteligente.

No hay ninguna posibilidad para el ateo de evitar la fuerza de este argumento excepto aseverando una de estas dos cosas: o bien que no existe en absoluto ningún ser inteligente en el universo, o bien que la inteligencia no es una perfección distinta, sino meramente una composición de figura y movimiento, como sucede con la concepción vulgar del color y el sonido. De la primera de estas aseveraciones la propia conciencia de todo hombre ofrece sobrada refutación. Pues quienes han argumentado que los animales son simples máquinas no han presumido nunca todavía que los hombres lo sean también. Y que la última aseveración, en la que reside la principal fuerza del ateísmo, es absurda e imposible se verá acto seguido.

(...)

Ya que en los hombres en particular reside innegablemente el poder al que llamamos pensamiento, inteligencia, consciencia, percepción o conocimiento, o bien debe necesariamente haber existido desde la eternidad, sin causa originante en absoluto, una sucesión infinita de hombres en la que ninguno tuviera un ser necesario, sino todos ellos uno dependiente y transmitido; o bien estos seres de los que se predica la percepción y la consciencia deben en algún momento u otro haber surgido de lo que carecía de las mencionadas cualidades, esto es, sentido, percepción o consciencia; o bien deben haber sido producidos por algún ser superior inteligente. Nunca hubo ni habrá ateo que pueda negar que sólo una de estas tres proposiciones debe ser verdadera. Si, por consiguiente, las dos anteriores pueden ser probadas falsas e imposibles, la última habrá de considerarse ser demostrablemente verdadera. Ahora bien, que la primera es imposible es evidente por lo ya dicho en la prueba del segundo capítulo general de este discurso. Y que el segundo es igualmente imposible se demostrará a continuación. Si la percepción o la inteligencia son una cualidad distinta o perfección y no un mero efecto o composición de la figura y el movimiento carentes de inteligencia, en ese caso la facultad de percibir o ser consciente no puede haber surgido puramente de lo que no tiene tal cualidad de percepción o consciencia, porque nada puede transmitir a otro ninguna perfección que no radique en sí mismo o al menos en un grado más alto. Pero la percepción o inteligencia son cualidades distintas o perfecciones, y no un mero efecto o composición de la figura y el movimiento carentes de inteligencia.

(...)

Si alguien replicase (como el Sr. Gildon ha hecho en una carta al Sr. Blount) que los colores, sonidos, gustos, y cosas parecidas, surgen de la figura y el movimiento, que no tienen dichas cualidades en sí mismas, (...) la respuesta es muy sencilla. Pues, en primer lugar, los colores, sonidos, sabores, y cosas semejantes, no son de ningún modo efectos que surjan de la mera figura y movimiento (no habiendo nada en los cuerpos mismos, los objetos de los sentidos, que tenga algún rasgo o similitud respecto a alguna de dichas cualidades), sino que son simplemente pensamientos o modificaciones de la propia mente, que es un ser inteligente, y no son en sentido propio causadas mas sólo ocasionadas por las impresiones de la figura y el movimiento. (...) Y consecuentemente, por lo que afecta a la presente cuestión, llegaremos a la misma conclusión, que los colores, los sonidos y otras cosas parecidas, que no son cualidades de cuerpos carentes de inteligencia, sino percepciones de la mente, no pueden ser causadas por ni surgir de la mera figura o el mero movimiento carentes de inteligencia, o no más que el color puede devenir en un triángulo, o un sonido en un cuadrado, o algo ser causado por nada. (...) Y esto por esta sencilla razón, porque la inteligencia no es figura y la consciencia no es movimiento. Pues cualquier cosa que pueda surgir o ser compuesta de algo sigue siendo sólo aquellas mismas cosas de las que estuvo compuesta. Y si se hicieran infinitas composiciones o divisiones eternamente, las cosas seguirían siendo eternamente las mismas, y todos sus posibles efectos jamás serían otra cosa más que repeticiones de lo mismo. Por ejemplo, todos los posibles cambios, composiciones o divisiones de figura no son más que figuras, y todas las posibles composiciones o efectos del movimiento no son más que movimiento. Si, por tanto, hubo alguna vez un tiempo en el que no había nada en el universo excepto materia y movimiento, nunca pudo haber existido nada más en él que materia y movimiento. Y tan imposible habría sido que hubiese existido jamás una cosa tal como la inteligencia o la consciencia, o incluso cosas tales como la luz, o el calor, o el sonido, o el color, o cualquiera de las que llamamos cualidades secundarias de la materia, como es imposible que el movimiento sea azul o rojo, o que un triángulo se transforme en un sonido.

Lo que ha sido capaz de engañar a los hombres en este asunto es esto, que imaginan los compuestos ser algo de alguna manera en verdad diferente de aquello de lo que están compuestos, lo que es un enorme error. Pues todas las cosas de las que así juzgan los hombres, o bien, si son realmente diferentes, no son compuestos ni efectos de lo que los hombres los juzgan ser, sino algo completamente distinto, como cuando el vulgo cree que los colores y los sonidos son cualidades inherentes a los cuerpos cuando de hecho son puramente pensamientos de la mente; o bien, si realmente son compuestos y efectos, entonces no son diferentes sino exactamente lo mismo que siempre fueron (como cuando dos triángulos unidos forman un cuadrado, dicho cuadrado no es más que dos triángulos; o cuando un cuadrado es cortado en dos mitades y forma dos triángulos, estos dos triángulos siguen siendo las dos mitades de un cuadrado; o cuando la mezcla del polvo azul y el amarillo produce el verde, este verde no es más que el azul y el amarillo entremezclados, como puede verse claramente con la ayuda de los microscopios). Y, en breve, todo lo que es por composición, división o movimiento no es nada más que exactamente lo mismo que lo que era antes, ya se tome en su totalidad o en cualquiera de sus partes, o en un sitio u orden distintos. Aquel, pues, que afirme que la inteligencia es el efecto de un sistema de materia en movimiento carente de inteligencia debe o bien sostener que la inteligencia es un mero nombre o denominación externa de ciertas figuras y movimientos, y que difiere de las figuras y movimientos carentes de inteligencia no de otra manera que el círculo o el triángulo difieren del cuadrado (lo que es evidentemente absurdo); o bien debe suponer que ésta es una cualidad real y distinta que surge de determinados movimientos de un sistema de materia que en sí misma no es inteligente, de lo que se sigue una no menos evidentemente absurda consecuencia, a saber, que una cualidad proceda de otra.


Samuel Clarke

domingo, 17 de julio de 2011

Contra Faure-I




Se me ha pedido más de una vez que refute las Doce pruebas de la inexistencia de Dios de ese torpe ex-seminarista, Sébastien Faure, que tuvo a bien poner por escrito las aporías que lo habían conducido al ateísmo. Son éstas tan vulgares, capciosas y faltas de sutileza que basta un examen rápido para rechazarlas desde su mismo planteamiento. Habría considerado indigna e inútil esta tarea si no hubiera visto este trivial escrito esgrimido con ardor por ateos contemporáneos, quienes no dudan en avalar las afirmaciones que en él se contienen ni en echar mano de la filosofía más averiada con tal de que secunde sus opiniones. Procedo, pues, a citar a su autor en los correspondientes apartados y a responder a continuación.

I. La acción de crear es inadmisible


Crear es obtener algo de la nada; es formar lo existente de lo inexistente. Por tanto, yo imagino que no se encontrará ni una sola persona dotada de mediana razón que conciba cómo con nada puede hacerse alguna cosa.


Con nada, evidentemente, nada puede hacerse, puesto que no puedo componer una melodía con ningún sonido ni formar un ejército con ningún soldado. Ahora bien, puedo hacer un sonido de un no-sonido y un soldado de un no-soldado. Así, Dios, que no es la nada ni la materia, pudo hacer la materia de la nada. Luego, de la nada sí puede hacerse algo, puesto que ello no implica ninguna contradicción y es, por tanto, posible. Para que crear de la nada fuese imposible, la existencia eterna de lo real debería ser necesaria. No siéndolo, en tanto que puedo concebir consistentemente infinidad de universos distintos a éste y de duración variable, se sigue la posibilidad de su contrario, la creación "ex nihilo".

En consecuencia, la hipótesis de un Ser verdaderamente creador es una hipótesis que la razón rechaza. El Ser creador no existe, no puede existir.


Falsa consecuencia. Se desestima la conclusión.


II. El Espíritu puro no pudo determinar el Universo

Entre el Espíritu puro y el Universo, no solamente existe un foso más o menos ancho, más o menos profundo, y que, en rigor, pudiera llenarse o franquearse, no; existe un verdadero abismo, de una profundidad y extensión tan inmensas que por grande que sea el esfuerzo que se realice, nadie ni nada puede allanar. Ateniéndome a mi razonamiento desafío al filosofo más sutil, como al matemático más consumado, a que establezca una relación (cualquiera que ella sea y mucho mejor la directa de causa a efecto), entre el puro espíritu y el Universo.


Entre el espíritu y un cuerpo no puede haber relaciones físicas ni espirituales, pero sí cualquier otro tipo de relación. Por ejemplo, una relación de producción en el caso de Dios y el universo, o una relación de armonía o de sincronía en el caso del cuerpo y el alma.


Llegado a este punto de mi demostración, establezco sólidamente (...) que aun persistiendo en esa creencia, no puede admitirse que el Universo, esencialmente material, haya sido creado por el Espíritu puro, esencialmente inmaterial.


No hay tal solidez, sino vana palabrería e ineptitud metafísica.


III. Lo perfecto no produce lo imperfecto

Por muy entusiasta que yo sea de las bellezas naturales, y por grande que sea el homenaje que les rinda, no me atreveré a sostener que el Universo sea una obra sin defectos, irreprochable, perfecta. Y no creo que haya nadie capaz de sostener tal opinión. Luego, no siendo la obra irreprochable, el autor, el Dios de los creyentes, tampoco es perfecto.


No puede demostrarse que el universo no es perfecto hasta que se haya definido en qué consiste ser perfecto en este supuesto y se conozca el universo en toda su complejidad. El autor de estas líneas no ha hecho lo primero ni es capaz de lo segundo.


En conclusión: O Dios no existe o no puede ser el Creador, tal es mi convicción. O bien: siendo el Universo una obra imperfecta, Dios no puede ser sino imperfecto. Silogismo o dilema, la conclusión del razonamiento es la misma.


Nuevamente, la conclusión no concluye nada.


IV. El Ser eterno, activo y necesario, no pudo estar inactivo o ser innecesario

Decir que Dios no es eternamente activo es admitir que no siempre lo fue, que ha llegado a serlo, que ha comenzado a ser activo, que antes de serlo no lo era, y puesto que por la creación es como se ha manifestado su actividad, es afirmar a un mismo tiempo que, durante los millares y millares de siglos que precedieron a la acción creadora, Dios estaba inactivo.


En primer lugar, antes de la creación no cabe hablar de siglos, al no haber materia ni movimiento ni tiempo alguno que medir. En segundo lugar, el cristianismo atribuye a Dios la generación perpetua del Hijo, lo que salva la objeción de ociosidad y proporciona un buen argumento contra el credo musulmán.


O bien Dios es eternamente activo y necesario y, en este caso, ha creado eternamente. La creación es eterna, el Universo no ha comenzado jamás, existió en todo tiempo, es eterno como Dios, es Dios mismo con el cual se confunde.


Sigue utilizándose el reduccionismo como ardid para simplificar la cuestión y forzar al adversario a autocontradecirse. No hay motivo para presuponer que toda actividad es material. Así, puesto que tanto lo activo como lo pasivo se dan en la materia, no puede afirmarse que ésta sea esencialmente activa ni, con más razón, que la actividad sea esencialmente material.


Siendo así, el universo no ha tenido principio alguno, no ha sido creado.


Una vez más, la conclusión es tan errónea como el razonamiento que la precede.


V. El Ser inmutable no pudo haber creado

Dios es inmutable. Sin embargo, sostengo que si Dios ha creado, no es inmutable, pues ha cambiado dos veces. Determinarse a querer, es cambiar. Es evidente que existe un cambio entre el ser que quiere una cosa y el que queriéndola la pone en ejecución. Si yo deseo y quiero hoy lo que no deseaba ni quería hace cuarenta y ocho horas, es que se ha producido en mi, o a mi alrededor, una serie de circunstancias que me han inducido a querer. Este nuevo deseo de querer constituye una modificación que no se puede poner en duda, que es indiscutible.


Ridículo antropomorfismo. Se infiere, dado que el hombre se determina a querer cuando actúa, que Dios hace lo mismo; y que, toda vez que el hombre cambia al determinarse a querer, otro tanto ha de suceder a Dios. ¿Cómo se llega a esto? No por deducción, ya que no tiene ningún sentido equiparar la causa primera y autosuficiente a las causas segundas y dependientes. Tampoco por inducción, habida cuenta que no se posee experiencia alguna de los procesos volitivos de Dios. Sólo por analogía, y falsa analogía por cierto, cabe sostener un argumento tan disparatado.


VI. Dios no pudo haber creado sin motivo

¿Por qué motivo tomó Dios la resolución de crear? ¿Qué móvil le impulso a ello? ¿Qué deseo germinó en él? ¿Qué designio se forjó? ¿Qué idea persiguió? ¿Qué fin se había propuesto?

Bien mirado, este Dios no puede experimentar ningún deseo, puesto que su felicidad es infinita, ni perseguir ningún fin, cuando nada falta a su perfección; no puede formar ningún designio, puesto que nada puede extender su poder; no puede determinarse a querer nada no teniendo necesidad alguna.


Curiosa omnipotencia la que fuerza a Dios a la pasividad absoluta. No pudiendo desear nada, tampoco podría desear existir y sería indiferente a su propio ser. Ahora bien, la indiferencia es contraria a la felicidad, que exige asentimiento a la propia condición. Por tanto, Dios no puede ser feliz e indiferente a sí mismo. Entonces, el ser perfecto, a quien llamamos Dios, no puede ser infeliz, ya que la infelicidad es una imperfección. Síguese que, al ser feliz, tampoco puede ser indiferente; ergo, Dios debe desear. ¿Y en qué consiste tal deseo? La respuesta está en Platón (El Banquete):

Cuando lo que tiene impulso creador se acerca a lo bello, se vuelve propicio y se derrama contento, procrea y engendra; pero cuando se acerca a lo feo, ceñudo y afligido se contrae en sí mismo, se aparta, se encoge y no engendra, sino que retiene el fruto de su fecundidad y lo soporta penosamente. De ahí, precisamente, que al que está fecundado y ya abultado le sobrevenga el fuerte arrebato por lo bello, porque libera al que lo posee de los grandes dolores del parto. Pues el amor, Sócrates, no es amor de lo bello, como tú crees, sino amor de la generación y procreación en lo bello.


Dios, poseyendo la idea de lo bello, deseó crear y creó un mundo pletórico de belleza. No porque requiriese de él, sino porque convenía a su perfección multiplicar hasta el infinito los efectos de ella derivados, y correspondía a su bondad desearlo, pues lo semejante atrae a lo semejante, como ya sabían los antiguos.


Prosigue Faure

¿Quién podrá decir: “he aquí el ultimo anillo, el anillo efecto”?


Cree este autor que es tan absurdo hablar de causa primera como de efecto último. De nuevo, juega con las palabras y se refugia en la ambigüedad del término "último". Éste puede significar tanto "el último hasta el momento" como "el último definitivamente". Ahora bien, el término "primero" no adolece de esta ambigüedad, y se entiende que se es primero en sentido absoluto, no temporal.

Tiene, pues, pleno sentido hablar de "el último efecto" si nos referimos al último hasta el momento -es decir, al presente. No lo tiene, en cambio, hablar de él como el último de todos los que han de suceder, ya que no hay razón para conjeturar que la cadena causal se rompe o cesa, en base al principio según el cual todo lo que es seguirá siendo mientras no sea impedido. Y, sin embargo, la misma razón nos inclina a suponer que la cadena debe contar con un comienzo, en virtud del principio -reverso del anterior- por el cual todo lo que no es no será mientras no sea generado. Luego, si el universo cambia, y llamamos "cambiar" al mudar de un estado que es a otro que no es, el universo es generado. No siéndolo por sí mismo (por el principio: Nada es causa de sí ni efecto de sí), lo es por otro al que no puede asimilarse, toda vez que es su opuesto. Es decir, procede de Dios, simple, carente de materia, de sucesión, de pasiones, etc.


De su inane perplejidad ante el término "causa del universo", Faure deduce ser inconcebible el que el universo sea causado:

A la segunda proposición: “El Universo es un efecto”, le falta una condición indispensable: la exactitud. En consecuencia, el citado silogismo no vale nada.


Pero la proposición es exacta. El universo es un efecto, si es racional. Si no lo es, procediendo en círculos los eones, no hay verdaderas causas ni verdaderos efectos, ya que resulta tan cierto afirmar que A es causa de B como que B es causa de A. Tal destruye la ciencia y la filosofía y nos sume en el más ciego escepticismo.


En fin, Faure añade más adelante:

Si es evidente que no hay efecto sin causa, es también rigurosamente cierto que no existe causa sin efecto.


Que es parecido a decir:

Puesto que no hay hijo sin padre, se sigue de suyo que no hay padre sin hijo.


Esto es a la vez una simpleza y una falacia. La falacia, más que obvia, radica en reducir al hombre que antecede al hijo a su mera condición de padre, no obstante fuera hombre mucho antes de ser padre. Así, también Dios fue antes de ser creador.

domingo, 10 de julio de 2011

De alguna parte




Si la capacidad intelectiva nos es común, también la razón, por la que somos racionales, nos es común. Si es así, también es común la razón que prescribe lo que debemos hacer o no. Si es así, también la ley es común. Si es así, somos ciudadanos. Si es así, participamos de alguna clase de constitución política. Si es así, el mundo es como una ciudad. Porque ¿de qué otra constitución común se dirá que participa todo el género humano? Y de allí, de esa ciudad común, nos viene también la capacidad intelectiva, la racional y la legal. ¿O de dónde? Pues igual que lo terreno se me ha dado como una parte de alguna clase de tierra, lo líquido, de otro elemento, el hálito vital, de alguna fuente, lo cálido e ígneo de alguna fuente propia (pues nada procede de la nada, como tampoco retorna a la nada), así también la capacidad intelectiva viene de alguna parte.


Marco Aurelio