martes, 31 de marzo de 2009

La fealdad es un fin amputado




Negar las consecuencias de un acto es negar el acto mismo; a su vez, negar el acto es negar la intención (Pedro Abelardo), y negar la intención es negar al sujeto (Mt. 7:20). Wittgenstein no hacía distingos entre la lógica y el pecado, pues sabía que contradecirse es la forma metafísica de suicidarse.

Por ello, en Homero, Odiseo es el paradigma del hombre sin honor, el de los mil ardides; la calderilla que se dispersa y nada vale (Hölderlin); el buen burgués (Horkheimer), que aspira a la perfección y jamás abandona la miseria, ya que a lo sumo conquista una suerte de nostalgia. Si bien el autoconocimiento pasa por la autonegación, en el sujeto ingenioso es la autonegación misma lo que se pretende dominar, como instrumento de control de los semejantes.

Negar las consecuencias de un acto sólo es legítimo cuando el acto es irracional (lo que más propiamente llamamos una pasión), o cuando el fin que se buscaba con él ya se ha cumplido o va a cumplirse por otros cauces.

Ahora bien, no puede confiarse el destino del hombre a la libertad, que todos los vientos nos molestarían al carecer de un puerto al que conducirnos (Séneca). Y el fin de vivir es el amor, la voluntad unitiva en el esfuerzo individual, que quiere engendrarse y reproducirse (Platón), mientras que el autoengaño diezma nuestras fuerzas y oscurece nuestro rostro. Sólo un criminal puede aborrecer su propia imagen, cuya imagen sobrenatural desconoce, y sólo él ha de decantarse, por fatal afinidad inversa, al implacable aborrecimiento de los demás (Nietzsche).

domingo, 29 de marzo de 2009

Sances














Sobre la génesis filosófica del derecho al aborto




Quizá Mosterín no sea idiota, pero está idiotizado. Su afirmación de que el único motivo para prohibir el aborto es el fundamentalismo religioso puesto que ninguna otra razón moral, médica, filosófica ni política avala tal proscripción se da de bruces con la historia, como sabe quienquiera que no sea un iletrado o un majadero. Lo absolutamente nuevo, lo radicalmente inaudito es el derecho de la madre a deshacerse del fruto de su vientre, convirtiendo la patria potestad en una facultad tiránica orientada al placer irresponsable de quien la ejerce.

Se trata, como digo, de una novedad radical en términos históricos, aunque no sea cronológicamente tan reciente. Bentham, espíritu positivista y una de las grandes figuras del liberalismo decimonónico, justificó el infanticidio en los primeros días tras el parto, práctica ésta no excesivamente extraña en un tiempo en que un hijo bastardo se reputaba deshonroso hasta el punto de merecer exclusión social. Dijo de este delito que no causa mal de primer grado, porque es imposible inferir un daño en la persona de un ser que ha dejado de existir antes de conocer la existencia; y que tampoco ocasiona alarma o temor, porque las únicas personas susceptibles de inquietarse han consentido en su muerte o se la han causado. No estuvo solo en esta opinión, que compartían mentalidades tan progresistas como Beccaria o Carrara, pioneros en el rechazo de la pena de muerte. En concreto, y cito de la bibliografía consultada

Para Bentham la práctica de condenar el infanticidio como un crimen particularmente "antinatural", y las leyes que lo equiparaban al asesinato, se fundaban antes en la antipatía que en la utilidad. A la vista del estigma unido a los nacimientos ilegítimos, el infanticidio a manos de madres solteras resultaba bastante comprensible, y merecía mucha más simpatía que la recibida.


¿Es casual que el argumento de la insensibilidad de la víctima y el de las pulsiones empáticas se repitan en los alegatos de los proabortistas? En absoluto. Esto es también lo que piensa Peter Singer, aunque se le tenga por un gran hereje desde el bando de sus detractores, o desde cualquier otro por un gran revolucionario ("el hombre más peligroso del planeta"). No lo es, ya que parte de una tradición de más de un siglo, inserta en una corriente todavía respetada y hoy ya hegemónica*. Así pues, si conocéis la historia de la Iglesia como para saber que Santo Tomás (por ignorancia empírica, no racional) estimaba al embrión inanimado hasta el día 40, deberíais estar algo más al corriente de los baldones de vuestros Padres Apostólicos.

No me cabe duda de que Mosterín y Bentham son de la misma escuela filosófica y moral. Sólo que, en lugar de mencionar como procedería al filósofo del Panóptico, el primero sazona sus estupideces con Aristóteles, que ninguna culpa tiene, y que si dijo algo al respecto es más bien lo contrario de lo que Mosterín pretende en su artículo, haciendo gala de un analfabetismo filosófico -ahora sí- inapelable.




* Mosterincito se jacta aquí de dicha hegemonía, condenándonos al africanismo a quienes nos alineamos con Hipócrates y el Corpus Iuris Civilis. Curiosamente no se habla de China en todo el post ni en la larga ristra de comentarios, pese a ser un país con el peso de un continente.

viernes, 27 de marzo de 2009

El idiota




La actual campaña de la Conferencia Episcopal contra los linces y las mujeres que abortan pone de relieve el patético deterioro de la formación intelectual del clero, que si bien nunca ha sobresalido por su nivel científico, al menos en el pasado era capaz de distinguir el ser en potencia del ser en acto. ¿Dónde quedó la teología escolástica del siglo XIII, que incorporó esas nociones aristotélicas?


Aquí el ufano Mosterín, firmando un artículo vergonzoso que Mosterincito considera casi inapelable.

Aquí Aristóteles (De anima):

Si fuera necesario decir algo común a toda alma, sería que es la entelequia primera de todo cuerpo natural orgánico.

O, con Leibniz, la mónada dominante del autómata corporal.

Pero quién los necesita cuando se tiene a Patricia Churchland.

jueves, 26 de marzo de 2009

Espuma




Ser hombre es también una forma de impotencia. Mas si la humanidad se definiese sólo por lo negativo, no sería nada. Por tanto, son necesarios fines para de-finirla. Ahora bien, el placer carece de ellos, pues, al acompañar a toda acción voluntaria, no puede ser un fin al que éstas se dirijan, salvo que reduzcamos la experiencia objetiva (el salir del peligro) a la emotividad. Ergo el placer, en cualquiera de sus formas impotentes e infecundas, no es ajeno al hombre, pero tampoco lo define. Contribuye en cambio a desdibujarlo en un difuso horizonte de dichas y desgracias.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Religión y libre mercado




Ya sabes, Mirza, que varios ministros de Cha-Solimán habían proyectado obligar a todos los armenios de Persia a salir del reino o a que se hicieran mahometanos, creyendo que siempre estaría profanado nuestro imperio mientras conservase estos infieles en su seno.

Allí hubiera dado fin la grandeza de Persia si se hubieran escuchado en este lance los consejos de una ciega devoción. No sabemos cómo no se llevó el plan a efecto; que ni los que hicieron la propuesta, ni los que la desecharon, conocieron las consecuencias que acarreaba: valió el azar por la razón y la política y se libró el imperio de más grave riesgo que el que con la pérdida de una batalla y de dos ciudades hubiera corrido.

La proscripción de los armenios hubiera destruido en solo un día a todos los negociantes y casi todos los artesanos del reino. Cierto estoy de que más hubiera querido el gran Cha-Abás cortarse ambos brazos que firmar semejante decreto; y que hubiera creído que cedía la mitad de sus dominios al Mogol y a los demás soberanos de la India enviándoles sus más industriosos vasallos.

Las persecuciones que a los gauros han suscitado nuestros más fervorosos mahometanos, han precisado a aquellos a que se pasaran en ejércitos a la India, privando a Persia de un pueblo tan dado a la labranza y que a esfuerzos de su ímprobo trabajo podía él solo triunfar de la esterilidad de nuestro suelo. Otro golpe más quería darnos la devoción, que era acabar con la industria: así se desplomaba el imperio por su propio peso y, con él, por consecuencia necesaria, se venía a tierra esa misma religión que querían que floreciera.

Discurriendo, Mirza, sin preocupación, no sé si no fuera útil que hubiese en un estado muchas religiones. Los sectarios de las religiones toleradas se nota que por lo común son más útiles a su patria que los que profesan la dominante, porque lejos de los cargos, y no pudiendo hacerse lugar como no sea por su opulencia y riquezas, se esfuerzan a granjearlas con el sudor de su frente y abrazan las más duras profesiones de la sociedad.

Como por otra parte contienen todas las religiones preceptos provechosos para la sociedad, conviene que sean puntualmente observadas. ¿Pues qué cosa hay más propicia para animar su fervor que la muchedumbre? Unas competidoras son que nada perdonan; descienden los celos hasta los particulares; cada uno está alerta, temeroso de hacer cosas que redunden en desdoro de su partido y le expongan a los denuestos y a la aspereza de los baldones del contrario. Por eso siempre se ha notado que la introducción de una nueva secta en un país era el medio más eficaz de enmendar todos los abusos de la antigua.

Vano es alegar que tiene interés el príncipe en no consentir muchas religiones en sus dominios; que cuando se reunieran en ellos todas las sectas del mundo, no le traerían perjuicio ninguno, porque ninguna hay que no mande la obediencia y predique la sumisión.

Confieso que están llenas las historias de guerras de religión; pero mirándolo bien, no ha sido la muchedumbre de religiones lo que estas guerras ha ocasionado, sino el espíritu de intolerancia que animaba la que se creía dominante.

Las ha ocasionado el espíritu de proselitismo que se pegó a los judíos de los egipcios, y que de aquéllos, como una enfermedad epidémica y popular, ha cundido a los mahometanos y a los cristianos.

Las ha ocasionado en fin aquel espíritu de demencia, cuyos progresos sólo a un eclipse total de la humana razón se pueden atribuir. Porque, finalmente, aun cuando no fuera cosa inhumana atormentar la conciencia ajena, aun cuando no resultase de aquí ninguno de los fatales efectos que a millares acarrean, menester fuera estar loco para obrar así. El que quiere que mude yo de religión, sin duda lo quiere así porque no dejaría él la suya si pretendieran violentarle a ello; ¿pues, por qué extraña que no haga yo lo que acaso no hiciera él si le dieran el imperio del mundo?


Montesquieu

jueves, 19 de marzo de 2009

Anarquismo de Estado




Todo debe regularse, opina el socialista, salvo la vida humana en su origen. La ley rige para el macrocosmos estatal, pero está proscrita en el microcosmos materno, como si se tratase de un reino dentro de otro.

¿Cuál es el fin de esta farsa? Establecer una excepción ilusoria a la soberanía, una concesión única de la civilización al estado de naturaleza. Puesto que no sabemos qué es el hombre, obre cada cual en consciencia y que Dios elija a los suyos. Se vuelve pues al conocimiento privado del bien y del mal, que no puede concederse sin disolver el Estado (Hobbes, De cive).

No se olvide, sin embargo, este axioma político: que cualquier derecho que el poder público reconozca al ciudadano, también se lo reserva para sí contra éste.

Glück zu dem Helikon




miércoles, 18 de marzo de 2009

Antropogenias


¿La tecnología nos hace humanos? ¿También a los castores y a las abejas? ¿Es el pájaro menos pájaro y más persona cuando, en lugar de volar, construye su nido?

Lo de Carbonell es marxismo "ad absurdum". Ya no basta con decir que la infraestructura determina nuestro ser cultural y político; también determinaría (¿retroactivamente?) nuestro ser sin más.

Humanismo sin hombres




Mi crítica a la ideología que promueve o justifica el aborto se puede resumir en una sola proposición: que lo personal no puede ser un adjetivo de lo humano, siendo ambos necesariamente elementos sustantivos. La personalidad es una noción potencial que se desarrolla en el tiempo, pero está compuesta por un continuum de momentos en los que una persona en acto opera. Si la persona fuera una potencia en algún momento de ese intervalo, la personalidad no sería nada y, por tanto, nunca llegaríamos a ver a un verdadero hombre. Se coloca el carro antes que los bueyes al pretender que es la personalidad (la suma de experiencias) la que constituye a la persona (el agente) y no a la inversa.

Está en vuestra mano colorear el término “persona” como mejor os convenga, agregándole todos aquellos requisitos que estiméis pertinentes. Pero la gran diferencia entre desempeñar la personalidad y hacer lo propio con una personalidad es que lo primero va ínsito a la condición de humano, mientras que lo segundo está sujeto a la contingencia. Así, que el bachiller se licencie es algo que ocurrirá o no; y, si ocurre, será en un momento muy preciso, y nadie le concederá los honores antes. Sin embargo, que sea libre para licenciarse va a depender exclusivamente de que exista, lo cual a su vez sólo está subordinado a que tenga vida e individuación.

Ser persona no es más que ser libre para ser cualquier cosa dentro de lo humano. Así se ha definido al hombre desde Pico della Mirandola, e incluso en el propio Evangelio (Mt. 8:20) y en el famoso dicho de Plauto. Quienes reclaman el nombre de humanistas seculares deberían saber lo que se traen entre manos y hasta qué punto han traicionado la causa de la humanidad.

martes, 17 de marzo de 2009

Tunder








Ach Herr, laß deine lieben Engelein
am letzten Ende die Seele mein
in Abrahams Schoß tragen,
den Leib in seinem Schlafkämmerlein
gar sanft ohn einige Qual und Pein
ruhen bis an jüngsten Tag.

Alsdann vom Tod erwecke mich,
daß meine Augen sehen dich
in ewige Freude, o Gottes Sohn,
mein Heiland und Genadenthron.
Herr Jesu Christ, erhöre mich,
ich will dich preisen ewiglich.

Amen.

Las pulgas de Chesterton




La diferencia real entre paganismo y cristianismo se resume perfectamente en la diferencia entre virtudes paganas o naturales, y esas tres virtudes cristianas que la Iglesia romana llama virtudes de la gracia. Virtudes paganas o racionales son cosas como justicia y templanza, y la Iglesia las adoptó. Las tres virtudes místicas que el cristianismo no adoptó, sino que inventó, son fe, esperanza y caridad (…) Quiero limitarme a decir dos hechos evidentes. El primero es que las virtudes paganas, como la justicia y la templanza, son virtudes tristes, y que las místicas virtudes de fe, esperanza y caridad son virtudes gayas y exuberantes. El segundo hecho evidente, aún más evidente, es que las virtudes paganas son virtudes razonables, y (…) que cada una de estas virtudes místicas o cristianas incluye una paradoja en su propia naturaleza (…) Caridad, o significa perdonar lo que es imperdonable, o no es una verdadera virtud. Esperanza, o significa esperar cuando las cosas están ya perdidas, o no es una verdadera virtud. Y Fe, o significa creer lo que es increíble, o no es una virtud. Caridad es el poder defender lo que es indefendible. Esperanza es el poder ser amable en circunstancias que sabemos bien son desesperadas (…) Cualquiera que sea el significado de Fe, debe significar siempre una certeza acerca de cosas que no podemos demostrar (…).

Pero existe otra virtud cristiana, más evidente e históricamente conectada con el cristianismo (…) El pagano declaraba gozar de su propio yo. Pero el fin de su civilización ha demostrado que un hombre no puede gozar de sí mismo y seguir gozando de ninguna otra cosa… Mientras se suponía que el más pleno disfrute hay que encontrarlo extendiendo nuestro yo hasta el infinito, la verdad es que el más pleno disfrute hay que encontrarlo reduciendo el yo a cero (…) Humildad es lo que continuamente renueva el mundo y las estrellas. Es la humildad y no el deber, lo que preserva de error a las estrellas, del imperdonable error de la resignación a la causalidad (…) Si viéramos el sol por primera vez, nos parecería el más temible y hermoso de los meteoros. Pero cuando lo vemos ya la centésima vez lo llamamos (…) “la luz de un día común y corriente” (…) Quisiéramos entonces exigir seis soles, o exigir un sol azul o uno verde. La humildad nos pone siempre en la primera oscuridad. Allí toda la luz es brillante, sorprendente e instantánea (…) Para el hombre humilde y sólo para él, el sol es de verdad un sol; para el hombre humilde y sólo para él, el mar es de verdad un mar. Cuando este hombre mira por la calle los rostros de la gente, no es que se dé cuenta de que están vivos; se da cuenta, con una dramática alegría, de que no están muertos”.


Chesterton (citado por Ricardo Aldana).

Vía.

domingo, 15 de marzo de 2009

Argo non mai




Tópicos sobre el aborto




Nunca he creído en la unidad monolítica del "yo", la que tal vez uno imagina cuando emplea las palabras "sujeto" o "persona". El "yo" como "yo que se autoobserva" se ve a sí mismo de un modo distinto a como es representado por el resto de individuos, y en cierto sentido se desdobla en el proceso. Los antiguos llegaron a hablar de démones personales para explicar semejante bifurcación de las voluntades y las inteligencias. El posmoderno, lisa y llanamente, niega la subjetividad, la transfiere por empatía o la reduce a lo sensible.

Pero ¿dónde está escrito que matar sólo sea malo si es doloroso? Los animales sienten dolor y no por ello son humanos. Por ende, la capacidad de sentir el dolor no es rasgo definitorio de la humanidad. Desechamos, sí, a los fallecidos al dictaminarles muerte cerebral, pero no porque carezcan de consciencia, sino porque contamos con la más que razonable certeza de que no la tendrán jamás. Es decir, valoramos potencialidades.

¿Por qué se distingue, pues, entre ser humano vivo y persona? ¿Hay personas no humanas? ¿Qué tan sublime es la personalidad para serlo todo, mientras que la humanidad -de la que aquélla parte y a la que nunca abandona- no sería nada? ¿Defendemos al hombre porque es racional o porque debe serlo?

El desarrollo del nasciturus en el proceso de gestación prueba que el encefalograma plano no es el fin de la vida en sentido cronológico u ontológico. La vida termina -al menos a efectos civiles- cuando el organismo en su conjunto se muestra incapacitado para seguir perseverando, lo cual arroja infinidad de síntomas además del que comúnmente se toma como indicativo de la muerte.

Por si cupieran más dudas, invoco a Perogrullo: las plantas no tienen actividad cerebral y están vivas, pero no son humanas. Puesto que nadie duda que el nasciturus es un ser humano en acto, ¿con qué criterio se juzga que no está vivo? Y si lo está, ¿con qué derecho se lo mata? Los materialistas siempre han relativizado la consciencia, relegándola al papel de epifenómeno. No ha lugar a que ahora la conviertan en esencia de la humanidad, cuando sólo es uno de sus rasgos más característicos (otros serían andar erguidos o ser omnívoros).

Respecto al momento en que alguien se constituye en prójimo, sin duda tiene un componente cultural en su apreciación. Profanar tumbas se considera delictivo, por estimar que los muertos todavía son prójimos nuestros, y ello pese a estar ciertos de que no van a padecer ese acto. ¿Por qué profanar úteros es menos obsceno, si con este modo de obrar nos privamos, además, de miembros útiles para la sociedad?

Todavía más. ¿Es un prójimo un enemigo en una guerra? Lo dudo mucho. No hay proximidad en la relación entablada, sino necesidad de repelernos mutuamente. Pero ¿se sigue que no es humano y que su vida nada vale? No para aquellos que creen en la civilización. Entonces, ¿hemos de dar a la que es de facto nuestra descendencia, si bien aún nonata, un trato peor que el que reservamos a los hombres más hostiles? ¿En base a qué libertad insensata, a qué precepto cruel?

A quien inquiera dónde está el límite para estimar que alguien es hombre y no mera semilla o posibilidad de serlo se le responde: el límite está en la acción externa. Desde el instante en que el cuerpo no necesita de ella para constituirse, bastándole con el mero paso del tiempo en un entorno adecuado, hablamos de organismo autónomo en germen. Porque si no distinguiéramos entre constitución primera y desarrollo ulterior, sería absurdo hablar de progenitores.

Si no hay nada divino en el hombre, tanto mejor para que lo consideremos tal ab initio, desde que su máquina está completa en cuanto a la constitución, pese a que no lo esté respecto a su desarrollo. Si excluimos los fines del universo, ¿por qué inculcamos ideales a nuestra especie -"la forma humana ideal", "la inteligencia ideal", "el grado de madurez orgánica ideal"? Y si no admitimos una eximente por empatía para evitar perdonar a los criminales más carismáticos, ¿por qué, e converso, tenemos en cuenta tal agravante para condenar a cierta clase de inocentes, humanos pero no antropomorfos?

El aborto es quizá la prueba más sangrante de la insuficiencia moral del ateísmo y el materialismo.

sábado, 14 de marzo de 2009

Libertad es no tener miedo




I have already given the reader to understand that the description of liberty which seems to me the most comprehensive, is that of security against wrong. Liberty is therefore the object of all government. Men are more free under every government, even the most imperfect, than they would be if it were possible for them to exist without any government at all: they are more secure from wrong, more undisturbed in the exercise of their natural powers, and therefore more free, even in the most obvious and grossest sense of the word, than if they were altogether unprotected against injury from each other. But as general security is enjoyed in very different degrees under different governments, those which guard it most perfectly, are by the way of eminence called "free". Such governments attain most completely the end which is common to all government. A free constitution of government and a good constitution of government are therefore different expressions for the same idea.


James Mackintosh

Tripalium


Dentro de dos lunes firmaré un contrato de trabajo con una nueva empresa. Hasta ahora era jefe de sección en una minúscula gestoría, con responsabilidades decrecientes a causa de la crisis, y de ahí mi creciente actividad filosófica. Ahora será una multinacional quien me emplee, por lo que dispondré de menos tiempo y menos ánimo para este tipo de ocio. Lo notaréis pronto en el ritmo de publicación.

Sed frustra gementes




jueves, 12 de marzo de 2009

Monstruo incomprensible




Savater cree que el salto cualitativo de nuestra especie respecto a las demás se da en cierta capacidad simbólica, aptitud que no explica ni describe en qué consiste, como si resultara obvio.

Ahora bien, si tratamos de imaginar cómo procedería un raciocinio no simbólico, estrictamente empírico, veremos que el más cercano a este esquema es el modo de operar de las máquinas, para las que cada estímulo tiene asociados determinados cálculos, en cuyo origen radica geométricamente cualquier resultado obtenido desde éstos.

Pocos defenderían hoy la maquinalidad de los animales, como pocos la defendieron en el pasado, pese a la hinchada autoridad de Descartes. El símbolo es en cierto sentido inherente a todo pensamiento, que procede siempre por analogía respecto al fenómeno percibido, del cual nunca descubrimos nada que no estuviera compuesto por nociones primitivas ya conocidas por nosotros. En el hombre, además, alcanza dimensiones religiosas o místicas, al ser consciente de la contingencia de lo que le rodea, por lo que se diría que para él lo mudable ante los ojos es siempre símbolo de lo inmutable y latente.

Para el animal, en cambio, lo mutable remite a lo mutable en sucesión confusa e indefinida. Y aunque se den en su mente elementos innatos e irreducibles, pues de lo contrario su pensamiento sería un perpetuo fluir donde la certeza práctica iba a resultar imposible, no los conoce; con lo que, ser ateórico, tampoco los posee verdaderamente.

Tengo buenos motivos para sospechar que Savater no sabe lo que se dice cuando centra nuestra primacía en el reino de los vivientes en facultades que todos ellos comparten. La abstracción intelectual que intenta patrimonializar para el género humano es sólo una forma refinada de la discriminación perceptiva en la que todo organismo basa su conducta y su supervivencia. A mayor conocimiento, mayor aptitud para el dominio. Pero es del mismo dominio del que intentamos defendernos invocando un derecho natural predicable de nuestra condición singular.

Por tanto, salvo que concedamos a lo abstracto una virtud positiva y propia, de la que estaríamos singularmente irradiados, en nada nos beneficia o dignifica la posibilidad de representárnoslo con mayor claridad y distinción que el resto de especies. Pero para tales inferencias precisamos de la religión.

Romper el círculo


José Ramón Mazaira, un buen amigo del que hace bastante que no tengo más que noticias vagas y telegráficas, escribió hace ocho años un sagaz conato de crítica al sistema de Kant. Por entonces teníamos sólo veintiún años, lo cual dice mucho de su mérito intelectual, como se verá. Los azares del destino han hecho que vuelva a dar con el texto después de haber pasado mucho tiempo desde la última vez que lo leí.


El hilo conductor de la Crítica de la razón pura puede resumirse en una pregunta: ¿cómo son posibles los juicios sintéticos a priori?. Este problema se plantea después de haber clasificado los juicios en analíticos y sintéticos. Los analíticos son siempre a priori y se caracterizan por ser verdaderos de forma necesaria, si bien no permiten avanzar en nada al conocimiento. En este sentido, el juicio analítico por excelencia sería éste: X es X. ¿Qué sucedería, sin embargo, si se demostrara que este juicio no es necesariamente verdadero?. Se debería replantear por completo la problemática kantiana (especialmente la división en el seno de las ciencias entre ciencias puras y ciencias empíricas, que se corresponde con la división entre juicios analíticos y juicios sintéticos).

Podemos transcribir así el principio de identidad: Jxx, donde J = "es idéntico a". Este principio (x es idéntico a x) es uno de los dos axiomas sobre los que se puede constituir la "teoría de la identidad"; el otro es: CJxyC*x*y, es decir, "si x es idéntico a y, entonces si x satisface *, y satisface *" (C denota implicación). Si, como se ha dicho antes, todas las proposiciones analíticas son necesarias, también lo será Jxx; de ahí que obtengamos este principio apodíctico: LJxx, es decir, "es necesario que x sea idéntico a x" (L significa: "es necesario que"). Pero este principio conduce a consecuencias absurdas. Podemos derivar, a partir de CJxyC*x*y, sustituyendo (1) "*" por LJx ("es necesario que x sea idéntico a...") esta proposición: CJxyCLJxxLJxy ("si x es idéntico a y, entonces, si es necesario que x sea idéntico a x, entonces es necesario que x sea idéntico a y"). Aplicamos la regla de conmutación (2) y obtenemos: CLJxxCJxyLJxy ("si es necesario que x sea idéntico a x, entonces, si x es idéntico a y, entonces es necesario que x sea idéntico a y"). De aquí se sigue la proposición: CJxyLJxy. Esto significa: 2 individuos cualesquiera son necesariamente idénticos si es que son idénticos. Esto es falso. Quine da el siguiente ejemplo: que "x" denote el número de planetas del sistema solar y que "y" denote el número 9. ¿Qué sucede entonces?. Aunque de hecho sea cierto que el número de planetas del sistema solar es 9 NO POR ELLO ES NECESARIO que sean 9 los planetas del sistema solar.

De la proposición CJxyLJxy todavía podría derivarse esta otra (aplicando la definición de L y la regla de transposición): CMNJxyNJxy (donde M = "es posible que"; luego, "si es posible que x no sea idéntico a y, entonces x no es idéntico a y").


La verdad es, pues, más que una tautología. Es una tautología necesaria, o una necesidad tautológica. ¿Y qué significa ser necesario? Ser inteligible y contenerlo todo. Termina Mazaira:

El psicologismo trata de reducir esta necesidad a una compulsión a que se vería sometido todo sujeto para admitir la verdad de una cierta proposición. Es cierto que Aristóteles utiliza un "debe ser" en las proposiciones derivadas de forma necesaria de ciertas premisas. Pero el significado de esta expresión no es el que le querría dar el psicologismo. La famosa "necesidad silogística" no significa más que esto: que la implicación es verdadera para todos los valores de las variables que aparecen en la implicación (Lukasiewicz, #5). Este "para todos los valores de las variables" remite a lo que en lógica se denominan cuantificadores universales. Suelen expresarse así: (x)Fx, que equivaldría, si el conjunto de valores de x fuera (a, b, c), a: KFaFbFc (K, que denota conjunción, puede también sustituirse por un punto ".", así: Fa.Fb.Fc). El texto de Kant citado antes (#36) habla de "certeza". Desconozco la palabra utilizada por Kant en el original alemán para designar "certeza" (¿Gewissheit?). Puedo equivocarme (quedo a merced del traductor); aún así, que Kant utilice, en el contexto de las proposiciones analíticas, el término "certeza", en relación con la necesidad que caracteriza a estos juicios, me parece muy importante. En el primer apartado de la introducción de LL se dice: "Es verdad que algunos lógicos presuponen principios psicológicos en la lógica. Introducir semejantes principios en la lógica es tan absurdo, sin embargo, como derivar la moral de la vida. Si tomásemos los principios de la psicología, es decir, de la observación de nuestro entendimiento, veríamos simplemente CÓMO acontece el pensamiento y CÓMO ES bajo los diversos impedimentos y condiciones subjetivas; esto conduciría por tanto al conocimiento de meras leyes CONTINGENTES. La cuestión en la lógica no es, sin embargo, relativa a leyes CONTINGENTES, sino NECESARIAS -no cómo pensamos, sino cómo debemos pensar. Las leyes de la lógica han de ser derivadas, por lo tanto, no del uso CONTINGENTE del entendimiento, sino del NECESARIO, que uno encuentra en sí mismo al margen de toda psicología. En la lógica no querremos saber cómo es y cómo piensa el entendimiento y cómo ha procedido hasta ahora en el pensamiento, sino cómo debería proceder. Debe instruirnos acerca del uso correcto del entendimiento, es decir, acerca del uso del entendimiento en concordancia consigo mismo". A lo largo de LL se observa un doble movimiento: crítica, por un lado, del psicologismo; pero, por otro lado, definición de la lógica como "ciencia [...] de la mera FORMA del pensamiento en general" (...).

Et ad portas Paradisi





Lex aeterna




Los gobernantes, aun indignos, son todos vicarios de Dios. Como criados suyos pueden hacer bien o mal su tarea mientras el dueño se encuentra ausente. De esta manera Sócrates creía en la misión providencial de las leyes, pese a que fueran interpretadas por malvados. Antes que él escribió Heráclito que es menester que el pueblo luche por la ley como por sus muros. Es la ley la que contiene al pueblo y lo defiende (de sí mismo, en gran medida), no el pueblo el que refleja su voluntad en ella como en un espejo. Los muros de una república democrática son de cristal.

Ante la hipocresía de los sofistas, que le acusaron de corromper a la juventud, Sócrates dio por buena la mayor -que la juventud es corrompible y el corruptor debe ser castigado- al tiempo que negaba la menor -haber sido reo de tal delito. Acusando a Sócrates, pues, los malvados se acusaban a sí mismos. Aquél, a su vez, siendo inocente se entregó a Dios como al juez supremo de su causa, con lo que la justicia humana quedó turbada y mejorada por el sacrificio de un hombre. El sabio filósofo, a semejanza de Cristo, aceptó la trampa que le habían tendido para dar con ella eterna y definitiva caza a los emboscadores.

miércoles, 11 de marzo de 2009

La marcha silenciosa


Todas las religiones y sectas tienen su ciclo, como las repúblicas, de monarquía vienen a república popular, y de ésta a uno pasa, luego a muchos y más tarde a todos, por la misma y diversas vías. Así, cuando las sectas llegan al ateísmo, nace la última malparanza del pueblo y el extremo de la ira de Dios, y retornan al bien penosamente. Cuando llégase a negar la providencia divina o la inmortalidad del alma, se padece reforma o cambio necesariamente, porque los pueblos y los príncipes pierden el freno de la conciencia, y aquéllos tórnanse sediciosos, y éstos, tiranos, y entonces cualquier legislador bueno o no bueno reciben fácilmente con avidez, etc.


Campanella


lunes, 9 de marzo de 2009

Exsurge cor meum














Entusiasmo e hipocresía




La inclinación natural goza de otra ventaja: y es que arrastra consigo todo el ingenio y la agudeza de la mente; y cuando llega el momento de enfrentarse a los principios religiosos, busca todos los métodos y formas de eludirlos, alcanzando el éxito casi siempre. ¿Quién puede dilucidar los sentimientos del hombre y dar una explicación a esos extraños ataques y excusas con los que la gente se satisface cuando defiende sus inclinaciones naturales contra sus deberes religiosos? Esto es algo que el mundo entiende muy bien; y nadie que no sea un insensato dejará de fiarse de un hombre porque ha oído que dicho hombre, mediante el estudio y la filosofía, alberga una serie de dudas especulativas acerca de los asuntos teológicos. Y al tratar con una persona que hace grandes profesiones de religión y devoción, ¿no es verdad que muchos que son considerados prudentes se ponen en guardia porque temen que esa persona los engañe y defraude?

Además, hemos de tener en consideración que los filósofos que cultivan la razón y la reflexión necesitan menos de esa clase de motivaciones religiosas para mantenerse dentro de los límites de la moral; y que los hombres vulgares, que quizá tengan necesidad de ellas, son absolutamente incapaces de darse cuenta de que la religión pura nos dice que Dios está satisfecho con que nos limitemos a practicar la virtud dentro de la conducta humana. Las recomendaciones de la Divinidad son interpretadas generalmente como si se tratase de cumplir con preceptos superficiales, o de experimentar arrebatos de éxtasis, o de mostrar una credulidad fanática. No necesitamos retroceder a los tiempos antiguos, ni visitar regiones remotas para encontrar ejemplos de esta degeneración. Hay algunos entre nosotros que son culpables de esa atrocidad, una atrocidad que no fue conocida en las supersticiones griegas y egipcias, y que consiste en atacar expresamente la moralidad y decir que, cuando nos apoyamos en ella, somos irremisiblemente abandonados del favor divino.

Pero aunque la superstición o fanatismo no estuviese en oposición directa con la moralidad, siempre dará lugar a consecuencias desastrosas, ya que distrae nuestra atención de lo realmente importante, da lugar a nuevas y superficiales clases de mérito e introduce una distribución absurda de alabanzas y censuras; además, debilita extraordinariamente esos compromisos que el hombre tiene con los motivos naturales de la justicia y el humanitarismo. Del mismo modo, un principio de acción que no pertenezca a los motivos familiares que animan la conducta humana sólo tendrá fuerza sobre el temperamento en contadas ocasiones, y será necesario sacarlo a flote mediante un constante esfuerzo, a fin de que el fanático piadoso pueda estar satisfecho con su propia conducta y pueda llevar a cabo sus devotas tareas. Con aparente fervor, se ponen en práctica muchos ejercicios religiosos en momentos en los que el corazón se siente frío e indiferente. Y de esta forma, se va adquiriendo poco a poco un hábito de disimulo, y el fraude y la hipocresía se convierten en los principios dominantes. De aquí proviene la explicación de esa observación común que afirma que el máximo celo religioso y la más profunda hipocresía, lejos de ser incompatibles, suelen estar unidos en un mismo individuo.


Hume





Como la falsa piedad y la verdadera tienen qué sé cuántas acciones que les son comunes; como el exterior de una y otra son casi idénticos, no es solamente fácil, sino a la vez necesario, que la misma mofa que ataca a una beneficie a la otra, y que los rasgos con los que uno describe a ésta desfiguren a aquélla, a menos que se apliquen todas las precauciones de una caridad prudente, exacta y bien intencionada, lo que el libertinaje no está en disposición de hacer. Y hete aquí, cristianos, lo que de ello resulta, puesto que los espíritus profanos, muy lejos de querer participar de los intereses de Dios, han emprendido el censurar la hipocresía, no para reformar su abuso, lo que no es en absoluto su cometido, sino para hacer del caso una especie de diversión de la que el libertinaje pueda aprovecharse, concibiendo y haciendo concebir sospechas injustas hacia la verdadera piedad mediante malignas representaciones de la falsa. Hete aquí lo que han pretendido, exponiendo en el teatro y a la risa pública a un hipócrita imaginario, o lo mismo, si queréis, a un hipócrita real, y convirtiendo en su persona las cosas más santas en ridículas, el temor por los juicios de Dios, el horror del pecado, las prácticas más loables en sí mismas y las más cristianas. Hete aquí lo que han fingido, poniendo en boca de este hipócrita las máximas de la religión débilmente sostenidas, al mismo tiempo que las suponían rudamente atacadas; haciéndole censurar los escándalos del siglo de un modo extravagante; representándolo concienzudo sólo para la fineza y para el escrúpulo sobre los puntos menos relevantes, que sin embargo debía cumplir, mientras cargaba por lo demás con los crímenes más enormes; mostrándolo bajo un rostro de penitente que no servía más que para cubrir sus infamias; dándole, según su capricho, el carácter de la piedad más austera, que diríais la más ejemplar, aunque fuera en el fondo la más mercenaria y la más laxa.

¡Reprobables invenciones para humillar a las gentes de bien, para volverlas a todas sospechosas, para despojarlas de la libertad de declararse en favor de la virtud!


Bourdaloue

viernes, 6 de marzo de 2009

Cuarto poder vacante




El periodismo ha muerto con la verdad, pero sólo la segunda resurgirá. La metáfora del "Ancien Régime" y su caída no es idónea, sin embargo, pues si existe una profesión emblemática del liberalismo global, nacida con él, ésta es la de periodista. Para ser verdaderamente libre internet debe ser feudal: comunidad de intereses, trama de afectos, choque de fuerzas fácticas y autoridades del espíritu, sin poderes centrales.

jueves, 5 de marzo de 2009

Enemigo del comercio




Algunos legisladores han aprovechado el progreso de las luces que desde hace unos cincuenta años se desarrolla rápidamente de un extremo a otro de Europa; han investigado todos los sectores de la administración, los medios para favorecer la población, para promover la industria, para conservar las ventajas de una determinada situación y procurar otras nuevas. Se puede asegurar que los conocimientos conservados por la imprenta no van a extinguirse y que aún aumentarán. Si algún déspota quiere sumir a su nación en las tinieblas siempre habrá naciones libres que la volverán a la luz.

En épocas ilustradas es imposible fundamentar una normativa sobre errores; la propia charlatanería y mala fe de los ministros son apercibidas rápidamente excitando la indignación. Es igualmente difícil volver a un fanatismo destructor como el de los discípulos de Odín o de Mahoma; no se podrían aceptar hoy en ningún pueblo prejuicios contrarios al derecho de gentes y a las leyes de la naturaleza.

(...)

La religión, cada día más esclarecida, nos enseña que no hay que odiar a los que no piensan como nosotros; se sabe distinguir hoy el espíritu sublime de la religión de las supersticiones de sus ministros; hemos visto en nuestra época a las potencias protestantes en guerra contra las potencias católicas, y ninguna insistir en el empeño de inspirar a sus pueblos ese odio brutal y feroz, que se tenían en otras épocas, incluso durante la paz, entre pueblos de diferentes sectas.

(...)

El comercio, como las luces, disminuye la agresividad, pero igual que aquélla limita el entusiasmo de la estima, éste limita quizá el entusiasmo por la virtud: restringe poco a poco el espíritu de altruismo reemplazándolo por el de justicia, suaviza las costumbres civilizadas por la ilustración; pero al inclinar los espíritus más hacia lo útil que hacia lo bello, hacia lo grande más que hacia lo sabio, altera quizá la fuerza, la generosidad y la nobleza de las costumbres.


D'Alembert

El tiro errado


Se nos presentó al salvaje lleno de temor ante los fenómenos de la naturaleza a menudo maléficos, y que convertía en dioses, sin el menor temor, las piedras, los troncos de los árboles, la piel de los animales salvajes, en una palabra, cuantos objetos se presentaban ante sus ojos. Se concluyó de ello que el temor era la única fuente de la religión. Pero, al razonar así, se dejaba de lado la cuestión fundamental. No se explicaba de dónde procedía este temor del hombre a la idea de poderes ocultos que actúan sobre él. No se explicaba la necesidad que el hombre tiene de descubrir y adorar a estos poderes ocultos.

Cuanto más se acerca uno a los sistemas contrarios a cualquier idea religiosa, más difícil de explicar se hace esta disposición. Si el hombre no difiere de los animales más que porque posee, en un grado superior, las facultades de las que está dotado; si su inteligencia es de la misma naturaleza que la suya, y sólo más ejercitada y más comprensiva, todo cuanto esta inteligencia produce en él, debería producirlo en ellos, en un grado, sin duda, inferior, pero en algún grado.

Si la religión proviene del miedo, ¿por qué los animales, algunos de los cuales son más tímidos que nosotros, no son religiosos? Si proviene del reconocimiento, al ser tanto las ventajas como los rigores de la naturaleza física los mismos para todos los seres vivos, ¿por qué la religión sólo pertenece a la especie humana? Si se indica como fuente de la religión la ignorancia de las causas, estamos obligados a reproducir continuamente el mismo razonamiento. La ignorancia de las causas existe para los animales más que para el hombre; ¿de dónde procede que sólo el hombre intente descubrir las causas desconocidas? Por otra parte, al otro extremo de la civilización, en una época en la que la ignorancia de las causas físicas ya no existe, y en la que el hombre ya no tiene miedo ante la naturaleza, ¿no veis que se reproduce la misma necesidad de una correspondencia misteriosa con un mundo y con seres invisibles?


Benjamin Constant

martes, 3 de marzo de 2009

Fantasmal hedonismo




Es falso el axioma según el cual el mayor placer es el mayor bien. Si un hombre delinque y es por ello castigado, cabe preguntarse qué mal es peor: ¿La culpa que lo ha hecho malo? ¿o el justo castigo que ha recibido a raíz de la misma? Siendo el castigo inevitable, es peor la culpa, al ser evitable y causa de todo lo demás. Ahora bien, el delincuente encontró placer en su delito, pues si no no lo habría cometido. Por tanto, el mayor placer no es el mayor bien.

El placer sensible tampoco cuenta con un baremo con el que ser medido. En primer lugar, porque carece de objetividad. Así, para algunos será preferible un placer intenso y breve a otro prolongado y difuso, y a la inversa; o dividirán mentalmente en momentos una sensación que, de hecho, no tiene solución de continuidad. En segundo lugar, porque no integra nociones claras y distintas. Nadie puede decir de veras (esto es, nadie puede probarse a sí mismo) que el vino de Borgoña es superior al arte de la Contrarreforma.

Además, puesto que se asume que la buena política debe aumentar las funciones de utilidad de todos, ¿puedo preguntar cuál es límite? Es decir, si el fin es el placer de todos en todo momento, ¿cuándo se da este fin por cumplido y cuándo se tiene por frustrado? Del mismo modo que la riqueza deja de ser útil llegados a un punto, igualmente el placer no puede ir más allá de la saciedad. Ello implica que el placer no es un fin en sí.

Por último, si el placer es una pasión, ha de darse con cierta independencia de mi capacidad de obrar y de pensar. Luego no depende por completo de lo que haga o piense, sino en gran parte de lo que sienta. El hombre de sentimiento será así más feliz que el hombre de pensamiento o que el de acción. Pero, dado que todos sentimos, ¿qué debo sentir para sentir más y mejor?

domingo, 1 de marzo de 2009

Caín




De Maistre contra el libertinismo




Las veladas de San Petersburgo son una Teodicea dramatizada, casi romántica. Aunque no se lo mencione jamás, también son un anti-Sade, quien -no apartándose en esto de los progresistas seculares- hizo de la inmoralidad universal la mejor tabula rasa para la futura emancipación humana. Si el autor de Justine alega que no hay más ley natural que la de la violencia y la opresión, De Maistre se revuelve en contra de la tesis metafísica que sustenta a dicha ley, a saber, la acusación contra la Providencia que comparten deístas y ateos, de Spinoza a Voltaire: que Dios no se ocupa de los hombres.

Al comienzo de las veladas se formula la pregunta por la felicidad de los malos y la infelicidad de los justos. Ante un destino inicuo, donde la fuerza bruta hace valer sus derechos, la moral sería inútil o quimérica. En lo sucesivo y hasta el final de la obra se nos tratará de persuadir de lo capcioso de la asunción que da lugar al problema.

En primer lugar, se responde que no hay nada más probado que el padecimiento de los malos, tan sujetos a la contingencia del devenir como el resto de mortales. Su depravación tampoco es indiferente al fin que sus vidas alcanzan. Éstos sufren tanto penas físicas -por oponerse al orden natural y entregarse a la pasión- como psíquicas -pues atentan contra su propia conciencia- y jurídicas -ya que erosionan a la ciudad bien organizada, que los rechaza. Por otro lado, los bienes de los que disfrutan no siempre se deben a su maldad, sino que más bien existen a pesar de ella.

Se señala no obstante que puede haber excepciones, esto es, criminales que vivan y mueran felices. Pero es mejor que así suceda, lo que no resulta en absoluto injusto. Se esgrimen dos motivos: Porque tal estado de cosas depende de una ley general física (el leibniziano principio de razón suficiente), imparcial por tanto, que de destruirse sumiría al mundo en el caos y en la arbitrariedad; y porque la virtud y el vicio no pueden tener recompensas o castigos inmediatos, si se quiere que la moral sea sincera.

Por añadidura, no conocemos el resultado último de nuestras acciones. Lo que tenemos por un bien, si se ha logrado obrando contra la justicia, redundará en nuestra descomposición moral como individuos, llamando a nuevos males y desórdenes. No se da, además, sociedad corrompida que tolere estos actos y pueda sobrevivir demasiado tiempo.

De la sempiterna lucha entre el bien y el mal De Maistre deriva la necesidad de la guerra, vista más como una purificación divina que como un hado inevitable. Idénticos pecados a los que se predican del hombre pueden predicarse del agregado de ellos que es la nación. Ahora bien, no hay autoridad superior a la suma de las naciones, ni nación con derecho de tutela sobre las otras, por el mismo carácter absoluto e inviolable de la soberanía. Por consiguiente, sólo la moral universal y la obediencia a la majestad de Dios, de la que los gobernantes son vicarios, justifican el ejercicio efectivo de la autoridad humana; de ahí que se atormente a los pueblos impíos y degradados. La sociedad de las naciones, pretendido trasunto de Dios en la búsqueda de la paz perpetua, es imposible por el mismo motivo que lo es una sociedad sin criminales: la sed de sangre.

Si la ola de calamidades de la conflagración mundial envuelve a inocentes, como ha de suceder sin duda, no es menos cierto que los mismos han recibido igualmente las ventajas de la civilización que ha causado aquéllas. Además, nadie es completamente justo como para afirmar que no merece ser castigado, dada la doctrina del pecado original, que es fundamento de la necesidad de la ley (“la espada de la Justicia no tiene vaina, debe siempre amenazar o herir”). Los castigos en este mundo son signo de la bondad de Dios, que, si son aceptados, los descuenta de las penas eternas del purgatorio o el infierno. El hombre justo peca en tanto que hombre y acepta su punición en tanto que justo; Dios, a su vez, acepta esta aceptación y se cierra el círculo de la justicia.

Así, Dios es autor del mal metafísico, que castiga, y el Diablo es autor del mal moral, que tienta. Ni Dios castiga en vano, ya que todos somos culpables en acto o en potencia, ni el Diablo tienta ilegítimamente, pues de este modo revela a los malos confirmados en su culpa. Por ello, algunos castigos son lecciones, donde la parte mala se sacrifica en favor de la buena, reforzándola, y otros son sacrificios, por los que la parte buena se inmola en beneficio de la mala, humillándola. De Maistre concluye: Así que, cuando un culpable nos pregunte por qué sufre la inocencia en este mundo, no nos faltarán respuestas, como habéis visto; pero podemos elegir una directa y más eficaz acaso que todas las demás. Podremos responder: La inocencia sufre por vos, si así lo queréis.