jueves, 12 de marzo de 2009

Monstruo incomprensible




Savater cree que el salto cualitativo de nuestra especie respecto a las demás se da en cierta capacidad simbólica, aptitud que no explica ni describe en qué consiste, como si resultara obvio.

Ahora bien, si tratamos de imaginar cómo procedería un raciocinio no simbólico, estrictamente empírico, veremos que el más cercano a este esquema es el modo de operar de las máquinas, para las que cada estímulo tiene asociados determinados cálculos, en cuyo origen radica geométricamente cualquier resultado obtenido desde éstos.

Pocos defenderían hoy la maquinalidad de los animales, como pocos la defendieron en el pasado, pese a la hinchada autoridad de Descartes. El símbolo es en cierto sentido inherente a todo pensamiento, que procede siempre por analogía respecto al fenómeno percibido, del cual nunca descubrimos nada que no estuviera compuesto por nociones primitivas ya conocidas por nosotros. En el hombre, además, alcanza dimensiones religiosas o místicas, al ser consciente de la contingencia de lo que le rodea, por lo que se diría que para él lo mudable ante los ojos es siempre símbolo de lo inmutable y latente.

Para el animal, en cambio, lo mutable remite a lo mutable en sucesión confusa e indefinida. Y aunque se den en su mente elementos innatos e irreducibles, pues de lo contrario su pensamiento sería un perpetuo fluir donde la certeza práctica iba a resultar imposible, no los conoce; con lo que, ser ateórico, tampoco los posee verdaderamente.

Tengo buenos motivos para sospechar que Savater no sabe lo que se dice cuando centra nuestra primacía en el reino de los vivientes en facultades que todos ellos comparten. La abstracción intelectual que intenta patrimonializar para el género humano es sólo una forma refinada de la discriminación perceptiva en la que todo organismo basa su conducta y su supervivencia. A mayor conocimiento, mayor aptitud para el dominio. Pero es del mismo dominio del que intentamos defendernos invocando un derecho natural predicable de nuestra condición singular.

Por tanto, salvo que concedamos a lo abstracto una virtud positiva y propia, de la que estaríamos singularmente irradiados, en nada nos beneficia o dignifica la posibilidad de representárnoslo con mayor claridad y distinción que el resto de especies. Pero para tales inferencias precisamos de la religión.

1 comentario:

Abulafia dijo...

Vaya Irich, menos en la última frase de todas, estoy bastante de acuerdo en lo que has escrito.

Yo substiuiría religión por comunión, y entonces estaría mucho más de acuerdo.

Dodger