lunes, 20 de octubre de 2008

El alma dormida




Libertad es la capacidad de perseguir un fin y, simultáneamente, ser consciente de su contrario. No hay animal fuera del hombre que esté en disposición de alcanzar la nitidez de los opuestos para que podamos hablar en él de una verdadera elección y no de meras inclinaciones. Por ello, no es posible encontrar seres morales fuera de nuestra especie y por debajo de la misma. La moral es, en consecuencia, una perfección y una singularidad humana, así como la ética que la objetiva.

Se ve con esto que la vergüenza es doblemente inútil. Inútil si deriva de un acto libre, puesto que así lo quisimos. E inútil si es el resultado de un acto reflejo o instintivo, dado que nuestra intencionalidad no tomó parte en él a modo de causa eficiente. Los animales, aunque se equivoquen, jamás se avergüenzan. Aunque se humillen ante otro, nunca se sienten por debajo de sí mismos.

Sabemos, pues, que del más racional de los actos (elegir entre opuestos según criterios de lo bueno y lo malo) se sigue la más irracional de las conductas, el pavor y el asco de sí. En las consciencias más esclarecidas, capaces de someter la Tierra entera bajo su yugo, anida la degeneración de la que el resto de vivientes se ve a salvo: la fatiga de vivir, la decepción por el combate inútil.

Dos efectos de este pecado son seguros y han de temerse. El primero es la negación de la libertad y de la responsabilidad (Gen. 3:12); el segundo es la negación de la consciencia, la bestialización diabólica (Gen. 3:13). Engañarse y engañar. Se empieza negando la acción para terminar sancionando la pasión positivamente. Del fatalismo al hedonismo sólo hay un paso; del hedonismo a la crueldad, dos pulgadas.

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