Los espiritualistas admiran la imponente regularidad de los movimientos celestes, el orden y armonía que en ellos presiden. ¡Crédulos! En el universo no hay ni orden ni armonía; por el contrario "la irregularidad, los accidentes, el desorden excluyen la hipótesis de una acción personal, regida por las leyes de una inteligencia, siquiera sea humana".
A Copérnico le costó treinta años de trabajo la publicación de su libro De las Revoluciones celestes; Galileo tardó veinte para fecundar el principio del péndulo; después de diecisiete de obstinadas lucubraciones, consiguió Kepler la fórmula de sus leyes, y Newton octogenario decía que aún no había llegado a comprender el mecanismo de los cielos. ¡Y se nos quiere hacer creer que esas leyes sublimes, que unos genios tan potentes apenas llegaron a encontrar y a formular, no revelan en la causa que la ha impuesto a la materia ni siquiera una inteligencia igual a la humana! ¡Y osa Renan escribir esta frase: "En cuanto a mí, pienso que no hay en el universo una inteligencia superior a la del hombre"! ¡Y hay atrevimiento para defenderse tras accidentes que no lo son, y proclamar que no existe armonía inteligente en la construcción del mundo! ¿Qué sería necesario para satisfaceros, censores de Dios?
Helo aquí: sería preciso desde luego que no hubiera espacio (¡!), o que ese espacio fuese menos vasto, porque decididamente hay demasiado sitio en lo infinito. "Si le convenía a una fuerza creadora individual, dice Büchner, crear mundo y habitaciones para los hombres y los animales, fáltanos saber de qué sirve ese espacio inmenso, desierto, vacío, inútil (?) en el cual nadan soles y globos. ¿Por qué no se han hecho habitables para los hombres los demás planetas de nuestro sistema solar?". Pedís una cosa verdaderamente sencilla. Antojóse la fantasía de estos señores declarar inútil el espacio y querer que todos los globos estuviesen en contacto. El caricaturista Granville tuvo ya la misma idea: representa efectivamente en uno de sus bellos croquis a los habitantes de Júpiter trasladándose por medio de un puente colgante a pasearse por Saturno, fumando su regalía; el anillo de Saturno queda reducido a un gran balcón, donde los saturnianos van por la noche a tomar el fresco. Si este es el universo deseado, cuyo primer resultado sería hacer inmóvil el sistema del mundo, sus inventores obrarían mejor dirigiéndose formalmente a la Escuela de puentes y calzadas que a la filosofía, la cual nada tiene que hacer en semejante empresa.
"Si existiese Dios, añaden, ¿de qué servirían las irregularidades, las inmensas desproporciones de magnitud y distancia que se encuentran entre los planetas de nuestro sistema solar? ¿A qué esa carencia completa de todo orden, de toda simetría, de toda belleza?".
Preciso es convenir en que se necesita gran dosis de pretensión para admirar las decoraciones de los coliseos del teatro humano pintadas a grandes brochazos, y negar la belleza, la simetría a las obras de la naturaleza. Creemos que sea esta la primera vez que se le dirige semejante acusación. Sobre que sólo nos dan negaciones: negación de Dios, negación del alma, negación de la razón y de sus más altas potencias: siempre negaciones. Esto constituye su propiedad; su cacareada conciencia científica no es más que un engaño.
Camille Flammarion
jueves, 16 de octubre de 2008
Hoja de reclamaciones
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