sábado, 4 de octubre de 2008

Sacralizar lo efímero


Es una tesis reiterada y central en este espacio el que el ateísmo carece de moral propia. Que, por tanto, no ostenta ningún derecho de crítica sobre las morales positivas, al sustraerse al recíproco escrutinio y a todo cotejo racional que permita establecer entre ellas términos comparativos y juicios de valor. Nadie puede oponer la moral atea a cualquier otra por la sencilla razón de que aquélla no existe como sistema de principios rectores y práctica aplicada de los mismos, ni ha dejado consiguientemente trazas visibles en la historia de la humanidad.

No hay, pues, denominador común en nada que se haga llamar ateo, salvo el hecho mismo de prescindir de los númenes en la delimitación de lo legal y lo ilegal. La buena voluntad de Kant abre las puertas a la voluntad de poder de Nietzsche, al no pronunciarse sobre lo bueno con carácter trascendente, esto es, definitivo. Ambas son morales ateas, pero mientras una intenta "fundamentar las costumbres" la otra aboga por destruirlas.

Robredo
y los mal llamados humanistas de nuestro tiempo se muestran preocupados por el avance de la moral religiosa, cuyas pretensiones de objetividad estiman incompatibles con las bases seculares y democráticas de los regímenes políticos occidentales. Ahora bien, si el derecho divino es, como cualquier otro, una creación humana, no veo de qué manera podrá ser "independiente de las personas" en mayor medida. Si de lograr el consenso se trata, es condición indispensable que antes se decidan definiciones estables a propósito de lo que va a consensuarse. Definiciones independientes, pues.

El relativismo nace no de la aceptación de lo cotidiano como bueno (lo que hasta cierto punto toma asiento en el derecho natural), sino de la convicción de que la libertad humana -como fenómeno transversal apreciable en todos los pueblos- está por encima de cualesquiera compromisos culturales que ésta alcance en un lugar y en un momento dados.

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