lunes, 30 de septiembre de 2013

Pensar a la moda




CRITÓN.- Si una debida reflexión sobre estas cosas no fuese suficiente para engendrar respeto a la fe cristiana en las mentes de los hombres, lo atribuiría más bien a otra causa que a una sabia y prudente incredulidad, cuando veo la facilidad con que los incrédulos creen en otros asuntos comunes de la vida, en los que no existe prejuicio o deseo que altere o perturbe su juicio natural; cuando veo a esos mismos hombres, que en la religión no dan un paso sin una evidencia y que exigen una demostración de cada punto, confiar su salud a un médico o su vida a un marinero, con una fe implícita, no puedo creer que merezcan el honor de ser considerados incrédulos más que otros hombres, o que estén más acostumbrados a conocer, y por esta razón menos inclinados a creer. Al contrario, uno se siente tentado a sospechar que la ignorancia tenga una mayor parte que la ciencia en nuestra moderna incredulidad, y que proceda más bien de una mente en el error o de una voluntad irregular, que de una profunda investigación. 
LISICLES.- No creemos, es preciso reconocerlo, que sean necesarios conocimientos o profundas investigaciones para juzgar correctamente las cosas. A veces pienso que la ciencia puede producir y justificar caprichos, y sinceramente creo que estaríamos mejor sin ella. Nuestra secta está dividida sobre este punto, pero la mayoría piensa como yo. He oído más de una vez a hombres muy observadores notar que la ciencia fue el verdadero medio humano para conservar la religión en el mundo, y que, si estuviera en nuestro poder preferir a los estúpidos en la iglesia, pronto estaría todo bien. 
CRITÓN.- Los hombres deben estar absurdamente enamorados de sus opiniones para preferir arrancarse los ojos a desprenderse de ellas. Pero frecuentemente han observado también hombres inteligentes que no hay mayores fanáticos que los incrédulos. 
LISICLES.- ¡Cómo! ¡Fanático un librepensador! ¡Imposible! 
CRITÓN.- No es tan imposible, sin embargo, que un incrédulo sea un fanático de su incredulidad. Considero fanático a cualquier hombre altanero y dogmático sin saber por qué, que concede la máxima importancia a las cosas más intrascendentes, precipitado en sus juicios sobre la conciencia, los pensamientos y las intenciones de los otros hombres, que no tolera los razonamientos contrarios a sus opiniones, optando por éstas por impulso más que por reflexión, enemigo de la ciencia y seguidor de autoridades insignificantes. Cómo convenga esta descripción a nuestros modernos incrédulos, dejo que lo examinen los que realmente reflexionan y piensan por sí mismos. 
LISICLES.- Nosotros no somos fanáticos; somos hombres que descubren dificultades en la religión, que atan cabos y suscitan dudas que perturban el descanso e interrumpen los sueños dorados de los fanáticos, los cuales lógicamente no pueden soportarlo. 
CRITÓN.- Los que buscan dificultades, seguramente las encontrarán o las inventarán sobre cualquier tema; pero el que, apoyado en la razón, quiera erigirse en juez para emitir un juicio acertado sobre un tema de esta naturaleza, no tendrá en cuenta solamente las partes dudosas y difíciles, sino que, con una visión comprensiva del todo, examinará todas sus partes y relaciones, rastreará sus orígenes y examinará sus principios, sus efectos y su tendencia, sus pruebas internas y externas. Distinguirá entre puntos claros y oscuros, ciertos e inciertos, esenciales y accidentales, entre lo que es genuino y lo que es extraño. Examinará las diferentes clases de pruebas que son propias de cada cosa: dónde se debe exigir la evidencia, dónde puede bastar la probabilidad y dónde es razonable suponer que existan dudas y escrúpulos. Dispondrá sus esfuerzos y su precisión en proporción a la importancia de la investigación, y vigilará la disposición de su mente a definir todas aquellas nociones, prejuicios sin fundamento, de los que estaba imbuido antes de conocer su razón. Hará callar sus pasiones y escuchará la verdad. Se esforzará por desatar nudos tanto como por atarlos y se detendrá más en las partes luminosas de las cosas que en las oscuras. Equilibrará la fuerza de su entendimiento con la dificultad del tema y, para asegurar la imparcialidad de su juicio, atenderá los testimonios de todas las partes y, cuando deba ser guiado por la autoridad, preferirá seguir la de los hombres más honestos y más sabios. Y es mi sincera opinión que la religión cristiana puede muy bien superar la prueba de una investigación semejante. 
LISICLES.- Pero tal investigación exigiría demasiados esfuerzos y excesivo tiempo. Nosotros hemos pensado en otro método: someter la religión a la prueba del ingenio y del humor. Este procedimiento lo consideramos más breve, más fácil y más eficaz. Y, como todos los enemigos gozan de la libertad de escoger sus armas, nosotros escogemos aquellas en las que somos más expertos y estamos muy contentos con nuestra elección, habiendo observado que nada odia más un teólogo serio que una broma. 
EUFRÁNOR.- Estudiar un tema en su totalidad, investigar y examinar todos sus aspectos, objetar con claridad y contestar certeramente, con el apoyo de pruebas y argumentos estrictos, sería una empresa muy tediosa e incómoda. Además, sería atacar a los pedantes con sus propias armas. ¡Cuánto más delicado e ingenioso es hacer una insinuación, ocultarse tras un enigma, dejar caer un "double entendre", mantener el poder de recuperarse, de escabullirse y dejar al adversario dando golpes al aire!

Berkeley

Demostración racional de la Trinidad


Recupero y rescato del olvido este texto, que escribí hace nueve años y que hoy habría escrito de otra manera.

* * *

Baso mi noción de la Trinidad en tres axiomas:

1) No hay pensamiento sin sujeto pensante, y viceversa, no hay sujeto pensante sin pensamiento.

2) Nadie puede ser su propio pensamiento, ya que ello conllevaría una contradicción entre el sujeto y el objeto. El sujeto debe ser siempre mayor que el objeto para comprenderlo.

3) Nada es sin una actividad.

E infiero lo siguiente:

a) Aceptando como autoevidente que "la verdad es la verdad" es la primera verdad, sabemos que no puede ser deducida a partir de otra; de donde se sigue que tiene el ser pleno por sí misma, lo cual implica la existencia.

b) Ahora bien, no puede existir sin una actividad, de modo que debe pensar y/o ser pensada por alguien.

c) Es pensada por el Padre, y dicha verdad es el Hijo.

d) El Padre es mayor que el Hijo. Sin embargo, son la misma realidad, puesto que no hay pensamiento sin sujeto pensante ni sujeto pensante sin pensamiento.

e) El acto mismo de pensar (distinto a lo pensado y al que piensa) es el Espíritu Santo.

f) El Hijo hace todo lo que el Padre hace. Luego entiendo la Trinidad como "El sujeto pensante (Padre) en el acto de pensar y dejarse pensar (Espíritu Santo) por el pensamiento (Hijo)".

I.

"'La verdad es la verdad' es verdad" forma parte del conjunto de verdades, en tanto que es verdad, pero sólo de un modo tangencial, pues no necesita ninguna otra verdad como fundamento y existe de forma necesaria.

Para que la existencia sea verdad, la verdad debe ser existente. Lo mismo vale para todas las cualidades. La verdad, entonces, es lo que es, la suma de lo pensable, concordantia oppositorum.

También debe ser eterna. La eternidad es la coherencia entre el pasado, el presente y el futuro. Dicha coherencia no es ni pretérita, ni actual, ni venidera: es eterna y es verdad.

Toda verdad debe cumplir tres propiedades: 1) no contradecirse consigo misma, 2) no contradecirse con las demás verdades y 3) inferirse de las demás verdades. Dios sólo cumple 1) y 2). De ahí que esté y no esté en el conjunto de las verdades.

Me inclino a pensar que Dios carece de fundamento. Si Dios tuviera un fundamento, habría algo lógicamente previo a Dios, más simple que él, más básico, y por consiguiente, mayor. La verdad es abstractiva, es decir, negativa. Lo más compuesto coincide con lo más contingente, con lo innecesario o superfluo.

II.

La Trinidad resuelve el problema de cómo es posible la creatio ex nihilo de lo material desde la plenitud divina, inmaterial.

Los gnósticos proponían una prolación o degradación de Dios hacia lo material. Antes de ésta, se habrían dado un Silencio y un Abismo insalvables entre el Creador y la criatura.

La ortodoxia católica objeta a esa concepción la coeternidad de la Palabra, engendrada de la misma substancia de Dios antes de todo tiempo. El Verbo divino es, antes de su encarnación, la Imagen invisible del Creador, pero también es la imagen invisible o racional de todas las criaturas. Ejerce de mediador entre ambas realidades.

La verdad sería inactiva y no podría crear si no fuese, al mismo tiempo, expansiva. La verdad autosuficiente, pues, también implica lo verdadero. En resumen, la Trinidad puede condensarse en el siguiente aserto: "Que la verdad (Padre) es la verdad (Hijo) es verdad (Espíritu Santo)". No existe una forma más simple de expresar la primera de las proposiciones verdaderas, fundamento infundado del resto.

Si el Islam niega que esa proposición sea cierta, entonces el Islam se equivoca e incurre en falsedad, lo cual sólo puede atribuirse a doctrinas de hombres, no a Dios. Si el Islam cree que hay un modo más simple de expresar esa primera proposición verdadera, muéstrelo sin demora.

III.

1) Dios no creó el mundo arbitrariamente, sino conforme a ideas sustentadas en la Verdad.

2) Dios Padre, sin embargo, no se identifica plenamente con las ideas coeternas, ya que éstas presuponen un fin creador y un orden vinculante. Pero el fin de la Creación es accidental con respecto a la potencia eterna de Dios, inengendrada y autosubsistente.

Asimismo, la providencia creadora de Dios depende de su voluntad, no su voluntad de la providencia.

Por último, las ideas son por naturaleza concebibles, mientras que Dios es absolutamente inconcebible.

3) Cristo es la suma de todas las ideas que tienden a la Creación, y es también su fundamento engendrado: el Bien, la Verdad, la Vida.

Dios, empero, es el fundamento de Cristo.

4) Dios, potencia totalmente indeterminada, engendra la Verdad, potencia absolutamente determinada. Ésta, a su vez, engendra al Espíritu, que es el acto infinito absolutamente determinado, en tanto es conforme con la Verdad.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Que el ateo no puede ser sabio





EUFRÁNOR.- ¡Oh, Alcifrón! No dudo de tu capacidad de demostración. Pero, antes de que te coloque ante la dificultad de algún elemento posterior, me gustaría saber si las nociones de vuestra filosofía minuciosa son dignas de demostración. Quiero decir, si son útiles y provechosas para la humanidad. 
ALCIFRÓN.- En cuanto a esto, permíteme decirte que una cosa puede ser útil en opinión de un hombre y no serlo para otros; sin embargo, la verdad es la verdad, sea útil o no, y no debe ser medida por la conveniencia de éste o aquel hombre o grupo de hombres. 
EUFRÁNOR.- Pero el bien común de la humanidad, ¿no debe ser considerado como regla o medida de la verdad moral, de todas aquellas verdades que dirigen o determinan las acciones morales de los hombres? 
ALCIFRÓN.- Este punto no está claro para mí. Sé ciertamente que legisladores, teólogos y políticos siempre han dicho que es necesario para el bienestar de los hombres que éstos sean atemorizados por las ideas serviles de la religión y de la moralidad. Sin embargo, admitiendo todo esto, ¿cómo se probará que estas ideas son verdaderas? La conveniencia es una cosa, y la verdad, otra. Un filósofo genuino, por tanto, olvidará todas las ventajas y considerará sólo la verdad en sí misma. 
EUFRÁNOR.- Dime, Alcifrón, ¿tu filósofo genuino es un sabio o un necio? 
ALCIFRÓN.- Sin duda, el más sabio de los hombres. 
EUFRÁNOR.- ¿Quién es un hombre sabio, el que actúa conscientemente o el que actúa al azar? 
ALCIFRÓN.- El que actúa conscientemente. 
EUFRÁNOR.- El que actúa conscientemente lo hace por algún fin, ¿no es así? 
ALCIFRÓN.- Así es. 
EUFRÁNOR.- ¿Y un hombre sabio actúa por un fin bueno? 
ALCIFRÓN.- Ciertamente. 
EUFRÁNOR.- ¿Y muestra su sabiduría escogiendo los medios convenientes para obtener su fin? 
ALCIFRÓN.- Lo reconozco. 
EUFRÁNOR.- ¿Y, en consecuencia, cuanto más excelente es el fin propuesto y más adecuados son los medios utilizados para conseguirlo, tanto más inteligente debe ser considerado el agente? 
ALCIFRÓN.- Parece que es así. 
EUFRÁNOR.- ¿Puede un agente racional proponerse un fin más excelente que la felicidad? 
ALCIFRÓN.- No. 
EUFRÁNOR.- ¿No es la felicidad general de la humanidad un bien mayor que la felicidad particular de un solo hombre o de un grupo de hombres? 
ALCIFRÓN.- Sí. 
EUFRÁNOR.- ¿Es éste entonces el fin más excelente? 
ALCIFRÓN.- Así parece.  
EUFRÁNOR.- ¿Entonces los que persiguen este fin, con los métodos más adecuados, pueden ser considerados los hombres más sabios? 
ALCIFRÓN.- Lo reconozco. 
EUFRÁNOR.- ¿Por qué ideas se gobierna un hombre sabio, por ideas sabias o absurdas? 
ALCIFRÓN.- Por ideas sabias, sin duda. 
EUFRÁNOR.- Parece deducirse de esto que el que promueve el bienestar general de la humanidad, por los medios más necesarios y adecuados, es verdaderamente sabio y obra sabiamente. 
ALCIFRÓN.- Parece que es así. 
EUFRÁNOR.- ¿Y no es la necedad de naturaleza opuesta a la sabiduría? 
ALCIFRÓN.- Sí. 
EUFRÁNOR.- ¿No debe, pues, concluirse que son necios los que se dedican a demoler los principios que tienen una necesaria conexión con el bien general de la humanidad? 
ALCIFRÓN.- Quizá podamos admitir esto, pero, al mismo tiempo, debo observar que puedo negarlo. 
EUFRÁNOR.- ¡Cómo! ¡No negarás la conclusión después de haber admitido las premisas! 
ALCIFRÓN.- Desearía saber bajo qué condiciones discutimos; si, en esta serie de preguntas y respuestas uno comete un error, ¿es algo absolutamente irreparable? Porque, si con engaño tratas de obtener cualquier ventaja, sin tener en cuenta la sorpresa o el descuido, debo advertirte que éste no es el método de convencerme. 
EUFRÁNOR.- ¡Oh, Alcifrón! No persigo el triunfo, sino la verdad. Tienes, pues, plena libertad para rectificar cuanto hemos dicho y para enmendar o corregir cualquier error que hayas cometido. Pero ahora debes indicarlo con exactitud, de otro modo será imposible llegar a una conclusión. 
ALCIFRÓN.- Estoy de acuerdo en proseguir de esta manera la búsqueda de la verdad, de la que soy un sincero seguidor. En el curso de nuestra presente investigación he cometido, al parecer, un descuido, reconociendo la felicidad general de la humanidad como un bien mayor que la felicidad particular de un solo hombre. Puesto que realmente la felicidad individual de un solo hombre constituye, por sí sola, su propio bien absoluto. La felicidad de los demás hombres, separada de la mía, no es un bien para mí, es decir, un verdadero bien natural. Este no es, pues, un fin razonable que me deba proponer verdadera y razonablemente (no me refiero a pretensiones políticas), puesto que un hombre sabio no persigue un fin que no le concierne. Esta es la voz de la naturaleza. ¡Oh naturaleza! Tú eres la fuente, el origen y el modelo de cuanto es bueno y sabio. 
EUFRÁNOR.- ¿Deseas entonces seguir la naturaleza y proponerla como guía y modelo de imitación? 
ALCIFRÓN.- De todas las cosas. 
EUFRÁNOR.- ¿De dónde proviene tu respeto a la naturaleza? 
ALCIFRÓN.- De la excelencia de sus producciones. 
EUFRÁNOR.- En un vegetal, por ejemplo, dices que hay utilidad y excelencia, porque sus diversas partes están unidas y adaptadas unas a otras para proteger y nutrir el todo, para promover el desarrollo individual y propagar la especie; y porque sus frutos o cualidades son útiles para complacer los sentidos o contribuir al provecho del hombre. 
ALCIFRÓN.- Así es. 
EUFRÁNOR.- Del mismo modo, ¿no deduces la excelencia de los cuerpos animales de la belleza y adecuación de sus diversas partes, puesto que todas contribuyen al bienestar de cada una de las demás y al bien del conjunto? ¿No observas además una unión y armonía natural entre animales de la misma especie, y que incluso diferentes especies de animales tienen ciertas cualidades e instintos con los que contribuyen al desarrollo, cuidado y deleite de los demás? Aun los inorgánicos elementos inanimados parecen tener una excelencia, unos en relación con otros. ¿Dónde está la excelencia del agua si no hace brotar hierbas y vegetales de la tierra y producir flores y frutos? ¿Y qué sería de la belleza de la tierra, si no fuera calentada por el sol, humedecida por el agua y abanicada por el viento? ¿No observas en todo el sistema del mundo visible y natural una mutua armonía y correspondencia de partes? ¿Y no es de aquí de donde has extraído la idea de la perfección, del orden y de la belleza de la naturaleza? 
ALCIFRÓN.- Admito todo esto. 
EUFRÁNOR.- ¿Y no dijeron hace ya tiempo los estoicos (que no eran más intransigentes que tú), y has confesado tú mismo, que este modelo de orden era digno de imitación para los agentes racionales? 
ALCIFRÓN.- No niego que esto sea cierto. 
EUFRÁNOR.- ¿No deberíamos, pues, inferir la misma unión, orden y regularidad en el mundo moral que observamos en el natural? 
ALCIFRÓN.- Ciertamente. 
EUFRÁNOR.- ¿No debemos concluir entonces que las criaturas racionales, como afirma el emperador filósofo, han sido hechas unas para otras y, consecuentemente, que el hombre no debe considerarse como un individuo aislado, cuya felicidad no tenga relación con la de los demás hombres, sino más bien como parte de un todo, a cuyo bien común debe contribuir, y ordenar su conducta y acciones adecuadamente, si quiere vivir conforme a la naturaleza?
ALCIFRÓN.- Y, admitiendo esto, ¿qué puedes deducir? 
EUFRÁNOR.- ¿No se deducirá que un hombre sabio debe considerar y perseguir su bien particular relacionándolo con el de los demás hombres? Admitiendo esto, pensarás que has cometido un error. Pues, sin duda, la simpatía de dolor y placer y los sentimientos recíprocos que unen a la humanidad han sido considerados siempre una prueba evidente de esto; y ésta ha sido la doctrina permanente de los que han sido considerados los hombres más sabios e inteligentes entre los antiguos, como los platónicos, los peripatéticos y los estoicos; sin mencionar a los cristianos, a quienes tú consideres gente llena de prejuicios y fantasías. 
ALCIFRÓN.- No discutiré este punto contigo. 
EUFRÁNOR.- Por tanto, ya que no estamos de acuerdo, ¿no parece seguirse de las premisas que la fe en Dios, en una vida futura y en los deberes morales son los únicos principios sabios, lógicos y genuinos de la conducta humana puesto que tienen una conexión general con el bienestar de la humanidad? Has llegado a esta conclusión por tus propias concesiones y por la analogía de la naturaleza.

Berkeley

domingo, 8 de septiembre de 2013

La felicidad plena


¿Por qué, pues, oh mortales, buscáis fuera una felicidad que está dentro de vosotros? El error y la ignorancia os confunden. Te haré ver brevemente la felicidad plena. ¿Hay algo más valioso para ti que tú mismo? 
"Nada", me responderás. 
Si, pues, eres dueño de ti mismo, serás poseedor de un bien que nunca querrías perder ni la fortuna podría quitarte. Y para que reconozcas que la felicidad no puede consistir en estas cosas pasajeras, presta atención. Si la felicidad es el sumo bien de la criatura racional, que nadie puede arrebatar (y todo lo que puede ser arrebatado no es el sumo bien, ya que es superado por lo que no se puede quitar), entonces, la fortuna, por su misma inestabilidad, no puede aspirar a llevar al hombre a la felicidad. Atiende además a esto: el hombre que es arrastrado por esta felicidad, ¿sabe o no sabe que ésta es mudable? Si no lo sabe, ¿qué clase de felicidad puede hallar con la ceguera de su ignorancia? Si, por el contrario, lo sabe, no podrá evitar el miedo a perderla, pues no duda que la puede perder. Y así el temor constante le impide ser feliz. ¿O piensa quizás que, si la pierde, no pensará más en ella? De ser así, no deja de ser una prueba más de lo frágil que puede ser un bien cuya pérdida nos deja indiferentes.

Boecio