sábado, 30 de enero de 2010

Coincidencias




Humanity is shocked at the recital of the horrid cruelties which [the Jews] committed in the cities of Egypt, of Cyprus, and of Cyrene, where they dwelt in treacherous friendship with the unsuspecting natives; and we are tempted to applaud the severe retaliation which was exercised by the arms of legions against a race of fanatics, whose dire and credulous superstition seemed to render them the implacable enemies not only of the Roman government, but also of humankind.




On ne voit, au contraire, dans toutes les annales du peuple hébreu, aucune action généreuse. Ils ne connaissent ni l’hospitalité, ni la libéralité, ni la clémence. Leur souverain bonheur est d’exercer l’usure avec les étrangers; et cet esprit d’usure, principe de toute lâcheté, est tellement enraciné dans leurs cœurs, que c’est l’objet continuel des figures qu’ils emploient dans l’espèce d’éloquence qui leur est propre. Leur gloire est de mettre à feu et à sang les petits villages dont ils peuvent s’emparer. Ils égorgent les vieillards et les enfants; ils ne réservent que les filles nubiles; ils assassinent leurs maîtres quand ils sont esclaves; ils ne savent jamais pardonner quand ils sont vainqueurs; ils sont les ennemis du genre humain. Nulle politesse, nulle science, nul art perfectionné dans aucun temps chez cette nation atroce.

sábado, 23 de enero de 2010

Darwin, moralista inepto




Darwin escribe:


Entre los salvajes, los individuos física o mentalmente débiles son eliminados con presteza, mientras que los que sobreviven muestran por lo común una salud vigorosa. Nosotros, hombres civilizados, por nuestra parte, tenemos sumo cuidado en contener este proceso de eliminación. Construimos residencias para los imbéciles, los tullidos y los enfermos; instituimos leyes de beneficencia, y nuestros médicos emplean su habilidad en extremo para salvar la vida de todos hasta el último momento. Hay motivos para creer que la vacunación ha librado de la muerte a millares, quienes por su débil constitución habrían sucumbido a la viruela en otro tiempo. De este modo los miembros débiles de la sociedades civilizadas propagan su estirpe. Nadie que se haya ocupado en la crianza de animales domésticos dudará que algo así ha de ser altamente gravoso a la raza humana. Es sorprendente con qué rapidez una demanda de cuidados, o cuidados incorrectamente dirigidos, conduce a la degeneración de una raza doméstica. Mas, con la excepción del propio hombre, a duras penas hay alguien tan ignorante que permita la reproducción de sus peores animales.

La ayuda que nos sentimos inclinados a ofrecer a los indefensos es en lo fundamental un resultado secundario del instinto de simpatía, el cual nos fue dado originariamente como parte de nuestros instintos sociales, volviéndose a continuación, en la forma antes indicada, más amable y más extendido. No podríamos contener nuestra simpatía, ni siquiera urgidos por poderosas razones, sin que la parte más noble de nuestra naturaleza se deteriorase con ello. El cirujano debe endurecerse mientras realiza una operación, pues sabe que obra así por el bien de su paciente. Pero si quisiéramos desatender a los débiles e indefensos, sólo obtendríamos un beneficio parcial con el resultado de un abrumador mal presente.

Esta cita bicéfala, donde se sostiene algo y su contrario, ha sido empleada tanto para mostrar el apoyo de Darwin a la eugenesia como para proveerse de un argumento de autoridad mediante el que se demuestra su rechazo. Lo cierto, sin embargo, es que en un viraje de escasas líneas de texto y tras referirse a la conocida tesis de la supervivencia de los más aptos, Darwin esboza una autoobjeción a las consecuencias morales más indeseables de su teoría, que sin lugar a dudas no se le escaparon ni fueron la elaboración interesada y posterior de algún siniestro sicofanta, como en muchas ocasiones se ha defendido. Que Darwin se viera en la obligación de estipular frente a la generalidad de sus asertos un matiz tan importante, y por cierto tan endeble, no hace más que confirmar los razonables vínculos entre el darwinismo y el socialdarwinismo, vistos y temidos por aquel que no en vano les dio nombre.

Llamo endeble a la respuesta que Darwin se ofrece a sí mismo porque toda apelación al sentimiento lo es, si alude al hombre. En la geometría de las pasiones humanas no hay una dirección invariable ni una corriente irresistible, propias de instintos automáticos e irreflexivos, sino el delicado equilibrio que corresponde a las razones entremezcladas por las que se determina cada juicio singular. Spinoza pudo escribir su Ética partiendo de este presupuesto y prescindiendo por completo de toda premisa experimental, pues la observación se emplea sólo como confirmación de sus deducciones. El filósofo judío, el cual como es sabido negaba la libertad humana, no negó con todo su racionalidad ni se amparó en causas abstractas y universales como la simpatía para determinar nuestro comportamiento. Supo encontrar según el caso una causa para determinado bien y otra para determinado mal, mientras que Darwin se conformó con exorcizar al mal apelando a un bien supuestamente irrenunciable, en tanto que innato y espontáneo. Ahora bien, la endeblez se hace todavía más patente si se observa que Darwin admite la posibilidad de que nos sustraigamos a las pulsiones empáticas, renunciando así a "la parte más noble de nuestra naturaleza". ¿Significa que a pesar de todo nuestra naturaleza no nos determina fatalmente, y que hay en ella una parte menos noble que Darwin olvidó mencionar?

En realidad, el autor de El origen del hombre, de donde la cita procede, no tiene una definición científica de lo simpático, sino que la toma prestada de su compatriota Adam Smith, y en particular de su obra sobre los sentimientos morales. Creyendo dotar a ésta de un respaldo biológico, no hace más que transferir a su propia formulación evolucionista un corolario antropológico errado (o excesivamente ambiguo) del que se sirve para salir al paso de las obvias dificultades morales que dicha formulación plantea. En efecto, no está probado que estas pulsiones empáticas funcionen siempre en la dirección de un acto compasivo (cfr. Sade), ni que se ciñan en exclusiva a la especie humana (cfr. Singer), ni que contemplen necesariamente a todos sus miembros y no sólo a aquella parte con la que nos identificamos de un modo estético o ideológico (cfr. Nietzsche). Por tanto, no existe ningún freno bioquímico científicamente demostrable, según el paradigma darwinista, que justifique la igualdad jurídica, las políticas asistenciales o la discriminación positiva ante la inercia de la fuerza depredadora. La civilización, en lugar de ser la arborescencia racional y paulatina de un proceso evolutivo inconsciente, sería su negación abrupta y su antítesis rotunda, en tanto que contrapeso espiritual de la animalidad que nos subyace.

jueves, 21 de enero de 2010

Apología de la conquista




¿Es justa la guerra contra quienes bajo ninguna circunstancia desean comerciar con nosotros y, por tanto, rechazan por completo los ideales y las comodidades de la civilización?

No existe un derecho natural del hombre a habitar y mucho menos a gobernar la tierra en la que ha nacido. Al no depender de un entorno determinado para la supervivencia, es posible y deseable que abandone su lugar de origen cuando lo desee y pase a habitar otro. Esto implica reconocer que todos los lugares pueden y deben ser habitados por cualquiera, en la medida en que se cumplan ciertos requisitos comunes de tránsito y establecimiento.

Por otro lado, no es a la tierra a la que se gobierna, ya que ésta no es capaz de obedecernos activamente, sino a los seres racionales que la pueblan. Todo ser irracional está de suyo excluido de la sociedad de los hombres, salvo que se prevea su futura integración según el orden de la naturaleza. A contrario sensu, todo ser racional ha de tomar parte en ella de un modo u otro, considerada en su globalidad.

No se da, en fin, una sacrosanta libertad individual o colectiva a la que debamos respetar a ultranza. La libertad misma está en función de un ideal civil supremo, a saber, la necesaria amistad de los hombres. Así, el único derecho inalienable, fundamento absoluto del resto, es formar sociedad con todos nuestros semejantes, contemplando reglas comunes de hospitalidad, realizando una actividad productiva y difundiéndola mediante el comercio.

La nación salvaje, esto es, hostil a las demás y planteada como una autarquía pura, al cortar todos los vínculos con la humanidad, libraría a ésta de todas sus obligaciones naturales para con ella. Aunque fuera pacífica, resultaría dañina, pues basta con denegar sin razón a sus vecinos el derecho de paso para serlo; y aunque fuera feliz según su propia percepción, sería enteramente inútil e indigna de amparo ante aquellos que no pudieran esperar nada de ella. Por tanto, su conquista estaría justificada.

lunes, 18 de enero de 2010

Materialistas y pedantes




Y ahora, Señora, creo que no necesitaré emplear muchas palabras para mostrar que así como el conocimiento es situado en cosas tales que no resultan perceptivas para el intelecto, es por este motivo generalmente indagado con métodos erróneos. Baste para ello comparar los métodos de uso común con aquellos que hemos fundamentado y demostrado, y se percibirá inmediatamente la falsedad y la irregularidad de aquéllos. En primer lugar, consistiendo el primer método general de la sabiduría en consultar el divino λόγος o Mundo Ideal, el Mundo de la Luz, la Luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, la generalidad de los estudiantes apenas si sueña algo así, o efectúa algún postulado de este jaez, sino que se aplican por completo al Mundo Ectípico, el Mundo de la Oscuridad y las Tinieblas. Certifican de este modo la protesta de Dios por el profeta: "Mi pueblo me ha abandonado a mí, fuente de aguas vivas, y cavado para sí cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua."

De nuevo, mientras que otro medio particular consiste en la Atención y el Pensamiento, es en general tan poco observado, que no hay las más de las veces especie de hombres menos dada a pensar que la mayor parte de quienes están dedicados al estudio de la Ciencia y el Conocimiento. Es así que no consideran ningún área de estudio ni progreso alguno en las etapas del aprendizaje sino como un modo más grave de estar ociosos. Así, sólo estudian cuando hacen pender sus cabezas de un viejo pliego con moho, mientras componen gigantescos lugares comunes y rellenan sus recuerdos con frases grises y dichos venerables. En tal manera gastan su tiempo y su tinta, y habiéndose embarullado con la compañía de libros (la mayoría de los cuales tal vez fueron escritos con tan escaso criterio como aquel con el que son leídos) se tienen por hombres cultos, siendo el mundo a menudo de su misma opinión, pese a no haberse convertido en maestros de ningún sentido o noción, ni ser capaces de demostrar una sola verdad sobre firmes principios en un razonamiento lógico.


John Norris

El fundamento tácito del poder




Uno de los mayores errores de un siglo que los profesó todos fue creer que una constitución política puede ser creada y escrita "a priori", mientras que la razón y la experiencia se aúnan para probar que una constitución es una obra divina y que precisamente la más fundamental y esencialmente constitucional de las leyes de una nación no puede estar escrita.

Algunas personas creyeron haber dado con una excelente agudeza a expensas de los franceses al preguntarles, "¿En qué libro se encuentra escrita la Ley Sálica?". Mas Jérôme Bignon respondió con bastante acierto, muy probablemente sin saber cuánta razón tenía, que ésta "está escrita en los corazones de los franceses". Supongamos, de hecho, que una ley de tal importancia existiese sólo porque está escrita. Sin duda cualquiera que fuese la autoridad que la hubiera escrito tendría el derecho de abrogarla, y la ley no poseería la cualidad de inmutabilidad divina que caracteriza las verdaderas leyes constitucionales. La esencia de una ley fundamental es que nadie tiene el derecho de abolirla. Pues ¿cómo podría estar sobre todos los hombres si algunos hombres la hubieran creado? El consenso popular no es posible. Y aunque así fuera, un acuerdo no es con todo una ley, y a nadie obliga salvo que un poder más alto asegure su cumplimiento. (...) "La fuerza de la ley civil subyace sólo en la convención. Pero ¿de qué sirve ésta si no existe ninguna ley natural que decrete su obligatoriedad? Promesas, contratos y juramentos son meras palabras. Tan fácil es violar este vínculo fútil como establecerlo. Sin la doctrina de un Divino Legislador, toda obligación moral deviene ilusoria. Poder por un lado, debilidad por el otro: estos son todos los vínculos de las sociedades humanas."

Esto es lo que un sabio y profundo teólogo ha dicho de la obligación moral. Es igualmente cierto para las obligaciones políticas y civiles. La ley sólo es verdaderamente sancionada, y propiamente ley, cuando se tiene por emanada de una más alta voluntad, de modo que su cualidad esencial sea no ser la voluntad de todos. De lo contrario, las leyes serían meras ordenanzas. Como el autor recién citado afirma, "quienes fueron libres para aprobar dichas convenciones no se han privado a sí mismos del poder de revocación, y sus descendientes, que no tomaron parte en el establecimiento de tales normas, están todavía menos obligados a observarlas." Ésta es la razón de que el sentido común primitivo, que afortunadamente es anterior a los sofismas, haya buscado siempre la sanción de las leyes en un poder sobrenatural, ya sea reconociendo que la soberanía procede de Dios, ya rindiendo culto a ciertas leyes no escritas dadas por Él.

Los glosadores de la ley romana insertaron sin alarde un notable fragmento de jurisprudencia griega en el primer capítulo de su colección. "Entre las leyes que nos gobiernan, dice, algunas están escritas y otras no". Nada podría resultar más simple y aun así más profundo. ¿Conocemos alguna ley turca que de manera explícita autorice al Sultán a condenar a muerte a un hombre inmediatamente sin intervenir decisión de un tribunal? ¿Conocemos alguna ley escrita, incluso alguna ley religiosa, que prohíba tal cosa a los soberanos de la Europa cristiana? Sin embargo, el turco no se sorprende más de ver a su señor ordenando sumariamente la ejecución de un hombre que de verlo acudir a la mezquita. Junto con el Asia toda, y de hecho con la Antigüedad toda, cree que el poder directo sobre la vida y la muerte es legítimo e inherente a la realeza. Nuestros príncipes, no obstante, se estremecerían con la sola idea de condenar a un hombre a muerte, puesto que a nuestro juicio esta condena constituiría un asesinato atroz. Con todo, dudo si sería posible prohibir a nuestros monarcas este poder mediante una ley fundamental escrita sin producir mayores males que aquellos que se habría deseado prevenir.

Interroga a la historia de Roma sobre los poderes exactos del Senado. No te revelará nada, al menos respecto a los límites precisos de este poder. En general, es evidente que el pueblo y el Senado se equilibraron mutuamente en una lucha sin fin. Sabemos que el patriotismo o el agotamiento, la debilidad o la violencia terminaron estas peligrosas batallas, pero nada más sabemos. Observando estos grandes momentos de la historia, es en ocasiones tentador el pensar que las cosas habrían sucedido con mucha mayor suavidad si hubiera habido leyes estrictas que definieran dichos poderes. Pero sería un gran error. Tales leyes, comprometidas siempre por hechos impredecibles y excepciones necesarias, no habrían durado seis meses o habrían causado el hundimiento de la república.

La Constitución inglesa es un ejemplo que nos resulta más próximo, y por ello más contundente. Examínala con cuidado; verás que sólo se mueve mientras permanece inmóvil (si este juego de palabras me está permitido). Se mantiene a través de excepciones. El mandato del "habeas corpus", por ejemplo, se ha suspendido con tanta frecuencia y por períodos tan dilatados que podría sospecharse que la excepción se ha convertido en regla. Supón por un momento que los autores de esta famosa acta hubieran emprendido la tarea de determinar las circunstancias en que puede suspenderse. La habrían aniquilado obrando así.

En la sesión de la Cámara de los Comunes de 26 de junio de 1807, un lord citó la autoridad de un gran estadista para probar que el rey no tenía derecho a disolver el Parlamento durante su sesión, mas tal opinión fue contestada. ¿Dónde está la ley? Intenta establecerla y determinar enteramente por escrito las instancias en las que el rey posee este derecho: causarás una revolución. Un miembro dijo que el rey tiene este derecho en una situación crítica. Pero ¿qué es "una situación crítica"? Una vez más, intenta decidirlo por escrito.

De Maistre

domingo, 10 de enero de 2010

Nueva prueba de Dios




Todo lo causado lo es por sí mismo o por otro.

Si es causa de sí, es eterno. Si no, surge.

Nada puede cambiar ni surgir por razón de lo que no existe.

Lo absolutamente indiferente -la nada o lo carente de predicados- no existe.

Luego nada puede cambiar ni surgir por razón de la nada. A contrario sensu, todo lo que cambia o surge lo hace por razón de algo.

Cuanto surge, por el mero hecho de permanecer un instante, existe en el tiempo.

Cuanto existe en el tiempo -siendo variable, pues no hay tiempo sin variación- está sometido a influencias, sean internas o externas.

Lo infinito en extensión y en tiempo no puede ser de todos los modos distintos posibles, sino sólo de aquellos de los que se pueda dar razón conforme a lo existente. O, lo que es lo mismo, sólo será según determine su razón y no de otra manera.

A su vez, lo finito en extensión y en tiempo será parte de lo infinito, esto es, sometido a su razón, o no será parte de lo infinito y tendrá una razón propia y autónoma.

Si no es parte de lo infinito, o bien debe surgir de la nada (lo que no es posible), o bien de lo finito. Esto último conduce a un regreso al infinito y, por tanto, se descarta.

Por consiguiente, si lo infinito así entendido existe, lo finito es siempre parte de él, quedando sujeto a su norma racional.

Ahora bien, todo lo infinito en extensión y en tiempo está únicamente compuesto de partes finitas.

Por tanto, la razón de lo infinito debe hallarse en lo finito o en otra parte.

Sin embargo, se ha concluido que la razón de lo finito depende de la de lo infinito.

Ergo, la razón de lo infinito en tiempo y en espacio no puede hallarse en sí mismo, sino en otra parte, a saber, fuera del tiempo y el espacio.

Ergo, Dios es esta razón, según Dios es definido. Y dado que nada puede ser razón de algo sin existir, Dios existe.

Sin fondo


Si nunca nos comparamos con lo microscópico para argumentar en favor de nuestra dignidad o grandeza, no veo con qué lógica se establece un vínculo entre el tamaño de las estrellas y la recomendación de ser más o menos humilde. El hombre es desde mucho tiempo atrás consciente de tener un infinito por encima y un infinito por debajo, ambos invisibles e inconmensurables. Desde que la ciencia y la filosofía rompieron la esfera cristalina de Aristóteles no es necesario divisar un cuerpo enorme para ser consciente de la enormidad del universo, pues se entiende que éste bien podría carecer de límites. Ahora bien, si al cabo los tuviera, ¿qué importaría el tamaño? Todo lo limitado es potencialmente cognoscible y, por tanto, potencialmente manipulable. Nada finito es suficientemente grande como para no caber en una teoría o en una ambición.

martes, 5 de enero de 2010

El destino de Fausto




Si la filosofía ha de servir a algún fin más allá de sus lúdicas especulaciones, es al de cuestionar la solidez y universalidad del sentido común. Nada es lo que parece, y de la apariencia es imposible obtener el ser, como se verá.

Los impugnadores de la metafísica tradicional, de Kant para abajo, o de toda metafísica, de Wittgenstein para abajo, tienen a la realidad por "la verdad misma". La genealogía de esta extendida opinión puede perseguirse sin excesivos quebraderos de cabeza. Se distingue en ella entre la doxa de las meras palabras, o esencias, y la episteme de lo testificable por los sentidos, las existencias. Esta subordinación de la primera a la segunda -en contra del parecer de Platón, que las conjugaba a la inversa- tiene un único fundamento que podríamos llamar intuitivo, a saber, que las palabras "provienen de dentro" y los objetos de los sentidos "de fuera". Dentro están los ídolos y fuera los dioses; dentro las representaciones y fuera los arquetipos; dentro los significantes sin significado, las quimeras, y fuera los significados sin significante, la Esfinge.

Esta visión, tenida hoy por supremamente racional, es en gran medida deudora del irracionalismo. La razón es menesterosa, se nos dice; es una voluble prostituta que engaña y mercadea con sus encantos. Es, sobre todo, mujer: debe ser sometida por un principio que la domine y determine, ya que de lo contrario se adecuará a cualquier dueño. Librémonos, en fin, de la razón y de su voz interior, pues ambas están corrompidas por lo fatuo del hombre, absurdo y mudable como él, así como por la tradición de los pueblos, que es vanidad sobre vanidad. Bacon no habría existido sin Lutero.

Pero ¿qué es la verdad? La verdad es un concepto definible o nada es. Ahora bien, la realidad empíricamente considerada, al depender de la pura observación según el positivismo, no se obtiene por derivación de ningún principio lógico superior que la comprenda. Éste es el motivo por el que no se la puede definir, sino, a lo sumo, describir. La palabra "realidad" es un término tan vacío como "ozingobru" si no se refiere a esta o aquella realidad contemplada. Por ello no puede emplearse como fundamento de ningún sistema, ya que ella misma, dada su inconsistencia ontológica, requiere de él.

Somos capaces de abstraer las características generales de los objetos para aplicarlas a una pluralidad de ellos. Con todo, como no hay muchas realidades, sino sólo una solidaria en todas sus partes, no es pensable siquiera una definición de realidad que pueda extrapolarse a varias de ellas. "Perro" viene a ser un vocablo apto a los efectos de una definición a priori; "realidad" no. No hay nada común con carácter necesario en dos situaciones reales distintas, pues las variables tiempo y espacio también son relativas a los estados de cosas; y nadie, salvo tal vez un metafísico, puede pretender que las leyes de la naturaleza sean algo más que una abstracción de nuestra mente. Pues esto es lo que se nos ha asegurado: que la realidad está por encima de cualquier metafísica.

Los duros materialistas han esgrimido ese espantajo, la realidad fenoménica, frente a cualquier conceptualización que escapase de ella. Sin embargo, a pesar de existir en cuanto tal ("real" y "existente" son indudablemente sinónimos), la realidad carece de significación propia. No puede oponerse a "lo irreal", porque no hay impedimento absoluto para que lo que hoy no existe sí exista mañana. Ergo, no hay "realidad" ni "irrealidad" a priori, sólo convenciones descriptivas.

Exigir que una proposición verdadera se ajuste, para serlo, a un estado de hecho constituye lo que viene conociéndose como la teoría escolástica de la adaequatio, la cual rechazo con los argumentos que siguen:

a) Es insuficiente, puesto que una teoría tal no podría dar razón de dos fenómenos aparentemente contradictorios.

b) Es dogmática, ya que anticipa como verdadera aquella realidad a la que el enunciado debe amoldarse. Esto es, presupone la verdad como previa la adaequatio y, por consiguiente, como condición de la adaequatio misma.

c) Es reduccionista, dado que limita lo verdadero a lo real-efectivo, negando la virtualidad de lo posible, esto es, aquello cuyo contrario no entraña contradicción.

A no ser que establezcamos principios previos a lo real e independientes de lo fenoménico, todas las predicciones empíricas serán o bien actos de fe, o bien profecías autocumplidas.

Hume establece como principio general el carácter a posteriori e injustificable de la relación causa-efecto. Si el orden de las ideas se deriva del de las impresiones, y las verdades apodícticas son, al cabo, tautologías, deducimos que éstas no son capaces de reflejar la realidad objetivamente, ni aquéllas pueden lograr el valor de verdad más que de un modo convencional o intersubjetivo. Las causas y los efectos son, para Hume, simples divisiones imaginarias que el hombre traza sobre el mundo, a modo de meridianos y paralelos, con el fin de lograr en él cierta capacidad de acción. No es, entonces, la causa la que genera el efecto, como nos enseña la razón práctica, sino que es el mismo efecto el que, retrotrayéndose por la fuerza de la Costumbre, se convierte en causa abstracta. Su realidad es puramente subjetiva, construida siempre de nuevo y sin más fines que serle útil al sujeto en cada momento.

La crítica de Hume no sólo apunta a la metafísica, sino a la misma ciencia, que basa la certeza de los enunciados en su verificación empírica (esto es, en el grado de repetición de lo previsto por ellos), sin reparar en que es la experiencia la que sostiene al razonamiento y no a la inversa. No es que los hechos confirmen una teoría, sino que la conforman efectivamente desde el momento en que son tomados como reglas para otros hechos, hechos cuya regularidad nadie (excepto la misma vacilante regla) nos asegura. El sustrato de la racionalidad es la irracionalidad, lo inarmónico, lo caótico. Todo lo que no sea un hecho perece en su propio discurso. Siendo el nudo hecho inaprehensible, la única escapatoria que la modernidad ofrece al hombre es la ataraxia y la resignación, trágica o irónica, ante la fatalidad de los acontecimientos.

Voltaire, medieval




El furor que inspiran el espíritu dogmático y el abuso de la religión cristiana mal entendida ha derramado tanta sangre, ha producido tantos desastres en Alemania, en Inglaterra, e inclu­so en Holanda, como en Francia: sin embargo, hoy día, la dife­rencia de religión no causa ningún disturbio en aquellos Esta­dos; el judío, el católico, el griego, el luterano, el calvinista, el anabaptista, el sociniano, el menonita, el moravo, y tantos otros, viven fraternalmente en aquellos países y contribuyen por igual al bienestar de la sociedad.

(...)

Cuantas más sectas hay, menos peligrosa es cada una de ellas; la multiplicidad las debilita, todas son reprimidas por leyes justas que prohíben las asambleas tumultuosas, las in­jurias, las sediciones, y que siempre están en vigor por la fuer­za coactiva.


La cita es del Tratado sobre la tolerancia. Puesto que Voltaire es partidario de prohibir las injurias entre religiones, con más razón lo habría sido de prohibir las de los ateos frente a todas ellas.

domingo, 3 de enero de 2010

No hay derecho


No he leído la ley, pero en espíritu me parece correcta. Contra la blasfemia, pena de multa, como sucede con cualquier otro delito contra el honor perseguido a instancia de parte. La libertad de expresión no surgió para darnos mayor capacidad de agravio mutuo, sino como defensa -limitada, por cierto- frente al poder político. Por ello, cualquiera que prescinda de esta función de control y la emplee contra la propia sociedad civil, tomada ésta en la forma de un individuo o de un colectivo, comete un abuso de derecho e irroga un daño indemnizable o, al menos, sancionable. En contra de la habitual distinción entre personas e ideas, yo no veo gran diferencia entre atacar a un hombre por lo que es y atacarlo por lo que cree, pues un hombre también es lo que cree, y en no pocas ocasiones lamentará más las injurias a su religión que las dirigidas a su persona. Por supuesto, han de darse requisitos estrictos para proceder a la condena, a saber, que haya una voluntad principal y deliberada de ofender, que se emplee un modo de expresión insultante y gratuito y que se prescinda de una mínima argumentación objetiva. Huelga decir que la ley sólo debería aplicarse a ámbitos de difusión masiva como periódicos, revistas, programas de televisión o radio y páginas de internet. Por último, excluiría de esta protección a las sociedades secretas (masonería, cienciología, etc.), ya que ellas mismas se exponen a murmuraciones por su falta de transparencia.

sábado, 2 de enero de 2010

La alegoría-II




Moisés escribió que Dios se apareció a Abrahán "junto a la encina de Mambré, cuando él estaba a mediodía sentado a la puerta de su tienda" (Gen. 18,1), y a pesar de haber visto a tres hombres, llamó a uno de ellos Señor. Después de haberles lavado los pies, les ofrece panes, cocidos al rescoldo, con mantequilla y abundante leche e insiste a los huéspedes, sin dejarles marchar, a que coman. Después de esto, oye que será padre y escucha que Sara su esposa habrá de darle a luz a un hijo suyo y es informado de la destrucción de los habitantes de Sodoma -cosa que merecían padecer-, y se entera de que Dios había descendido a causa del clamor de los sodomitas. Si los herejes pretenden ver en este pasaje que el Padre fue recibido como huésped con dos ángeles, entonces han considerado que el Padre es visible; si por el contrario lo consideran un ángel, dado que sólo uno de los tres ángeles es llamado Señor ¿por qué contrariamente a lo habitual se llama Dios a un ángel? La explicación podría consistir en que para poder atribuir a Dios Padre su propia invisibilidad y poder dejar al ángel su propia inferioridad, hay que creer que quien se apareció a Abrahán y fue recibido como huésped no fue otro que el Hijo de Dios que también es Dios. Hecho huésped de Abrahán prefiguraba simbólicamente lo que había de suceder, que estaría entre los hijos de Abrahán, a cuyos hijos [los apóstoles] les lavó los pies como prueba de que él era el mismo al devolver en los hijos el derecho de hospitalidad, que en otro tiempo le había prestado su padre.

(...)

A todo esto se añade también que como la Escritura divina lo presenta muchas veces como ángel y como Dios, así también la misma Escritura divina lo presenta no sólo como hombre, sino también como Dios expresando lo que él había de ser, y describiendo ya entonces en figura lo que había de ser en la verdad de la realidad. En efecto, dice: "Jacob permaneció solo y un hombre luchaba con él hasta el amanecer. Y vio que no podía contra él y le tocó la articulación femoral mientras luchaba contra él y él con aquél y le dijo: Déjame, porque ya se ha levantado la estrella de la mañana. Y él le dijo: No te dejaré si no me bendices. Y le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y le respondió: Jacob. Y le dijo: A partir de ahora ya no será tu nombre Jacob, sino que Israel será tu nombre, porque has sido fuerte con Dios y eres poderoso con los hombres" (Gen 32,25-29). Y todavía añadió: "En efecto, he visto a Dios cara a cara y mi alma continúa con vida. El sol salió para él, después que desapareció la visión de Dios, pero él cojeaba del muslo" (Gen 32,31-32).

Un hombre -dice la Escritura-, luchaba con Jacob. Si es sólo un hombre ¿quién es? ¿de dónde viene? ¿por qué disputa y lucha con Jacob? ¿qué había pasado entre ambos? ¿qué había sucedido? ¿cuál era el motivo de una tan gran contienda y de una lucha tan grande? Además ¿por qué Jacob, que aparece como más fuerte al sujetar al hombre con el que luchaba, le pide la bendición a aquel a quien retenía, y se la pidió porque, según el texto, ya estaba levantándose la estrella de la mañana? Pues porque esta lucha prefiguraba ya la que tendría lugar entre Cristo y los hijos de Jacob y en esta lucha el pueblo de Jacob se ha mostrado más fuerte, ya que ha conseguido contra Cristo la victoria de su iniquidad. En esta ocasión, por el delito cometido, comenzó a cojear penosísimamente inseguro y tambaleante, en el camino de la propia fe y salvación, y, aunque se ha mostrado superior al condenar a Cristo, sin embargo tiene necesidad de su misericordia y todavía necesita de su bendición.

(...)

Y sin embargo, a pesar de todo esto la misma Escritura divina con razón no cesa de llamar ángel a Dios y de proclamar Dios a un ángel. En efecto, cuando este mismo Jacob iba a bendecir a Manasés y Efraín, los hijos de José, teniendo las manos cruzadas sobre las cabezas de los muchachos, dijo: "Dios que es mi pastor desde mi juventud hasta este día, el ángel que me libró de todos los males, bendiga a estos muchachos" (Gen 48,15-16).

Tan es así que al mismo que había llamado Dios lo llama ángel, que al final de la frase puso en singular la persona de la que estaba hablando, cuando dijo: "Bendiga a estos muchachos". Por el contrario, si hubiese querido que se tuviese al ángel por otro ser distinto, habría abarcado las dos personas con el número plural. Ahora bien, en lo referente a la bendición empleó el número singular de una única persona, con lo que quiso dar a entender que Dios y el ángel eran la misma persona. Pero Dios Padre no puede ser considerado Dios y ángel [enviado], mientras que Cristo sí puede serlo. Fue a éste a quien Jacob indicó como autor de esta bendición al poner sus manos entrecruzadas sobre los muchachos, como si Cristo fuese el padre de ellos, mostrando con la colocación de las manos la figura y la forma futura de la pasión. Por tanto, como nadie duda en llamar ángel a Cristo, que nadie titubee en proclamarlo también Dios, al comprender que éste mismo en el momento de la bendición de estos muchachos, mediante el misterio de su pasión simbolizado en la figura de las manos, era invocado como Dios y como ángel.


Novaciano

La alegoría-I




Sabemos desde luego que los antiguos sabios escondieron sus más hondos conocimientos y sabiduría bajo la apariencia de necedades, oscuras palabras o signos alegóricos; y ello tan a menudo que no sólo tornaron incomprensibles los vocablos, sino que incluso llegaron a alterar las letras. Así, los egipcios tuvieron dos tipos de escritura: la primera alfabética, con tal de que todo egipcio pudiera leerla; la segunda empleando a modo de letras pictogramas tomados de la naturaleza, esto es, alubias, serpientes, espadas, varas, ramas, escudos y similares. A esta última escritura sólo se recurrió en los sublimes misterios de lo sagrado.

Por ende, desde una tal consideración basó Cirilo la totalidad de su argumento contra los comentarios satíricos del emperador Juliano proferidos respecto al chivo expiatorio que, tras absorber los pecados de los judíos, era arrojado al desierto (Levítico 16:10). Replicó, verbigracia, que no sólo el Espíritu Santo, mas también los antiguos sabios estaban acostumbrados a expresar la más profunda sabiduría en un lenguaje secreto de alegorías, metáforas o enigmas. De este modo de expresión se derivan los seis días de la Creación -ya que todas las cosas fueron naturalmente creadas en un instante; así, la espada de doble filo que pende ante el Paraíso; así, que Dios dijera arrepentirse de haber creado al hombre; así, que Abraham viera a tres hombres y sólo se dirigiese a uno, comiendo los tres con él, pese a que Dios no come; así, que Dios descendiera sobre Sodoma o ascendiera hasta el Sinaí, cuando es omnipresente en su augusto reposo; así, que Dios desee alzarse; así, que Dios viva en éste o este otro lugar; así, que Dios esté colmado de feroz cólera, odio o ánimo de venganza; así, que posea un semblante, manos y pies. De la misma manera, los antiguos sabios llaman a la sabiduría "agua" y a la ignorancia "hambre y sed". Llaman al deseo carnal "ramera", y así Salomón da comienzo a sus proverbios con una "ramera" y termina con una "mujer virtuosa". Y en los Santos Evangelios, el Reino de los Cielos se compara a muchas cosas. Y Pitágoras, el primer filósofo, llama a la justicia "balanzas", al enfado "fuego", a la guerra "espada", al error "camino abierto", a las murmuraciones "golondrinas", como enumera Porfirio en el primer volumen de su Historia de los filósofos, y San Jerónimo recuerda en su refutación del sacerdote Rufino. Precisamente por retener las significaciones de Pitágoras en unas pocas palabras, Porfirio prohibió a sus estudiantes promulgar entre el vulgo el meollo de sus lecciones en materias de elevada instrucción, como Lisis claramente reportó a Hiparco. Y los filósofos, pues, conscientemente prosiguieron dicha práctica, ya fuera no permitiendo que sus observaciones fuesen anotadas, o si no insistiendo en que la verdad debía ser referida en un lenguaje velado que no todos pudieran entender. De esta manera obró Platón, como consta en sus escritos, y en particular en las misivas o cartas que dirigió a hombres ilustres. Así obraron también los druidas en Francia en tiempos de Julio César, según él mismo informa en sus comentarios (La Guerra de las Galias).

En otras disciplinas hallamos otro tanto, notablemente en la alquimia, donde los metales son mencionados bajo los nombres de los siete planetas. (...) En todos estos libros encontramos palabras fantásticas y expresiones curiosas, de modo que podríamos inclinarnos a pensar que son los arrebatos de un orate. No obstante, todos los doctos en dicha ciencia saben exactamente qué se significa con ellas y que tales palabras son serias y encomiables.


Johannes Reuchlin

viernes, 1 de enero de 2010

La estadística como consuelo


En los últimos sesenta años, tras la maraña de basura estructuralista y postestructuralista, no ha habido un solo filósofo al que quepa prestar atención continuada o del que podamos decir con seguridad que lo recordarán los siglos venideros. La filosofía no está en el presente, sino en el pasado, donde la proporción de ateos es puramente testimonial. Ello permitió a Newton afirmar que el ateísmo era "tan absurdo y odioso para la humanidad" que nunca había tenido demasiados defensores. La filosofía atea carece de una tradición que pueda reivindicar, por lo que se limita a parasitar conocimientos en lugar de fundamentarlos y desarrollarlos. Los dizque filósofos vivos que publican hoy sus libritos y articulitos merecen este nombre sólo gracias a la degradación de la disciplina, esclava de la moda científica, y ésta del prejuicio ideológico y la ramplonería positivista.