domingo, 12 de octubre de 2008

Miseria de Proteo




La infelicidad proviene de una extraña desviación del instinto, de un aburrimiento genérico de vivir al que los clásicos llamaron "tedium vitae". Si su causa fuera un desequilibrio físico, como ha presupuesto el materialismo desde Hipócrates, la salud radicaría en sus contrarios, que son la euforia y el talante alegre. Sin embargo, estas actitudes tampoco se consideran racionales ni convienen a la conservación del cuerpo. El justo medio, la serenidad, es alcanzado, pues, en la medida en que la voluntad permanece sometida a un entendimiento sin brumas ni interferencias.

Para comprender el carácter particular del afecto de desapego basta con darse cuenta de lo ajeno que resulta al flujo vital en el que se manifiesta. No es el fracaso particular el que nos empuja a la tristeza, sino la deducción -a todas luces errónea- de que de éste van a seguirse muchos más inevitablemente. La vaga certeza de que la libertad resulta inútil, esto es, el fatalismo es lo que nos hace infelices. Somos quiméricos atribuyéndonos una potencia infinita y absurda y pretendiendo saltar por encima de nuestra propia sombra, pero con justicia se nos acusará de un desvarío aún mayor cuando optamos por desistir de nuestras buenas cualidades y confundirnos con ella. Tomamos lo sobrevenido por substancial en el preciso instante en que olvidamos nuestro destino y nos desentendemos de nuestra servidumbre a lo eterno; éste y no otro es el origen de la condena.

¿Por qué el hombre, animal de una naturaleza sociable más que patente, se siente desamparado y en constante peligro? ¿De dónde surge esta falsa consciencia? ¿Qué función evolutiva tiene, qué causa genética? Si la psicología y la biología desconocen esto, no saben nada relevante de nuestra especie.

3 comentarios:

Sanzwich dijo...
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Daniel Vicente Carrillo dijo...

Hay conductas que no son adaptativas para el individuo ni útiles para la especie ni propias de la racionalidad, y que no obstante perviven. Por ejemplo, la tristeza. Si la vinculásemos con la compasión y, por tanto, con el altruísmo, quedarían sin explicar afectos tan universales como la vergüenza o el odio (tipos de tristeza no compasiva). Otro tanto sucede si intentamos relacionarla con la prudencia.

Temer el fracaso y todo lo que éste conlleva es racional. No lo es, por el contrario, gozarse en él. La tristeza es un estado de ánimo en el que se permanece por voluntad propia, no como consecuencia de un razonamiento que nos sujeta con las cadenas de la lógica. Piensa -tú mismo lo mencionas- en el acto de enamorarse y de entristecerse por la ausencia del objeto del amor; cuánto hay en él de narcisismo y de placer disimulado.

Por último, la tristeza siempre aletarga, jamás aguijonea. Spinoza la definió como "una disminución de la potencia de obrar y pensar".

Sanzwich dijo...
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