martes, 13 de enero de 2009

Vanitas


I.

No hay razones para ser feliz sabiendo que, cuando menos lo esperemos, todo nos será arrebatado de mala manera. Si por el contrario lo esperásemos, conociéndolo con precisa anticipación, sería sin duda peor, ya que el resto de nuestros fines se vería eclipsado en la consciencia por este fin absoluto y su opaca negación de los demás. Por ello sostengo que, a diferencia de la alegría, la felicidad es y se concibe infinita, o no es y no resulta inteligible.

Así, los ateos viven como los pretendientes de Penélope, felices y engañados por la proyección imaginaria de su dicha; o como los de Circe, infelices y animalizados por el cinismo. La vanidad es para el descreyente una buena alternativa al suicidio, pero jamás regla de vida, jamás moral.

II.

No encuentro ningún consuelo a la muerte que no sea el de su transitoriedad. El fin de algo es aquello que lo hace perfecto. Cuando obtiene su fin, llega a ser lo que debía. Así, aunque la vida a su término sea idealmente perfecta, un círculo cerrado, se muestra carente de sentido, al remitir a una existencia que ha cesado de forma definitiva y que está tan ausente como antes del nacimiento. ¿Hacia dónde se fue en ese viaje sobre uno mismo? A ninguna parte. Ahora bien, si entendemos la felicidad como el tender a un fin por el que mejorar el presente, entonces dicho recorrido aintencional no pudo ser feliz, a no ser que nos engañásemos.

En términos morales, sólo abandonamos un estado y propendemos a su contrario por saciedad respecto al primero. Este principio deriva del llamado principio de lo mejor, por el que siempre hacemos lo que mejor nos parece. Sin la repulsión frente a un estado previo, la cual operaría como razón suficiente del cambio, nuestra inercia será mantener aquél de forma indefinida. Las decisiones no surgen de una voluntad pura e incondicionada, están obligadas a la congruencia consigo mismas. Incluso la más estúpida de ellas, siendo libre, se regirá por el principio de lo mejor y guardará la debida lógica con las anteriores, se base o no en juicios verdaderos.

III.

He dicho que la felicidad puede tomar los valores de cero o uno, y que para lo último requiere tender a infinito. Si esta tendencia es imaginaria, es decir, si no niega el fin, sino que lo ignora, nos engañamos. Sólo la fe en la inmortalidad salva ese escollo, de modo que aunque el creyente se engañe en lo metafísico y muera para siempre, no se engaña en lo moral: su felicidad es auténtica y está bien fundada. No hay que pedir a la moral un conocimiento último de las cosas, bastando -además del fin de autopreservación, sin el que toda moral es imposible- la mera coherencia interna del discurso que la sustenta. Ser feliz porque somos lo que somos, conociendo no obstante que nos extinguiremos (y que dejaremos de ser y, por tanto, también de ser felices) es una insensatez. Lo semejante no puede tender a lo desemejante sin repulsión.

Hablar de naturalezas humanas hipotéticas es muy arriesgado. Considero que hay unas constantes en el hombre que no evolucionan y que lo distinguen del resto de especies con carácter absoluto. Una de ellas es la vergüenza, la humillación, que es substancialmente distinta a la actitud sumisa en los animales. Uno se humilla ante sí mismo, no ante los demás. Y esto -someterse a uno mismo- es contradictorio, al tiempo que es una prueba de la moral natural o asubjetiva.

Por último, creer a sabiendas en una falsedad sólo nos hace felices si renunciamos al autoconocimiento que nace con aquella vergüenza a la que he hecho mención. Creer, por ejemplo, que hay más motivos para reír porque la muerte esté presumiblemente lejos que porque ande ya muy cerca es como valorar por la distancia que medie entre el arquero y nosotros el peligro de una flecha bien dirigida. Se será feliz en el error, pero sólo a expensas de dejar de ser racional, con lo que será un estado incierto y poco provechoso.

2 comentarios:

Aura Sacra Fames dijo...

O que preferimos ser felizes na alienação ou infelizes no esclarecimento, brilhante colocação. Uma solução para isso é revelar que não há felicidade em meio ao engano, apenas prisão.

Abraços
aurasacrafames.blogspot.com

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Exacto, hay que ser feliz en el esclarecimiento para hablar de felicidad humana. Y este estado no es posible de alcanzar sin recurrir a la trascendencia.