La escatología positivista es absurda. Supongamos que mi comportamiento es predecible por un observador que conozca a la perfección mi cuerpo y las leyes que lo rigen en tanto que compuesto material. Tras un cálculo preciso, el omnisapiente escrutador de mi albedrío me indica: "En este instante, consideradas todas las variables, incluida esta conversación que estamos manteniendo, es necesario que te rasques la barbilla y ladees la cabeza a la izquierda". Visto lo cual, procedo a acariciarme la nuca y estirar la pierna derecha.
¿Eres capaz de imaginar, lector, alguna situación en la que, tras decirme detalladamente lo que haré en los próximos segundos, yo no pueda más que ceder ante tus exactas previsiones, como cede ante la gravedad la piedra que rueda por la pendiente hasta el lago?
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