I.
No es la voluntad la que conduce al hábito, sino la inclinación. La simple voluntad, careciendo de substancia homogénea que la sostenga en el tiempo, no basta para atar o desatar a nadie más que en un sentido moral. Y aun así -como en el supuesto de la palabra dada- se admite que hay algo por encima de lo que yo deseo: aquello a lo que me comprometo.
II.
Un enfermo (de espíritu) disminuye voluntariamente el conato de sus acciones y cede a la pulsión de muerte. El instinto sexual nos empuja a destruir todo lo que nos atrae de manera natural, o sea, todo lo bueno; es exactamente lo contrario al amor, como ya supo Platón. Así, lo primero que debe hacer quien quiera conocerse a sí mismo es contrariar su voluntad, encerrarla en un concepto, no rendirse a una ética de la indulgencia. La pansexualización y las hermenéuticas nihilistas son en el fondo y en la superficie axiomatizaciones del odio.
Las águilas no cazan moscas
Hace 53 minutos
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