domingo, 7 de septiembre de 2008

Espíritu del simio, espíritu de la época


Los estados morfológicamente especializados son siempre etapas tardías en el camino evolutivo de una especie. Frente a ellos la carencia de especialización denota siempre un carácter arcaico. Toda especialización representa la pérdida de muchas posibilidades latentes en el órgano inespecializado (y primitivo) en beneficio del desarrollo intenso de una determinada posibilidad adaptativa. Razonando a partir de aquí se extrae una conclusión muy interesante por sus implicaciones en la delicada cuestión de la evolución del hombre. La cuestión es ésta: si la carencia de especialización reviste siempre el carácter de primitivismo, y si los estados especializados son siempre estadios finales en el camino de la evolución, de ahí se sigue que es imposible que las configuraciones morfológicas primitivas (como son el cráneo, mandíbula, mano y pie humanos, etc.) procedan de otras posteriores más evolucionadas, como son todos las características morfológicas altamente especializadas de los simios.

(...)

Un estudioso ha sugerido, no sin ánimo irónico, pero apuntando a algo sustancialmente verdadero, que, puestos a defender el evolucionismo, habría que sostener en lugar de la vieja imagen decimonónica del evolucionismo de un hombre que deriva del mono -la famosa serie de individuos que pasan de semicuadrúpedos hasta el hombre actual erguido- , justamente la contraria, es decir, la idea de un mono (como ser altamente especializado y adaptado a la forma de vida arborícola) que procede del hombre, un ser mucho más primitivo y menos especializado.

Leopoldo Prieto


La metafísica del espíritu, a lo largo del siglo XIX, tuvo que ceder el puesto a una metafísica de la materia; intelectualmente hablando, esto no es más que un giro caprichoso, pero desde el punto de vista psicológico significa una revolución inaudita en la visión del mundo: el más allá toma asiento en este mundo; el fundamento de las cosas, la asignación de los fines, las significaciones últimas, no deben salir de las fronteras empíricas; si damos crédito a la razón ingenua, parece que toda interioridad oscura se convierte en exterioridad visible, y el valor no obedece ya sino al criterio del supuesto acontecimiento.

Tratar de abordar este trastocamiento irracional por la vía de la filosofía es ir a un fracaso seguro. Es preferible abstenerse, pues si en nuestros días a alguien se le ocurre deducir la fenomenología intelectual o espiritual de la actividad glandular, puede estar seguro a priori de la estima y de la receptividad de su público; si, por el contrario, alguien quisiera ver en la descomposición atómica de la materia estelar una emanación del espíritu creador del mundo, ese mismo público no haría sino deplorar la anomalía mental del autor. Y, sin embargo, estas dos explicaciones son igualmente lógicas, igualmente metafísicas, igualmente arbitrarias e igualmente simbólicas. Desde el punto de vista de la teoría del conocimiento, tan lícito es hacer descender al hombre de la línea animal como a la línea animal del hombre. Pero, como es sabido, este pecado contra el espíritu de la época tuvo para Daqué penosas consecuencias académicas. No se puede jugar con el espíritu de la época, pues constituye una religión, más aún, una confesión o un credo, cuya irracionalidad no deja nada que desear; tiene, además, la molesta cualidad de querer pasar por el criterio supremo de toda verdad y la pretensión de detentar el privilegio del sentido común.

Jung

1 comentario:

Evocid dijo...

“habría que sostener en lugar de la vieja imagen decimonónica del evolucionismo de un hombre que deriva del mono (...) justamente la contraria, es decir, la idea de un mono (...) que procede del hombre, un ser mucho más primitivo y menos especializado”

Ignoro si la imagen presentada por Leopoldo Prieto se daría por buena en el s. XIX. Hoy, desde luego, no. Aunque sea un tópico decir lo contrario, el homo sapiens no desciende del mono. En realidad es (el homo sapiens) un primate perteneciente al género homo, género con unos dos millones de años de antigüedad. Otros homínidos diferentes, a los que llamamos por lo general "monos", evolucionaron por su cuenta: No son nuestros ancestros, sino más bien primos lejanos. El ancestro común desapareció hace muchos millones de años, superado, probablemente, tanto por homos como por el resto de primates.