Los gobernantes, aun indignos, son todos vicarios de Dios. Como criados suyos pueden hacer bien o mal su tarea mientras el dueño se encuentra ausente. De esta manera Sócrates creía en la misión providencial de las leyes, pese a que fueran interpretadas por malvados. Antes que él escribió Heráclito que es menester que el pueblo luche por la ley como por sus muros. Es la ley la que contiene al pueblo y lo defiende (de sí mismo, en gran medida), no el pueblo el que refleja su voluntad en ella como en un espejo. Los muros de una república democrática son de cristal.
Ante la hipocresía de los sofistas, que le acusaron de corromper a la juventud, Sócrates dio por buena la mayor -que la juventud es corrompible y el corruptor debe ser castigado- al tiempo que negaba la menor -haber sido reo de tal delito. Acusando a Sócrates, pues, los malvados se acusaban a sí mismos. Aquél, a su vez, siendo inocente se entregó a Dios como al juez supremo de su causa, con lo que la justicia humana quedó turbada y mejorada por el sacrificio de un hombre. El sabio filósofo, a semejanza de Cristo, aceptó la trampa que le habían tendido para dar con ella eterna y definitiva caza a los emboscadores.
jueves, 12 de marzo de 2009
Lex aeterna
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