La inteligencia yerra cuando se distrae por influjo de la voluntad, y la voluntad se extravía cuando se sustrae a la inteligencia. Luego, la voluntad vicia a la inteligencia. Pero ¿qué vicia a la voluntad? O bien está viciada, o bien aprende a ser viciosa. Si lo aprende, es la inteligencia la que vicia a la voluntad, lo que deja nuevamente sin respuesta la duda sobre el origen del error en aquélla. Por tanto, la voluntad no deviene viciosa, sino que lo es.
Kant sostuvo que nada en el mundo es absolutamente bueno, excepto la buena voluntad. Por el razonamiento anterior sabemos que ni siquiera la voluntad humana es buena por su propia virtud, al hallarse en un estado de caída. A resultas de esto, nada en el mundo es absolutamente bueno; si hay bien, ha de encontrarse fuera del mundo en primer lugar, y en el mundo sólo por participación de éste.
Es terriblemente inconsecuente en lo que afecta a los ateos (y creo comprender bajo esta denominación a todos ellos) el negar que la fe en Dios pueda hacernos buenos y afirmar al mismo tiempo que nos hace malos. Si la moral humana fuera verdaderamente autónoma e independiente de la teología, tanto lo uno como lo otro sería imposible.
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