Ser moral es amar. Pero ¿qué es digno de amor? ¿Cuál es el fin de edificar lo que va a ser destruido? ¿Cuál el de recordar lo que va a olvidarse? ¿Cuál el de huir de lo que va a acontecer? Todo lo que es dejará de ser muy pronto. Amar al universo es amar una cosa y su contraria.
Cabe preguntar qué inclina al universo a ser como es; si es bueno por ser así, y por qué no lo sería, o lo sería menos, si fuera de otra manera muy distinta. Si amamos en él lo que es o lo que debió ser.
Hallaremos que la naturaleza es ajena a sí misma, que no se da un fin moral al que se oriente, y que si lo hay es externo y se identifica con Dios. Ahora bien, si no existe tal fin fuera de ella, tampoco puede existir dentro, puesto que ya se habría alcanzado y dejaría de ser un fin.
El ser es bueno, el no-ser es malo. He aquí una afirmación puramente metafísica, sin asidero en el mundo, respecto a la cual la vida humana es buena no es más que una aplicación particular. Ahora bien, el único ser sin asidero en el mundo es Dios. Por tanto, no hay fuera de Dios otro fundamento para cualquier moral objetiva.
Pruébase. La moral no puede regirse por algo que no tenga el ser en sí mismo. De El ser es bueno, si yo soy parte del ser, se sigue que yo debo ser bueno. Este salto del ser al deber ser sólo puede darse cuando dicho ser debe ser el que es, a saber, un ser necesario, perfectamente igual a sí mismo, simplicísimo e inteligible; es decir, cuando es metafísico. Y Dios es el ser metafísico por excelencia.
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