martes, 3 de febrero de 2009

Más allá de la moral cartesiana-II


No estoy seguro de si J.Z. es un escéptico moral o un defensor de lo que podríamos llamar la "moral naturalista". Me inclino por lo segundo, dado el peso que da al deseo individual en la formación de los principios morales. Un deseo que, como buen determinista, no atribuye a la libre consciencia, sino a la programación genética.

En esta particular genealogía darwiniana de la moral se nos intenta convencer de que los juicios morales genéricos son abstracciones de preferencias individuales, que a su vez estarían en función de variables supraindividuales como las que mueven la selección natural. Sin embargo, es incorrecto argumentar así:

No quiero ser perjudicado.
Por tanto, no perjudicaré a nadie.


Y lo es porque de un acto de voluntad no puede seguirse el límite a la voluntad que todo deber implica. Lo correcto es apelar a valores objetivos:

No tengo derecho a perjudicar ilegítimamente a nadie.
Por tanto, no perjudicaré a nadie.


La legitimidad del perjuicio ajeno no se sigue de la valoración que me merezcan mis propios perjuicios, sino del grado en que un tercero superior (el Estado) los tolere en vistas a la consecución de un fin común (la óptima conservación de la sociedad). De modo que, aunque pueda cuestionarse el medio, esto es, la idoneidad de la norma, cosa que se hará siempre según la razón, nadie cuestionará el fin, so pena de ser expulsado del grupo y con ello devuelto al estado natural.

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