A menudo sueño que voy en ascensor, solo o acompañado, y que, mientras subo niveles, hay una disminución de energía o un fallo mecánico en el sistema que provoca que el montacargas pierda velocidad. Ese momento es angustioso y claustrofóbico. Pero el peor, y que hace que en ocasiones me despierte de puro espanto, sucede cuando nos detenemos a medio piso y vemos que empezamos a descender muy lentamente, de forma paulatina y cada vez de manera más descontrolada. Olvidé decirte que es un ascensor peculiar: sin puertas y dejando a la vista los niveles entre pisos, como si fueran grandes plataformas de hormigón. En ese instante tengo que decidir si acompaño al ascensor en su caída o me encaramo para asirme a la plataforma del piso que hemos dejado a medias, el suelo estando algo por encima de mi cabeza. La primera opción conduce a una muerte probable (quedamos muy altos y bajamos sin frenos), y la segunda a una tensión horrible, esto es, permanecer colgado del nivel, solo frente al vacío, sin nada bajo mis pies en que apoyarme, y sin fuerza en los brazos tal vez para remolcar al resto del cuerpo hasta la parte superior de la plataforma de la que pendo.
Alegoría de la vida. Vive el momento.
miércoles, 16 de mayo de 2007
Carpe diem
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