Veo como un misterio el que la materia pueda tener límites externos absolutos. Estoy bastante persuadido, en cambio, de que no los tiene internos. Pues es propio de lo material el fluir sin trabas, mientras la razón apresurada inventa grumos a los que llama átomos.
A su vez, es cualidad del espíritu el contar con límites absolutos o, al menos, con límites por exclusión. Así, si todo lo material es inclusivo, al no admitir el vacío entre partes, todo lo final o espiritual es exclusivo. No puede perseguirse un fin y su contrario; no puedo irme a Bangkok y huir de esa ciudad en el mismo viaje. Pero ampliemos el ángulo y se comprobará que Bangkok y yo estamos en el mismo lugar.
Dicho esto, presento una disyuntiva: 1) o bien la selección natural atiende a fines, 2) o bien no ejerce ninguna influencia sobre el espíritu.
Atender a fines significa que lo que se desarrolla es contenido en el cauce de lo que puede ser. La materia es métrica o cuantitativamente ilimitada, pero no está lógicamente indefinida. Tiene fines inherentes. De modo que, en el supuesto de que la naturaleza prescindiese de cualquier fin e involucrara sólo una combinación aleatoria de mutaciones en un determinado ambiente competitivo, sería incapaz de decantar un acontecimiento en el que el resultado fuera singular y único, esto es, una acción.
Negando los fines se niega la forma; negando la forma se niega el espacio; negando el espacio se niega al sujeto.
Luego vuelvo. Lo anterior merece ser repensado y aclarado.
martes, 29 de mayo de 2007
Línea divisoria
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