jueves, 6 de septiembre de 2007

Retrospectiva


He delimitado -hasta la saciedad- la malicia como la pulsión contraria al instinto de conservación individual y colectivo, instintos que convergen en los seres más sociables.

Que el mal es inherente al hombre se prueba mostrando que no hay hombres que no sientan placer con el perjuicio ajeno o que no estén sometidos a la tentación de ser inconsecuentes con sus directrices morales, es decir, aquellas que ellos y su entorno valoran como nobles y buenas.

La esencia del pecado original es la voluntad autoproclamada como soberana, el desprecio hacia Dios y un cierto efecto hipnótico que atribuyo al Diablo. Los no creyentes podéis ignorar estos dos últimos elementos.

Desde el principio he defendido que la maldad humana es constante en la historia, lo que relaciono con el pecado original, ya que la evolución no me da aquí explicaciones convincentes respecto a la utilidad de determinadas conductas que nos caracterizan, distinguiéndonos del resto de animales.

He dicho también que el progreso se debe más al desarrollo técnico que al devenir ideológico, aunque la ideología condicione a veces negativamente y otras favorablemente el grado de apertura cultural de una sociedad. Ahora bien, las causas del avance científico no son ideológicas, sino infraestructurales y dependientes del genio humano.

Además he insinuado que, mientras que las principales religiones contemplan preceptos piadosos y útiles para la comunidad, sólo la cristiana permite también el credo racionalista, con todo lo que ello implica: esencialmente, la posibilidad de refutación.

Por último, y como colofón, he avalado el tópico apologético -no por tópico menos válido- de que, así como lo que abstractamente podríamos llamar el bien (progreso, etc.) depende del entendimiento, el mal está sujeto a la voluntad. O, si se prefiere su alias poético, a la libertad. Los siglos XIX y XX son los de mayor libertad -libertad entendida según cada facción política- y los de mayor barbarie. El hombre no sabe usar de su albedrío sin rectas directrices religiosas, tal y como se expone en el relato de la caída de Adán y Eva.

Maldad es hacer el mal o permitirlo. Es también una forma patológica de estupidez, crónica en el hombre.

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