sábado, 1 de septiembre de 2007

El maestro ya conocía a Penrose


Filaletes [lockeano-penroseano]: Si pudiésemos suponer dos conciencias distintas e incomunicables que actúan por turno en un mismo cuerpo, una constantemente durante el día, y la otra durante la noche, y por otra parte supusiésemos una misma conciencia actuando a intervalos en dos cuerpos diferentes, me pregunto si en el primer caso el hombre de día y el hombre de noche, si se puede decirlo así, no serían dos personas tan distintas como Sócrates y Platón, y si en el segundo caso no sería una única persona en dos cuerpos distintos. Y de nada sirve decir que esa conciencia que afecta a dos cuerpos diferentes y esas conciencias que afectan una tras otra a un mismo cuerpo, pertenezcan la primera a la misma sustancia inmaterial, y las otras dos a dos sustancias inmateriales distintas que introducen esas conciencias diversas en dichos cuerpos, puesto que la identidad personal estaría determinada igualmente por la conciencia, sea que dicha conciencia estuviese ligada a alguna sustancia individual inmaterial o no. Además, una cosa inmaterial que piensa debe perder de vista de vez en cuando su conciencia pasada y recordarla de nuevo. Ahora bien, suponed que esos intervalos de memoria y de olvido se correspondan siempre con el día y la noche: entonces tenéis dos personas con un mismo espíritu inmaterial. De todo esto se deduce que el "yo" no viene determinado por la identidad o la diversidad de sustancia, de lo cual no podemos estar seguros más que a través de la identidad de la conciencia.

Teófilo [leibniziano]: Admito que si todas las apariencias fuesen cambiadas y transferidas desde un espíritu a otro, o si Dios intercambiase dos espíritus, dando el cuerpo visible y las apariencias y conciencia del uno al otro, la identidad personal, en lugar de permanecer ligada a la de la sustancia, seguiría las apariencias constantes que la moral humana debe considerar: pero dichas apariencias no consisten únicamente en las meras conciencias, y será necesario que Dios modifique no sólo las apercepciones o conciencias de los individuos en cuestión, sino también las apariencias que se muestren a los demás respecto a dichas personas, pues de otro modo existiría una contradicción entre las conciencias de los unos y el testimonio de los demás, lo cual turbaría el orden de las cosas morales. No obstante, se me debe reconocer también que el divorcio entre el mundo insensible y el sensible, es decir, entre las percepciones insensibles que seguirán estando en cada una de las sustancias, y las apercepciones que habrán sido intercambiadas, sería un milagro, como cuando se supone que Dios hace el vacío; ya dije anteriormente por qué esto no es conforme al orden natural. He aquí otro supuesto que me parece mucho más adecuado: pudiera suceder qu en algún otro lugar del universo o en alguna otra época haya una esfera que no difiera sensiblemente del globo terráqueo en el que habitamos, y que cada uno de los hombres que habitasen en él tampoco difieran sensiblemente de nosotros, con quienes se corresponden. Así que habría simultáneamente cien millones de pares de personas semejantes, es decir, dos personas con las mismas apariencias y conciencias; y Dios podría traspasar únicamente los espíritus de un globo al otro sin que se diesen cuenta, o también los espíritus con sus cuerpos; pero suceda que sean traspasados o que se les deje quietos, ¿qué dirían vuestros amigos sobre la persona o "yo"? ¿Son dos personas o una misma? En efecto, la conciencia y las apariencias externas de los hombres de esos dos globos no permiten establecer distinciones. Es verdad que Dios y los espíritus capaces de considerar los intervalos y las relaciones externas de los tiempos y los lugares, e incluso las constituciones internas, insensibles para los hombres de ambos globos, podrían discernirlos; pero de acuerdo con vuestras hipótesis, según las cuales lo que permite discernir es únicamente la conciencia de sí, sin que haya que considerar también la identidad o diversidad reales de las sustancias, ni tampoco lo que les pueda parecer a los demás, no se puede evitar decir que esas dos personas, que están en dos globos semejantes pero alejados el uno del otro por distancias incalculables, no son más que una misma persona, lo cual es, no obstante, un absurdo manifiesto. Por lo demás, si nos limitamos a hablar de lo que naturalmente es posible, los dos globos semejantes y las dos almas semejantes de ellos seguirían siendo iguales únicamente durante un lapso de tiempo. Pues al haber una diversidad individual, es necesario que esa diferencia por lo menos consista en las constituciones insensibles, que se tienen que desarrollar en la continuación del tiempo.

Leibniz. Nuevos Ensayos sobre el Entendimiento Humano.

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