martes, 11 de septiembre de 2007

Ciencia y creencia


Sé que hay infinidad de blogs y páginas hispanos dedicados a combatir lo paranormal o sobrenatural, a diseccionar fenómenos que se analizan como aberraciones del intelecto y a clasificarlos a modo de embustes velados o patentes. Ahora bien, confiando en su buen hacer podríamos incurrir en un autoengaño no menos grave, que es la falacia cartesiana de considerar inexistente todo lo que no es analizable por mí aquí y ahora. Quien así actúa no sólo contraria a la fe, sino al avance del conocimiento objetivo. De manera semejante, erraba por negligencia el astrónomo ptolemaico al despreciar todas las observaciones que contradecían su sistema; y desbarraba con cierto dolo intelectual al torturar y desfigurar a éste para hacerlo acorde con la realidad.

Hablaré a propósito de la demonología y de los casos de exorcismo, presentes en algunos medios de comunicación y piedra de escándalo para los escépticos más sectarios, que lo son sólo de nombre. Porque, antes de enfrentar este tipo de supuestos, lo primero que debe preguntarse uno es si cree o no en los demonios. Si no cree en ellos, es racionalmente imposible que encaje en una cadena de fácticos una interpretación que los presuponga: la excluirá por sistema. Sin embargo, nadie puede demostrar que los demonios no existan, tal y como están definidos, a saber, como agentes psíquicos sin cuerpo craso. Luego la actitud pretendidamente escéptica no está bien fundamentada si no abandona o justifica el apriorismo.

Mi punto de vista, resumido en pocas palabras, es que, a partir de determinada cantidad de indicios ciertos, es más antieconómica y, por ende, más milagrosa la explicación ordinaria que la extraordinaria. Dejando al margen la Biblia (Mc. 16:17) y mi condición de creyente, aplicaría sin dudarlo la Navaja de Ockham en favor de los soi-disants escépticos si no hubiera posesiones, o si éstas pudieran explicarse mejor desde el aparato conceptual psiquiátrico. Pero el problema es que las hay y se explican de forma insatisfactoria.

Es preciso aclarar que una posesión no es un fenómeno religioso, esto es, cultural en sentido propio. Es -salvo que se presuponga fraude- un estado de consciencia alterado y destructivo. Lo religioso, en cambio, entra en la esfera de lo consciente no patológico; de lo moral y lo inmoral, si se quiere, aunque las inmoralidades recurrentes puedan presentar rasgos enfermizos. Lo dicho también vale para el caso límite. Los accesos místicos son potenciaciones momentáneas del intelecto, experimentadas con emoción dentro del orden; no espasmos de una psique amputada y fuera de madre.

Así pues, las facultades mentales y la experiencia religiosa pueden estudiarse sin solapamiento en sus respectivas disciplinas. Mas las posesiones, si son auténticas, no caen en el ámbito de investigación de ninguna de ellas. La cuestión, entonces, es: ¿se trata de ataques histéricos, de una sobreactuación histriónica? ¿O más bien de un endemoniamiento que obliga a presuponer la existencia de un agente psíquico extraño?

Creo que el modo más fácil de averiguarlo es interrogando a esa persona. Existen respuestas que un histérico no puede dar, o no es coherente que dé. Si bien uno puede plantarse y decir: "El poder de la mente nos es desconocido. Es posible para un ser humano trastornado el conocer el comportamiento típico de un demonio según la demonología y reproducirlo fielmente durante períodos muy dilatados en el tiempo; y es posible también que se deje sugestionar sólo ante símbolos religiosos, mostrando una mezcla de fobia y apaciguamiento alternativos, propios de personalidades desdobladas". Pero a mí este proceder típico, por lo demás asintomático e intratable desde la ortodoxia médica, me parece más increíble desde una perspectiva estrictamente psiquiátrica que el hecho mismo del endemoniamiento (el cual desborda a la psiquiatría por su mismo objeto). Es abusivo presuponer tanto poder en la mente, expresado en acto sin más a través de estímulos vulgares. Y es absurdo hablar de conspiración a esta escala.

Por este motivo, entre otros, creo en los demonios; igual que creo en los ángeles; igual que creo en los milagros; igual que creo en Dios. No atento contra la lógica en ninguno de estos puntos y, dentro de los datos que se me aportan, empleo la Navaja.

Es justo lo que hacen los exorcistas cuando rechazan casos que, bajo la apariencia de endemoniamientos, son meros trastornos explicables por vía psicoanalítica o desde cualquier otra forma de prospección neurológica. No actúan como el curandero que entra allí donde debería estar el médico, proponiendo remedios en su lugar, sino que van al caso perdido, al que excede a la metodología. No ya a la técnica, como curar un cáncer, algo que será posible en el futuro, sino -insisto- a la metodología, es decir, a los presupuestos mismos de aplicabilidad de una rama del saber.

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