Augustos y bellos son, efectivamente, los dioses todos, y la suya es una "belleza imponente". Pero ¿qué es aquello por lo que son así? Es la inteligencia y el hecho de que en ellos actúa una inteligencia más potente, hasta el punto de transparentarse. Porque lo cuerto es que no son bellos por tener cuerpos bellos. Y es que aun los que tienen cuerpo, el ser dioses no consiste para ellos en tener cuerpo, sino que aun éstos son dioses por su inteligencia. Son, pues, bellos en cuanto dioses. La razón es que no son ora sabios, ora necios, sino que son siempre sabios en virtud de una inteligencia impasible, estable y pura, y son sabedores de todas las cosas y conocedores no de las humanas, sino de las suyas propias, esto es, de las divinas y de cuantas ve la Inteligencia.
Ahora bien, aquellos de entre los dioses que habitan el cielo, como viven vida de ocio, están siempre contemplando, aunque como desde lejos, las realidades que hay en aquel otro Cielo, sacando la cabeza sobre la bóveda celeste. Mas los que viven en aquel otro Cielo, cuantos tienen su morada sobre él y dentro de él, morando en la totalidad de aquel Cielo -allá, efectivamente, todo es Cielo: es Cielo la tierra, el mar, los animales, las plantas y los hombres; todo lo de aquel Cielo es celeste-, los dioses, digo, que viven en él, sin desdeñar a los hombres ni ninguna otra cosa de las de allá, recorren todo aquel país y aquella región descansadamente.
Pues allá es donde se da "la vida fácil", y la verdad es, además, para ellos su progenitora y nodriza, su substancia y su manjar, y contemplan todas las cosas, no "a las que compete el devenir", sino a las que compete la Esencia, y se contemplan a sí mismos en los demás. Porque allá todo es diáfano, nada es oscuro ni opaco, sino que cada uno es transparente a cada uno y en todo, puesto que la luz lo es a la luz. Y es que cada uno posee a todos dentro de sí y ve, a su vez, en otro a todos, y todo es todo y cada uno es todo, y el resplandor es inmenso, porque cada uno de ellos es grande, pues aun lo pequeño es grande. El sol allá es todos los astros, y cada astro es, a su vez, sol y todos los astros. En cada uno destaca un rasgo distinto, pero exhibe todos.
(...)
Represéntate, pues, mentalmente la imagen luminosa de una esfera abarcando en su interior todos los seres, sea que estén en movimiento, sea que estén en reposo, o mejor, unos en movimiento y otros en reposo. Reteniendo esta imgen, fórmate ahora otra suprimiendo mentalmente la masa. Suprime también el lugar y toda representación mental de la materia, y no trates meramente de sustituir esa esfera por otra de menor volumen, sino que, invocando al dios hacedor de la esfera representada, suplícale que venga. Y vendrá: vendrá trayendo consigo su propio universo con todos los dioses incluidos en él, siendo uno y todos. Cada uno es todos consociados en unidad: son distintos por sus potencias, pero todos son uno en virtud de aquella única múltiple potencia, o mejor, el que es uno solo es todos, pues no se agota porque nazcan todos aquellos. Están todos juntos, pero a la vez cada uno está aparte en posición inextensa, dado que carece de toda forma sensible (si no, uno estaría en un sitio y otro en otro, y no sería cada uno todo en sí mismo) y no tiene partes distintas ni respecto a otros ni respecto a sí mismo, ni es cada uno a modo de una potencia fragmentada igual a la suma de sus partes mensuradas. Por el contrario, es una potencia total, infinita en alcance y en poder. Y es tan grande aquel dios que aun sus partes son infinitas. Porque ¿qué punto se podría aducir al que no se extienda? Es verdad que también este universo es grande y que todas las potencias que hay en él coexisten juntas; pero sería mayor, sería de una grandeza indecible si no llevara aneja una pequeña potencia corporal.
Bien es verdad que alguien podría tener por grandes a la potencia del fuego y a las de los demás cuerpos; pero es ya por inexperiencia de la verdadera potencia por lo que aquellas nos dan la impresión de que queman y destruyen y cooperan a la generación de los animales. Pero en realidad los cuerpos destruyen porque también son destruidos y cooperan a la generación porque ellos mismos se originan. En cambio aquella potencia transcendente no posee más que el ser y no posee más que la belleza. Porque ¿dónde puede existir la belleza privada del ser? ¿Dónde la sustancia privada de ser bella? Al ser deficiente en belleza ya es deficiente en esencia. Y por eso es deseable el ser, porque se identifica con la belleza, porque es el ser. ¿Qué falta hace inquirir cuál de los dos es causa de otro, puesto que su naturaleza es una sola? Es esta pseudoesencia de acá la que necesita de un simulacro postizo de belleza para parecer bella y para existir en absoluto. Y así, en tanto que existe en cuanto participa de la belleza según la forma. Y al participar, cuanto más participa, es tanto más perfecta, porque es más esencia en cuanto bella.
Por eso Zeus, aunque es el más anciano de los demás dioses que él mismo capitanea, marcha el primero hacia la visión de la Inteligencia. En pos de él van los demás dioses, los démones y las almas que son capaces de ver ese espectáculo. La Inteligencia se les aparece desde una región invisible, y asomando sobre ellos en la altura, ilumina todas las cosas, las llena de esplendor y deslumbra a los zagueros. Estos apartan de ella sus ojos, incapaces de verla cual al sol. Los próximos a ella aguantan y miran; los otros, en cambio, se ofuscan, tanto más cuanto más distantes de ella. Mas al verla los que son capaces de verla, todos ponen su mirada en ella y en su contenido, pero la visión que cada uno reporta no es siempre la misma, sino que el uno, mirando de hito en hito, ve esplendorosa de luz la fuente y la naturaleza de la Justicia, el otro se ve colmado con la visión de la Templanza, no una templanza cual la que se da entre los hombres cuando éstos la poseen: ésa en cierto modo emula a aquélla, mientras que aquélla, difundida en todos los inteligibles por toda la extensión (digámoslo así) de la Inteligencia, se deja ver la última por aquellos que previamente han visto con claridad otros muchos espectáculos: por los dioses, uno a uno y todos juntos, y por aquellas almas que ven allá todas las cosas y constan de todas ellas de manera que las contengan todas. También estas almas están allá de principio a fin: están con todo lo que de ellas es capaz de estar allá, y a menudo todo lo de ellas está allá, o sea, en tanto no están divididas.
Plotino
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