En los últimos días he mantenido una enriquecedora conversación con un profesor a propósito del principio de razón suficiente y de la tesis leibniziana del mejor de los mundos. Dejo a mi interlocutor en el anonimato y, por así decirlo, fuera de escena, pues no me ha parecido oportuno pedirle permiso para publicar sus opiniones -que, con todo, aprecio sobremanera y valdría la pena leer- ni están en el núcleo de lo que más me interesa explicar aquí, que son mis puntos de vista y los de Leibniz. Al haber sido el tono de nuestra charla más de intercambio que de controversia abierta, no creo que con la reducción a la uniteralidad mi postura aparezca sesgada por los intereses dialécticos que represento. Se trata, en definitiva, de aprovechar la reflexión privada y verterla en el foro público.
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Señor S.,
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¿Ha pensado en la conexión del argumento antrópico bien entendido con la tesis leibniziana del mejor de los mundos? En mi opinión, pueden ayudarse mutuamente. No es que este mundo sea el mejor porque estamos nosotros en él -como caricaturizó Voltaire-, sino que estamos en él porque es el mejor. O lo que es lo mismo, el que contempla "un mayor número de fenómenos a partir de un menor número de principios".
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Estoy de acuerdo en que no es fácil adquirir certezas en temas tan abstractos y llenos de implicaciones. He leído el texto de Swinburne y, en efecto, esto es más o menos lo que pretendía esbozar con mi comentario sobre el mejor de los mundos. El principio de razón suficiente (PRS) de Leibniz es una formulación muy similar a la de la navaja de Ockham, que Swinburne esgrime al referirse a la implausibilidad de la hipótesis del mecanismo generador de universos. ¿Y acaso podrían darse muchos universos que respetasen ese principio simultáneamente? Carezco de formación científica para responder a la pregunta, pero entiendo que la causalidad, en base a su definición metafísica, no puede tener fisuras internas ni externas, por lo que sólo un universo puede cumplir el PRS.
Así, la mayor probabilidad de Dios queda establecida frente a la hipótesis atea si 1) existe algo antes que nada y 2) dicho ente obedece al PRS (el cual, de paso, nos ofrece muchos argumentos para refutar el pseudoproblema del mal). Éste sería el mejor de los mundos desde el inicio, es decir, con anterioridad a la fijación de las constantes del ajuste fino, así como lo será tras la extinción de la raza humana del modo en que la conocemos y la transformación de todas las cosas al final de los tiempos (según es artículo de fe). Désele, pues, al mencionado ajuste un origen natural o sobrenatural; no resultará, al fin y al cabo, más que una función del PRS, auténtico milagro perpetuo e intrínseco.
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Señor S.,
Sin pretender ponerme en la perspectiva de Dios -no más de lo que las aptitudes humanas permitan- diría que hay que eliminar en la medida de lo posible los razonamientos velados o las propiedades ocultas. El término "mejor" contribuiría a esta oscuridad si no se lo define con carácter previo. Por ello Leibniz veía en él la expresión de dos factores, la riqueza de fenómenos y su orden relativo, que hacen que podamos hablar del universo como objeto múltiple y uno, habida cuenta de la ligazón que mantienen entre sí sus elementos.
Dicho esto, parece obvio incluso para los raciocinios limitados como el nuestro que Dios no encontrará jamás razón alguna para hacer dos cosas idénticas o, en el caso que nos ocupa, igualmente óptimas. Permanecerá como el asno de Buridán en la inactividad más completa, incapaz de decidirse con sabiduría, como sería propio de su esencia perfecta. Y sin embargo esta conclusión nos viene negada tanto por los hechos (puesto que hay mundo, cuya causa primera afirmamos que remite a Dios) como por la razón, a la vista de que sería concebible un Dios más perfecto que aquel que no crease nada. Luego Dios crea y crea lo mejor.
Pienso, por tanto, que los universos sí pueden compararse entre sí en función del número de fenómenos que contemplen y de la correlación que éstos guarden en el conjunto. Si cada universo no puede tener más que un acto de creación, toda la sucesión de causas ha de partir de la configuración inicial de los cuerpos. Así, dos universos infinitos en inicio (o infinitésimos, como han de ser todos aquellos en que los átomos no existan verdaderamente) sólo podrían aventajarse en algo el uno respecto al otro si de su misma naturaleza cupiera esperar un desarrollo también infinito, tal y como sucede gracias a la sucesión de causas y efectos que enuncia el PRS.
Esto es, a grandes rasgos, lo que opino sobre esta cuestión de teodicea. El bien no es otra cosa que el ser (Platón), y el mal a nivel metafísico es el desorden que imposibilita que aquél prospere y acaba desintegrándolo. La fe cristiana, que hasta cierto punto coincide con la científica en este particular, confía en que no hay desorden real o último en el universo, a pesar de lo que de él desconocemos y de procesos como la entropía. Nada se destruye, todo coopera para la conservación del todo, y éste es el mejor de los órdenes que cualquier individuo podría desear, si fuese sabio.
Un cordial saludo,
Daniel
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Apreciado Señor S.,
Las paradojas del universo de Tegmark que menciona en su anterior correo no son reconciliables con el mejor de los mundos, según lo veo. Pues, además de la barrera lógica que impediría existir a lo "a priori" inconsistente, hay que tener en cuenta la de la incomposibilidad, que determina que dos fenómenos no puedan compaginarse en un mismo universo o conjunto de ellos, por conllevar asertos genéricos y cadenas causales mutuamente excluyentes. Tengo entendido que Page ha formulado una crítica en este sentido, y que la respuesta de Tegmark venía a decir que, dadas dos estructuras matemáticas, siempre cabe imaginar una tercera que las armonice.
Pues bien, a todo esto hay que contestar que se dan estados de hecho lógicamente posibles y metafísicamente imposibles. Por ejemplo, está en nuestra mano concebir que dos esferas idénticas compartan distintas coordenadas en el espacio-tiempo, pero por el principio de identidad de los indiscernibles (PII), ratificado por el carácter no absoluto de las variables espaciotemporales, nos vemos obligados a afirmar que no existen dos cosas en este universo de las que se pueda predicar una identidad perfecta. Y si el PII es de aplicación, entonces también lo es el más general PRS, del que el primero es consecuencia. Por ello, Dios se verá obligado a elegir lo mejor, que en este caso podemos aventurar sería el universo con una mayor virtualidad generadora de esferas.
Hace unos meses escribí en mi blog estas líneas:
Dios, cuando crea, no puede improvisar como Miguel Ángel cuando esculpe. Debe actuar según un plan preconcebido hasta el último detalle desde el primer momento.
Leibniz tiene una solución muy interesante a la interpenetración entre causas eficientes y causas finales: la monadología. Ésta establece que todo en cualquier escala hasta el infinito es una representación particular de sí mismo y de lo demás, y que no hay una realidad "en sí", sino multitud de realidades seminales e inmateriales (mónadas) en las que está cifrado de distinto modo el plan del universo entero (armonía preestablecida). Cada elemento material, pues, contendría toda la información para llegar a ser cualquier cosa de las que han sido, son o serán, pero sólo alcanzaría las más próximas a su noción dentro del "continuum" de la materia (principio de razón suficiente).
Si no hubiera restricciones metafísicas, las substancias llegarían a ser otras substancias con el paso del tiempo. Yo podría sostener -sin ser tenido por loco- que mi alma es la de Julio César, o bien la de un perro, como se dijo del amigo de Pitágoras. Si embargo, estas fantasías son rechazadas por la consideración de que "natura non facit saltum".
Reciba un muy cordial saludo y mi sincero agradecimiento por esta charla.
Daniel