martes, 30 de septiembre de 2008

El Dios de los filósofos


Un par de comentarios al apunte de Eduardo, que a propósito de un artículo de Soler Gil escribe lo siguiente:

Al fín y al cabo el Dios cristiano, que es un Dios personal e histórico, nada tiene que ver con el Dios "mecánico" de Aristóteles que ni siquiera se relaciona con los hombres. No digo nada demasiado nuevo, esta tensión ya fué admitida por Pascal al distinguir el "Dios de los creyentes" del "Dios de los filósofos".


El dilema pascaliano entre el Dios personal y el Dios mecánico ha de atribuirse a una línea teológica de la que Pascal formaba parte. Si Eduardo la hace extensiva a toda la tradición filosófica de Occidente, se equivoca o introduce en su observación un sesgo interesado. Nada más lejos de la realidad. Así, por ejemplo, el Dios de Leibniz es a la vez personal y mecánico, lo que asombró a Arnauld (estrecho colaborador de Pascal, por cierto), que no entendía cómo un ser libre y con un poder sin límites debía estar sujeto a principios metafísicos como el de razón suficiente. Ello no obstó para que, tras la famosa correspondencia que mantuvieron los dos autores, este último fuese persuadido de la bondad del planteamiento del primero.

Sin embargo, la tesis de Leibniz distaba mucho de ser novedosa. Fue sólo, por expresarlo así, un decidido retorno a Grecia. Remitiéndonos a la polémica medieval contra el intelectualismo clásico iniciada por Escoto, vemos que ésta condujo a algunos filósofos a sostener que hay en Dios una voluntad primaria e incognoscible, una "hecceidad" o singularidad. Pero esta vía, radicalizada, muere en Ockham y en los teólogos de la Reforma, siendo en tiempos del Barroco -y por tanto de Leibniz- marginal y defendida con dificultad en los círculos eruditos. La resurreción eventual de la misma se produjo con Newton, por lo que fue muy criticado (¡por metafísico!), aunque saliese temporalmente airoso gracias a la consistencia geométrica y utilidad práctica de su sistema, así como al prestigio del que gozó en las instituciones académicas de su tiempo. No hay motivo, pues, para que Eduardo tome esta doctrina extravagante y la considere hegemónica a lo largo de los siglos, sin más pruebas ni matices.

En su blog Eduardo va más allá y, reelaborando el párrafo de la cita anterior, afirma y subraya que el Dios de Aristóteles "sí ocupa lugar". No soy ningún entendido en filosofía aristotélica, pero me gustaría saber cómo compagina Eduardo esta aseveración sobre el motor inmóvil con lo que Aristóteles dice en IV De Physic.:

No todo lo que existe está en un lugar, sino sólo el cuerpo móvil.

Quizá tenga a bien contestarme.

Y, ya de paso, el dictum que se adjudica a Pasteur es, si no me falla la memoria, de Francis Bacon.

Aforismos insomnes


I.

No es la voluntad la que conduce al hábito, sino la inclinación. La simple voluntad, careciendo de substancia homogénea que la sostenga en el tiempo, no basta para atar o desatar a nadie más que en un sentido moral. Y aun así -como en el supuesto de la palabra dada- se admite que hay algo por encima de lo que yo deseo: aquello a lo que me comprometo.

II.

Un enfermo (de espíritu) disminuye voluntariamente el conato de sus acciones y cede a la pulsión de muerte. El instinto sexual nos empuja a destruir todo lo que nos atrae de manera natural, o sea, todo lo bueno; es exactamente lo contrario al amor, como ya supo Platón. Así, lo primero que debe hacer quien quiera conocerse a sí mismo es contrariar su voluntad, encerrarla en un concepto, no rendirse a una ética de la indulgencia. La pansexualización y las hermenéuticas nihilistas son en el fondo y en la superficie axiomatizaciones del odio.

Credos déspotas


Sin teleología, la norma sería una mera descripción de acontecimientos, no prescribiría nada. Aplicado a la justicia humana, el finalismo es la hipótesis de que el hombre es libre y puede equivocarse o acertar.

La moral consiste en saber qué es lo mejor, aceptado el hecho de que todos buscaremos siempre lo que nos parezca óptimo. No obstante, cuando se afirma que sólo lo mejor permanece, se excluye a la voluntad libre del proceso causal y se la convierte en nexo de una sucesión mecánica.

Si en lugar de decir que avanzas sostienes que el mundo retrocede, tal vez no mientas, pero muy probablemente te estarás engañando. Habiéndote ajustado a los hechos, has falseado las intenciones. La taxonomía de los instintos, la selección natural o la neurociencia son ciegas al fenómeno moral porque prescinden del sujeto.

Ahora bien, si no hubiera fines absolutos, nuestra libertad no serviría de nada. No sería el fin el que justifica la acción, sino la acción la que justifica el fin. Todo estaría permitido, nada sería erróneo. Lo cual es tanto como abolir la responsabilidad; por ende, también la libertad.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Miserables




Al considerar la penetración del dolor en la esfera de la procreación no nos es lícito olvidar tampoco la agresión a los no nacidos; es una agresión peculiar del carácter débil y a la vez bestial del "último hombre". Desde luego un espíritu cuya falta de discernimiento se revela en que confunde la guerra con el asesinato, o el crimen con la enfermedad, elegirá necesariamente en la lucha por el espacio vital el modo menos peligroso y más deplorable de matar. En una situación dominada por leguleyos los únicos sufrimientos que llegan a los oídos son los de los acusadores, pero no los de los indefensos y silenciosos.

Jünger

sábado, 27 de septiembre de 2008

Lo sagrado en lo político




Moral y ética estarían destinadas a permanecer en continua oposición si la primera agotase sus expectativas en este mundo. Esto explica que la sociedad atea tienda al autoritarismo o a la anarquía. Pues, salvo para la moral, donde busco salvarme yo, el individuo no es un fin en sí. Se me ocurren muchas instancias por las que el hombre debería morir, dado el caso: el interés común (si prometió defenderlo hasta las últimas consecuencias), la justicia, la verdad, etc. Sin embargo, al exigírsele un altruísmo puro, se violentaría su libertad y su razón de ser, desintegrándose la moral, que con la muerte del hombre pierde su objeto, si nada hay más allá del cadáver. Ahora bien, sin esta cláusula de sacrificio la ética sería una quimera, y la sociedad un cuerpo cuyas partes estarían sólo circunstancialmente unidas.

Por decirlo con mayor dureza, todo hombre es único desde una perspectiva metafísica; en cambio, éticamente resulta reemplazable. Pues si bien sin hombres no se alcanzan los fines de la humanidad, ello atañe sólo al principio general de conservar a los individuos, "conditio sine qua non" para la realización de aquéllos. Esto es, cualquier individuo puede quedar sometido a la obligación ética de morir por el hecho mismo de ser parte activa de una sociedad, salvo el que todavía no ha nacido, al que dicho principio conservador se aplica de forma absoluta.

No hay, por consiguiente, ninguna variable de utilidad (el placer individual o colectivo, el progreso científico, lo que se quiera) que sea superior al hombre éticamente considerado, esto es, como medio de todas y cada una de las utilidades que quepa imaginar. Por este motivo, matar a un "nasciturus" jamás será ético, dado que ni persigue fines de naturaleza ética con ello ni, lo que es más grave, los permite, al privarlos de sus agentes necesarios. Sólo será moral obrar así cuando se dé una disyuntiva fatal entre proteger al individuo ya socializado -a saber, la madre- y mantener vivo al que aún no ha recibido las cargas ni las prerrogativas que confiere la comunidad política a sus miembros.

Predicadores de lo obvio


Es una suerte que el cristianismo contenga elementos que tomados aisladamente son inverosímiles, y que hayan mediado hombres en la transmisión de su doctrina para que podamos temer el fraude. Es de agradecer, digo, porque si el contenido del credo fuera tan claro como una fórmula matemática sencilla (o tan claro como el del Islam), se salvarían muchos desgraciados que no se habrían tomado la menor molestia en examinar las cosas de Dios, en indagar las causas de la virtud o en preguntarse por los fundamentos de la moral. La fe constituye una auténtica frontera cerrada para los que son insensibles a este tipo de cuestiones, y así debe seguir siendo por el bien de la religión, aunque ésta no ha de renunciar jamás a su inteligibilidad última.

viernes, 26 de septiembre de 2008

El heroísmo de la humanidad




Descartes distinguía radicalmente entre pensar y sentir; los darwinistas mantienen que pensar es una forma de sentir. Por el contrario, opino que sentir es ya es pensar en un sentido muy débil, y que ambas acciones jamás se dan separadamente, pese a que se opongan en lo conceptual: uno siente según la acción de los otros (canalizada por la memoria), y piensa a partir de su propia acción (en base a la inteligencia). Dejar de pensar es tan imposible como dejar de sentir.

La superioridad del hombre no consiste en haber logrado la desconexión del cuerpo, sino en contenerlo y controlarlo persiguiendo toda clase de fines que a menudo escapan a las reacciones instintivas. Ningún animal, por ejemplo, se aguantaría la sed si el instinto no se lo impusiera, cosa que en cambio el hombre sí puede hacer, atendiendo a objetivos racionales o irracionales libremente escogidos. La idea de progreso -que irrumpe, distorsionándolo, en el eterno retorno de los ciclos biológicos, de las constantes vitales y sus necesidades parejas- nace de la práctica de reprimir las pasiones.

No nos hemos librado de los condicionantes del cuerpo, pero sí del hábitat. Por tanto, nuestra evolución ya no puede ser sólo -ni básicamente- natural. Debemos buscarla en el ámbito de la cultura. ¿Y qué evolución hallamos en éste? ¿Hacia qué objetivos de la especie, con qué medios y mecanismos? He aquí la pregunta.

Mi respuesta a la misma es que, llegados a un punto de no retorno, que identifico con la libertad y la autoconsciencia, no evolucionamos. Y no porque la cultura, como una vertiente más de la información, sea impermeable a los procesos selectivos. La razón es más profunda, y reside en la condición recalcitrante del hombre, el cual por más que avance en conocimientos naturales no puede traspasar ciertos límites morales universalmente válidos, ni tampoco ciertos límites metafísicos a los que podríamos referirnos como destino.

Así como existe la verdad, existe el error, que sólo puede manifestarse a través de los seres libres. Un animal, por definición, nunca se equivoca, ya que no posee ningún interés que pueda estimarse individual. Su muerte beneficiará a la especie tanto como su vida. Las causas del error, pues, no son naturales, considerando que nuestras potencias son muy superiores a las de los brutos y que, por tanto, no cabe acogerse a ningún pretexto de finitud o falibilidad.

En lo que respecta a las consecuencias de errar intelectualmente, son dos. Una es la vergüenza, que no experimentará nadie que no haya sido libre para optar por su propio fracaso; la otra es el odio, el mal moral, la tristeza y la pulsión de muerte en el hombre, que representan su rebelión contra todo orden y que, pese a rechazar la razón, requieren el apoyo activo de la inteligencia y son una muestra de antianimalidad. Porque es evidente que ningún animal se cree superior a su entorno ni osa enfrentarse a él, entendido éste como un todo global (como destino, decíamos antes).

El sentimiento de libertad total, también de libertad para condenarse, destruye cualquier orden o estructura en la que se quiera encajar nuestras decisiones, excepción hecha del orden de las propias disposiciones del individuo en particular. La libertad es no obstante un instrumento neutro que no presupone ninguna dirección volitiva, y una capacidad de la que hemos afirmado que no debemos buscar causas eficientes en el entorno. De la ausencia de causa se sigue la ausencia de efecto. Siendo indudable este último, hemos de concluir que la causa del extravío en nosotros es sobrenatural.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Igual que vinieron se irán


Estupendo artículo. No es que yo crea que la ideología se reduce a la proyección cultural de la infraestructura, pero este esquema sí puede servir para las ideas-fuerza y las modas que se mencionan, fruto del raquitismo intelectual y de la miopía moral. Todas ellas son también promesas falsas y de doble fondo, hipotéticamente basadas en la infinita ductibilidad del hombre, pero inducidas en realidad por una dinámica social en la que los escrúpulos estorbaban, cediendo su lugar al sentimiento bruto, a la autosatisfacción efímera y, en suma, al autoengaño.

martes, 23 de septiembre de 2008

Nada que conservar


Todo esto, CLD, es cierto, y sin embargo el darwinismo ideológico fomenta también -y con más razón- el nihilismo progresista que está en la raíz de todas las subversiones irreligiosas. No hay que pasar por alto que la visión darwiniana (necesariamente reduccionista por una cuestión de método) da por demostrados los siguientes puntos:

1) Que la moral carece de fundamentos absolutos, estando sus preceptos en función de la presión selectiva. Ello implica destruir cualquier atisbo de derecho natural, el cual, si bien tiene en cuenta las características de la especie (que integrarían la ética), lo hace tomando como base al individuo (la moral de las decisiones autónomas y responsables). Así pues, nada impide que un darwinista no condene el infanticidio de manera universal amparándose en Malthus, como ya hemos tenido ocasión de comprobar. Es más, no sólo se invierte este orden natural de medios a fines en el que la sociedad sirve al hombre, sino que se vacía de contenido a la especie misma, que en adelante deja de ser un bloque homogéneo y un marco de referencia para convertirse en un corte epistemológico arbitrario en un momento de la evolución.

2) Que los comportamientos complejos son el resultado de acumulaciones insensibles de facultades que resultaron exitosas para la supervivencia de las generaciones anteriores. El papel de la inteligencia y la libertad queda, pues, subordinado al del instinto y la inercia. Se incurre en una suerte de zooantropía axiomática por la que se niega que haya rasgos verdaderamente humanos, es decir, cualidades que no sean una ampliación o modificación de otras que puedan rastrearse etológicamente. La traducción jurídica de este modo analógico y aproblemático de entender nuestra condición pasa por conceder derechos a los animales e, inevitablemente, animalizar los derechos de los hombres, tomando como valores en sí principios sensibles (el dolor) o relativos (la empatía).

3) Que la sociedad organizada según un común consenso carece de objetivos últimos fuera de perseverar en sí misma. Esto es, que en el hecho mismo de conservarse encuentra el cuerpo social su razón de ser y mayor perfección, y no en los ideales de la justicia, la belleza o la verdad, simples abstracciones provincianas, ficciones útiles y espejismos al cabo. Lo cual impide o dificulta grandemente que podamos aspirar a una humanidad unida por principios intangibles que no sea, por tanto, de continuo arrojada a la guerra por el control de los recursos.



Dicho esto, tampoco yo creo que los nazis estuvieran especialmente inducidos por Darwin para obrar del modo en que lo hicieron. Sí es notable, en cambio, la influencia de Nietzsche en ellos, quien pese a ser crítico con las teorías sociológicas ingenuas que encontraban apoyo en la selección natural, se dejó impresionar por las consecuencias ateleológicas y "vitalistas" de una fuerza que atraviesa todas las formas de vida de la naturaleza, infinitamente plástica, cruel e implacable a la que llamó voluntad de poder.

domingo, 21 de septiembre de 2008

El (falso) principio zooantrópico




Todo animal encuentra bellas a sus crías. El sentido de la belleza en los irracionales se limita, por extensión, a aquello con lo que puedan establecer una relación de semejanza más o menos estrecha, por lo general inconsciente. Esta condición se pierde en el hombre, cuyo juicio estético comprende cualquier cosa de la que quepa predicarse cierta unidad, cierta variedad y cierta proporción.

El amor a la belleza es la huida del narcisismo originario, que es reemplazado por otro de carácter ideal. Lo bello deja de estar en función de la selección sexual y pasa al ámbito de las formas inmateriales preexistentes. En realidad, no hay punto de contacto entre el afecto empático del perro hacia sus crías y la admiración que nos despierta contemplar el cielo estrellado. El hombre conoce y desea el bien, ama lo bello y toma parte en lo verdadero sin más consideraciones etológicas o contextuales, según su propia naturaleza. Cuando se aleja de ella, prefiriendo el mal, lo inarmónico y lo falso, tampoco se aproxima a la del animal: parte hacia ninguna parte.

Igualmente radical, pues, ha de ser la distinción entre el hombre y las bestias, e igualmente relativos sus vínculos.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Amartigenia




Cuando se frustra un fin objetivamente deseable hablamos de error. Pero si esa frustración es voluntaria es más lógico emplear el término pecado. Dicho lo cual, respóndase: ¿Por qué los viejos errores de raigambre instintiva son depurados en la medida de lo posible por las nuevas generaciones, y no lo son en absoluto los errores de raigambre moral, que siempre se repiten, como si estuvieran enquistados en nuestra especie?

El instinto provoca la pulsión, pero su aceptación no es instintiva, sino libre (en tanto que evitable a voluntad). Así, el instinto animal es recto instinto, dirigido a un fin racional, mientras que en el hombre -salvando instintos vitales- es desviación.

No deberíamos ser libres para errar de manera tan reiterada y consciente, aunque la ocasión se presentara de continuo. Nietzsche diría que la libertad es un instinto más, instinto de instintos, pero ¿cuál es su función? ¿Por qué desarrollamos la capacidad de poder elegir, si tan a menudo escogemos lo que no nos conviene? ¿Acaso no era posible una inteligencia inmanente, sin vacilaciones ni tentaciones -o no más allá de las que se originan por la estricta debilidad y finitud de todo ser? Los que, como Nietzsche, reclaman la inmanencia de la moralidad ¿saben que el hombre es contradictorio?

Del instinto de muerte no me sorprende su pervivencia animal en nosotros, sino su pervivencia racional. No me extraña que sintamos el impulso de hacer el mal, como sentimos a veces el impulso de vomitar. Mi perplejidad procede de que, pese a los indicadores de la naturaleza y de la consciencia, ese mal y ese impulso nos resulten dulces.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

La coartada sentimental


No sé hasta qué punto puede resultar dramático, en cada caso, ser madre a los 17 por culpa de un descuido, o más bien habría que decir por culpa de una gran dejadez. Lo que sí que me parece dramático es banalizar la muerte sin temor de Dios, sin ningún respeto. Que, con tal de no asumir la propia responsabilidad, la izquierda prefiera incluso matar. Lo que me parece dramático es este desprecio por la vida humana, un desprecio que ha sido siempre característico de la izquierda, desde Siberia hasta la Arrabasada. Lo que hay en el fondo del debate sobre el aborto no es este caso o el otro, ni los plazos de los que habla ahora la ministra de España, ni si son 12 semanas o 24. Hay una degradación moral imparable, una escala de valores invertida y un listón cada vez más bajo para que ningún esfuerzo nos sea reclamado, hasta que ya no nos quede ninguna humanidad que defender y seamos sólo basura.

Salvador Sostres

lunes, 15 de septiembre de 2008

Qué es moral


Puede haber orden en el comportamiento de un sujeto -racional o no, libre o no- sin presuponerle acciones morales, como por ejemplo cuando su temperamento es el adecuado y su observancia de los estándares sociales resulta diligente y continuada. Pero no habrá moral ni auténtica responsabilidad si no es libre. Existen vientos benéficos y otros que arrasan con todo, si bien de ninguno de ellos cabe decir que siga pautas morales, puesto que carecen del juicio necesario para establecer la conexión trascendental entre causas y efectos ("si sucede X, debo obrar así"), viéndose en cambio arrastrados por la fatalidad.

¿Puede ser justo un hombre sin juicio? No procede hablar de bondad si reducimos la inteligencia a un conjunto de pasiones que seguiríamos inducidos por completo por factores externos, ajenos a nuestra personalidad (si cupiera hablar de tal bajo este prisma). Parafraseando a Nietzsche, "al tonto le falta madera para ser bueno". Y si no fuese posible distinguir entre buenos y malos, ¿qué razón esgrimiríamos para no aniquilarnos entre nosotros?

Por su nombre




Si el aborto fuera un derecho, tendría que provenir o bien de un daño causado por un tercero (derecho de resarcimiento), o bien de una expectativa de beneficio para la sociedad por el desarrollo de determinada acción (derecho al incentivo). Pero no sucede ni una cosa ni la otra.

Sin embargo, si el aborto es una libertad, entonces su puesta en práctica no puede contar con fondos públicos, ni está permitido legislar positivamente sobre su ejercicio, salvo que se admita que colisiona con derechos ajenos. El derecho aquí no es otro que el de la vida del "nasciturus". ¿Qué libertad está por encima de la vida de un prójimo?

Por último, si no es ni un derecho ni una libertad, sólo puede ser un acto jurídicamente irrelevante o un delito. Pero "lex non curat de minimis". Luego es un delito.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Revisitando a Leibniz


En los últimos días he mantenido una enriquecedora conversación con un profesor a propósito del principio de razón suficiente y de la tesis leibniziana del mejor de los mundos. Dejo a mi interlocutor en el anonimato y, por así decirlo, fuera de escena, pues no me ha parecido oportuno pedirle permiso para publicar sus opiniones -que, con todo, aprecio sobremanera y valdría la pena leer- ni están en el núcleo de lo que más me interesa explicar aquí, que son mis puntos de vista y los de Leibniz. Al haber sido el tono de nuestra charla más de intercambio que de controversia abierta, no creo que con la reducción a la uniteralidad mi postura aparezca sesgada por los intereses dialécticos que represento. Se trata, en definitiva, de aprovechar la reflexión privada y verterla en el foro público.

* * * * *

Señor S.,

(...)

¿Ha pensado en la conexión del argumento antrópico bien entendido con la tesis leibniziana del mejor de los mundos? En mi opinión, pueden ayudarse mutuamente. No es que este mundo sea el mejor porque estamos nosotros en él -como caricaturizó Voltaire-, sino que estamos en él porque es el mejor. O lo que es lo mismo, el que contempla "un mayor número de fenómenos a partir de un menor número de principios".

(...)

Estoy de acuerdo en que no es fácil adquirir certezas en temas tan abstractos y llenos de implicaciones. He leído el texto de Swinburne y, en efecto, esto es más o menos lo que pretendía esbozar con mi comentario sobre el mejor de los mundos. El principio de razón suficiente (PRS) de Leibniz es una formulación muy similar a la de la navaja de Ockham, que Swinburne esgrime al referirse a la implausibilidad de la hipótesis del mecanismo generador de universos. ¿Y acaso podrían darse muchos universos que respetasen ese principio simultáneamente? Carezco de formación científica para responder a la pregunta, pero entiendo que la causalidad, en base a su definición metafísica, no puede tener fisuras internas ni externas, por lo que sólo un universo puede cumplir el PRS.

Así, la mayor probabilidad de Dios queda establecida frente a la hipótesis atea si 1) existe algo antes que nada y 2) dicho ente obedece al PRS (el cual, de paso, nos ofrece muchos argumentos para refutar el pseudoproblema del mal). Éste sería el mejor de los mundos desde el inicio, es decir, con anterioridad a la fijación de las constantes del ajuste fino, así como lo será tras la extinción de la raza humana del modo en que la conocemos y la transformación de todas las cosas al final de los tiempos (según es artículo de fe). Désele, pues, al mencionado ajuste un origen natural o sobrenatural; no resultará, al fin y al cabo, más que una función del PRS, auténtico milagro perpetuo e intrínseco.

(...)

* * *

Señor S.,

Sin pretender ponerme en la perspectiva de Dios -no más de lo que las aptitudes humanas permitan- diría que hay que eliminar en la medida de lo posible los razonamientos velados o las propiedades ocultas. El término "mejor" contribuiría a esta oscuridad si no se lo define con carácter previo. Por ello Leibniz veía en él la expresión de dos factores, la riqueza de fenómenos y su orden relativo, que hacen que podamos hablar del universo como objeto múltiple y uno, habida cuenta de la ligazón que mantienen entre sí sus elementos.

Dicho esto, parece obvio incluso para los raciocinios limitados como el nuestro que Dios no encontrará jamás razón alguna para hacer dos cosas idénticas o, en el caso que nos ocupa, igualmente óptimas. Permanecerá como el asno de Buridán en la inactividad más completa, incapaz de decidirse con sabiduría, como sería propio de su esencia perfecta. Y sin embargo esta conclusión nos viene negada tanto por los hechos (puesto que hay mundo, cuya causa primera afirmamos que remite a Dios) como por la razón, a la vista de que sería concebible un Dios más perfecto que aquel que no crease nada. Luego Dios crea y crea lo mejor.

Pienso, por tanto, que los universos sí pueden compararse entre sí en función del número de fenómenos que contemplen y de la correlación que éstos guarden en el conjunto. Si cada universo no puede tener más que un acto de creación, toda la sucesión de causas ha de partir de la configuración inicial de los cuerpos. Así, dos universos infinitos en inicio (o infinitésimos, como han de ser todos aquellos en que los átomos no existan verdaderamente) sólo podrían aventajarse en algo el uno respecto al otro si de su misma naturaleza cupiera esperar un desarrollo también infinito, tal y como sucede gracias a la sucesión de causas y efectos que enuncia el PRS.

Esto es, a grandes rasgos, lo que opino sobre esta cuestión de teodicea. El bien no es otra cosa que el ser (Platón), y el mal a nivel metafísico es el desorden que imposibilita que aquél prospere y acaba desintegrándolo. La fe cristiana, que hasta cierto punto coincide con la científica en este particular, confía en que no hay desorden real o último en el universo, a pesar de lo que de él desconocemos y de procesos como la entropía. Nada se destruye, todo coopera para la conservación del todo, y éste es el mejor de los órdenes que cualquier individuo podría desear, si fuese sabio.

Un cordial saludo,

Daniel

* * *

Apreciado Señor S.,

Las paradojas del universo de Tegmark que menciona en su anterior correo no son reconciliables con el mejor de los mundos, según lo veo. Pues, además de la barrera lógica que impediría existir a lo "a priori" inconsistente, hay que tener en cuenta la de la incomposibilidad, que determina que dos fenómenos no puedan compaginarse en un mismo universo o conjunto de ellos, por conllevar asertos genéricos y cadenas causales mutuamente excluyentes. Tengo entendido que Page ha formulado una crítica en este sentido, y que la respuesta de Tegmark venía a decir que, dadas dos estructuras matemáticas, siempre cabe imaginar una tercera que las armonice.

Pues bien, a todo esto hay que contestar que se dan estados de hecho lógicamente posibles y metafísicamente imposibles. Por ejemplo, está en nuestra mano concebir que dos esferas idénticas compartan distintas coordenadas en el espacio-tiempo, pero por el principio de identidad de los indiscernibles (PII), ratificado por el carácter no absoluto de las variables espaciotemporales, nos vemos obligados a afirmar que no existen dos cosas en este universo de las que se pueda predicar una identidad perfecta. Y si el PII es de aplicación, entonces también lo es el más general PRS, del que el primero es consecuencia. Por ello, Dios se verá obligado a elegir lo mejor, que en este caso podemos aventurar sería el universo con una mayor virtualidad generadora de esferas.

Hace unos meses escribí en mi blog estas líneas:

Dios, cuando crea, no puede improvisar como Miguel Ángel cuando esculpe. Debe actuar según un plan preconcebido hasta el último detalle desde el primer momento.

Leibniz tiene una solución muy interesante a la interpenetración entre causas eficientes y causas finales: la monadología. Ésta establece que todo en cualquier escala hasta el infinito es una representación particular de sí mismo y de lo demás, y que no hay una realidad "en sí", sino multitud de realidades seminales e inmateriales (mónadas) en las que está cifrado de distinto modo el plan del universo entero (armonía preestablecida). Cada elemento material, pues, contendría toda la información para llegar a ser cualquier cosa de las que han sido, son o serán, pero sólo alcanzaría las más próximas a su noción dentro del "continuum" de la materia (principio de razón suficiente).


Si no hubiera restricciones metafísicas, las substancias llegarían a ser otras substancias con el paso del tiempo. Yo podría sostener -sin ser tenido por loco- que mi alma es la de Julio César, o bien la de un perro, como se dijo del amigo de Pitágoras. Si embargo, estas fantasías son rechazadas por la consideración de que "natura non facit saltum".

Reciba un muy cordial saludo y mi sincero agradecimiento por esta charla.

Daniel

sábado, 13 de septiembre de 2008

Nadar y guardar la ropa


Tres acusaciones pesan sobre el ateísmo:

1) Niega la moral objetiva.

2) Niega la libertad del albedrío.

3) Niega la personalidad.

Frente a ellas, tres pretensiones:

a) Nos hace mejores.

b) Nos hace más libres.

c) Nos hace menos gregarios.

Dado que quienes afirman a), b) y c) no cuestionan 1), 2) y 3), tendrán que explicar cómo compaginan tesis tan contradictorias; y si todo se limita a un mecanismo ciego de maximización de resultados, qué papel evolutivo tiene el mal moral en el hombre, por qué se mantiene constante en la historia, etc.

Se razona así: Existe una multitud discrepante de ordenamientos legales, luego el Derecho depende de la voluntad. Por otro lado, hallamos una pluralidad de voluntades, luego éstas dependen de las fuerzas sociales en juego. Ahora bien, tanto las fuerzas sociales como la constitución individual son hechos brutos en la naturaleza (etología) y dependen de las mismas leyes que el resto de fenómenos.

Y así: No seguir ninguna religión nos convierte en seres moralmente autónomos [aunque ni siquiera existimos como individuos distintos a un conglomerado biológico preprogramado]. Por tanto, con mayor libertad [pese a que la libertad es un espejismo performativo común a la especie]. Por consiguiente, también mejores y con una virtualidad superior de ser, al reducirse las restricciones irracionales que aprisionan el juicio de los religiosos [sin embargo, la moral carece de racionalidad universal, y tanto más inmoral eres, darwiniano, cuanto más procuras escapar de los condicionantes y prejuicios de tu entorno].

El anterior párrafo, excluido su comentario, sería un ejemplo del nivel exotérico del discurso ateo, y el que le precede de su nivel esotérico. Mientras puedan mantenerse lógicamente aislados el uno del otro atraerán bajo un mismo estandarte al cínico y al romántico, al honrado y al delincuente, al progresismo y al fatalismo, al vitalista y al necrófilo. Con semejantes mimbres estos disipadores de viejos fantasmas juran que van a edificar el nuevo siglo.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Explicaciones fáciles




La filosofia moderna acostumbra a ver en el arrepentimiento casi exclusivamente un acto meramente negativo y, por así decirlo, altamente antieconómico, e incluso superfluo; una desarmonía del alma, que se reduce a engaños de diversa índole, a falta de pensamiento o a enfermedad.

Cuando el profano en medicina percibe en un cuerpo erupciones, supuraciones, hinchazones o las poco atractivas deformaciones de la piel y el tejido que van unidas a la curación de las heridas, la mayoría de las veces no puede ver en ello más que síntomas de enfermedades. Sólo el anatomopatólogo puede mostrarle en cada caso que esos fenómenos son a la vez caminos sumamente ingeniosos y complicados por los que el organismo se libera de ciertos venenos para de ese modo curarse a sí mismo; es más, que mediante ellos a menudo prevendrá ya de antemano daños que, sin su actuación, padecería el organismo. Ya el simple temblar no es sólo un síntoma de tener frío, sino también un medio de calentarnos.

(...)

También Nietzsche, por ejemplo, ha intentado explicar el arrepentimiento de semejante modo "psicologista", como una especie de engaño interior. Piensa que el criminal arrepentido no puede soportar la "imagen de su acto" y "calumnia" a su acto mismo mediante esa "imagen". El arrepentimiento, así como la "mala conciencia" en general, lo hace surgir Nietzsche de que los apetitos del odio, la venganza, la crueldad y el dañar de todo tipo -restringidos un día por el Estado, la civilización y el derecho, y antes libremente desatados contra el prójimo- se vuelven ahora contra la materia de la vida de su portador mismo y se satisfacen en ella. "En tiempos de paz el hombre belicoso se ataca a sí mismo".

(...)

La teoría del temor es, desde luego, la concepción más extendida en la teología, filosofía y psicología de la Edad Moderna. Según ella, el arrepentimiento no es "nada más que" (esta forma del "nada más que" la tienen al final la mayoría de las teorías "modernas"), "una especie de deseo, se desea no haber hecho algo"; deseo que se halla fundado en un, por así decir, temor a un posible castigo que se ha quedado sin objeto. Así pues, ¡sin un previo sistema penal no habría tampoco arrepentimiento alguno! Sólo la falta de una determinada representación del mal de la pena, del que castiga, del procedimiento penal, de la índole de la pena, del lugar y el tiempo del acto del castigo, constituye, según esto, la diferencia entre el sentimiento de miedo que hay en el arrepentimiento y el temor habitual a una pena. Genéticamente, el arrepentimiento sería, de acuerdo con esto, una resonancia de anteriores experiencias de castigo, pero habiéndose perdido los miembros intermedios de la cadena asociativa entre la imagen de la acción y el mal de pena experimentado; y -como el darwinista añade de buen grado- éste es acaso un firme proceso de asociación entre las dos cosas heredado por el individuo. Según esto, el arrepentimiento sería la cobardía, que se ha convertido en una suerte de constitución, de asumir las consecuencias de sus acciones y, al mismo tiempo, una flaqueza del recuerdo, útil para la especie.

Scheler

lunes, 8 de septiembre de 2008

Medios en sí




No pocas veces me he visto tentado a atribuir los instintos de muerte, el odio a lo que se nos asemeja y la negación de la propia conciencia a la maldad gratuita y persistente propia de los hombres. Pero en el caso del aborto, la disputa alcanza proporciones que quiero pensar van más allá de ese ciego tender a lo pernicioso. Siendo caritativos, podría tratarse también de una cuestión de principio y de una indistinción no buscada entre dos ámbitos que a menudo se confunden: la ética y la moral. La primera es la ciencia de los fines comunes, entre los que descolla la conservación de las sociedades. La segunda es la disciplina que concierne a los medios individuales para lograr dichos fines, que suelen resumirse en el ideal de felicidad.

Goza de gran predicamento la opinión partidaria de separar los dos ámbitos, como si de su maridaje cupiera esperar un continuo conflicto mutuamente erosionante. Se aspira a una ética pura fingiéndose, en resumen, que se puede alcanzar el fin con independencia de cómo se consiga, mientras se llegue a un consenso artificial al respecto (democracia). No es menos fantasioso creerlo que el pretender que de nuestra moral de individuos no resulte ninguna norma general que pueda llegar a trascender la limitada esfera de nuestros intereses y convicciones, y que todo lo que no se aprueba en el foro sólo a los lares debe confiarse (laicismo). El Espíritu Objetivo, por contra, ha sido siempre interpretado por hombres de carne y hueso, que en última instancia han sabido inclinar la balanza del lado de sus preferencias.

Es preciso recuperar la idea del consenso único e irrevocable sobre los aspectos intangibles de la convivencia, esto es, el derecho y la moral naturales. Pues si bien la destrucción aislada de seis células embrionarias no supone menoscabo alguno del cuerpo social, ni daño real a ninguno de sus integrantes, se promueve con ella la irresponsabilidad, la ferocidad egoísta y el desprecio a la existencia, que son la semilla del descontento de sí, la animalización y la anarquía de la que fluyen todos los crímenes.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Espíritu del simio, espíritu de la época


Los estados morfológicamente especializados son siempre etapas tardías en el camino evolutivo de una especie. Frente a ellos la carencia de especialización denota siempre un carácter arcaico. Toda especialización representa la pérdida de muchas posibilidades latentes en el órgano inespecializado (y primitivo) en beneficio del desarrollo intenso de una determinada posibilidad adaptativa. Razonando a partir de aquí se extrae una conclusión muy interesante por sus implicaciones en la delicada cuestión de la evolución del hombre. La cuestión es ésta: si la carencia de especialización reviste siempre el carácter de primitivismo, y si los estados especializados son siempre estadios finales en el camino de la evolución, de ahí se sigue que es imposible que las configuraciones morfológicas primitivas (como son el cráneo, mandíbula, mano y pie humanos, etc.) procedan de otras posteriores más evolucionadas, como son todos las características morfológicas altamente especializadas de los simios.

(...)

Un estudioso ha sugerido, no sin ánimo irónico, pero apuntando a algo sustancialmente verdadero, que, puestos a defender el evolucionismo, habría que sostener en lugar de la vieja imagen decimonónica del evolucionismo de un hombre que deriva del mono -la famosa serie de individuos que pasan de semicuadrúpedos hasta el hombre actual erguido- , justamente la contraria, es decir, la idea de un mono (como ser altamente especializado y adaptado a la forma de vida arborícola) que procede del hombre, un ser mucho más primitivo y menos especializado.

Leopoldo Prieto


La metafísica del espíritu, a lo largo del siglo XIX, tuvo que ceder el puesto a una metafísica de la materia; intelectualmente hablando, esto no es más que un giro caprichoso, pero desde el punto de vista psicológico significa una revolución inaudita en la visión del mundo: el más allá toma asiento en este mundo; el fundamento de las cosas, la asignación de los fines, las significaciones últimas, no deben salir de las fronteras empíricas; si damos crédito a la razón ingenua, parece que toda interioridad oscura se convierte en exterioridad visible, y el valor no obedece ya sino al criterio del supuesto acontecimiento.

Tratar de abordar este trastocamiento irracional por la vía de la filosofía es ir a un fracaso seguro. Es preferible abstenerse, pues si en nuestros días a alguien se le ocurre deducir la fenomenología intelectual o espiritual de la actividad glandular, puede estar seguro a priori de la estima y de la receptividad de su público; si, por el contrario, alguien quisiera ver en la descomposición atómica de la materia estelar una emanación del espíritu creador del mundo, ese mismo público no haría sino deplorar la anomalía mental del autor. Y, sin embargo, estas dos explicaciones son igualmente lógicas, igualmente metafísicas, igualmente arbitrarias e igualmente simbólicas. Desde el punto de vista de la teoría del conocimiento, tan lícito es hacer descender al hombre de la línea animal como a la línea animal del hombre. Pero, como es sabido, este pecado contra el espíritu de la época tuvo para Daqué penosas consecuencias académicas. No se puede jugar con el espíritu de la época, pues constituye una religión, más aún, una confesión o un credo, cuya irracionalidad no deja nada que desear; tiene, además, la molesta cualidad de querer pasar por el criterio supremo de toda verdad y la pretensión de detentar el privilegio del sentido común.

Jung

sábado, 6 de septiembre de 2008

Naturaleza expansiva


Me ocupo aquí de varias preguntas que se me ha hecho más abajo.

1) Si la relación de las verdades es isomorfa a la de las causas, a lo que respondo que evidentemente no, pues lo verdadero coincide con lo pensable, y lo pensable con lo acaecible, que es distinto de lo acaecido. Me referí a ello de un modo un tanto críptico al hablar de la naturaleza expansiva de la verdad.

Anoto a cuenta de esto que fue mi cometido durante un tiempo luchar contra la idea de verdad como adequatio, puesto que podemos pensar verdaderamente -es decir, sin engañarnos- en cosas que jamás ocurrirán, o que están por ocurrir. La dificultad para distinguir entre lo verdadero y lo empírico bien podría ser una de las consecuencias del pecado original en nosotros.

2) Si la proposición "toda verdad remite a otra" no debería, más bien, sustituirse por la de "toda verdad remite a sí misma" (es decir, por el principio de no contradicción). No lo creo. Cualquier verdad remite a sí misma y, por mediación, a todas las otras. Esto último la distingue del error, que también remite a sí mismo -para ser un verdadero error- y a nada más, de donde se sigue su esterilidad intelectual. Pero ningún error suele ser absoluto, salvo que se trate de un error lógico aislado.

Aclaro que "toda verdad remite a otra" es un corolario del axioma según el cual dos verdades no pueden ser recíprocamente contradictorias.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Dedos rápidos-II


Hay dos falacias más en la disertación de Eduardo Robredo que comentaba brevemente ayer. La primera consiste en crearse un hombre de paja y afirmar por boca suya lo que (casi) ninguna religión afirma, a saber, que el resto de religiones también son buenas. El ateísmo militante no descubre nada cuando proclama que "la religión es mala" e invoca a Lucrecio, quien, por supuesto, pensaba en la religión de los paganos al escribir su famoso verso. Pero olvida el ateo fijar de una manera lógica las causas o acicates de la maldad que observa en la fe, limitándose en cambio a extender el hecho a la universalidad del fenómeno creyente, lo cual constituye uno de los núcleos de su ideología antiteísta.

La segunda falacia, quizá más grave, es la llamada del auténtico escocés. Más grave por el plus sectario que conlleva. Así, Robredo no ve ateos por ninguna parte, cuando es obvio que ha habido una gran cantidad de ellos en la historia (y muchos más en la historia reciente). Paso a desarrollar en qué radica el engaño:

1) El ateo puede ser una rareza filosófica. Sin embargo, el ateísmo no es una negación intelectual de Dios sin más, sino que ante todo es su negación moral, que suele resumirse en las siguientes proposiciones explícitas o implícitas: a) Dios no es bueno (o es impotente); y b) el alma es mortal (o pierde la memoria tras la muerte del cuerpo).

2) El significado de las palabras lo determina su uso, no siempre unívoco. El término ateo fue acuñado por los paganos contra los cristianos, y empleado luego por éstos contra paganizantes y deístas. Sócrates no lo sufrió menos que Epicuro.

3) Como características globales del sentido amplio del término podríamos señalar que ningún ateo defiende ni la bondad intrínseca del mundo ni la necesidad absoluta de obrar según patrones morales de carácter universal.

4) Hago notar que el ateísmo moderno es ante todo un fenómeno histórico al que se llega por la degradación dogmática de las religiones tradicionales. Es sabido que muchos ateos puros se identifican con el teísta Spinoza, lo cual sería muy misterioso si no tuviéramos en cuenta esto y todo lo anterior.

5) Pero incluso los propios ateos establecen múltiples escalafones en su no-creencia, por lo que se ha dicho -aunque es otra falacia- que el ateísmo como tendencia contemporánea no es dogmático. Sin embargo, no existe tal movimiento aglutinador, sólo un nombre para designar la amalgama.

6) Obsérvese además que el cristiano dará al pecador impenitente una calificación semejante a la que le merece el ateo, pues aquél actúa como si no existiera Dios y lo niega de facto.

7) El ateo tipo, a su vez, suele calcar los estándares éticos de su entorno y dar una explicación naturalista y a posteriori de los mismos. Con todo, no es capaz de crear una moral propia, por lo que habitualmente sostiene posiciones relativistas.

Dedos rápidos-I


Es perfectamente legítimo relacionar los extraordinarios crímenes y el extraordinario desorden de la Revolución Francesa con la puesta en práctica a escala popular del programa del anticristo Maquiavelo, así como vincular el nacionalismo a ultranza jacobino con el nazi.

Por contra, confundir influencia ideológica con asimilación cultural -de cierto cristianismo en los regímenes totalitarios- es un truco sucio de prestidigitador dialéctico. Hábil, al menos, para qué negarlo.



jueves, 4 de septiembre de 2008

Sin fin


Me dije: Haz un blog sobre la debilidad humana, sobre la perversidad, la sumisión, la vergüenza, el autoengaño, la hipocresía y la miseria. Encontrarás recursos inagotables.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Aborto y primitivismo


Los antiabortistas, por cierto, podrían ser violentos (muchos lo son) pero no alterarían la realidad de que el aborto no es en sí mismo una amenaza para la sociedad o el Estado. Los antiabortistas sí pueden serlo y en tanto sean violentos habrán de ser reprimidos.

I. Lamas


Elevemos la posibilidad del aborto a realidad universal: todo futuro nacimiento sería abortado por principio. Ello equivale a reconocer la libertad de las sociedades a autoextinguirse. Que tal prerrogativa no está contemplada en ninguna sociedad moderna se sigue de la constitución y de la definición misma del elemento jurídico "pueblo" (indisoluble, eterno, etc.), así como de la abolición del talión, ley de equidad ésta por la que podrían aniquilarse recíprocamente dos individuos culpables de sendos delitos contra la vida de cualquiera de sus familiares, ejemplo extensible a la sociedad entera dividida en mitades ideales.

En virtud del "genus nunquam perit", de la teoría de los actos propios y de otros conceptos fundamentales que Lamas ignora o soslaya, lo que le está permitido al individuo -la renuncia a su conato, el suicidio- es jurídicamente indisponible para los colectivos que gozan de una organización política avanzada.