El bien es el amor espontáneo hacia lo representado, y amar es voluntad de retener o ser retenido. Así, la miseria del mal reside en no requerir justificación racional. Pero ésa misma es la grandeza del bien.
La razón, suma de predicados, no agota la naturaleza expansiva de la verdad, directamente emparentada con la de la consciencia. Ser consciente y amar ¿de quién depende? No puede depender del alma, cuyo obrar depende a su vez de la consciencia. Tampoco del cuerpo, que nos predetermina a la oscuridad y a la mentira. ¿De quién, pues?
jueves, 8 de noviembre de 2007
Cómo escapar
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