viernes, 16 de noviembre de 2007

Acabar con todo


El Renacimiento supuso un gran progreso, una madurez de las fuerzas alcanzadas, sin conllevar por ello una fractura con el pasado en el que venía incubándose. Jamás rompe uno con el pasado, sino con el presente, pues el pasado es una ficción mediante la que los historiadores convierten lo intangible en relato. Por contra, toda época encarna, en procesión bulliciosa y ecléctica, el tránsito entre lo viejo y lo nuevo: Savonarola y Villon, Domingo Báñez y Campanella, Janequin y Orlando de Lasso serían, así, aristas de una misma realidad poliédrica.

El rupturismo nace de la visión revolucionaria y fanática del mundo, que contempla al adversario ideológico como al cíclope a batir para que la vida siga adelante. Es un rasgo distintivo del temperamento decadente el concebirse sin raíces, como un fenómeno natural o mecánico que conduce a la disolución de lo hasta ahora dado. Lo pretérito no es sólo lo muerto; también es lo que debe morir sin dejar rastro, legado ni enseñanza. Nada más gélido, antihistórico y, en suma, mortífero que un idealista imbuído del sentimiento de inminente caducidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Exacto. ¿Cómo vamos a dejar de repetir nuestros errores si negamos las distintas épocas donde aparecieron?

El tema del eterno retorno directamente niega la posibilidad de olvidar y de cometer errores, total, los vamos a seguir cometiendo una y otra vez...