El "yo" -en tanto que puede actuar y actúa- no es ni un concepto, ni un estado de hecho, ni una adición de estados de hecho.
Stirner quiso emancipar el "yo" de la servidumbre de las ideas mediante un proyecto al mismo tiempo idealista (por su exaltación del sujeto particular) y antiidealista (por su relativización de lo categorial).
La propiedad del "yo" lo es todo, pues es incapaz de pensar nada superior a su propio pensamiento. Si se conoce, conoce el universo; carece de verdaderos fines externos que puedan incrementar su noción. Todo lo que el "yo" piensa es, entonces, inferior a sí mismo e indigno de homenaje. Si el "yo" se autopensara, desaparecería, por lo que sólo puede devorar todo lo que lo rodea como si fuera algo exclusivamente suyo (egoísmo).
En suma, el pensamiento es la voluntad de ser, sin que quepa apreciar una sumisión natural de una esfera respecto a la otra.
El sofisma solipsista al que Schmitt debe de referirse es la conversión de lo impensado en inexistente, o de lo deseado en lo deseable o moral.
jueves, 15 de noviembre de 2007
La mónada y el Uno egoísta
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4 comentarios:
Me quito el sombrero ante su magnífico resumen de "El Único": "tirner quiso emancipar el "yo" de la servidumbre de las ideas mediante un proyecto al mismo tiempo idealista (por su exaltación del sujeto particular) y antiidealista (por su relativización de lo categorial)".
Platón decía -y es la mejor definición que conozco del filósofo- que "ho dialektikós, synoptikós"
Muchas gracias, Gregorio.
Leí ese libro en una traducción catalana cuando era seguidor de Nietzsche, hace siete años. Pese a lo reiterativo que resulta y a mi escasa paciencia, fui avanzando por sus páginas con avidez. La impresión fue hallarme ante una metafísica a ras de suelo, no muy sofisticada pero extremadamente coherente y seductora. Un tratado de moral sin preceptos ni aforismos, hecho sólo con advertencias y grandes circunvalaciones tautológicas. Altamente recomendable.
Se cuenta que cuando Engels lo leyó se entusiasmó tanto con él que corrió a enseñárselo a Marx, que inmediatamente se dio cuenta de que Stirner nunca podría ser "uno de los nuestros".
Sí, un cariño muy apreciable en "La ideología alemana".
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