sábado, 31 de mayo de 2008

Llave equivocada




No veo cómo puede trazarse una analogía entre un paisaje bello y cualquier otro fenómeno bello (por ejemplo, un lienzo) sin haber esclarecido con carácter previo en qué consiste la belleza y cómo se aplica a todos sus objetos. Afirmas que la belleza es aquello que proporciona una ventaja evolutiva al que puede percibirla, al estimular su atención. Ahora bien, si tenemos algo por bello no porque incremente nuestras posibilidades de supervivencia, sino como secuela inútil de la facultad adquirida a aquellos efectos, ¿podremos llamarlo bello según la definición evolucionista?

No es cierto, además, que sólo lo agradable a los sentidos estimule nuestra atención. La función del dolor en cualquiera de sus grados es exactamente la misma y, llevándose a cabo desde medios opuestos, cuenta con una eficacia mucho más contrastada. La naturaleza no tenía ninguna necesidad de valerse de lo proporcionado y apolíneo para instarnos a perpetuar nuestra especie, disponiendo de la fuerza irresistible de lo amenazador y espantoso, de lo molesto y de lo inquietante. Sentimos un gran placer cuando un gran dolor cesa; con eso bastaba.

viernes, 30 de mayo de 2008

Pregunta


¿Por qué nos resulta mucho más sencillo memorizar largos textos, en variadísimas combinaciones, que hacer lo propio con extensas series de números que no guarden entre ellos una relación lógica regular?

¿Por qué soy capaz de recitar una página entera del De Trinitate y me pierdo en el vigésimo segundo decimal de pi?

Porque la idea es la casa del ser, aquello que puede pensarse.

Porque el modo de significar no es el ser, sino el fenómeno. Y el modo no puede pensarse con distinción, sólo experimentarse.

Porque los números son una misma idea (v. gr., la unidad) expresada de infinitos modos (palabras).

Porque para recordar un fenómeno es necesario subsumirlo en una categoría intelectual o marco de referencia.

Y porque no hay relación entre el fenómeno fonético de pronunciar un número y lo que ese número significa, como sí la hay, en cambio, entre la palabra aprendida y el lenguaje natural innato: la reminiscencia.

jueves, 29 de mayo de 2008

Idola theatri


El liberalismo es moralidad disfrazada de inmoralidad, es decir, un sistema de producción, y por tanto de organización y disciplina, amparado en una metafísica del sujeto sin ataduras.

El socialismo es inmoralidad disfrazada de moralidad, esto es, un sistema de control, y por tanto de organización y disciplina, amparado en una metafísica del sujeto sin culpa.

Culto a la técnica, culto a la educación. Creencia común: el individuo es asubstancial y, en base a ello, radicalmente maleable. De lo peor de ambas casas surge el progresismo.

Al demócrata convencido




¿Has pensado que si el pueblo fuera soberano habría que definir antes qué se entiende por pueblo y en qué fronteras se comprende (ya que no hay pueblos universales), y que por tanto un ente distinto al pueblo debería encargarse de dicha definición, so pena de proceder en círculo? Entonces, ¿cómo va a ser soberano un elemento que no cuenta con una definición jurídica originaria, sino que depende de la decisión de otro?

miércoles, 28 de mayo de 2008

Sin principios


El punto débil de la argumentación anarquista es que, como el Trasímaco de la República, asimila el poder estatal a la explotación, cuando ello no es siempre así. Se llega a esta conclusión no por la observación de los hechos, sino por considerar que ningún poder supraindividual y coercitivo está suficientemente legitimado. Sin embargo, sólo el iuspositivismo identifica el derecho y la autoridad, que sería su condición suficiente. Quien no comparte esta premisa no verá a aquélla más que como condición necesaria.

El jacobinismo está en la raíz de los planteamientos de este jaez, por lo que debe ser rechazado. Acéptese la democracia como el sistema más eficiente en determinado tiempo y lugar, pero en absoluto ha de concederse que el pueblo sea soberano. Por dos motivos: 1) porque el ejercicio de la soberanía es orgánico, no pudiendo ser desempeñado por ningún ente que carezca de una personalidad definida y una voluntad única; y 2) porque los fines de una sociedad no se reducen a la suma de los fines de sus integrantes individuales, dado que el mantenimiento del vínculo de solidaridad que forman los miembros del grupo es ya un fin en sí.

El individuo sólo podría ser soberano si se rigiera a sí mismo, si bien es ésta una forma impropia de emplear el término. Hasta en el estado más salvaje el hombre entabla relaciones con sus iguales y limita su libertad en función de las expectativas del otro. En las sociedades más complejas, al enajenar parte de sus facultades, hay que suponer que recibe una utilidad proporcional al poder que delega. Si esta suposición no se verificase en un número significativo de casos, el Estado se disolvería naturalmente, o sobreviviría sólo con el empleo permanente de la violencia, anulando la libertad de quienes le están sometidos.

martes, 27 de mayo de 2008

Teología política




Soberano es aquel que decide sobre el estado de excepción.

Esta definición es la única que se ajusta al concepto de la soberanía como concepto límite. Decimos concepto límite no porque el concepto sea confuso, como ocurre en la impura terminología popular, sino porque pertenece a la órbita más extrema. Por eso su definición no puede referirse a un caso normal, sino extremo. El desarrollo del presente trabajo pondrá de manifiesto que cuando hablemos aquí del "estado de excepción", se entenderá que nos referimos a un concepto general de la teoría del Estado, no a un decreto de necesidad o al estado de sitio como fenómenos aislados. Una razón sistemática de carácter lógico-jurídico hace del "estado de excepción" el término por excelencia para la definición jurídica de la soberanía. La decisión sobre lo excepcional es la decisión por antonomasia. En efecto, una norma general: la representada, por ejemplo, en un concepto normal cualquiera del Derecho vigente, nunca puede prever una excepción absoluta ni dar fundamento cierto a una decisión que zanje si un caso es o no verdaderamente excepcional. Cuando Mohl afirma que la comprobación de si existe o no existe un estado de necesidad no puede tener carácter jurídico, acepta el supuesto de que una decisión en sentido jurídico se ha de derivar forzosamente del contenido de una norma. Pero ése es precisamente el nervio del problema. Enunciada la proposición con tanta generalidad, es un puro reflejo del liberalismo del Estado de derecho y desconoce el alcance propio de la "decisión".

Poco importa, ciertamente, desde el punto de vista técnico o práctico, que se acepte o no por bueno el esquema abstracto en que se fija la definición de la soberanía (soberanía es poder supremo y originario de mandar), generalmente y, sin duda alguna en la historia de la soberanía, no se disputa un concepto. Se disputa sobre su aplicación concreta, es decir, quién sea el llamado a decidir en caso de conflicto, en qué estriba el interés público y el del Estado, la seguridad y el orden público, "le salut publique", etc. El caso excepcional, el que no está previsto en el orden jurídico vigente, puede tal vez ser calificado como caso de extrema necesidad, de peligro para el Estado o de otra manera análoga, pero no se puede delimitar rigurosamente. Sin embargo, es este caso el que actualiza el problema relativo al sujeto de la soberanía, o sea el problema mismo de la soberanía.

(...)

Claramente se ve ya en Bodino que el concepto se orienta hacia el caso crítico, es decir, excepcional. Más que su definición de la soberanía, tan frecuentemente citada ("la souveraineté est la puissance absolue et perpetuelle d'une Republique"), es de señalar su doctrina sobre las "Vraies remarques de souveraineté" (capítulo X del libro I de la República) como el comienzo de la moderna teoría del estado. Bodino ilustra su concepto con muchos ejemplos prácticos y siempre viene a parar a la misma pregunta: ¿Hasta qué punto está el soberano sujeto a las leyes y obligado frente a los estamentos sociales? Bodino contesta diciendo que las promesas obligan porque la fuerza obligatoria de una promesa descansa en el derecho natural; pero, en caso de necesidad, la obligación deja de serlo por virtud de los mismos principios generales del derecho natural. Hablando en términos generales, afirma Bodino que el príncipe sólo está obligado frente al pueblo y los estamentos cuando el interés del pueblo exige el cumplimiento de la promesa, pero no lo está "si la necéssité est urgente". La tesus no es nueva en cuanto al fondo. Lo que es decisivo en la construcción de Bodino es haber reducido el análisis de las relaciones entre el prícipe y los estamentos a un simple dilema, referido al caso de necesidad. Eso es lo verdaderamente impresionante de su definición, que concibe la soberanía como unidad indivisible y zanja definitivamente el problema del poder dentro del Estado. El mérito científico de Bodino, su éxito, se debe a haber insertado en el concepto de la soberanía la "decisión". Apenas se encuentra hoy un solo trabajo sobre el concepto de la soberanía que no registre las habituales citas de Bodino. Pero ninguno recoge aquel pasaje central de la República. Se pregunta Bodino si las promesas hechas por el príncipe al pueblo o a los estamentos anulan su soberanía. Contesta, refiriéndose al caso que fuese necesario obrar contra tales promesas, modificar o derogar las leyes, "selon l'éxigence des cas, des temps, et des personnes". Si en tal sazón hubiese el príncipe de consultar previamente al senado o al pueblo, tendría que hacerse dispensar por sus súbditos. Solución que Bodino califica de absurda; pues como quiera, dice Bodino, que los estamentos tampoco son dueños de la ley, tendrían, a su vez, que obtener la dispensa de sus príncipes, y la soberanía sería "Joués á deux parties"; el pueblo y el príncipe serían soberanos alternativamente, lo cual es contra toda razón y derecho. Por eso es la facultad de derogar las leyes vigentes con carácter general o especial el atributo más genuino de la soberanía, del que Bodino pretende deducir los restantes (firmar la paz y declarar la guerra, nombrar los funcionarios públicos, ejercer la jurisdicción suprema, conceder indultos, etc.).


Carl Schmitt

* * *

A modo de comentario:

Si el poder soberano no es ni democrático ni positivo, es un poder absoluto aunque se autolimite circunstancialmente. Ahora bien, un poder absoluto no conlleva un derecho absoluto. El poder soberano tiene como fin la conservación de la soberanía, siendo elementos fundamentales de ésta el pueblo y el territorio. Por tanto, por encima de dicho poder absoluto se encuentra el derecho natural, del que el Estado no puede disponer.

Así, el único recurso para limitar el carácter irrestricto y potencialmente despótico de la soberanía (el Führerprinzip) es la institución de un poder no estatal de naturaleza política y con una base social amplia. Subrayo el hecho de que este poder tiene que ser único, independiente y por supuesto no democrático, pues su tarea es definir sin contradicción ni variación el contenido del derecho natural.

La base social permitiría conferir al mencionado poder una legitimidad de facto, mientras que la legitimidad de iure no se la otorgaría ni el soberano (que no puede limitarse a sí mismo) ni el derecho natural (que no contempla nada al respecto), sino un mandato escrito de derecho divino.

La potestad de la que hablamos no es otra que la eclesiástica, entendida como jerarquía centralizada. Sólo será capaz de desempeñar este papel regulador la religión que reconozca la separación radical entre Iglesia y Estado.

Guardar al guardián


El laicismo no es una financiación alternativa ni una lección de historia a gusto del consumidor, amigo mío. El laicismo es un lema. Y el lema es que los partidos políticos son moralmente más fiables que las confesiones religiosas. Yo no lo creo, y puesto que soy favorable a la división de poderes, también lo soy respecto a la división de focos de influencia ideológica; "a fortiori" en regímenes democráticos, donde la ley y las costumbres sufren una erosión mayor.

El pensamiento jacobino establece al ciudadano como unidad política única y última. El estatismo que se desprende de esta falsa doctrina considera intrusiva toda moral no estatal desarrollada por una organización superior al ciudadano y distinta al partido. Entre el ámbito privado y la burocracia, pues, no hay nivel intermedio; nada políticamente relevante, según esta forma de pensar.

lunes, 26 de mayo de 2008

En lugar del Califa




No es la educación que yo daría, por ser en exceso emocional. Muestra claros rasgos de fanatismo, que no es otra cosa que el resultado de la impaciencia y de la negación vehemente de la honestidad de la fe ajena cuando contradice a la nuestra. Fenómeno no muy distinto al del ateísmo, el cual parte del supuesto de que 1) nadie es libre para creer (excepto ellos) y 2) el tiempo de las religiones ha terminado.

Afirmáis que una moral sin Dios es posible. Sí, pero sólo a condición de ser doblemente dogmática.

domingo, 25 de mayo de 2008

Salvados por los bárbaros


La falacia progresista, que es en parte la de Rousseau, consiste en creer que si no enseñamos ninguna moral positiva, la natural -inscrita en nuestros genes- se acabará universalizando en el curso de la historia. Ésta, a su vez, será moldeada según convenga a cada circunstancia, pues su yugo es suave y su carga ligera.

Pero hay que temer a los autoproclamados bienhechores y libertadores de la humanidad. La "moral genética" resulta tan ambigua como cualquier texto sagrado al uso, y todos, justos y criminales, pueden hacer de ella su Corán. El optimismo que muestran los nuevos apóstoles de la naturaleza es fruto de identificar al hombre con sus imperativos biológicos, asumiéndose que los mismos no están sujetos a elección ni pueden frustrarse voluntariamente sin intervención externa, esto es, sin una suerte de corrupción enajenante, que vinculan a lo religioso.

La ineptitud a la hora de ver el mal en la propia constitución del hombre, así como la desconfianza generalizada en lo que respecta a su albedrío, los obliga a extender la sospecha de malignidad sobre toda moral susceptible de codificarse y de sobrevivir a su génesis cultural. La ley misma, en opinión suya, no es más que un medio del instinto para reafirmar su cometido dentro de un marco de cooperación, y la democracia el mejor de los sistemas políticos posibles, en tanto permite que el derecho se redefina conforme nuevas necesidades se hacen sentir.

Humanismo, quién te ha visto


La dignidad del hombre fue la noción que algunos filósofos del Renacimiento utilizaron para contrarrestar la concepción agustiniana del pecado, excesivamente pesimista y sesgada en alguna de sus versiones. Sería un anacronismo invocarla actualmente, si no fuera porque puede funcionar como freno ante las derivaciones nihilistas del darwinismo. Pero es cierto que apelar a la dignidad sin más, como argumento “ad baculum”, no ayuda nada a resolver las cuestiones. Tampoco ayudan argumentos misérrimos como éste (Pinker):


“because all humans have the same minimum capacity to suffer, prosper, reason, and choose, no human has the right to impinge on the life, body, or freedom of another”.


¿Cuál es la “capacidad mínima” a la que se hace referencia? ¿Resulta cuantificable? ¿Y no sería válido sostener que el mismo derecho que tenemos los hombres sobre los animales lo tienen los hombres más dotados sobre los menos favorecidos por la naturaleza?

El autor iguala mágicamente a todos los hombres -"all humans"- en esa línea de texto, pero no se sigue de su argumentación. Si nuestra diferencia principal respecto a los animales es sólo de grado, hay que encontrar un denominador común que funde nuestro derecho de miembros de una especie. Y éste apelará siempre a la potencia, a la capacidad inmediata de llegar a ser, no a cualidades actuales. Es decir, a cualidades morales (de las que la “dignidad” es sólo un compendio impreciso) y no físicas.




viernes, 23 de mayo de 2008

Fundamentación lógica de la reminiscencia


El emergentismo afirma que la mente es un producto emergente de la masa orgánica del cerebro. Esta forma de concebir las cosas nos hace creer que primero aparece el cerebro y luego el pensamiento, como si activásemos una máquina que ha permanecido fuera de funcionamiento durante un tiempo determinado. En realidad no se da nunca el uno sin el otro. En el mismo momento en que el cerebro empieza a desarrollarse, o hay un mínimo vestigio del futuro órgano cerebral, el pensamiento le acompaña. No emerge, pues no encontramos un lapso temporal en que el cerebro sea sin pensamiento: la existencia de ambos es simultánea. Y donde hay relación de simultaneidad, no puede hablarse de relación de causalidad en términos de emergencia.

Te preguntas cómo va a haber actividad mental del tipo que sea en una célula o en un pequeño conjunto de células. No niego que toda actividad que requiera el estímulo externo para llegar a ser (por ejemplo, la vista, el olfato, la digestión, etc.) exige necesariamente una estructura compleja que medie entre el lugar en el que los datos son captados y aquel en el que se procesan. Pero el pensamiento, que es actividad en sentido fuerte, no requiere ningún tipo de excitación para llegar a ser.

La capacidad de ser o ser activo por sí mismo no puede ser adquirida, ya que si lo fuera dependería de que algo sucediese e iniciase extrínsecamente dicha actividad. Sería como sostener que la partícula A es indestructible sólo desde que forma un sistema con la partícula B, a partir del cual dicha propiedad de indestructible emerge para la superficie ocupada por ambas. Nada más absurdo, por el siguiente razonamiento:

1) Si son indestructibles al unirse, ¿por qué hubo un tiempo en el que estuvieron separadas, esto es, de(con)struidas? ¿No es como decir que son indestructibles y, aun así, destructibles?

2) Si eran indestructibles antes, ¿qué añadió su unión, puesto que la indestructibilidad no admite grado ni precisa el contacto con el exterior para definirse?

Así como el carácter de la indestructibilidad conlleva la supresión del efecto externo sobre la partícula, la naturaleza del pensamiento entraña la negación de que un ente distinto a mí piense en mi lugar o adicione algo a mi actividad mental para convertirla en pensamiento. Esto es lo que cabe afirmar de la virtud de pensar, que depende de sí misma porque no es tabula rasa.

Vemos, además, que todo cuerpo puede transformarse en otro, y que los cuerpos más complejos son sólo el resultado de sucesivas transformaciones desde estadios más simples. Ergo, en todo cuerpo hay vestigios de un cerebro.

Por otro lado, no hay pensamiento sin ideas, que son su objeto propio e inmanente. Se sigue de lo dicho que todo cuerpo piensa. Y en tanto que nacer o convertirse en órganos es un accidente que experimentan algunos cuerpos, deducimos que toda idea es innata, previa a la generación orgánica del ser capaz de procesarla conscientemente.

jueves, 22 de mayo de 2008

Algo plausible


Hay muchas conductas religiosas socialmente dañinas, como el fanatismo suicida, que sin embargo perviven. Y si la religión es sólo un efecto más de la complejidad de nuestro cerebro, ¿por qué está tan extendido, a diferencia de otros efectos mucho más infrecuentes? La solución es sencilla, pero exige algo de valentía antiempirista: reconocer a Dios como idea innata y como fundamento de la moral de los pueblos.

Si prescindimos de esta asunción metafísica, la evolución no explica aquí casi nada que no sea obvio.

Cuídame de mis amigos





Gustavo Bueno dice que la religión surge por un proceso abstractivo derivado del contacto con los animales. Dawkins y sus memes señalan que además tiene que haber alguna ventaja individual o social en el comportamiento religioso para que éste haya podido extenderse y perpetuarse incluso "contra toda evidencia".

Esto me genera una duda: ¿Hay religiosidad perdurable sin ventaja evolutiva? De ser así, la evolución no es su causa. Y una segunda duda: ¿Puede la selección natural discurrir sin tener en cuenta la hipótesis del "animal divino"? Esto es, ¿pueden darse a estos efectos características ventajosas distintas a la admiración y el miedo que los animales inspiraban al hombre primitivo? En cuyo caso la tesis de Bueno distaría mucho de ser universalmente aplicable.

miércoles, 21 de mayo de 2008

El primito


En la línea nepotista recientemente inaugurada, aprovecho para presentar el blog de mi primo menor, que acabo de descubrir hace unas horas. Habría jurado que no, pero parece que le gusta la filosofía: buena noticia. Estos pequeños apuntes introspectivos tienen momentos poéticos de cierta intensidad. A ver si voy a ser colateral de Rimbaud y no me he enterado.

martes, 20 de mayo de 2008

Ars longa











Entre la moral humana estándar y el comportamiento sociable de muchos animales para con su especie hay escasos paralelismos, a pesar de que nuestro origen biológico común podría hacernos pensar lo contrario. Una diferencia psicológica fundamental entre ellos y nosotros impide hablar de continuidad y, por tanto, de evolución en este punto: sólo el hombre es consciente de que va a morir. Con lo que ni el beneficio del grupo ni la expectativa de supervivencia bastarán para explicar las actitudes altruístas en el hombre, por no hablar de las heroicas.

No es el afán por retener la vida o difundirla el que nos convierte en seres benéficos para nuestros semejantes. Si éste fuera nuestro cometido, obraríamos en vano, sabiéndonos mortales. El evolucionismo ideológico y cualquier forma de vitalismo son mucho más apropiados para justificar la guerra que para cimentar la cooperación.

No son, entonces, nuestros genes los que nos persuaden a ser buenos, pues ningún acto libre depende por completo de lo que se obró en el pasado, de lo que un antecesor obró en nuestro lugar o de cualquier variable de contexto.

Nada de esto es válido
. El origen de los actos morales radica en la desproporción infinita entre lo hecho y lo que queda por hacer. El amor innato hacia la rectitud sólo puede desarrollarse bajo una perspectiva de urgente eternidad.

lunes, 19 de mayo de 2008

Recuento


Me estrené en el mundo de los blogs, tan patético como adictivo, hace aproximadamente tres años, cansado de que los guardianes de las esencias me regateasen el derecho de réplica. Si no hubieran intentado silenciarme con la contumacia que señala a los mentirosos, me habría dado por satisfecho con esos pequeños desahogos en territorio ajeno. Pero por fortuna no fue así.

A mediados de 2006, tras casi un año de experiencia condensada en un ambicioso y fallido blog sobre derecho natural, inicié una nueva singladura con dos modestas bitácoras panfletarias dedicadas respectivamente a impugnar la ideología de género, que niega el albedrío so capa de exaltar la libertad, y a poner en su sitio al anarquismo intelectual implícito en la relativización del copyright, que atenta contra el genio con la coartada de difundir la cultura; o lo que es lo mismo, consagradas a la ingrata y quizá perogrullesca tarea de probar que la enfermedad y la mediocridad existen objetivamente. Con todo, no hay que engañarse: la repercusión que ambas tuvieron fue nula.

Me animé entonces -o, para ser exactos, me animaron- a emprender otro proyecto de mayor calado filosófico que refutase, en breve, la posibilidad del mejoramiento antropológico por vías naturales, que defienden al unísono el conglomerado del progresismo y el evolucionismo, y avalara por otro lado una esperanza de reforma que excede las fuerzas humanas, sin despreciarlas, centrada en el individuo y en las recompensas ultraterrenas. Agustín y Leibniz se prestaron a ser mis patrones.

Volví, pues, a la vieja patria del ensayo teísta, no ya frente a un genérico ateísmo académico o esnob, sino tomando consciencia gradual de sus traducciones metafísicas de soslayo, que van más lejos de lo que comunmente se cree (emergentismo, fatalismo, igualitarismo, etc.), hasta el extremo incluso de contradecirse entre ellas.

¿Y a qué explicar todo esto? A veces viene bien algo de autocrónica.

domingo, 18 de mayo de 2008

Por la puerta trasera




Me ha gustado la crítica al idealismo conductual, que comparto, pero no puedo decir otro tanto de la conclusión reduccionista a la que se llega. Como prueba de que ni el mismo autor cree en ella, he aquí sus propias palabras:

"Tal vez estaría bien comenzar enseñando que los celos no son sin más una herencia cultural, sino biológica. Tal vez así seamos capaces de que los jóvenes entiendan mejor las causas de la pasión que los consume que amenaza a quienes desean sexualmente".


¿No es éste el idealismo socrático que se pretendía combatir? Les enseñamos la virtud y "tal vez" cobren conciencia de la supuesta razón del mal, a fin de que la combatan con armas racionales. Lamentable. El mal no tiene una razón suficiente distinta a nuestra libre aceptación del mismo, pues si no fuese libre ni siquiera cabría llamarlo "mal". Pero la libertad de los seres sociables tampoco explica por qué toman decisiones en contra de su sociabilidad, aun a sabiendas de que van a perjudicarlos.

Los cristianos hemos solucionado este problema de forma consistente: apelando al misterio, que entre nosotros recibe el nombre de pecado original.

Natura est machina




Hasta qué punto las palabras tienen dueño. Máquina se asocia al materialismo, cuando nada hay en ella que induzca a pensar tal cosa. La noción de máquina implica la de un orden orientado a un fin. Llamamos historia al fin sin orden, al menos sin un orden que podamos racionalizar de forma inequívoca; y con universo nos referimos al orden sin fin, pues al comprender dicho ente la causa y el efecto pleno es fin en sí mismo. De donde se sigue que todo lo que no sea el cosmos en su integridad, o un conjunto de sucesos cuyo fin común se nos escape o carezca por completo de intención, ha de quedar subsumido en la categoría de lo maquinal. La sociedad organizada es una máquina; el cuerpo es una máquina; el alma, de existir, sería una máquina.

Ahora bien, ¿qué es la naturaleza sino la máquina de hacer máquinas, la "natura naturans" de Spinoza? Un orden sin fin como el universo, "natura naturata", es el agregado de todas las máquinas, no una máquina en sí. Pero no existe proceso ordenado alguno si no contiene o permite un principio ordenador que trascienda el instrumento nominal -y de otro modo arbitrario- empleado para su comprensión. Así, si la naturaleza no genera máquinas, ¿quién las genera? ¿Y qué se reserva para ella? Una naturaleza inactiva es tanto como nada. Quien, por otro lado, pretenda que lo natural produce lo histórico sin mediación mecánica, esto es, ateleológicamente, estará admitiendo que su ensambladura es tan irracional como el destino de cualquier hombre, que de ordinario nadie es capaz de conocer "a priori". No podrá dar cuenta de todas sus regularidades, ni hacer predicciones científicas exactas; el naturalismo y el historicismo relativista serán para él la misma cosa.

Ante el absurdo de esta conclusión queda confesar que la naturaleza tiene un fin y es, como se ha dicho, el de producir máquinas. Allí donde la naturaleza no engendre y conserve mecanismos, y por tanto fines, dejará de ser tal. Luego, puesto que la naturaleza ha de ser siempre mientras existamos, habrá máquinas y fines por doquier, en cada porción de materia que se tome. Serán máquinas naturales, mas no materiales.

En resumen, o la naturaleza es historia, es decir, irracional, o la historia es naturaleza, o sea, predecible. Si ni lo uno ni lo otro es cierto, entonces la naturaleza tiene fines primarios (crear máquinas) y éstos, a su vez, fines secundarios (perseverar en la historia). Los fines de la naturaleza son tan inalienables como los de sus elementos constituyentes. Ergo, la máquina de la naturaleza es tan indestructible como las máquinas naturales desarrolladas por ella.

viernes, 16 de mayo de 2008

Cozzolani


Escuchando a la excelsa, a la maravillosa compositora que es Chiara Margarita Cozzolani, pienso: aquí tienes una prueba irrefutable de la verdad del cristianismo, y es que hace grandes a las mujeres.

Dixit-Dominus.mp3

Belleza, maldición


- Dezidnos, padre bendicto,

¿halláis scripto

si es pecado estrañudar?

Más os quiero preguntar

y ñotar;

esperad ansí un poquito:

digo que escondo el cabrito

por hazer berrar la cabra,

y remojo la palabra

a cada habla,

¿es gran pecado infinito,

o es medio pecadito?

- Si el hombre de birra pura

por ventura,

adrede despierna un grillo

por no vello ni oíllo

y encobrillo

¿es pecar contra natura?

- Otra cosa más escura

y más dura

quiero, Gregorio, hazer:

pregúntale, quiero ver

su saber,

que según su gestadura

es lletrado en la scriptura.

Decid, padre, ¿es gran pecado

deñodado

andar tras las zagalejas

y henchirle las orejas

de consejas

por metellas en cuidado?

Dexar entrar el ganado

en lo vedado

por andallas namorando,

¿estálo Dios oteando

y assechando?

Si de esto tiene cuidado,

ni punto estará parado.

Que todos en mi lugar

a la par

andan transidos d'amores:

los jurados, lavradores,

y pastores,

y aun el crego a más andar

lo veo resquebrajar

y sospirar

por Turibia del Corral.

Dezidme, fraile, ¿es gran mal

desigual,

o se deve perdonar,

pues no se puede escusar?

- Este mundo peligroso

sin reposo

nos trae a todos burlados,

ciegos, mal aconsejados,

desviados

d'aquel reino glorioso.

¿Quién puede ser más dichoso

ni gozoso

que tener puesto el querer,

el amor y su poder

sin torcer

'n este niño muy gracioso,

puerto de nuestro reposo?

Quien se viere sujuzgado

y apretado

de mundano pensamiento,

contemple su nacimiento.

¡Quán contento

lo verá desnudo echado,

de los fríos trespassado

y adorado

de los brutos animales!

Luego olvidará los males

desiguales

que le presenta el pecado.

- ¿Pecado es ser namorado?

- ¿Crio Dios, por la ventura,

hermosura

para nunca ser amada?

Criola demasiada

para nada.

¿Cómo dizís que es locura?

Mirad, mirad la scriptura:

¿qué cordura

hallarés más amadora

dende Andrán hasta ahora?

'N esta hora

fue discreta criatura

que ño siga esta ventura.

Se a Dios esto pesara,

ño criara

zagalas tan relluzientes;

fueran prietas y sin dientes,

y las frentes

más angostas que la cara;

las narizes le ensanchara

y achicara

los ojos como hurones,

y ñunca nuestros coraçones

de passiones

nuestras vidas aterrara,

ni de Dios nos apartara.

Esmeróse su poder

en hazer

tan graciosas sus hechuras

que entre todas hermosuras

son más puras,

más dinas de obedecer.

¿Quién dexará de querer

su valer,

pues son de ñuestra costilla?

Que naturaleza nos ensilla

que ño podemos trocer

de subjectos suyos ser.


Gil Vicente

jueves, 15 de mayo de 2008

Parafenómenos




Tomemos una percepción cualquiera. Por ejemplo, la de un objeto esférico. Si dividimos esta percepción según distintos focos perceptores que a la postre no converjan en uno que los unifique, jamás percibiremos la esfera. Retendremos percepciones de algunos de sus segmentos, de una parte de su contorno, de ciertos ángulos en su superficie, de su volumen mutilado; o bien nos representaremos múltiples esferas, en realidad la misma tamizada por el correspondiente órgano.

Por tanto, las opciones son éstas:

1)
Admitir que la sede de la percepción no tiene partes y se encuentra en un solo lugar del cuerpo.

2)
Presumir que nada de lo que percibimos se corresponde con la realidad.

miércoles, 14 de mayo de 2008

De aquí a la cienciología




Escribir "somos residuos de soles" suena poético, mientras que hacer lo propio con "somos espermatozoides" suena de lo más estúpido. Pues bien, ambas afirmaciones tienen la misma enjundia filosófica.

"Nuestros átomos", dices. ¿Qué los convierte en tuyos más allá del nombre, si tú sólo eres ellos, si ellos eran antes de que tú fueras y si serán después de que tú ya no seas? ¿Qué añade el "yo" que no sea un "flatus voci"?

Cuánto daño ha hecho Sagan.

La materia no es un ser


De la nada nada sale, y nada va a la nada. Si no hubiera leyes universales como la causalidad, lo enunciado aquí sería falso. Y a la inversa: si esto es falso, la causalidad también.

Sin embargo, lo semejante atrae a lo semejante. La naturaleza es proclive a la agrupación de sus elementos por categorías, lo cual prueba que la causalidad existe y que no es ciega.

Todo ser tiende a perseverar en sí mismo.
En tanto que todo ser es semejante a sí mismo y dado que perseverar es un modo de atraer, este principio es un caso particular del anterior.

El ser es, pues, lo que persevera.
Cuando algo deja de perseverar, deja de ser. Pero esto es imposible, por lo establecido en primer lugar.

En consecuencia, es eterno todo lo que es. Luego todo lo que se disuelve no es un ser. Ahora bien, la materia se disuelve. Luego, etc.

Robredo se hace preguntas


Si realmente "la racionalidad es nota propia del acto de la fe", ¿por qué entonces ese incesante empeño en volver a introducir lo dogmático y sobrenatural en los debates científicos, éticos y políticos?


1) Porque toda física requiere una metafísica, y toda ética una física, como sabían los clásicos y has de saber tú. Si no se postulan, se presuponen, no vale fingir ignorarlas. De ahí que una cuestión moral y dogmática como la inmortalidad del alma (el hecho de que yo pueda o no pueda salvarme) devenga una cuestión científica y argumentable (si existe algo distinto a la materia).

2) Porque desde Platón y Aristóteles la metafísica versa sobre los primeros principios, esto es, sobre lo incondicionado, que no puede ser natural. La filosofía, a su vez, se define como aquella disciplina que no sirve a ninguna otra, sino que toma de todas ellas, situándose sin embargo fuera del circuito de producción de nuestras sociedades.

3) Porque el saber tiende a la unidad. Desde antiguo -y al menos hasta Lutero- la teología, la moral, el álgebra y la música se han venido considerando expresión distinta de los mismos contenidos, variando sólo su nivel de abstracción y modo de codificación.

4)
Porque ha habido y hay una infinidad de cristianos ilustrados en todos los ámbitos del saber (siendo relevante su condición de tales) y se han dado incluso varias ilustraciones cristianas, de Erasmo a Lessing.

lunes, 12 de mayo de 2008

La ciencia de los agujeros




Anzi, per l’usanza sua, si crede che il sapere sia vedere per forami, et ascoltar per finestre, e significar con vento battuto tra denti, e non può imaginarsi come sentano e significano la scienza tra loro le stelle, gl’angeli et altre cose sentienti. E questa è tanto stoltitia, quanto pensar che il vento non si move perché non ha gambe.


Campanella

sábado, 10 de mayo de 2008

Más sobre la belleza


La multiplicación del tamaño de un grato jardín no lo convierte en nada espantoso, ni genera en él monstruos donde no los había. El paraíso terrenal, por ejemplo, es representado como un lugar indefinidamente vasto.

Ahora bien, si el juicio estético sobre una mariposa varía en función de su magnitud, no es por la magnitud en sí, sino por la disminución del efecto de condensación o armonía, una de las cuatro reglas que he citado. La ampliación microscópica de este animal hace que perdamos la perspectiva adecuada bajo la cual se lo considera bello.

Si sucediese al revés, es decir, que un objeto feo se embelleciera al ampliarlo, no sería atinado cambiar nuestro juicio a propósito del mismo, pues se supone que el objeto a evaluar debe tomarse siempre "in toto" y no exclusivamente desde una de sus partes.

Y si, en fin, resultara que algo deviene menos desagradable por el mero hecho de reducirlo, habría que concluir que la causa es la regla de la acumulación, esto es, el estímulo simultáneo y en distintas direcciones de nuestros sentidos, hasta llegar a la percepción inconsciente. La belleza, en efecto, "es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar" (Rilke).

Las reglas de la belleza


No estamos nada dispuestos a admitir que sólo hay una religión verdadera, y muy poco dispuestos a reconocer que sólo una moral verdadera existe. Pero, imaginando que estos ámbitos pueden separarse realmente, sí parecemos más proclives a aceptar que algunas reglas estéticas universales subyacen en nuestra apreciación de la belleza, razón por la cual esta palabra designa no sólo un estado de ánimo, sino también una característica objetiva.

Si lo bello no fuera más que una propiedad del ojo del que ve, como lo es el color o el tamaño relativo de lo percibido por la vista, una leve alteración del órgano mediante una prótesis podría hacer que, de la misma manera que lo que primero era pequeño se vuelve grande por el efecto de un cristal de aumento, algo nos resultara encantador en un momento y detestable poco después, sin que nada en ese objeto cambiase de hecho.

Swift se burlaba de la búsqueda renacentista de la perspectiva al hacer crecer y decrecer a su Gulliver. Con ello escarnecía también la moral y la religión. Supuso, como Hume, que el sentimiento placentero que nos causan la proporción y la forma dependía de juicios emitidos por la fuerza de la costumbre, y no éstos de aquél.

Estoy en deuda con Swift, precisamente, por una de las demostraciones más inapelables de la fealdad intrínseca del cuerpo de las mujeres, al constatar mediante su famoso personaje lo repulsiva y amenazadora que resulta una hembra gigante. La sedicente belleza femenina, pues, es sólo extrínseca y está en función de nuestras pasiones; en particular de nuestra pasión por someterlas, que sólo se manifiesta cuando dicho sometimiento resulta factible.

Esto no se aplica a lo bello ni a lo sublime. Un ameno jardín no dejará de serlo al multiplicar por cien su tamaño, y la silueta de un héroe no será menos gloriosa por representarse en miniatura. Es por ello que la cualidad estética de lo observado, su fuerza evocadora, permanece al margen o por encima de la circunstancia particular del espectador medio. Tal es así aunque éste se encuentre pasajeramente embrutecido por un mal hábito que redunde en una disposición confusa de sus percepciones.

Las reglas de la belleza son, entonces, inteligibles y se sintetizan en cuatro: acumulación, contraste, variación y condensación.

lunes, 5 de mayo de 2008

Comentario a Leibniz


Una percepción comprende todo lo que esa percepción comprende. Lo afirmado aquí es puramente tautológico, habida cuenta de que nada es distinto a sí mismo.

Una idea, en cambio, no comprende nada "a priori", salvo su propia noción. Es el marco de referencia ideal en el que subsumimos nuestras percepciones.

Así, la unión de la realidad es real, puesto que nuestras percepciones son reales. Sin embargo, la unión de ideas es arbitraria, no estando sujeta más que al principio de no contradicción.

Ahora bien, lo real puede descomponerse sin perder un ápice de realidad (tan real es una manzana como el universo), mientras que las percepciones, al someterse a descomposición, pierden contenido y, por tanto, dejan de ser iguales a sí mismas. Luego ninguna percepción es susceptible de ser descompuesta, si ha de conservar su inteligibilidad. De lo contrario sería una pseudopercepción, u otra percepción diferente a la analizada.

Es decir, las partes de una percepción no son percepciones, por más que las partes de una sensación sí sean sensaciones. Definiéndose sensación como la impresión de un movimiento en un cuerpo y considerando que todo movimiento, al ser relativo, carece de objeto propio, se concluye que la división de una percepción en un haz de fenómenos es ideal.

En un universo idéntico todos sentimos lo mismo de un modo diferente, dada la unión mutua de las causas y los efectos, que nunca cesa, pero que nunca permanece igual en el espacio o en el tiempo. Decir, sin embargo, que todos percibimos lo mismo de manera diferente es presuponerle identidad al mundo más allá de la percepción, esto es, más allá de la correlación de causas y efectos, lo cual resulta gratuito.

Por consiguiente, la entropía no afecta a las percepciones de una manera definitiva, sino sólo en el modo que éstas tienen de manifestarse.

Cercana inmortalidad


Conocéis, señor, estos versos, que han sido traducidos al latín:

Gocé de todo lo que comí, y de lo que devoré avaramente;
Pues tantas y tan apreciables cuestiones, a otros se las dejé.


Si bien yo preferiría decir:

Gocé de todo lo que conocí, y me alegré de lo que la rectitud me ordenaba;
En todo lo demás, los actos habrán de seguir a la mente;


dado que sostengo el principio de una razón soberana enteramente ajustada a aquella cabal expresión de las Escrituras: "Porque sus obras con ellos siguen" (Ap. 14:13). Nada se pierde, según mi filosofía; y no sólo todas las substancias simples, como las almas, se conservan a sí mismas necesariamente, sino que, además, todas las acciones permanecen en la naturaleza, por transitorias que puedan parecer a nuestros ojos, y todo lo que precede ocupa el lugar de lo subsiguiente. He demostrado esto matemáticamente en relación al movimiento, de cuyos actos ninguno se extingue; y en tanto que las percepciones son representaciones de movimientos, lo mismo debe decirse de ellas.


Leibniz

domingo, 4 de mayo de 2008

Bajo la máscara-II




El narcisismo masculino se manifiesta como odio hacia todo lo que no es él. El femenino, en cambio, toma la apariencia de auto-odio, pero en lugar de dirigir dicho odio contra sí, lo proyecta como una maldición sobre el género del que forma parte; maldición que no hace extensiva a sí misma, fémina.

El hombre odia envidiando, empequeñeciendo, porque quiere ser grande y dominar; la mujer odia exagerando, mediante la difamación fantasiosa, pues se sabe minúscula y maleable.

sábado, 3 de mayo de 2008

Bajo la máscara-I




La naturaleza del sexo es contraria a la belleza, aunque se sienta atraída por ella, como enemigos que son. Todo acto erótico es narcisista. Fornicamos porque nos ofende que haya alguien más bello que nosotros (o bello sin ser nosotros), razón por la cual aspiramos a someterlo.

El sexo es amor en tanto que busca la unidad, odio en tanto que persigue la destrucción. El sexo sin compromiso, también llamado amor libre, es sólo odio.

No es cultura


Los videojuegos sólo pueden llamarse cultura en un sentido muy laxo y discutible, en tanto que recreo gratuito del espíritu. Si arte es aquello que se hace para ser admirado, los videojuegos son arte, indudablemente. Ahora bien, la cultura exige que lo que la integra sea socialmente transmisible, y el videojuego no cumple este requisito. No lo cumple porque no hay videojuegos “en sí”, siendo cada uno de ellos un producto abierto a la interacción individualizada. Para entendernos, ninguna partida es la misma. Los elementos comunes a todas las partidas y apreciables por el jugador (gráficos, música, diálogos, etc.) no son el videojuego, sólo sus elementos constitutivos, que ni lo explican ni lo agotan.

Eso no quita que uno pueda divertirse muy legítimamente con videojuegos. Y con los toros. Y lanzando piedras a un lago. Pero de estos tres sólo uno es cultura, y está vetado en Público.

Así pues, aunque en base a lo ya argumentado niego que el videojuego sea cultura, opino como muchos que ésta, dada su dimensión ética y su ánimo de perdurabilidad, no puede estar más allá de la moral (cuestión aparte es que matar animales por placer estético sea aberrante, tesis que no acepto). Ahora bien, en este caso, ¿por qué Escolar, que en todo lo demás sigue la agenda del feminismo radical, promociona un juego que él mismo no duda en calificar como sexista? La ficción no es en absoluto una excusa. Yo como cristiano jamás avalaría ninguna manifestación artística que se burlase de la cruz.

Esta actitud hipócrita puede venir dada por la misma personalidad de Escolar, o bien por las exageraciones mojigatas de las feministas, o finalmente por el hecho de que al no ser cultura, el juego es puro entretenimiento inane y, por tanto, está más allá de la moral.

jueves, 1 de mayo de 2008

Estilos distintos


Grandes aspavientos yo mismo sé hacerlos como cualquiera, pero el toque exquisito que muestra lugares comunes y personajes tópicos hasta hacerlos interesantes por lo auténtico de la descripción y el sentimiento puesto en ella, eso me ha sido negado.


Sir Walter Scott sobre Jane Austen.

La Ilustración o Europa




Se buscó en la fe el motivo del estancamiento general y se esperaba superarlo por la penetración del saber. Por todas partes padeció el sentido religioso bajo las múltiples persecuciones de su índole anterior, de su personalidad temporal. El resultado de la manera de pensar moderna se llamó filosofía y se contaba en ella todo lo que se oponía a lo antiguo, es decir, especialmente toda ocurrencia contra la religión. El inicial odio personal a la fe católica se transformó poco a poco en odio a la Biblia, a la fe cristiana, y finalmente incluso a la religión. Aún más, el odio hacia la religión se extendió de una manera muy natural y consecuente a todos los objetos de entusiasmo, a la fantasía y al sentimiento calumniados, la moralidad y el amor a las artes, al futuro y al pasado, colocó con dificultad al hombre arriba en la serie de los seres naturales, y convirtió la música infinita y creadora del universo en tableteo monótono de un enorme molino que, movido por la corriente del azar y nadando sobre ella, era un molino en sí, sin arquitecto ni molinero y en realidad un auténtico perpetuum mobile, un molino que se muele a sí mismo.


Novalis