martes, 8 de septiembre de 2009

Previsión infinita




Ningún asno se dejará morir de hambre por ser situado, como el de Buridán, entre dos montones de paja idénticos a la misma distancia. Si en lugar de a un asno, colocamos a un autómata en esta tesitura, cabe la posibilidad de que suspenda la elección o "se cuelgue". Esta posibilidad, repito, no se da nunca en un organismo vivo, porque siempre opta por lo que cree mejor y siempre encuentra una razón para ello.

Ésta es, en opinión mía, una de las diferencias más relevantes entre las máquinas artificiales y las naturales. La máquina perfeccionada podrá imitar hasta el extremo al organismo natural, pero nunca lo hará por una necesidad interna, mas en función de si las operaciones de que se trate han sido previstas antes en su programa.

El asno es capaz de enfrentarse a infinidad de situaciones distintas, a las que dará respuestas también distintas, por más que sigan una misma pauta con ligeras variaciones. Así, si la vida del asno careciera de límites en el tiempo, seguiría obrando indefinidamente sin llegar jamás al extremo de no saber qué resolver.

Hay hasta en los animales más insignificantes grados ínfimos de reflexión que, pese a no bastar para que hablemos de consciencia, son análogos a nuestros procesos cognitivos. El instinto es el modo de economizar estos contadísimos despliegues de razón que conforman los patrones decisorios de los brutos. Se basa en un número limitado de experiencias anteriores, pero su aplicación a las futuras carece de restricciones, que en cambio sí rigen en lo artificial. Esto es, en la más sofisticada de las máquinas podrá encontrarse algún residuo de imprevisión para el que no quepa dar razón de acciones determinadas, mientras que tal posibilidad queda excluida en el insecto menos desarrollado.

Aunque pueda hablarse en una máquina de infinitas partes que la constituyan potencialmente, sus fines estarán limitados al objetivo de la programación, por lo que serán necesariamente cuantificables. Una máquina artificial sólo podrá experimentar aquello para lo que está preparada, resultando ciega para lo demás. Un ser vivo, sin embargo, lo experimentará absolutamente todo, con independencia de que sólo sea consciente de una pequeña parte. Esto es gracias a que sus órganos van al infinito en sutileza.

9 comentarios:

Pablo Otero dijo...

Una máquina con inteligencia artificial puede aprender de la experiencia, por tanto, aumentar su número de recuerdos y ser cada vez más "lista".

Al menos en teoría.

José Luis Ferreira dijo...

De ninguna manera los órganos o sentidos de los animales van hasta el infinito en sutileza. De ninguna manera las máquinas pueden ir más allá de su potencial. Al igual que todo el mundo.

Evocid dijo...

Si se diera con frecuencia la situación de que un asno estuviera a igual distancia de dos montones de heno, pronto los asnos estúpidos que se quedaran bloqueados ante la elección desaparecerían sin dejar descendencia, solo quedarían los asnos con algo así como "sentido común". Si no hubiera de estos, los asnos se extinguirían, o, más probablemente, ni siquiera habrían aparecido.

Las máquinas artificiales no están sometidas a un proceso de selección natural, y su comportamiento es "sensato" en la medida en la que su diseñador ha sabido hacer su trabajo. Nada misterioso hay en ello.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Pablo: La diferencia entre la máquina artificial y la natural es la misma que la existente entre el infinito en potencia y el infinito en acto.

José Luis: Quienes estudian los sistemas caóticos tienen presente que todo está en contacto con todo, por lo que el más mínimo latido puede tener -y de hecho tiene- reverberaciones en otro confín del universo. Nuestro cuerpo, al igual que el resto de la materia, no es indiferente a estos estímulos, aunque la mayoría sean irrelevantes para su desarrollo y le pasen por completo desapercibidos a un nivel consciente. Leibniz puso el famoso ejemplo del rumor de las olas, compuesto por una infinidad de pequeños sonidos que no distinguimos en el agregado en el que se nos presenta.

Herodoto: El caso sería encontrar a asnos con este comportamiento que tú imaginas, pero que jamás se da.

Dark_Packer dijo...

Irichc, yo hablaría más bien de apertura al infinito en el caso de la inteligencia humana, que nos permite crear nuevos objetivos yendo más allá de lo que dictan los instintos (en cambio los animales no-humanos tienen sus objetivos predeterminados por el instinto).

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Dark: No estoy tan seguro de que esta apertura al infinito no pueda predicarse de una máquina muy sofisticada, que resolviese al azar en caso de laguna y fuera aprendiendo de sus errores. Sostengo, en cambio, que los seres vivos 1) nunca tienen lagunas (están perfectamente programados "ab initio" por la Providencia, si lo prefieres) y 2) nunca eligen al azar.

José Luis Ferreira dijo...

Irichc:

Los modelos caóticos tienen en cuenta lo que está en el modelo. Ni más ni menos. Algunos de ellos se describen con muy pocas líneas. Pero nada de esto hace que nuestros sentidos ni órganos ni conocimiento tenga infinita sutileza. Son finitos y solo pueden acepta finitos estímulos, en finitos grados y sólo pueden comprender finitas cosas. Igual que las máquinas. En eso no hay diferencia. La diferencia, de momento y tal vez para siempre, estriba en otra cosa. Seguramente en la complejidad con que interaccionan estos infinitos estímulos.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Nuestro conocimiento es limitado, no así nuestras percepciones, que van al infinito. Con "ir al infinito" me refiero a que, por más que se fragmente la realidad que es objeto de las mismas, ésta no termina en ningún punto concreto, ni por ende tampoco aquéllas, su reflejo. Insisto, pues, en que el infinito al que aludo es en acto, no en potencia, por lo que no puede alcanzarse naturalmente por agregación. Potencial es sólo nuestra capacidad de conocerlo y adentrarnos en él.

La evolución es un ingrediente que explica la complejidad, pero en absoluto es el único. La vida en sus estadios más primarios es mucho más compleja de lo que suele creerse. Por tanto, la sutileza corporal infinita la atribuyo a todos los seres vivos en cualquier momento. Si no fuera así, habría causas sin efectos, es decir, fenómenos cuya producción no afectaría siquiera mínimamente a un subconjunto del universo.

Todas las partes del cuerpo del hombre -otro tanto vale para cualquier animal- están subordinadas al fin de servir al organismo, y éste al fin supremo, aunque no único, de la supervivencia del individuo. Así, en la medida en que la naturaleza de la subordinación es distinta en cada una de ellas, el fin perseguido también lo es. Esto se predica de todas las partes de nuestro cuerpo, ya sean miembros, vísceras, células o partículas de materia, siempre que cumplan el mencionado requisito teleológico y orgánico.

Ahora bien, esta previsión infinita es superior a las capacidades de cualquier ser de entendimiento y voluntad finitos, no pudiendo ser tampoco debida al azar. Es por ello que la identifico con la acción de la Providencia.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

La diferencia, de momento y tal vez para siempre, estriba en otra cosa. Seguramente en la complejidad con que interaccionan estos infinitos estímulos.

Si me lees con atención, verás que lo que sostengo no se aparta en absoluto de esto que afirmas.