Escribe Nietzsche:
La irresponsabilidad total del hombre respecto de sus actos y a su ser es la gota más amarga que ha de tragar el hombre del conocimiento, una vez habituado a considerar que la responsabilidad y el dolor son los títulos de nobleza de la humanidad. Todas sus valoraciones, atracciones y aversiones se convierten por ello en algo falso y carente de valor: su sentimiento más hondo, el que le acercaba al mártir y al héroe, ha adquirido a causa de eso el valor de un error; ya no tiene derecho alabar ni a censurar, pues no tiene sentido alabar ni censurar a la naturaleza y a la necesidad. Ante los actos propios y ajenos debe proceder como cuando le gusta una obra bella pero no la alaba, porque ésta no puede hacer nada por sí misma, o como cuando se encuentra delante de una planta. Puede admirar su fuerza, su belleza, su plenitud, pero no le es lícito atribuirles mérito: el fenómeno químico, la lucha de los elementos o los tormentos de quien ansia curarse tienen tanto mérito como esas luchas y angustias del alma en las que nos sentimos atenazados por diversos motivos y en diferentes sentidos, hasta que al final nos decidimos por el más poderoso (como suele decirse, aunque en realidad habría que decir: hasta que el más poderoso decide por nosotros). Pero por elevados que sean los nombres que demos a esos motivos, proceden de las mismas raíces en las que creemos que se encuentran los malignos venenos: entre los actos buenos y los actos malos no hay una diferencia de especie, sino a lo sumo de grado. Los actos buenos son la sublimación de actos malos; y los actos malos son actos buenos, pero realizados de una forma tosca y estúpida. Cualquiera que sea el modo como puede obrar el hombre, es decir, como debe hacerlo, éste no desea más que autocomplacerse (unido esto al miedo que tiene a la frustración), ya sea mediante actos de vanidad, venganza, concupiscencia, interés, maldad o perfidia; o mediante actos de sacrificio, de compasión, de entendimiento. (...) Si la voluptuosidad, el egoísmo y la vanidad son necesarios para la producción de los fenómenos morales y para que alcancen su más elevada floración, el sentido de la verdad y de la justicia del conocimiento: si el error, el extravío de la imaginación ha sido el único medio por el que ha podido ir elevándose paulatinamente la humanidad hasta este grado de claridad y de autoliberación, ¿quién iría a entristecerse al divisar la meta adonde llevan estos caminos? Es cierto que en el terreno de la moral todo se modifica y cambia, que es incierto y está en constante fluctuación, pero también es verdad que todo fluye y que se dirige a un único fin. Aunque siga actuando en nosotros el hábito hereditario de juzgar, amar y odiar erróneamente, cada vez se irá debitando más por el creciente influjo del conocimiento: en este mismo terreno nuestro se va implantando insensiblemente un nuevo hábito: el de comprender, el de no amar ni odiar, el de ver desde lo alto, y dentro de miles de años será tal vez lo bastante poderoso para dar a la humanidad la fuerza de producir al hombre sabio, inocente (consciente de su inocencia), de un modo tan regular como hoy produce al hombre necio, injusto, que se siente culpable, es decir, su antecedente necesario, no lo opuesto a aquél.
La antropología del superhombre no sería posible sin la convicción de que el individuo carece de substancia, no siendo más que voluntad de poder. De ahí nace un ideal darwinista diáfanamente expresado por Nietzsche con la famosa metáfora de la "cuerda tendida", en la que la ateleología radical de su pensamiento se permite una excepción lírica muy significativa. La voluntad toma control de sí misma, pues, y se promete confiar en el instinto como fuente segura de una felicidad y una justicia inmanentes. Todo fracaso particular es ignorado en atención a la marcha general de la especie, en la que los mejores no pueden más que acabar imponiéndose.
Ahora bien, contra el apostolado del progresismo bastaría constatar que no sólo el hombre no encuentra siempre su satisfacción, sino que no la busca casi nunca de un modo coherente. Y que, en lugar de una voluntad de poder, poseemos una voluntad de frustración que es la antítesis de la inocencia nietzscheana, según él mismo reconoce. Es curioso que Nietzsche se olvide de su propio dictum, en base al cual "si la humanidad tuviese un fin, ya lo habría alcanzado" (El ocaso de los ídolos). O que confiera a la cultura un doble papel de engañadora y salvadora de la especie, de envilecedora y purificadora de su inercia hacia la emancipación. O que ceda -¡él!- a un intelectualismo socrático en el que sólo quepa "comprender", "no amar ni odiar".
Este exceso de atribuciones a lo artificial parte de una sobrevaloración de lo natural y lo objetivo, en detrimento de lo subjetivo e irrepetible: es su consecuencia lógica.
* * *
Coda:
Pretendemos impulsar eventos, presentaciones, conferencias y publicaciones atractivos para el entorno social que comparte los valores del pensamiento crítico y el naturalismo positivo, con el fin de poder combatir conjuntamente el pensamiento fláccido y las malas prácticas que erosionan nuestro potencial evolutivo como sociedad.
Tercera Cultura.
2 comentarios:
¿Cómo estás, Irichc?
Puede que tuvieras ya noticia de esta entrevista pero, por si fuera de tu interés, te pongo un link:
http://www.smartplanet.es/redesblog/?p=60
No es que guarde directa relación con tu entrada pero como es la útima etiquetada como "moral atea"...
Saludos.
Hola, Ángel.
Me interesa, muchas gracias. A ver si encuentro un rato para verlo con calma.
Un saludo.
Publicar un comentario