sábado, 27 de abril de 2013

Que todo remite al Uno



Según Parménides, el ser universal es uno, lo que significa que participa en el Uno. Esto es confirmado por otra tesis formulada por el discípulo de Parménides, Zenón, quien demuestra que el ser no es multitud, esto es, que el ser no es sólo multitud, sino que más allá de la multitud participa en la unidad. Pues si muchos seres distintos no participasen en la unidad, serían por completo disímiles los unos de los otros, y no estarían de acuerdo entre ellos en ningún orden ni de ninguna otra manera, lo que es evidentemente falso. Así, en virtud de ser completamente distintos los unos de los otros, también serían semejantes unos de otros, cosa estúpida de sostener. Pues estos seres serían semejantes unos de otros en su disposición, en virtud del hecho de que, puesto que uno difiere completamente del otro,  ambos difieren completamente y en mutua correspondencia, por decirlo así. De modo que, en tanto que no poseerían unidad serían totalmente distintos (ya que la semejanza consiste en la unión), y por la misma razón serían también semejantes, ya que tendrían en común al menos el hecho de no poseer unidad, supuesto por nosotros. No serían semejantes, dado que estarían privados del Uno, que es la causa de toda semejanza; ni serían desemejantes, toda vez que compartirían el hecho de estar privados de la misma cosa. Tales son, a buen seguro, los absurdos que se seguirán, junto con muchos otros, si imaginamos que la multitud de entes está privada de unidad.

Marsilio Ficino

martes, 2 de abril de 2013

Dios contra el hado


Todo lo que actúa según naturaleza realiza el máximo de su poder y facultad, v.gr., el fuego quema hasta el extremo, no de manera suave o dentro de unos límites, sino cuanto le es atribuido por naturaleza. Luego si la primera causa actúa según naturaleza, como quiere Aristóteles, lógicamente infunde toda su fuerza, que ciertamente es infinita, en la causa segunda, por la misma razón las causas segundas otorgan fuerza infinita a las causas terceras, y éstas a las siguientes hasta llegar a las últimas; es decir, lo que es finito, fluctuante, caduco, se enriquece y aumenta con cierta fuerza y poder infinito. Así lo confiesan todas las familias de filósofos incluidos los epicúreos, existe una primera causa de infinito poder y bondad. Y de ese modo se igualaría el poder de todas las causas, la causa segunda con esta potencia infinita, uniéndose al cielo finito y acabado no actuaría ni se movería el tiempo. Esto parecía tan absurdo a Averroes, que apartándose de la tesis de Aristóteles separaba la causa primera del movimiento del cielo y unía la causa segunda con el primer orbe y finito, para no mezclar lo finito a lo infinito, lo duadero a lo caduco en una serie de conexión necesaria. 
(...) 
Colegimos que la primera causa es libre, no natural, no violenta. Porque si se viera forzada, en Dios no habría voluntad libre y sería necesario que fuese forzada por una causa superior, igual o inferior. No por una superior, porque nadie es superior al supremo; no por una igual, porque no lo sería, si pudiera ser forzado; no puede ser obligado por sí mismo, mucho menos por una causa inferior o más débil, pues la causa superior es tan rica en tantas y tan grandes obras que no puede ser mayor. Luego la naturaleza de Dios no sería poderosísima y excelente, si se sometiera a aquella necesidad y naturaleza con la que se rigen el cielo y la tierra y todo este mundo, y aquella fuerza y poder estarían dotados de una fuerza mayor y mejor que el mismo Dios.

Bodino