domingo, 18 de abril de 2010

Impia fraus


El constitucionalismo es la ficción según la cual decenas de millones de hombres están de acuerdo en las cuestiones políticas fundamentales durante un periodo indefinido de tiempo, que por lo general abarca toda su vida. Hacer depender el orden jurídico de una mentira tan obvia me parece en extremo más peligroso que fundamentarlo en una religión medianamente razonable y, por tanto, razonablemente creíble.

Posmodernidad, poscristiandad




¿No es una paradoja que la religión cristiana haya sido en gran parte la fuente del ateísmo, o, en general, de la incredulidad religiosa? Sin embargo, eso es lo que pienso. El hombre no es naturalmente incrédulo, porque no razona mucho y no se preocupa demasiado por las causas de las cosas (...). Naturalmente el hombre en general imagina y concibe una religión, y cree en ella, según demuestra la experiencia, así como imagina y concibe muchas otras ilusiones, y cree en ellas, algunas de las cuales son comunes a todos; así pues, los diversos hombres naturales imaginan la religión de formas asaz diversas. La metafísica, que busca las razones ocultas de las cosas, que examina la naturaleza, nuestras imaginaciones, e ideas, etc., el espíritu profundo y filosófico, y razonador, son fruto de la incredulidad. Pues bien, las que más propagaron estas cosas fueron las religiones judaica y cristiana, que enseñaron y habituaron a los hombres a mirar por encima del campanario, a indagar debajo del pavimento, en suma a reflexionar, a buscar causas ocultas, a examinar y a menudo a condenar y abandonar las creencias naturales, las imaginaciones espontáneas e infundadas, etc. Y aun cuando todas las religiones son una especie de metafísica, y por tanto todas las religiones un poco formadas pueden considerarse causas de la irreligión, es decir de lo opuesto a ellas (admirable composición del sistema del hombre, que no sería irreligioso si antes no hubiese sido religioso); a pesar de ello, como cualquiera puede observar, esta cualidad pertenece sobre todo a la religión judaica y cristiana.


Leopardi

sábado, 17 de abril de 2010

San Agustín y el huevo de la serpiente




A nadie se debe obligar a abrazar la fe contra su voluntad; pero la severidad y aun la misericordia del Señor suele castigar la perfidia con el flagelo de la tribulación. Pues qué, si las óptimas costumbres son elección de la libre voluntad, ¿no se han de castigar las malas en plena legalidad? Pero la disciplina que castiga el mal vivir no tiene su momento mas que cuando se posterga la doctrina precedente del vivir bien. Por consiguiente, si se han establecido leyes contra vosotros, no es para forzaros a obrar bien, sino para prohibiros obrar mal. El bien nadie puede hacerlo sin elegir, sin amar, lo que está al alcance de la buena voluntad; en cambio, el temor de las penas, aun sin el deleite de la buena conciencia, al menos refrena el mal deseo dentro de los muros del pensamiento.

San Agustín. Réplica a las cartas de Petiliano.


Robredo entiende de citas, pero no de historia y menos aun de teología. Desde Bayle se intenta sacar petróleo de la polémica antidonatista de San Agustín, cuando basta con leerla para observar sus variadísimos matices morales y jurídicos. Sólo tras un considerable y anacrónico esfuerzo imaginativo de ciertos glosadores pueden recordar las comedidas palabras e instrucciones del santo al poder implacable, permanente y antievangélico que acabó adoptando la Inquisición. Cierto es que se abren puertas peligrosas en la doctrina agustiniana de la violencia estatal, pero la conciencia del riesgo extrema las cautelas y hace que su discurso abunde en reservas y cortapisas a las que un emperador no debía de estar muy acostumbrado. Siendo, además, Agustín una causa harto lejana respecto al efecto que se le atribuye, ¿con qué solvencia intelectual se vincula a ambos de forma tan tajante?

Respecto a la libertad de conciencia, incluso sus primeros y muy meritorios impulsores como Castellio en su "Tratado de los Herejes" o Bodino en el "Colloquium Heptaplomeres" la contemplan más como una cláusula de cierre que evite el uso de la fuerza entre teístas ("fides est suadenda") que como un aval a un sistema de gobierno donde la irreligiosidad sea una opción, no digamos ya un ideal. Leibniz, ecléctico empedernido e impulsor de una suerte de ecumenismo filosófico, estimó que el predominio del materialismo señalaba el comienzo de la decadencia europea. El propio Voltaire ve al ateísmo con malos ojos y teme que por él llegue la ruina de todas las repúblicas. No hay, pues, una tolerancia secular hasta que Europa se sacia de la sangre de la Revolución Francesa y nacen como grandes pactos de Estado bellas Constituciones, sostenidas en el vacío de los buenos propósitos, las vaguedades y los equilibrios imposibles, y barridas poco más tarde por la misma especie intratable de espíritus fuertes que las hizo necesarias.

lunes, 12 de abril de 2010

Mi problema con la "adaequatio"


Si desaparece la materia, ¿desaparece con ella la verdad y no es verdad que ya no haya materia? ¿Hasta qué punto requiere lo verdadero de un referente real? La verdad estará o no en función de los hechos según los límites que ella misma se fije. Pero a las verdades así limitadas yo prefiero llamarlas certezas.

La verdad no precisa de confirmación empírica, ya que la realidad cambia siempre y la verdad no ha de cambiar nunca. "Ser" significa "Ser para todos los observadores". No es correcto "El cielo es azul", sino "El cielo parece azul". Por tanto, ceñir la verdad a un instante de la existencia es ceñirla a un observador y exponerla a su autocontradicción respecto a otro, que la habrá observado de un modo distinto. Sin embargo, la verdad no necesita de concordancias intersubjetivas, pues no ha de depender la verdad de la percepción, sino la percepción de la verdad. De ahí que decir "Puedo engordar en un año" sea totalmente verdadero, aunque nunca se cumpla el hecho previsto y nadie esté en disposición de constatarlo jamás, extremo éste que tendremos por accesorio.

Así, para que la verdad sea algo distinto de la no contradicción, deberá serlo según la experiencia, es decir, lo será para unos y no para otros. Sencillamente no veo la razón de decir que la verdad es la adecuación entre un estado de hecho y la proposición que lo describe. ¿Por qué habría de serlo? ¿Porque a algunos se lo parece o porque incurro en un absurdo si los contradigo? Podemos pensar verdades que no cumplen esa regla, como la que he enunciado relativa a los supuestos hipotéticos y tantas otras. ¿Son verdades de una casta distinta a las verdades empíricas? ¿Acaso son menos ciertas?

Lo fáctico es verdad no porque yo pueda percibirlo y enunciarlo: lo es porque es susceptible de demostración apelando a causas y principios. El sol del vulgo es distinto al de los astrónomos; el bastón bajo el agua no se quiebra como parece a la vista, etc. Puesto que los sentidos nos engañan, podemos percibir de un modo falso. Y dado que la falsedad nada es, no se sigue de la mera percepción el que hayamos percibido algo. Sólo puede seguirse de suyo una tautología, a saber, que percibimos.