Existe en la moral un axioma del que cabe dudar tan poco como de cualesquiera de entre los que contempla la geometría: Siempre hacemos lo que creemos más conveniente para nosotros. Así, nadie obra sin unos elementos de convicción mínimos, determinantes a la hora de decantarse por un curso de acontecimientos sujeto a la contingencia. Por imperfecta que sea nuestra información y el modo de procesarla, nada que emane de nuestra voluntad, desde la mayor empresa hasta el menor movimiento, se hace sin una reflexión previa en la que las alternativas son consciente o inconscientemente descartadas.
A esta conclusión se suele oponer cierto irracionalismo emergentista, que -destruyendo la diferencia entre acciones y pasiones- sostiene que primero actuamos y luego decidimos actuar, por lo que participaríamos en una ilusión decisoria "ex post" sin capacidad efectiva para influir en el primer eslabón causal. Si fuera de este modo, tan válido sería decir que obramos como que hemos sufrido una convulsión, y la psicología iba a quedar reducida a una difusa reflexología.
Afianzado el axioma frente a estas débiles objeciones, procede preguntarse por qué tan a menudo accedemos a realizar lo que a todas luces nos resulta perjudicial. Sólo hay dos respuestas posibles, a saber: porque creemos, a pesar de todo, que nos conviene, o por emulación inconsciente. Lo emulado, siendo voluntario, carece de razonamiento. Podemos hablar de nuestra voluntad cuando hay una conexión entre lo razonado y lo deseado. En caso contrario somos ejecutores de una voluntad ajena a la que ni siquiera hemos asentido, pero de la que se han contagiado nuestros actos por una especie de impregnación por solapamiento.
Ambas respuestas son muy poco satisfactorias si se aplican a seres reflexivos. Por lo que todavía cabe imaginar una tercera, resultado de combinar las anteriores: que se dé en nosotros una emulación inconsciente seguida de su aprobación moral. La aprobación vendría más por razón del sujeto que del objeto. El acto no sería bueno por lo que se hace, sino por quien lo hace. Aunque no lo hayamos hecho nosotros, y pese a creerlo así.
Esto es más plausible psicológicamente, al basarse en el amor natural a las propias acciones o a aquellas que pasan por tales, pero deja sin resolver el problema ontológico del origen del mal moral. ¿De quién aprende el mal el hombre? ¿Hay una cadena de hombres o de discursos malos a cuya imitación sucesiva se debe el mal perpetrado en el presente? ¿Dónde empieza a trenzarse? ¿Quién es el primer malvado y por qué?
Perillán
Hace 1 minuto
3 comentarios:
C.S.Lewis proponía la idea, frente al lastre del pecado original, de que la sola condición creatural ya es por sí misma imperfecta, y por lo tanto implica el dolor. También el dolor emanado de la mala acción, diría yo. Pues muchas inclinaciones e impulsos, de cuya gravedad sólo somos conscientes a toro pasado, las sentimos sin explicarnos por qué. Ser criatura es no ser el Creador, y por lo tanto tener límites. Lewis, de todas formas, advertía contra la tentación de considerar esta idea en términos absolutos, pues equivaldría a identificar creación y caída. Pero templa mucho la doctrina sobre el pecado original, por el que se quiere explicar muchas veces todo lo malo. Y no todo se explica.
¿Y por qué no admitimos una inspiración diabólica, habida cuenta de que no tenemos inconveniente en aprobar la divina cuando algo es indeducible? Si vale acudir a lo sobrenatural para lo que está por encima de nuestras fuerzas, ¿por qué no para lo que está por debajo de ellas, siendo así que nadie debería ser superior o inferior a sí mismo? Que el animal racional por excelencia sea simultáneamente el animal insensato por excelencia es algo que la filosofía todavía no ha digerido.
El justo hacer no coincide bajo mi opinión con el justo sentir, el cual difiere, como hace llegar Aristóteles en su Etica Nicomáquea, tantas veces con la moral, en el sentido de mor, de costumbre, o de "lo que debe hacerse". Por otro lado, frente a este sentir animal, impositivo, inercial o instintivo se teje todo un balance de debes y haberes, que yo lo veo más como el decurso moral de una dialéctica hegeliana, es decir, una contraprestación para corregir un desequilibrio (desequilibrio por otro lado inmanente) que en si misma (cuyo proceder en-sí) supone una dirección. Tantas veces obra el hombre individual o colectivamente sin saber por qué, pero siempre subyacen dichas causas, tantas otras son esa "fuerza mayor" que nos gobierna. Un saludo
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