La libertad de la madre -y del padre, cabría añadir- para matar a su hijo es consistente si y sólo si definimos la patria potestad como un derecho de vida o muerte sobre la descendencia. Ahora bien, habida cuenta de esto, y dado que el que puede lo más puede lo menos, entonces también está en la mano de los padres del menor no emancipado el impedir su decisión sobre este extremo.
Cualquier modalización de la patria potestad irá en detrimento de la libertad omnímoda que constituye esa especie de pseudosoberanía en la que se funda el aborto: el derecho al propio cuerpo. En fin, si definimos el cuerpo como aquella estructura física con unidad de voluntad, habrá que conceder que los niños carecen de cuerpo hasta llegar aproximadamente al año; que los paralíticos están desposeídos en mayor o menor grado de ese derecho (pues no se funda en un deber ser, sino en un modo de ser); y que los ancianos lo pierden progresivamente en beneficio de aquellas personas de las que dependen.
Por otro lado, nótese que nadie hará valer la prerrogativa de su propio cuerpo frente a la autoridad, so pena de ser considerado rebelde. El derecho que sólo se esgrime ante los débiles no es más que fuerza encubierta.
"Los esclavos felices"
Hace 3 horas
3 comentarios:
El problema es que todo es "fuerza encubierta"... tras la necesidad de poder encubierta... allí donde ésta se hace álgida o inevitable.
El derecho es esencialmente tuitivo: defiende las pretensiones de los más débiles en función de la utilidad común. Así, toda prerrogativa contraria al interés directo de la mayoría tiene que estar justificada en un interés indirecto, normalmente basado en la conmutabilidad teórica de los roles.
Cabe sostener que el más fuerte es aquel al que el ordenamiento jurídico presupone como tal. En una sociedad civilizada el derecho no emana de la fuerza, aunque esté respaldado en última instancia por ella. Por eso apelar al cuerpo es tan sospechoso. El cuerpo es la metáfora de la fuerza bruta, primaria y prejurídica, que por definición sólo se usa contra el débil, puesto que contra el fuerte tendemos a asociarnos. Ahora bien, cuando lo jurídico y lo prejurídico convergen, plasmándose en leyes de aplicación general, perece el principio fundamental de toda república -que manden las leyes en lugar de los hombres- e irrumpe la barbarie en forma de racismo o voluntarismo.
En la foto, Wilhelm Stuckart, coautor de las leyes de Nuremberg.
Publicar un comentario