Me crucé por casualidad con un vínculo a un vídeo de Dawkins con el que me prometía trances de intensa diversión. Pero, ay de mí, no he pasado del minuto 13. Me refiero a esto.
Está bien que un científico haga catequesis edificante, pero no que emplee su condición de tal para reforzarla. Vamos a hombros de gigantes... con pies de barro. Hete la prueba: este personaje es el típico inglés. Entiendo que Wittgenstein se asqueara de ese país de postizos, arrogantes y resentidos. Ni siquiera ha de condescender a la persuasión: le basta con apelar a lugares comunes. ¿Y bien? Sería muy fácil construir un discurso inverso, o el mismo ajustado como un guante a quien hoy lo explota. Y, sin embargo, no pasaría de ser un juego de niños intelectualmente poco ilusionante. Dejémoselo a Dawkins. Esta religión elitista de 'freakis' postsaganianos e iletrados no da ningún miedo. A mí me espanta un Arrio, un Porfirio, un Socino. Alguien capaz de cuestionar y reformular las ideas en lugar de reducirlas a la condición de virus infeccioso, el truco más viejo del mundo y comodín de todo déspota. Aquéllos, digo, me dan miedo al tiempo que me estimulan. No sucede otro tanto con quien pretende inculcar a la ciencia, que no es más que un método, su ideología acorralada y derrotada, con soniquete apocalíptico.
Los ateos todavía no han digerido la muerte de Dios. Siguen buscando la verdad con una lámpara a plena luz del día y no la hallan. Muchos individuos de esta grey invisible se consuelan en que el descreimiento aumenta en sus países natales. Pero España no es el centro del mundo. España sólo es el centro de una burbuja inmobiliaria que estallará en breve. Nada más burdo y miope que ser españocéntrico. Si ser eurocentrista no tiene hoy ningún sentido, por anacrónico, imaginaos el trasladar el prejuicio atalayado a un rincón decadente y agresivo como la vieja Iberia. En España se ensayan siempre, desde hace un siglo al menos, las estupideces sin futuro. Y si -como suele suceder- nos estrellamos, el mundo ya sabe por dónde no transitar. De modo que la España contemporánea, si fuera un modelo, sería el antimodelo. Todo aquello en lo que se cree "avanzada" con respecto a las demás naciones es la marca indeleble de su atraso precoz. Por ejemplo, el retroceso religioso, que es mucho mayor en Cataluña que en otras partes del Estado. Cataluña, cuya natalidad está sostenida casi exclusivamente por inmigrantes y pueblos de otras fronteras, es un paraje enfermo y moribundo donde se genera telebasura, políticabasura, trabajobasura, prensabasura y culturabasura. Creer que el futuro está en los ricos de hoy resulta una ingenuidad. Y en el caso de España roza lo cómico, porque nuestra riqueza es tan frágil como nuestro amor propio nacional.
El futuro está en los creativos, en los inquietos. No está en la chepa de Dawkins recogiendo fósiles e inclinándose ante el microscopio. Eso es burocracia, eso es ser el barrendero de la naturaleza y el mayordomo de las escorias del orbe. Quien no vea lo que le rodea como algo divino y superiormente ordenado, no descubrirá absolutamente nada, por la sencilla razón de que para él ya han caído todos los velos. El científico integrista, en su soberbia, cree, como la voz de Salomón, que todo está ya dicho y pensado, y que sólo quedan por afinar unos cuantos matices irrelevantes. Pues es irrelevante en un mundo excremental como el que se nos define cualquier detalle que lo distinga de la infinidad de mundos posibles alternativos. ¿Qué más da a qué temperatura arda el Sol o cuántos billones de años tarde nuestra galaxia en colapsar? Visto así, tiene tanto interés como las vicisitudes de un hormiguero. Dawkins finge pasión cuando sólo siente desengaño. Es como la solterona a la que se le ha pasado el arroz. No puede haber apasionamiento de ningún tipo, salvo el irracional o maniático (la voluntad de poder), en un universo cuyo sentido ha sido hecho pedazos por un cúmulo de experiencias descabezadas.
A mí me da pena la gente así, los "espíritus fuertes". Su afán de certeza ha destruido su sed de verdad. Ya sólo quieren, decadentes, pasar las cuentas del ábaco y cuadrar su balance existencial. Soñar y jamás despertar para que su propia vanagloria se anestesie en lo indubitable -¡como si eso significara algo!- y nada los avergüence ni, sobre todo, los asuste.
En fin, temer que de la heterodoxia venga la muerte violenta, la sedición y "la raíz de todo mal" es un pensamiento tan fanático y falto de vigor, tan innoble hacia el adversario dialéctico y, en suma, tan inhumano, que uno puede intentar argumentarlo durante horas con perogrulladas al gusto, pero nunca, nunca se ganará a un auditorio mayoritario entre personas civilizadas, o al menos no por mucho tiempo.
Perillán
Hace 29 minutos
3 comentarios:
Presentas una serie memorable de ideas corresponsdiente a un punto de vista original y valioso. Estoy, desde luego, mil veces más de acuerdo con todo ello que con el pobre Dawkins.
Un saludo y seguiré visitando estas páginas
Gracias, Emilio.
Lo siento pero no comparto tu visión.
Saludos
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