Salvo la razón, nada es suficientemente poderoso como para cambiar mi voluntad sin mi consentimiento. No existe deseo tan ardiente que no pueda resistirse, ni circunstancia tan apremiante que no quepa subordinar a un fin superior.
Puede emplearse el engaño para doblegarnos, pero éste es una suerte de razón pervertida; o el miedo, que no es más que una razón violenta. Ninguno de los dos es invencible, a diferencia de lo que sucede con la razón recta.
No hay causa externa capaz de conmover el fundamento de la voluntad. Alterando mi memoria o mi percepción se modificará el objeto de mi voluntad, no mi voluntad misma, que se asienta en mi capacidad de juzgar según fines. Si esta facultad desaparece, me extingo yo con ella.
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