Si alguien se indignara de no haber nacido de una reina y, al contrario, de que su propia madre no haya dado a luz al que es rey, se indignaría de no ser él mismo otro, o más bien se indignaría por nada, pues todas las cosas sucederían de la misma manera, y el mismo hijo de reyes en tal caso no pensaría ni en sueños que es ahora hijo de campesinos. De la misma manera, he dejado a un lado a los que se indignaban de que Dios inmediatamente no hubiera excluido del mundo (a fin de que la mancha de ellos no se extendiera a sus hijos) a Adán y Eva una vez que habían pecado juntos y de que no los sustituyera por una pareja mejor. Pues, como he hecho notar, si Dios hubiera hecho esto, una vez suprimido el pecado, otra serie completamente distinta de cosas, otra cadena completamente distinta de circunstancias, de hombres y matrimonios, otros hombres completamente distintos habrían tenido que producirse y, por consiguiente, suprimido o extinguido el pecado, nosotros mismos no habríamos sido llamados a venir al mundo. Los que tales objeciones ponen no tienen, pues, razones para indignarse de que Adán y Eva hayan pecado, y menos aún de que Dios haya tolerado el pecado, ya que más bien deben contabilizar en el haber de esta tolerancia de los pecados de parte de Dios el hecho de su existencia.
Leibniz.
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