¿Qué quimera es, pues, el hombre?, ¿qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué sujeto de contradicciones, qué prodigio? Juez de todas las cosas, imbécil gusano de tierra, depositario de lo verdadero, cloaca de incertidumbre y de error, gloria y desecho del universo.
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Pero cuando lo he pensado más de cerca, y cuando, después de haber encontrado las causas de todas nuestras desgracias, he querido descubrir sus razones, he hallado que hay una muy efectiva, que consiste en la desgracia natural de nuestra condición débil y mortal, y tan miserable que nada nos puede consolar cuando lo pensamos más de cerca.
De cualquier condición que uno se imagine, la mejor que hay en el mundo es la realeza; y, sin embargo, cuando uno se imagina en ella con todas las satisfacciones que puedan acompañarla, si está sin diversión, y se le deja considerar y reflexionar en lo que él es -esta languideciente felicidad no le sostendrá más-, caerá necesariamente en las visiones que le amenazan, en las revueltas que pueden acaecer, y, en fin, en la muerte y en las enfermedades que son inevitables; de suerte que, si él vive sin eso que llaman divertimiento, helo ahí desdichado, y más desdichado que el menor de sus súbditos que juega y se divierte.
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De ahí viene que el juego y conversación de las mujeres, la guerra, los grandes empleos, sean tan pretendidos. Esto no es que la felicidad, efectivamente, esté allí, ni que uno se imagine que la verdadera dicha sea tener el dinero que se puede ganar en el juego, o cazando la liebre. Uno no lo querría si le fuera ofrecido.
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He aquí todo lo que los hombres han podido inventar para ser felices, y los que en esto hacen de filósofos y creen que el mundo es muy poco razonable al pasarse todo el día corriendo tras una liebre que no querrían haber comprado.
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Tienen un instinto secreto que los conduce a buscar el divertimiento y la ocupación aparente, el cual procede del resentimiento de sus continuas miserias. Y tienen otro insinto secreto que es un resto de la grandeza de nuestra primera naturaleza, que les hace conocer que la felicidad no está, efectivamente, más que en el reposo y no en el tumulto. Y de estos dos instintos contrarios se forma en ellos un proyecto confuso que esconde a su vista en el fondo de su alma, que les hace tender hacia el reposo a través de la agitación y a figurarse siempre que la felicidad que no tienen les llegará si, superando algunas dificultades que divisan, pueden abrirse por ahí el acceso al reposo.
Así transcurre toda la vida. Se busca el reposo combatiendo algunos obstáculos, y, si se les ha superado, el reposo deviene insoportable por el tedio que engendra. Es necesario salir y mendigar el tumulto.
Pascal
"Los esclavos felices"
Hace 1 hora
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