Harto conocido es que la discusión en torno a la esencia de los valores no está cerrada hoy en día, que las opiniones discrepan aún ampliamente acerca de si son o no algo existente independientemente del tenerlos por tales y de la "valoración". El tomar posición relativamente a esta cuestión no es cosa de la ontología, sino de teoría del valor; no puede, pues, discutirse aquí. Pero el parentesco de los valores con las esencias requiere tratarlos en el mismo plano que éstas, sobre todo dado que la cuestión disputada a la que están sometidos se extiende en sus amplios alcances también a las esencias mismas.
El puesto aparte de aquéllos frente a estas últimas está en lo siguiente. Las esencias abstraídas tienen, lo mismo que lo matemático, la peculiaridad de que todos los casos reales que por su índole caen bajo ellas, se rigen también efectivamente por ellas y por ellas están dominados. Ellas se conducen, pues, relativamente a lo real como leyes a las que esto se halla íntegramente sometido. En los valores es distinto. Los casos reales pueden responderles o no responderles; y en el primer caso son precisamente "valiosos", en el segundo "contravaliosos". Los valores no determinan directamente lo real, sino que sólo forman la instancia del ser valioso o contravalioso lo real. Pero su propia existencia no altera en nada el ser lo real contravalioso. De antemano se hallan, pues, ahí independientemente de que la realidad les responda o no. Por lo tanto es su independencia patentemente más alta que la de las esencias.
Donde esto es más conocido es en los valores morales. No entra, por ejemplo, en la esencia de la promesa el que se la mantenga efectivamente; pero sí entra en su esencia el que sea contravalioso no mantenerla. El ser el "mantenerla" valioso no lo altera en nada el fáctico no mantenerla. Tampoco la contraria voluntad del hombre o su convicción oportunista puede alterarlo en nada. Esta independencia del valor respecto del juicio humano se halla en rigurosa analogía con la independencia de los objetos del conocimiento respecto de éste, es decir, con la supraobjetividad de los mismos. Señala, pues, hacia el mismo carácter de ser en sí. Y como aquí no puede tratarse de la realidad -pues el valor existe también independientemente de la conformación de lo real-, patentemente es la manera de ser del valor la del ser ideal. Así sucede que el valor de la manera real de obrar resulte muy diverso según que responda o no al "valor mismo" (por ejemplo, según que se mantenga la promesa o no), pero el ser valioso en cuanto tal -y esto quiere decir el valor mismo en su idealidad- queda intacto.
Hartmann
"Los esclavos felices"
Hace 1 hora
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